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Authors: Mike Resnick

Tags: #Ciencia Ficción

Starship: Pirata (30 page)

BOOK: Starship: Pirata
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—¿Qué sucede? —preguntó.

—Vienen hacia este sistema, señor —dijo ella—. Van a llegar en unos siete minutos. Y no vienen todos juntos, sino triangulados. Eso significa que la
Pegaso
tiene que estar aquí, señor. —Levantó la mirada, confusa—. Pero todos mis sensores me dicen que no está.

—Eso es imposible —dijo Briggs, con la mirada puesta en sus propios monitores—. ¡Tiene que estar aquí!

—Sí, porque, si no, no convergerían sobre Meandro-en-elRío —dijo Cole.

—Puede ser, señor —dijo Christine—. Pienso que han logrado camuflarla de algún modo. En cualquier caso, no consigo localizarla.

Por unos instantes, Cole pareció perderse en sus pensamientos. Luego levantó la mirada.

—Tal vez no sea necesario —dijo.

Capítulo 26

—Sharon —dijo Cole—, ¿Val te dio códigos para contactar con la
Pegaso
cuando tuvisteis aquella primera entrevista?

—Un puñado —respondió la imagen de Sharon Blacksmith—. ¿Por qué?

—Empieza a probarlos. Avísame si alguien te manda una respuesta.

—No piensas que eso vaya a suceder, ¿verdad?

Cole negó con la cabeza.

—No tendría mucho sentido que camuflaran su propia nave, por el procedimiento que sea, y respondiesen luego a una llamada por radio subespacial. Pero, de todas maneras, es un primer paso.

—¿Y si responden? —preguntó Sharon.

—Habla con ellos.

—¿Sobre qué?

—Sobre deportes. Sobre sexo. Sobre el tiempo que hace hoy. A mí me da igual. Pero que no dejen de hablar.

—¿Para que las naves de Muscatel puedan localizarlos?

—Exacto. Ahora, pon manos a la obra.

—Esto no va a funcionar —dijo Christine mientras la imagen de Sharon desaparecía.

—Probablemente, no. Pero, como le decía antes, es el primer paso más obvio. Briggs, quiero que estudie la trayectoria de las tres naves de Muscatel y calcule el punto exacto de convergencia… y también el momento.

—Sí, señor —dijo Briggs, y se puso a trabajar con los ordenadores.

—Val —dijo Cole—, tengo que hablar con usted.

—¿De qué se trata? —preguntó Valquiria, al tiempo que su imagen aparecía en el puente.

—No me habías dicho que la
Pegaso
tuviera dispositivos de camuflaje —dijo.

—Lo conté en Seguridad. Usted no me lo preguntó.

—¿Sirven para algo? La mayoría de esos dispositivos valen menos que la pólvora necesaria para reventarlos.

—No los utilizaba nunca —dijo ella—. Consumen cantidades ingentes de energía. Tiburón tendría que estar loco para utilizarlos durante más de cinco o seis horas, a menos que estuviera seguro de poder recargar la batería nuclear al día siguiente… Por su pregunta, me imagino que debe de haberlo activado.

—Sí.

—Pues entonces es obvio que se huele una trampa.

—Tal vez sólo quiera evitar riesgos. Al fin y al cabo, es pirata y se encuentra muy cerca de la República… y a la República le encantan las persecuciones.

La mujer negó enérgicamente con la cabeza.

—Eso seguro que no. La República estaría mucho más interesada en capturarnos a nosotros, antes que a él, y por ahora nadie nos ha molestado, ¿verdad que no? Si se ha camuflado, no será por temor a la República.

—Está bien. La siguiente pregunta. Nosotros no hemos podido localizarlo. ¿Cómo es que lo siguen los hombres de Muscatel?

Valquiria se encogió de hombros.

—No lo sé. Quizás hayan detectado actividad de neutrinos, o algún tipo de emisión.

Cole frunció el ceño.

—Eso no tendría ningún sentido. ¿Cómo es posible que ellos puedan encontrarlos y nosotros no? O la nave está camuflada, o no.

—Las diferentes tecnologías se especializan en usos diversos —respondió ella—. Eso ya lo sabe. Donovan Muscatel compró sus naves a los vapines de Romanitra II. Son humanoides, pero tienen sentidos distintos de los nuestros. Lo que para sus sensores es estándar podría ser imposible para la
Teddy R
.

—Gracias por nada —murmuró él.

—Yo sé camuflar naves —dijo ella, a la defensiva—. Pero nunca en mi vida he tenido que seguirle el rastro a una que estuviera camuflada.

—Siento interrumpir —dijo Sharon, cuya imagen acababa de aparecer al lado de la de Val—, pero la
Pegaso
, si es que se encuentra aquí, no responde a ninguno de los códigos que me dio Val.

—Claro que no. Eso es lo lógico, si es que tratan de evitar que los detecten —dijo Val—. Va a necesitar mi código de capitana.

—¿Qué diablos es un código de capitana? —preguntó Sharon—. En mi vida había oído hablar de nada semejante.

—Todos los capitanes de naves estelares tenemos uno —dijo Cole—. O, por lo menos, todos los capitanes deberíamos tenerlo. Supongamos que el enemigo aborda una nave y se apodera de ella. La nave se acerca a la flota, o a sus colegas piratas, si ése es el caso. Tienes que poder invalidar las órdenes del enemigo, si no quieres que maten a tus amigos y aliados. Todos los capitanes saben cómo hacerlo.

—No figura en mis registros —dijo Sharon.

—Es el único código que nunca se pone por escrito ni se graba en un banco de datos, por razones obvias —dijo Cole—. Si el enemigo o un traidor pudieran conseguirlo, no serviría para nada. —Se volvió hacia Val—. ¿Qué va a hacer la
Pegaso
si retransmite su código?

—Nada —dijo Val.

—¿Nada? —insistió él.

—Me ha preguntado lo que hará si sólo retransmito el código, sin darle ninguna orden —dijo ella.

—Sí, exacto.

—Pues entonces me mantengo en mi respuesta —concluyó ella—. Nada.

—¿Cómo sabrá que el mensaje ha llegado a su destino?

—La nave comunicará que ha reconocido el código.

—¿Por radio subespacial?

—Por el mismo medio por el que se haya retransmitido el mensaje —dijo Val.

—Entonces, si lo envía desde la
Teddy R
., ¿mandará el acuse de recibo también a la
Teddy R
.?

Val ensanchó los ojos, comprendiéndolo por fin.

—Sí.

—Dele ese código a Sharon.

—¿Y no a Christine? —preguntó Val—. Christine se encuentra en el puesto principal de retransmisión.

—No, va a estar demasiado ocupada con la búsqueda de las tres naves de Muscatel.

—Pero ¿quiere enviar el mensaje ahora mismo? —preguntó Val.

—Diablos, no. Estamos a punto de salir del sistema. Esperaremos unos cuatro minutos antes de enviarlo.

—No lo entiendo —dijo Val, airada—. ¿Va a ayudarme a recobrar la nave, o no?

—No, porque ahora mismo otras tres naves se disponen a hacerlo por nosotros —dijo Cole—. Tan pronto como tenga el código, mándeselo a Moyer por medio de un rayo de luz concentrada, Sharon. No quiero que llegue a la
Pegaso
, dondequiera que se encuentre, y se active una respuesta que vuelva hacia nosotros.

—Ya está hecho —respondió Sharon.

—Pues dígale que contacte con las naves de Muscatel —ya sabemos cuál es el código que va a funcionar—, se identifique, les envíe el código de la
Pegaso
también por medio de luz concentrada, y que sean ellos quienes hagan que la
Pegaso
responda a su señal.

—Aunque lo transmitamos mediante luz concentrada, si pasa cerca de la
Pegaso
, la
Pegaso
responderá —dijo Val.

—Pues entonces dígale que divida el código en dos y retransmita primero la segunda parte, que interrumpa luego la comunicación, y mande después la primera parte a otra de las naves de Muscatel. Entonces, tanto si la
Pegaso
capta los mensajes como si no, no reconocerá las dos mitades separadas. —Cole se acercó a los monitores con los que trabajaba Christine y les echó una ojeada—. Bueno, manos a la obra. Las naves de Muscatel van a entrar en el sistema dentro de unos dos minutos. Quiero que ese código haya llegado al planeta dentro de un minuto, y que estemos muy lejos antes de que los cañones empiecen a disparar.

Las imágenes de Val y Sharon desaparecieron y la primera mujer le dio los códigos a la segunda.

—Piloto —dijo Cole—, larguémonos inmediatamente de aquí.

—¿Con qué rumbo?

—Llévenos a tres años luz de distancia, luego deténgase y quédese en esa posición. —Wkaxgini gruñó para expresar asentimiento y puso en marcha la nave—. Christine, no deje de controlar las tres naves. Si esto nos sale bien, empezarán a disparar dentro de unos dos minutos, como máximo. Tengo que contactar con ellos antes de que destruyan por completo la
Pegaso
.

—Será muy difícil que pueda hacerlo a tiempo, señor —dijo Christine—. Si apuntan bien, un solo disparo bastaría para destruirla.

—No creo que lo logren —dijo Cole—. Val le instaló todo tipo de mecanismos de defensa. Si se enfrentara en combate singular a una cualquiera de las tres naves de Muscatel, probablemente la derrotaría; pero creo que, si son tres, por lo menos lograrán inutilizarla. —Se volvió—. ¡Briggs! En el instante del primer disparo, quiero que abra un canal de comunicación con Moyer, Nichols y el pepon. Asegúrese de que estén en contacto permanente con sus tres naves, y de que les llamen tan pronto como la
Pegaso
haya quedado inutilizada. No quiero que Muscatel destruya la nave y entonces nuestra tercer oficial vaya por él.

A continuación, contactó con Forrice, que se hallaba en su camarote.

—Me sabe mal despertarle —dijo Forrice—, pero le necesito.

—No dormía —le respondió el molario—. Habría que ser un cadáver para no enterarse de lo que está ocurriendo.

—No he puesto ninguna de las transmisiones en privado —reconoció Cole—. La tripulación tiene derecho a saber lo que sucede.

—¿Y qué quiere que haga?

—Quiero a alguien de confianza en la sección de Artillería. Y llévese a Toro Pampas. Todavía no hemos encontrado a un ingeniero de armamentos mejor que él.

—¿Está seguro de que no quiere que suba al puente?

—El puente ya estará bastante abarrotado —respondió Cole—. Voy a transferir el control de las armas a Artillería.

El molario asintió con la cabeza.

—¿Qué ordena? ¿Vamos a disparar contra la
Pegaso
, o contra las otras tres naves piratas?

—Ni lo uno ni lo otro —dijo Cole—. Estarán demasiado ocupados luchando entre ellos para prestarnos atención.

—Pues entonces, ¿a quién esperamos?

—Con un poco de suerte, a nadie —respondió Cole—. Pero vamos a enviar a Meandro-en-el-Río algunas retransmisiones fáciles de rastrear. Si la policía o el Ejército las detectan y las siguen hasta su origen, podríamos vernos en apuros.

—No creo que una nave de la policía pudiese hacer nada contra nosotros —apuntó Forrice.

—Yo tampoco —dijo Cole—. Pero se trataría tan sólo de policías que tratan de hacer su trabajo. Si no disparan contra nosotros, no son enemigos nuestros. Mientras me encuentre al mando, dispararemos cuando yo lo ordene. Si me ocurriera algo, sigan su propio criterio… y hagan lo que puedan por evitar un conflicto con la policía.

—¿Y si una nave militar hallara el origen de nuestros mensajes? —preguntó el molario.

—La reventaremos, y adiós —dijo Cole—. No esperen ni siquiera a que yo lo ordene. En el mismo instante en el que la localicen, disparen. Pueden apostar el pescuezo a que nos harían lo mismo a nosotros en cuanto nos reconocieran.

—Ha quedado claro. ¿Algo más?

—Sí —dijo Cole—. Apunten bien.

El molario ululó su peculiar carcajada.

—Piloto, ¿cuál es nuestra posición? —preguntó Cole.

—Estamos a dos años luz y medio de Meandro-en-el-Río, señor —dijo Wkaxgini.

—Sharon, ¿Moyer ya tiene el código?

—Sí.

—Christine, ¿lo ha enviado?

—Yo no he detectado ninguna transmisión, señor, pero una de las tres naves de Muscatel acaba de virar ligeramente. —Inclinó el cuerpo hacia delante y examinó los monitores—. ¡Sí lo han recibido, señor! Una segunda nave acaba de cambiar de rumbo. Unos pocos grados, pero con eso es suficiente.

—Señor —dijo Briggs—, una de las naves de Muscatel se ha puesto a retransmitir un código cada diez segundos… y una nave que no podemos localizar le responde de manera automática.

Cole sonrió con malicia.

—Ese pobre hijo de puta debe de estar registrando la nave de un extremo a otro en busca de una manera de desactivar la respuesta.

—Tengo la impresión de que la
Pegaso
debe de hallarse a medio camino entre el duodécimo planeta (el más exterior) y Meandro-en-el-Río —dijo Christine, que aún estaba atenta a los monitores.

—No va a acercarse más a Meandro-en-el-Río —dijo Cole—. O escapará al espacio exterior, o tratará de luchar.

—¿Por qué piensas eso?

—Porque todo el mundo va a captar el mensaje de respuesta. Todas las naves que la policía y el ejército puedan tener en esta zona querrán saber por qué van camuflados, y de todas maneras van a estar muy ocupados con las tres naves piratas. Tiburón Martillo no querrá tener que protegerse los flancos y también la espalda, sobre todo porque las naves de la Armada tienen mucha más potencia de fuego que ellos.

—¡Ya está! —dijo Christine.

—¿Qué sucede?

—Ha disparado una carga de plasma a la nave de Muscatel que tenía más cerca.

—¿Le ha dado?

—Estaba fuera de su alcance —dijo Christine—. Acababa de entrar en el sistema.

—Bueno, pues ya está —dijo Cole—. Ahora tratará de salir al espacio exterior.

—No, señor, está disparando.

—Si usted sabe que las naves de Muscatel están fuera de su alcance, ¿cree que él no lo sabrá, Christine?

—¿Disculpe? —dijo ella, confusa.

—Sólo quiere que las naves de Muscatel pierdan velocidad y se le acerquen con mayor cautela —dijo Cole—. Así tendrá un poco más de tiempo para maniobrar. Si se despliegan y tratan de rodearlo, le quedará una única ruta de fuga. De esa manera tendrá el camino abierto hacia media galaxia… por lo menos durante unos treinta segundos.

—Ya huye —confirmó Christine.

—Tenía entendido que no habíamos logrado localizarlo.

—Aún no lo hemos logrado… pero las tres naves piratas acaban de acelerar.

—Y me imagino que avanzan hacia el interior de la Frontera.

—Sí, señor.

—Muy bien —dijo Cole—. Ahora podemos relajarnos y disfrutar del espectáculo.

—¿Disculpe, señor?

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