Cole sonrió.
—Le he dado un nombre en código para que a usted no le resulte difícil recordarlo.
—¿Ah, sí?
—Sydney Carlton —dijo Cole.
—¡Pues ya me cae bien! —exclamó alegremente Copperfield.
—Ya me lo imaginaba —dijo Cole—. Volvamos a nuestros asuntos. ¿Dónde estaba la
Pegaso
cuando contactó con usted? ¿En la Frontera Interior o en la República?
—Ah, en la Frontera, desde luego. Nuestra amiga Olivia Twist tuvo buen cuidado de que todas las naves policíacas y militares de la República la buscaran. —El alienígena miró a Cole—. De pronto lo veo a usted preocupado.
—Lo estoy —respondió Cole—. Se halla usted a unos pocos cientos de años luz de la Frontera Interior. ¿Cómo es que Tiburón cuenta con poder llegar hasta aquí sin que lo identifiquen y lo detengan?
—No lo había pensado —reconoció Copperfield.
—Bueno, pues más le vale que empiece a pensarlo —dijo Cole—. Si contamos con tenderle una trampa, tendremos que saber cómo reconocerlo cuando venga.
Cole llevaba menos de una hora en la
Teddy R
. cuando la imagen de David Copperfield apareció frente a él. Parecía muy alterado.
—¿Qué sucede? —preguntó Cole—. Tenemos su sistema bajo vigilancia. No ha entrado nada desde que me marché.
—Lo he estado pensando mucho —dijo Copperfield.
—¿Y?
—Y he llegado a la conclusión de que ha sido una locura aceptar este trato sin pensar en las consecuencias.
—Nosotros le protegeremos —le aseguró Cole—. La primera vez que lo hablamos ya le dije que lo detendríamos antes de que abandonara el espaciopuerto. No logrará llegar a su casa.
—Usted no lo ha meditado bien, Steerforth —dijo el alienígena.
—Pues explíquemelo.
—Recordará que le dije que Olivia Twist había puesto sobre aviso a todos los que residen entre esta zona y el territorio de la República. La policía y la Armada tienen instrucciones de perseguir y detener a la
Pegaso
.
—¿Y? —dijo Cole, que no acababa de entender adónde quería llegar el alienígena.
—¿Es que no lo entiende? —dijo Copperfield, con el rostro alterado y la voz temblorosa de desesperación—. Si Tiburón consigue llegar a Meandro-en-el-Río, a pesar de que todo el mundo busca su nave, será porque no habrá venido en la
Pegaso
, o porque vendrá suficientemente disfrazado como para engañar a la Armada. Y si ellos no pueden localizarlo, ¿cómo van a hacerlo ustedes?
—Todavía está en la
Pegaso
—dijo Cole con mayor seguridad de la que sentía—. Lleva tres naves de Muscatel pegadas a la cola. No ha tenido tiempo para cambiar de nave. Además, tampoco puede ser que haya abandonado su propio equipamiento de combate.
—¡Pues entonces es que la
Pegaso
ya no debe de ser reconocible! —chilló Copperfield—. ¡Deben de haberle cambiado el aspecto exterior, o la tarjeta de identificación, o lo que sea!
—La reconoceremos —insistió Cole—. Tenemos con nosotros a Olivia Twist. Créame que sabrá identificar su propia nave.
—Steerforth, somos amigos desde los tiempos del internado, pero en esta cuestión no me fío de sus criterios.
—Ahora ya no puede echarse atrás —dijo Cole—. Si contacta con él para que no vaya, se dará cuenta de que usted mismo lo había vendido y luego se ha acobardado.
—¿Y por qué? Le diré que me han informado de un plan para tenderle una emboscada.
—¿Piensa hacerle eso a Olivia Twist? —dijo Cole—. Si fuera así, me vería obligado a contarle a Tiburón que usted nos ha traicionado a todos… primero a él, y luego a Olivia y a mí.
—Sería capaz de hacerlo, ¿verdad? —preguntó Copperfield.
—Sólo si fuera necesario. Créame, lo detendremos en el espaciopuerto.
—¡Pero es que no lo creo! ¡Quiero que me albergue en su nave hasta que esto termine!
Cole negó con la cabeza.
—No puede ser. Tiene que quedarse usted ahí, porque, si no, Tiburón se dará cuenta de que es una trampa. No se me ocurre ningún otro motivo por el que pudiera no esperarle.
—¿No podría subir a su nave y proyectar mi imagen en la oficina, igual que la proyecto ahora para hablar con usted?
—Déjeme que lo piense —dijo Cole—. Lo llamo dentro de un par de minutos.
Cortó la conexión y luego contactó con Val.
—A ver si lo adivino… —fueron sus primeras palabras—. Ya se ha acobardado.
—Sí, lo ha adivinado —dijo Cole.
—Y usted, naturalmente, le ha dicho que tenía que seguir con esto hasta el final.
—Naturalmente. Pero me ha preguntado si podría venir a la
Teddy R
. y proyectar su propia imagen holográfica en el despacho. A mí no me gusta la idea, pero me ha parecido que lo mejor sería consultarlo con usted. Me imagino que la
Pegaso
lleva sensores portátiles capaces de distinguir entre lo uno y lo otro.
—Como casi todas las naves —dijo Val—. Este trasto en el que nos encontramos quizá no, pero las naves de verdad siempre llevan. Pero es que, además, Tiburón no los necesita. Dispone de un par de sentidos que los humanos ordinarios no tienen. Una imagen holográfica no lo engañaría.
—Eso mismo es lo que yo pensaba.
—Pero ¿le dejará que venga a la nave, de todos modos?
—No.
—Bien —dijo Val—. Tendría que habérmelo imaginado. Usted tiene pinta de educado, y blando, pero los blandos no pueden comandar una nave. —Calló por unos instantes y lo miró con curiosidad—. ¿De verdad ganó todas esas medallas de las que se habla?
—Ahora ya no tendrían que hablar sobre ellas —dijo Cole—. Son historia antigua.
—Y también dicen que lo degradaron en dos ocasiones —siguió diciendo ella—. Eso sí que es una prueba de carácter.
—¿De verdad lo piensa?
—Desde luego.
—Le voy a dar un amable consejo —dijo Cole—. Si alguna vez abandona la piratería, no se aliste en el ejército de la República.
—No se encuentra entre mis prioridades —le aseguró ella.
—Está bien. Entonces volveré a hablar con David Copperfield y le daré la mala noticia. —Cole cortó la conexión y contactó de nuevo con Copperfield.
—¿Y bien? —dijo el ansioso alienígena.
—No puede ser —respondió Cole.
—Esto no me gusta, Steerforth. Usted no correrá ningún peligro, aunque no logre identificar esa nave.
—Piénselo bien —dijo Cole—. Si no identificamos la nave, hará usted negocios con Tiburón, y éste se marchará de Meandro-en-el-Río sin enterarse de nada.
De pronto, los ojos alienígenas de Copperfield se ensancharon.
—Sí, claro, eso es cierto, ¿verdad que sí? —Sonrió—. Confío en que no se moleste usted si le digo que preferiría que Tiburón lograse burlar su vigilancia.
—Esa vigilancia también trabaja en beneficio de usted —le recordó Cole—. Y, no, no me molesta.
—Bien —dijo Copperfield, con visible alivio—. Estaba a punto de rebautizar mi mansión como Casa Desolada.
—Así me gusta… que mis aliados confíen en mí.
Cole cortó la conexión y regresó al puente, donde Forrice se hallaba al mando.
—¿Alguna entrada en el sistema durante los últimos minutos? —preguntó.
—Tres cargueros y un monoplaza —respondió el molario.
—¡Maldita sea! —murmuró Cole—. No podemos pasarnos toda la vida aquí. La Armada no tiene ni la mitad de interés por la
Pegaso
que por la
Teddy R
. No tardarán en localizarnos.
—Disculpad que os interrumpa —dijo Sharon Blacksmith, cuya imagen acababa de aparecer entre ambos—, pero ¿de verdad pensáis que habrá tenido tiempo para camuflar la
Pegaso
? Sabemos que la identificaron sin lugar a dudas cuando atacó la base de Muscatel, y podemos imaginar que desde entonces ha estado en guardia por si aparecían las naves del propio Muscatel. No sé cuánto tiempo se puede tardar en camuflar una nave, pero seguro que es más del que él ha tenido.
—Estudiémoslo —dijo Cole—. Hay una manera de camuflarla sin necesidad de posarse en ningún planeta. De hecho, habría podido hacerlo en el hiperespacio.
Contactó con Val.
—¿Y ahora qué pasa? —preguntó ella.
—La tropa que llevaba en la
Pegaso
¿era humana en su totalidad?
—Sí.
—¿Y la de Tiburón?
—Llevaba a un par de lodinitas, y creo que también a un atriano.
—Pero ¿ningún tolobita?
—¿Qué diablos es un tolobita?
—Uno de los miembros de nuestra tripulación, Aceitoso, lo es.
—No, es el primero que he visto en mi vida.
—Gracias. —Cortó la conexión—. Bueno, si no llevan a un tolobita capaz de trabajar en el frío del espacio sin necesidad de equipo protector, no habrán podido camuflarla. Supongamos que tardasen una hora en quitarle las insignias… si es que aún las llevaban después de lo de Cyrano; sería lógico que no fueran proclamando su identidad. Por otra parte, si Tiburón es un pirata todavía más capaz que Val —y tenemos que suponer que lo es, porque, si no, no habría podido robarle la nave—, cabe la posibilidad de que él mismo, o alguien que trabaje para él, hayan cambiado el registro y los códigos de identificación antes de dirigirse a ningún otro planeta.
—Seguramente tienes razón —dijo Forrice—. Así llegamos a la conclusión de que una imagen de la nave sería suficiente para que Val la identificara.
—No, no nos serviría para nada —dijo Sharon.
—¿Por qué no? —preguntó el molario.
—Me entrevisté con ella cuando llegó a bordo, ¿os acordáis? —dijo Sharon—. La
Pegaso
es una nave de la clase M300. ¿Sabéis cuántas de ésas circulan por la Frontera Interior? Le añadieron todo tipo de defensas y armamentos, pero su estructura básica es la de una nave de carga. Acabó de mirarlo con los sensores. ¿Sabéis cuántas naves M300 se encuentran ahora mismo en el sistema? Cinco. ¿Y pensáis destruirlas todas?
—Está bien, está bien —dijo Forrice—. Pues entonces, ¿cómo podemos distinguirlas de la
Pegaso
?
—Mientras discutíais los problemas del Universo, he espiado el espaciopuerto. No se ha presentado nadie que se parezca remotamente al Tiburón Martillo que nos describió Val, así que aún tenemos tiempo.
—Pero entonces sería conveniente que apostáramos a varios hombres allí, porque no estamos seguros de localizarlo antes de que aterrice —dijo Forrice.
—¿Seguro que aterrizará? —preguntó Cole—. ¿Y si emplea una lanzadera?
—Las naves de carga no son como las estelares, Wilson —dijo Sharon—. Están construidas para entrar en las atmósferas y aterrizar. Si no, ¿cómo iban a hacer las operaciones de carga y descarga?
—Pues entonces será mejor que organicemos un grupo para esperarlos en el espaciopuerto —dijo el molario—. Val tendrá que identificarles y…
—Val se quedará aquí —dijo Cole—. Tal vez identifiquemos la
Pegaso
antes de que aterrice, y en ese caso nos convendría tenerla con nosotros.
—Podríamos mandar guardaespaldas a la casa de David Copperfield —propuso Sharon.
—Sí, no nos iría mal —dijo Cole, pensativo—. Pero no sería la solución. Aunque consiga llegar al planeta sin que lo detectemos, Tiburón no se presentará en casa de David con su tripulación entera… y nosotros no nos contentaremos con eliminar tan sólo a algunos de sus hombres, o incluso al propio Tiburón. Tenemos que acabar con toda su tripulación antes de que alguien se entere de lo que ha ocurrido, o pueda identificar a los responsables. Aunque a nosotros nos dé lo mismo, ¿cuánto tiempo pensáis que le quedaría a David Copperfield en su negocio si se supiera que ha vendido a un pirata en beneficio de otro?
—Así pues, Val se queda en la nave —dijo Forrice—. Lo tendrá mucho más fácil para reconocer la
Pegaso
si en algún momento aparece.
—Eso es lo mismo que yo pienso —dijo Cole.
—Entonces, ¿a quién vamos a mandar? —preguntó Forrice.
—Bueno, no podemos ir ni tú ni yo —dijo Cole—. Ni Sharon, ni Christine, ni Val. Creo que podríamos enviar a Toro y a…
—No lo estás pensando bien, Wilson —dijo Sharon.
—¿Eh?
—Tres de nuestros tripulantes deberían tener la primera opción para descender al planeta y enfrentarse a Tiburón si nosotros no lo detenemos —siguió diciendo.
—¡Pues claro! —dijo él—. Que vengan los dos hombres y el pepon que nos llevamos de Cyrano.
Al cabo de un momento tuvo enfrente a Jim Nichols, Dan Moyer y Bujandi.
—Les he convocado para asignarles una misión —dijo Cole—. Tiburón Martillo se dirige a Meandro-en-el-Río. Nuestra intención es detenerlo antes de que aterrice, pero puede que haya camuflado de algún modo su nave, y, si tiene alguna idea de lo que le aguarda, puede que haya preparado maniobras de distracción. Por ello, quiero que algunos de los nuestros lo esperen en la superficie, por si se nos escapa. Tendrán carta blanca para emprender las acciones que consideren necesarias, con tal de que no escape con vida. Pero quiero que sepan que es posible que las autoridades locales, e incluso la Armada vayan por ustedes antes de que hayan logrado regresar a la
Teddy R
. Por ello, esta misión no es obligatoria. Necesito voluntarios, y, a la vista de lo que ocurrió en Cyrano, me ha parecido que tenía que darles a ustedes la primera opción.
Los tres se presentaron voluntarios, y Cole les dijo que tomaran la
Alice
y partieran hacia el planeta después de recoger sus armas en la armería.
—¿Y ahora qué? —preguntó Forrice.
—Ahora esperaremos.
—¿Eso es todo? ¿Vamos a esperar?
—Mi experiencia en la guerra es que el noventa y nueve por ciento se reduce a esperar… y, cuando llega el otro uno por ciento, nos lamentamos de que la espera haya terminado —dijo Cole.
Pasaron las horas.
—Capitán —dijo Christine Mboya tras consultar una vez más los sensores—, el tráfico de naves que entran en el sistema se ha intensificado mucho.
—¿Naves militares? —preguntó Cole.
—No me lo parece, señor.
—¿Ni rastro de la
Pegaso
?
—No, señor —respondió ella—. Pero me dijeron que tal vez no se parecería a la descripción que nos hizo Valquiria.
—¿Estás espiando todas las transmisiones del espaciopuerto? —preguntó Cole.
—Sí, señor, las entrantes y las salientes.
—Muy bien. Póngame de nuevo con David Copperfield.
Al cabo de un instante, la imagen de Copperfield apareció en el puente.