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Authors: Mike Resnick

Tags: #Ciencia Ficción

Starship: Pirata (27 page)

BOOK: Starship: Pirata
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Subieron hasta el tejado y descubrieron sobre éste una pequeña nave, invisible desde la calle, porque los ángulos del propio tejado la ocultaban.

—Con el depósito lleno, y lista para escapar —dijo Cole.

—¿Cómo lo sabe?

—¿Qué sentido tendría preparar una ruta de escape si no está todo a punto? Apostaría a que el equipo de mantenimiento trabaja en esta nave una vez por semana.

—Nos vamos a encontrar con un problema —dijo Val.

—¿Eh?

—Mírelo bien. Es una nave monoplaza.

Cole arrugó el entrecejo.

—No me había dado cuenta. —Dejó a Djinn recostado contra una falsa chimenea y se acercó al vehículo—. ¿No hay manera de meternos los dos?

—No, aunque me acortara treinta centímetros e hiciéramos el amor durante todo el viaje.

—Está bien —dijo él—. Vaya con esta nave hasta el espaciopuerto y regrese con la
Kermit
.

—La
Kermit
no podría aterrizar aquí —dijo ella—. Es demasiado grande.

—Pues entonces actúe con iniciativa y robe una nave que sí pueda aterrizar aquí.

—Deme la pistola de cerámica —dijo ella, y tendió una mano—. Todas mis armas se han quedado en el sótano por el que se salía del sistema de transporte subterráneo.

Cole sacó la pistola y se la entregó, junto con el libro.

—Dese prisa —dijo él—. Puede que estén acostumbrados a que desconecte el sistema de hologramas cuando hace sus negocios, pero apuesto a que nunca lo deja apagado durante más de veinte o treinta minutos.

Val estaba entrando en la nave.

—Otra cosa —dijo él.

—¿Qué?

—Que la nave que robe ha de tener espacio sólo para usted y para mí.

—¿No quiere que nos lo llevemos?

—¿Para qué? —respondió Cole—. Aquí no hay nadie que vaya a pagar ni dos créditos por su rescate. Y Copperfield no lo quiere a él, sólo quiere su libro. Si lo llevamos a Meandro-en-elRío, lo único que harán con Djinn será matarlo. Y, como está claro que no volveremos a hacer tratos con él, no creo que vayamos a tener ningún problema por dejarlo con vida.

Val ponía cara de no estar convencida, pero se contentó con encogerse de hombros, murmuró: «el capitán es usted» y acabó de entrar en la nave.

Despegó casi al instante y Cole se quedó solo en el tejado, con el inconsciente Éufrates Djinn. Estuvo unos pocos minutos absorto en la contemplación de los resplandecientes anillos que giraban lentamente en el cielo nocturno. Entonces, Djinn se puso a gimotear, y Cole volvió su atención hacia el perista.

—Bienvenido —dijo.

—¿Dónde estamos?

—En el tejado de su casa.

—¿El tejado de mi casa? —dijo Djinn, aturdido. Al cabo de un instante miró alrededor—. ¿Dónde está la nave?

—Mi amiga se la ha llevado prestada —respondió Cole—. Regresará con una más grande y luego usted podrá pasar por el espaciopuerto para recoger la suya.

—No volverá a ver a esa mujer —predijo Djinn—. Lléveme abajo y devuélvame el libro, y le daré un salvoconducto para que salga de este planeta.

—Tal vez lo diga en serio —dijo Cole—. Pero tengo más fe en la palabra de ella que en la suya.

—Pues entonces es hombre muerto, y lo único que habrá logrado es darme un dolor de cabeza.

—Aparte de la nave, también le hemos robado el libro —dijo Cole—. Son éxitos modestos, pero son éxitos nuestros.

—Ahórreme los chistes —dijo Djinn. Parpadeó y se frotó el cuello—. En estos momentos, mis hombres están registrando la casa e inspeccionando todo el recinto. Le buscan a usted.

—Qué lástima que el aeroascensor secreto no se les vaya a abrir —dijo Cole.

—Hay otras maneras de subir al tejado, y otras maneras de matarle —prometió Djinn. Se palpó cuidadosamente el cuello y encogió el cuerpo—. Pero ¿qué diablos hace aquí? ¿Por qué no se marcha al territorio de la República a destruir bases militares? Al fin y al cabo, son ellos quienes le querrían matar.

—El oficio de pirata sale más a cuenta que el de revolucionario —respondió Cole—. Y se viven más años.

—Depende. Usted no va a vivir mucho.

—Esperemos que se equivoque —dijo Cole—. Porque no pienso morir solo.

Al cabo de un minuto vio una nave que volaba bajo en dirección a la finca de Djinn. Cuando estuvo cerca, oyó gritos en el interior de la casa y ventanas que se abrían, y hombres que se movían en lugares donde no podía verlos.

La nave se detuvo a unos seis metros sobre el tejado y se quedó suspendida en el aire, inmóvil. Se abrió una compuerta y descendió una escalerilla. Al cabo de un instante apareció Val. Se quedó en los escalones más altos.

—¡En marcha! —gritó—. De un momento a otro, los vientos separarán la nave del tejado.

En el mismo instante en el que Cole daba un primer paso hacia la escalerilla, Djinn se arrojó sobre él y lo derribó al suelo.

—¡Lo tengo aquí arriba, en el tejado! —gritó Djinn a la noche—. ¡Subid ahora mismo!

Dos hombres treparon por el borde del tejado, a unos doce metros del lugar donde Djinn y Cole forcejeaban. Val apuntó con la pistola de cerámica y disparó dos veces. El primer disparo falló. El segundo alcanzó a uno de los hombres y explotó al hacer contacto. La mujer apuntó rápidamente al otro y disparó de nuevo, y éste desapareció también en una pequeña explosión.

Otros tres hombres aparecieron en el borde del tejado por lugares distintos, y Cole se dio cuenta de que los cargadores extra de la pistola seguían en su bolsillo. Val se arrojó encima de Djinn, que se vino abajo como un globo deshinchado. Una rápida patada en la cabeza lo mandó de nuevo al mundo de los sueños.

—¡Suba por la escalerilla y prepare la nave para arrancar! —dijo Val.

—¿Y usted? —preguntó Cole, que había logrado ponerse en pie.

—Me había traído para esto, ¿recuerda?

Cole vio que discutir sería una pérdida de tiempo y corrió hacia la escalerilla. Normalmente no habría podido alcanzarla desde el tejado, pero la menor gravedad le permitió dar un salto y agarrarse a ella. Empezó a trepar mientras los tres hombres cargaban contra Valquiria.

La mujer metió la mano en la bota, en el mismo lugar donde Cole la había visto esconder las gemas pocos minutos antes, y sacó un par de cuchillos. Al cabo de un instante, una de las armas se había clavado en la garganta de uno de los hombres, y la otra se había hundido en el pecho de un segundo enemigo.

—¿De dónde diablos los ha sacado? —gritó Cole cuando llegaba al final de la escalerilla.

—¡De la cocina de la nave! —dio ella, riéndose, y luego volvió su atención hacia el tercer hombre, que no llevaba armas, o no creía necesitarlas. Trató de arremeter contra Val y lo pagó con una caída libre de quince metros hasta el suelo.

Aparecieron otros dos hombres. Val se parapetó tras el cadáver del primero que había matado, despojó a éste de su pistola de plasma y disparó contra los dos recién llegados. Uno de los disparos perforó entre los ojos al más cercano de ellos, y otro le arrancó la pierna al segundo, y entonces éste se precipitó al vacío.

Val miró a lo alto, vio que Cole ya estaba dentro de la nave, corrió hacia la escalerilla, dio un salto y se agarró a ella. Cuando se hallaba a medio camino, un rayo láser pasó a pocos centímetros de su cabeza. Val se volvió y disparó contra un hombre que se hallaba abajo, enfrente de la casa. En el último instante, una ráfaga de viento le impidió apuntar bien y falló pero, por lo mismo, el siguiente disparo del hombre también fracasó, porque la escalerilla se mecía al viento. Val disparó una vez más y llegó a la compuerta antes de que el tipo apuntase contra ella por tercera vez.

—¡Estoy aquí! —gritó—. ¡Vámonos ya!

—Vaya nave ha ido a robar —dijo Cole—. Tiene poco combustible, el impulsor lumínico no está en condiciones de funcionar y le faltan dos giroestabilizadores.

—No he tenido tiempo para mirar escaparates —dijo Val, enfadada—. Llévenos de vuelta al espaciopuerto y nos marcharemos con la
Kermit
.

—Quizá sea más difícil de lo que piensa —dijo Cole—. Los hombres de Djinn deben de haber contactado ya con el espaciopuerto.

—¿Por qué? —preguntó Val—. Ellos no saben que no podemos alcanzar velocidades lumínicas, ni que el combustible que llevamos a duras penas sería suficiente para pasar de los anillos.

—Esperemos que tenga razón —murmuró Cole.

Val tenía razón y al cabo de pocos minutos regresaron al Cúmulo de Albión para reencontrarse con la
Teddy R
. y entregarle a David Copperfield su primera edición tan deseada.

Capítulo 23

Cole aguardó pacientemente a que el señor Jones le abriese la puerta de la casa y lo acompañara al interior. Lo siguió por el largo pasillo hasta el ya familiar estudio, y entró.

—¡Steerforth! —dijo alegremente David Copperfield. Estaba sentado al escritorio, pero se levantó para saludarlo—. ¡No esperaba que regresara usted tan pronto! —Tras unos instantes añadió—: ¿Ha empezado a trazar planes para conseguir lo que usted ya sabe?

Cole dejó un paquete sobre el escritorio.

—El señor Éufrates Djinn le manda sus saludos menos afectuosos.

David Copperfield contempló el paquete.

—¡Es mío de verdad! —dijo con voz débil—. ¡Después de todos estos años, es mío de verdad! —Lo sostuvo con delicadeza—. Dentro de un momento hablamos. Pero antes… —Sus dedos alienígenas retiraron delicadamente el envoltorio, y el libro quedó a la vista en su raída gloria. Copperfield lo abrió, luego levantó la mirada, y, aunque fuese alienígena, Cole pensó que su rostro, en ese instante, parecía el de un niño pequeño a punto de llorar—. No tiene autógrafo.

—Está mirando usted la última página —dijo Cole—. Tiene que abrirlo por el frontispicio.

Copperfield buscó el frontispicio y una mirada de éxtasis casi humano afloró a su rostro.

—¡No sé cómo podría agradecérselo! —dijo.

—Claro que lo sabe —dijo Cole—. Pagándonos al cincuenta por ciento del precio de mercado durante dos años, y ayudándonos a tenderle una trampa a Tiburón.

—¡Ah, sí! —dijo Copperfield con desdén—. Ya lo he hecho. Pero se merece usted todavía más, y tendré que proporcionarle la recompensa adecuada. No puede imaginarse usted lo que esto significa para mí.

—Retrocedamos un par de frases —dijo Cole—. ¿Qué es lo que ya ha hecho usted?

—La
Pegaso
estará aquí dentro de tres días —dijo Copperfield, sin apartar los ojos del libro—. Va a tener usted tiempo más que suficiente para prepararse, ¿verdad que sí?

—Tres días serán suficientes —dijo Cole—. ¿Tiburón, o cualquier otro con quien haya hablado, dijo algo acerca de Donovan Muscatel?

—Ni una palabra —dijo Copperfield—. ¿Es que se han asociado?

—No —respondió Cole—. Tres naves de Muscatel buscan a Tiburón.

—¡Ah! —dijo Copperfield—. Entonces fue él quien atacó Cyrano hace unos días. Lo había oído, pero los detalles que me dieron eran muy imprecisos.

—Tiburón atacó la base de Muscatel, mató a muchos de sus hombres y destruyó una nave.

—Bueno, es una manera como otra de acabar con la competencia —dijo Copperfield—. Claro que hay que empezar por asegurarse de que todos los competidores estén en el mismo sitio. —Finalmente apartó los ojos del libro—. Acabo de darme cuenta de que ha venido usted solo. Espero y deseo que la extraordinaria señorita Twist aún se encuentre entre los vivos.

—Se encuentra bien —dijo Cole—. Pero ahora que usted y yo nos entendemos, he llegado a la conclusión de que ya no necesito guardaespaldas.

—Los guardaespaldas siempre son necesarios —dijo Copperfield—. Y esa mujer es bella, y ciertamente formidable.

—Sí, es una lástima que vayamos a devolverle su nave. Me viene bien tenerla en mi tripulación, sobre todo porque conoce la Frontera Interior.

—Puede que recobrar esa nave no sea tan fácil como usted cree —dijo el alienígena—. Conociendo a Tiburón Martillo, lo más probable es que haga estallar la
Pegaso
y muera en ella con tal de no entregarla.

—Entonces cobraremos los miles de millones que usted va a pagarnos y le comparemos otra nave —dijo Cole.

—¿De verdad está usted decidido a devolverle su nave o proporcionarle una nueva? —preguntó Copperfield.

—Sí.

—Entonces daré por sentado que no sigue usted el mismo camino que Tom Sawyer siguió con Becky Thatcher.

—Se equivoca usted de autor —dijo Cole—. Pero no, no quiero imitarle.

—Pues entonces seré yo quien la pretenda —propuso Copperfield—. Me quito el sombrero ante esa dama. Lo he dicho como figura retórica, por supuesto. En realidad, nunca he encontrado un sombrero que encajase en mi cabeza.

—A mí me parece bien —dijo Cole—. Pero no la haga enfadar, sobre todo si la tiene cerca. —Miró por el estudio—. ¿No tendrá por aquí una radio subespacial? Mi nave se encuentra demasiado lejos para contactar con el comunicador.

—Haré lo que sea por el hombre que ha satisfecho el deseo de mi corazón —dijo Copperfield, e hizo un gesto en el aire con la mano izquierda.

Al instante, un panel que se hallaba sobre su escritorio se desvaneció y una radio ascendió desde el interior y quedó encima del mueble.


Forrice al habla
—dijo el molario—.
Sólo recibo audio. ¿Quieres que activemos el visionado
?

—No será necesario —respondió Cole—. Voy a ser breve. Todavía me encuentro en Meandro-en-el-Río.

—¿
Estás bien
?

—Estoy muy bien, y la
Kermit
también. Quiero que la
Teddy R
. se encuentre aquí dentro de un día estándar.

—¿
Tan cerca del territorio de la República
? —preguntó Forrice.

—Sí.


Te lo he preguntado sólo para estar seguro de haberlo entendido bien
—dijo el molario—. ¿
Algo más
?

—Sí —dijo Cole—. Supervisad el armamento y los escudos defensivos mientras venís. Quiero que, cuando lleguéis, todo se encuentre en perfecto estado.


Lo haremos. ¿Eso es todo
?

—Sí, eso es todo.


Hasta pronto
—dijo Forrice, e interrumpió la conexión.

—¿Quién era ése? —preguntó Copperfield—. No parecía humano del todo.

—Si fuese todavía más humano, sería insoportable —respondió Cole—. Es mi primer oficial.

—¿Cómo se llama, por si necesito contactar con él?

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