—Desde luego, mi muy apreciado Steerforth —dijo Copperfield—. Nos veremos dentro de muy poco. Ah, voy a necesitar un camarote para mí y tres para mi colección. Por cierto, le perdono por haber pervertido a la pobre e inocente Emily.
—¿Qué? —preguntó Sharon.
—Ese episodio tuvo lugar hace tres mil años en Inglaterra —explicó Copperfield—. Y entonces Steerforth era muy joven e impetuoso.
Cortó la conexión.
—Bueno, parece que acabamos de ampliar nuestra tripulación y nuestra biblioteca —dijo Cole—. ¿Algún comentario?
—Sólo uno.
—¿Cuál?
—Será mejor que aprovechemos el escritorio antes de que quede cubierto de libros de Dickens.
Durante los dos días siguientes, la
Teddy R
. se adentró en la Frontera Interior. Transportaba a siete nuevos tripulantes —cinco humanos y dos molluteis—, antiguos empleados de Copperfield, y Cole había confiado su entrenamiento a Toro Pampas y a Idena Mueller. Habían instalado el cañón de plasma. Aunque de mala gana, tuvieron que abandonar el camuflaje, porque vieron que era incompatible con el sistema informático de la nave.
Y el humor de Wilson Cole había empeorado, aunque él mismo no supiera por qué.
Se hallaba en el puente, y Christine Mboya y Malcolm Briggs lo informaban de la situación. Habían localizado una nave pirata en la ruta comercial que enlazaba Binder X con Nueva Rhodesia; otra acechaba en las inmediaciones del sistema Voltaire. Se decía que un nuevo perista que trabajaba en el territorio de la República, a sólo veinte años luz de la frontera, en Benvenuti III, ofrecía el siete por ciento del valor de mercado. El oro subía, los diamantes bajaban, la maquinaria aún andaba solicitada. Un pirata con el inverosímil nombre de Vasco de Gama había declarado que los sistemas Platero y Naraboldi estaban prohibidos al resto de los piratas y estaba dispuesto a defender sus aspiraciones con una flota de cinco naves.
Al fin, Cole sintió que se le nublaban los ojos, se excusó y fue a la cantina, donde pidió una cerveza. Cuando se la hubieron servido, no la tocó siquiera. Aún estaba sentado, inmóvil, con el ceño fruncido, cuando David Copperfield entró en la pequeña sala, lo vio y se acercó a la mesa.
—No lo veo nada contento, mi querido Steerforth —dijo Copperfield, y se sentó frente a Cole.
—He estado mejor.
—Espero que no sufra por mí —dijo Copperfield—. Le aseguro que encontraré el modo de resarcirme de mis pérdidas.
—No sufro en lo más mínimo por usted —respondió Cole—, y en ningún momento he dudado que vaya a resarcirse de sus pérdidas.
—Entonces, ¿qué le preocupa? —insistió Copperfield—. Tal vez pueda ayudarle.
—Lo dudo.
—Vamos a intentarlo, viejo compañero de escuela.
—¿De verdad quiere saberlo? —dijo Cole—. Veo que me voy a pasar treinta o cuarenta años haciendo el pirata, y eso me deprime hasta matarme. Esto no es como en las novelas y los holos. Durante la mayor parte del día tengo la sensación de ser un puto contable.
—Ya, claro —dijo Copperfield—. Dese usted cuenta de que se trata de un mecanismo de defensa. Si no se sintiera usted como un contable, se sentiría como un ladrón, y a hombres honorables como usted y como yo no nos gusta sentirnos como ladrones.
—No querría ofenderle, David —dijo Cole, fatigado—, pero es que usted no es honorable, y tampoco hombre. Usted es un perista.
—Pues claro que soy un perista —dijo Copperfield con cierta dignidad—. La alternativa, para mí, era hacerme pirata, y ambos sabemos que la piratería no es trabajo para personas como nosotros. Me sorprende que no se diera cuenta desde el principio.
Cole lo miró con curiosidad.
—Acabe de explicarse.
—Mírese. Fue usted el orgullo del ejército de la República…
—No me salga ahora con eso —dijo Cole—. Pero, prosiga…
—Vino hasta aquí con los miembros más valiosos de su tripulación, los que le habían sido leales, y con una nave potente que funcionaba de mil maravillas. En la Frontera Interior hay naves que podrían hacer frente a la
Theodore Roosevelt
, pero aún no ha topado con ellas. ¿Y qué ha conseguido en todo el tiempo que lleva aquí? Ha destruido varias naves, ha matado a algunos seres humanos y criaturas a los que había que matar, y ha acumulado algunas piedras que tanto usted como yo sabemos que casi no merecían el esfuerzo. Ésa es la naturaleza de la profesión, mi querido Steerforth. Aunque se aprenda todos los trucos del oficio, siempre va a cobrar sólo una pequeña fracción de lo que valga el botín. Y aunque es cierto que puede negociar con las compañías de seguros, ¿cuántas veces le será posible entrar en el territorio de la República hasta que lo identifiquen y lo capturen? Por lo que me han dicho, ha tenido tratos con compañías de seguros sólo en dos ocasiones, y en una de ellas le salió mal.
—Todavía estamos aprendiendo los trucos del oficio —dijo Cole a la defensiva.
Copperfield negó con la cabeza.
—Usted no lo entiende, Steerforth. En muy buena medida, ya los ha aprendido. Lo que ha hecho hasta ahora es vivir la típica vida de un pirata. —Sonrió—. ¿Por qué se cree que evité la piratería y me hice perista?
—Entonces, me está diciendo que tengo razón, que ésta es la vida que vamos a vivir hasta que nos capturen, o nos maten.
Copperfield sonrió de nuevo, en esta ocasión con una inescrutable sonrisa alienígena.
—Steerforth, Steerforth… —dijo—, ¿cómo puede ser usted tan lerdo, y, al mismo tiempo, tan avispado?
—Es una habilidad que tengo —respondió Cole en tono de ironía—. Dígame de una vez adónde diablos quiere llegar.
—¿Quién le obliga a usted a dedicarse a la piratería? —dijo Copperfield—. Esa vida no está hecha para usted, para ninguno de ustedes, dada su experiencia e instrucción.
—Quizá no lo entendió las cien primeras veces que se lo dije: la Armada no nos quiere, si no es frente a un pelotón de fusilamiento.
—¿Qué Armada? —preguntó Copperfield.
—¡No nos uniremos a la Federación Teroni! —dijo Cole con resolución—. ¡Hemos luchado contra ellos durante toda nuestra vida!
—Salvo cuando luchaban contra la República.
—Le han informado mal. Nosotros no traicionamos a la República. La servimos.
—Hasta que la República les metió en la cárcel —replicó Copperfield.
Cole suspiró hondo.
—Hasta que me metió en la cárcel.
—Nos estamos apartando del tema.
—Nuestro tema era la piratería —dijo Cole.
—Nuestro tema eran las alternativas a la piratería.
—Está descartado que nos pasemos a los teronis.
—No pensaba proponerles semejante cosa —respondió Copperfield.
—Pues entonces no entiendo adónde quiere ir a parar —dijo Cole—. ¿Qué otra posibilidad tenemos?
—¿Quién ha dicho que la República y la Federación Teroni sean los únicos patronos en todo el universo? —prosiguió Copperfield—. A ustedes los formaron para que sirviesen a bordo de una nave militar. He visto que incluso les han enseñado a mis empleados a trabajar como en una unidad del Ejército. ¿No le parece que les ha llegado la hora de recordar quiénes son y dejar de hacerse pasar por piratas?
Cole lo miró fijamente y trató de adivinar qué quería decirle.
—Están apareciendo caudillos regionales por toda la Frontera Interior —dijo Copperfield—. Van a necesitar naves de guerra. La Frontera Interior está plagada de piratas. Sus víctimas necesitan que alguien las proteja. Hay mundos ricos en materias primas que necesitan a alguien que los proteja. No conozco a nadie que no esté dispuesto a pagar por su propia seguridad y la de sus propiedades, o para servir a sus propias ambiciones. ¿Entiende usted lo que le quiero decir?
—¿Mercenarios? —dijo Cole, mientras sopesaba la posibilidad.
—Tienen una nave militar con tripulación militar —dijo Copperfield—. ¿En qué otra posición podrían emplear mejor sus talentos?
—La idea es tentadora —reconoció Cole—. Pero ¿quién nos pagaría? ¿Cómo vamos a encontrarlo?
—No sería necesario que lo buscaran —respondió Copperfield—. Déjelo en manos de su agente comercial.
—¿Usted?
—¿Quién, si no? —Le tendió a Cole la protuberancia que tenía al extremo del brazo—. ¿Un apretón de manos?
—¿Sabe usted, David? —dijo Cole, que se sentía libre por primera vez en varios días—, ni el propio Charles Dickens lo habría hecho mejor.
Cole se encontraba en el puente cuando David Copperfield salió del aeroascensor y fue hacia él.
—¿Y bien? —dijo Cole.
—Por ahora tenemos tres propuestas —informó Copperfield—. Y estoy convencido de que nos saldrán ofertas nuevas casi todos los días. No estamos en la República y no tenemos motivo alguno para ocultar la identidad de la nave ni la de su capitán.
—No sé si habrá sido una buena idea —dijo Cole—. Oficialmente aún se me considera un amotinado.
—Para la mayoría de las gentes de esta región, eso es un valor añadido —dijo el sonriente Copperfield.
—¿Qué clase de paga me van a ofrecer?
—Depende, pero la propuesta menos atractiva supera con mucho a lo que habría podido ganar con la piratería.
—Eso sí que es un consuelo —dijo Cole.
—No deje de prestarme su apoyo, mi querido Steerforth —dijo David Copperfield—. Puede que nos adueñemos de esta maldita frontera.
—No creo que tuviera ningún problema con ello —reconoció Cole.
LOS ORÍGENES DEL UNIVERSO BIRTHRIGHT
Todo empezó en los años setenta. Carol y yo habíamos ido a ver una película tremendamente mala en un cine de nuestra zona, y más o menos hacia la mitad murmuré: «¿Qué hago yo perdiendo el tiempo aquí cuando podría hacer algo interesante de verdad, como, yo qué sé, escribir la historia de la raza humana desde este mismo momento hasta el día de su extinción?» Y Carol me susurró: «¿Pues por qué no lo haces?» Nos levantamos al instante, salimos del cine y esa misma noche escribí el bosquejo de una novela titulada
Birthright: The Book of Man
, que contaría la historia de la raza humana desde que inventó los medios para viajar a una velocidad superior a la de la luz hasta su extinción dentro de dieciocho mil años.
Fue un libro largo. Dividí el futuro en cinco eras políticas —República, Democracia, Oligarquía, Monarquía y Anarquía— y escribí veintiséis historias relacionadas entre sí (
Analog
las llamó «demostraciones», y con razón) en las que aparecían todas las facetas del ser humano, tanto las admirables como las que no lo eran tanto. Dado que cada una de las historias estaba separada de la anterior por varios siglos, no tenían personajes comunes (si no es que consideramos personaje principal al Hombre, con «H» mayúscula, y en tal caso podríais argumentar —o, por lo menos, yo podría argumentar— que mi obra es un estudio de carácter).
Se la vendí a Signet junto con otra obra titulada
The Soul Eater
. La encargada de editar mis libros, Sheila Gilbert, se quedó prendada del universo Birthright y me preguntó si estaría dispuesto a introducir unos pocos cambios en
The Soul Eater
para ambientarla en ese futuro. Estuve de acuerdo, y no necesité ni un día entero para hacer los retoques necesarios. Me pidió lo mismo —esta vez por adelantado— con la serie de cuatro libros «Tales of the Galactic Midway», la serie de cuatro libros «Tales of the Velvet Comet» y
Walpurgis III
. En retrospectiva, veo que tan sólo dos de las trece novelas que escribí para Signet no estaban ambientadas en ese universo.
Cuando pasé a Tor Books, la encargada de la edición de mis libros en esa editorial, Beth Meacham, mostró también mucho interés por el Universo Bithright, y la mayoría de los libros que escribí para ella —no todos, pero sí la mayoría— estaban igualmente ambientados en él:
Santiago
,
Ivory
,
Paradise
,
Purgatory
,
Inferno
,
A Miracle of Rare Design
,
A Hunger in the Soul
,
The Outpost
y
The Return of Santiago
.
Cuando Ace accedió a comprarme
Soothsayer
,
Oracle
y
Prophet
, el encargado de la edición, Ginjer Buchanan, dio por sentado que esas novelas estarían ambientadas en el universo Birthright. Y, por supuesto, lo estaban; cuanto mejor conocía mi futuro de dieciocho mil años y dos millones de planetas, más cómodo me sentía escribiendo sobre él.
De hecho, empecé a ambientar narraciones breves en el universo Birthright. Dos de los cuentos con los que gané el Hugo —«Seven Views of Olduvai Gorge» y «The 43 Antarean Dynasties»— están ambientadas en él, y quizá también otros quince.
Cuando Bantam aceptó mi trilogía Widowmaker, se sabía de antemano que Janna Silverstein, que compró los libros pero se marchó a otra empresa antes de que se publicaran, querría que la acción transcurriera en el universo Birthright. Me lo pidió y yo le dije que sí.
Hace poco le entregué otro libro a Meisha Merlin, ambientado —¿dónde si no?— en el universo Birthright.
Y cuando llegó el momento de proponerle una serie de libros a Lou Anders para la nueva línea Pyr de ciencia ficción, creo que ni siquiera se me ocurrió desarrollar ideas ni historias que no estuvieran ambientadas en el universo Birthright.
El universo Birthright ha tenido tanta importancia en mi carrera que querría recordar el nombre de esa película tan mala que dejamos a la mitad hace tantos años, para escribir a los productores y darles las gracias.
ESTRUCTURA GENERAL DEL UNIVERSO BIRTHRIGHT
La sección más poblada (en términos de estrellas y de habitantes) del universo Birthright recibe siempre el nombre de la organización política que la gobierne en cada momento: primero República, y luego Democracia, Oligarquía y finalmente Monarquía. Abarca millones de mundos habitados y habitables. La Tierra es demasiado pequeña y está demasiado lejos de las rutas principales del comercio galáctico para seguir siendo la capital de los humanos, y así, al cabo de unos dos mil años, la capitalidad se traslada con todos sus pertrechos a Deluros VIII, un mundo gigantesco con una superficie que decuplica la de la Tierra y es casi idéntico en atmósfera y fuerza gravitatoria. Hacia la mitad del período democrático, quizá cuatro mil años a partir de nuestro presente, el planeta entero está cubierto por una gigantesca ciudad. En tiempos de la Oligarquía, ni siquiera Deluros VIII es suficiente para dar cabida a los miles de millones de burócratas que dirigen el Imperio, y Deluros VI, otro enorme planeta, es despedazado en cuarenta y ocho asteroides, cada uno de los cuales alberga uno de los principales departamentos del Gobierno (y cuatro de los asteroides quedan en manos del Ejército).