Siempre Unidos - La Isla de los Elfos (24 page)

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No obstante, no le hacía ni pizca de gracia que hubiera un refugio para los elfos. Podía aceptar que se le prohibiera la entrada en Arvandor, pero no estaba dispuesta a tolerar que hubiese un lugar en este mundo fuera del alcance de sus oscuros seguidores.

Pero, por mucho que cavilara, no se le ocurría ningún modo de atacar la isla. Siempre Unidos estaba tan lejos de su alcance como el mismo Arvandor; las mismas barreras mágicas que protegían el Bosque Sagrado del Olimpo de los dioses del mal guardaban la isla de los elfos.

Eso la enojaba, pues era un insulto más de Corellon La-rethian. La diosa oscura juró que, con el tiempo, hallaría el modo de destruir Siempre Unidos. Toda la antigua animo­sidad que sentía hacia Corellon se concentró en ese nuevo objetivo.

Pero había otros asuntos que requerían su atención inme­diata. Los elfos oscuros habían sido expulsados de la superfi­cie, y había un nuevo territorio por conquistar, nueva magia por aprender. Ahora los descendientes de Ka'Narlist y Lloth recibían el nombre de drows, y eran un pueblo tan malvado y temible como Lloth había deseado. Con el tiempo, ten­drían suficiente poder para abandonar su mundo de oscuri­dad y reclamar todo Aber-toril. Entonces, exterminarían a los hijos de Corellon que habitaban en la superficie. Una vez hecho esto, sería un juego de niños invadir y conquis­tar Siempre Unidos, por muy encantada que estuviera. Sí, Lloth tenía mucho que hacer en las madrigueras y las ca­vernas de la gran Antípoda.

Mientras tanto, necesitaba un agente a su servicio en el mundo de la superficie. Los ilythiiris que hacían incursio­nes en las regiones más septentrionales regresaban a me­nudo con información sobre la existencia de tribus de bár­baros humanos —temibles guerreros que adoraban tótems tallados con figuras de animales— y a veces del Señor de las Bestias, que mandaba sobre ellos. Al parecer, a su viejo amigo Malar las cosas empezaban a irle bien.

Quizá, se dijo Lloth, ya era hora de que hiciera una visi­ta al Gran Cazador, para avivar de nuevo en su corazón la llama de la venganza. «Dejemos que gaste su energía y sus esfuerzos en acosar el "hogar de los elfos" mientras yo me ocupo de otros asuntos.»

¿Y por qué no? Sólo tenía que darle un ligero empujón en la dirección correcta. Malar contaba con los suficientes recursos para hacer un buen trabajo, pero Lloth no creía ni por un instante que el Señor de las Bestias fuera capaz de completar la tarea y arrebatarle a ella el momento de la venganza. Aunque Malar había ganado en astucia y fuerza desde que atacara a Corellon, le faltaba poder para desafiar él solo a las fuerzas del Seldarine.

No obstante, unos cuantos siglos de tormento a manos del Señor de las Bestias le facilitaría a ella la conquista de Siempre Unidos.

3 del mes de Ches de 1368 CV

Saludos, Dando Thann, amado sobrino de mi amado Khel-ben, de parte de Laeral Manoplata Arunsun.

Dan, querido amigo, gracias por tu carta y por la maravi­llosa y tonta cancioncilla que compusiste para mí. No te ima­ginas con qué alegría recibo cualquier escrito que me anime, pues mi estancia en Siempre Unidos no fue de color de rosa.

No me mal interpretes; me considero afortunada de poder contarme entre elpuñado de humanos a los que se permite ac­ceder a la isla. Ya sabes que desde hace tiempo me une una re­lación de amistad con su reina. No soy la única de las Siete Hermanas que tiene tratos con la reina Amlaruil. El hijo de mi hermana Tórtola fue acogido aquí, y lo protegieron de los muchos que pretendían hacerle daño para perjudicarla a ella. Mi sobrino fue educado en las costumbres elfos y ahora vive de manera pacífica y honorable como vigilante de las florestas cercanas al Valle de las Sombras. Lo que no sabes es que tam­bién mi hija encontró refugio en la isla de los elfos.

Ojalá hubiera podido ver tu cara al leer esta última fiase. Supongo que no sabías que tengo una hija; muy pocos lo sa­ben. Pensé que sería mejor ocultarlo. Lo que no podía prever, aunque quizá debería haberlo hecho, es que mi indómita y hermosa Maura hallaría la manera de darse a conocer a to­dos. El hecho de que lo hiciera sin ser consciente de ello aún empeora más la situación.

Pero estoy empezando la casa por el tejado. Voy a empezar de nuevo, y esta vez por el principio.

Tú conoces mi historia mejor que la mayoría. Durante mu­chos años viajé con la banda de aventureros conocida como los Nueve. Juntos encontramos la Corona Astada y yo, en mi orgu­llo, decidí que con fuerza de voluntad y con mi magia podría contrarrestar el mal que percibía en ella. Me puse la Corona, y ésta me esclavizó. Pasaron los años, años terribles durante los cuales me convertí en la Mujer Salvaje, en la Bruja del Norte. Recuerdo muy poco de esos años, y lo prefiero así. No obstante, hay cosas por las que daría siglos de vida por recordar. Y una de ellas es Maura.

No me acuerdo de cómo fue engendrada. No sé quién fue su padre ni recuerdo nada de los meses que la llevé en mi seno. De su nacimiento, no puedo decirte gran cosa; sólo recuerdo una terrible tempestad fiera de mi cueva, una voz tranquili­zadora a mi lado y los berridos de un bebé, que no sé qué cara tenía. Mi hermana Tórtola me encontró en esa penosa situa­ción y me ayudó, y luego se llevó al bebé a Siempre Unidos para que lo protegieran y cuidaran. En mi locura, yo no podía hacerme cargo de mi hija, y nadie en Faerun osaba hacerlo. Nadie sabía cómo podría haber afectado a la pobre pequeña la Corona Astada. Ése fue el legado que di a mi hija.

Pero en Siempre Unidos Maura salió adelante. La magia sa­nadora de ese fabuloso país limpió cualquier mácula que pu­diera haberle transmitido la maléfica corona. Maura creció tan fiera e indómita como cualquier elfo del bosque, aunque con­servando su personalidad. Posee una belleza radiante, tan viva y extraordinaria que sobresale entre los elfos como una rosa es­carlata entre campanillas de invierno. Maura no heredó el ca­bello plateado que poseemos mis hermanas y yo; ella es morena y de aspecto exótico. Quién sabe cómo era su progenitor. Elpálido tono dorado de su piel y sus exuberantes curvas me sugieren san­gre meridional; pero sus pómulos pronunciados y sus ojos al­mendrados remiten a un antepasado elfo, aunque también es posible que los haya heredado de mí. Me avergüenza confesar que tiene un poco de mi vanidad y de mi tendencia a dramati­zar. Su comportamiento y su gusto en el vestir resultan muchas veces extravagantes. Aparte de su amor por la esgrima —es una magnífica luchadora— tiene muy poco en común con los elfos. De hecho, fui a Siempre Unidos con la idea de traerla a casa, ahora que ya es una mujer hecha y derecha.

Pero, para mi consternación, me encontré con que mi in­quieta e impaciente Maura ya no desea marcharse. Se ha ena­morado de un elfo, un elfo cuyo nombre y posición sugieren que nada bueno puede salir de su unión. Recientemente has conocido a ese elfo a través de carta: Lamruil, príncipe de Siempre Unidos.

No necesito decirte lo disgustada que está la reina Amlaruil. Sabes pe fectamente que la reina perdió a su hija favorita, Am-nestria, por el amor a un humano, y que durante muchos años se negó a aceptar la existencia de la hija semielfa de ésta. Incluso ahora, aunque en privado sólo tiene elogios para Arilyn, no puede reconocerla como nieta, ni permitir que ponga un pie en la isla. Los elfos de Siempre Unidos, sobre todo los elfos dorados, se tomarían la presencia de Arilyn como una terrible amenaza ha­cia todo lo que aprecian, especialmente porque por sus venas co­rre sangre real. No creas ni por un instante que mi amistad con la reina, o mi posición como amiga de los elfos, ni siquiera el he­cho de ser una de las Elegidas de Mystra, convierte a mi hija en una esposa aceptable para un príncipe de Siempre Unidos. Mau­ra le daría hijos semielfos, y eso se consideraría una tragedia.

En tu carta me pedías que te ayudara a comprender por qué los elfos repudian a los seres de sangre mezclada. Es una pre­gunta muy complicada, pero la respuesta dice mucho sobre la naturaleza y el modo de pensar de los elfos de Siempre Unidos.

Tú amas a una semielfa, por lo que habrás sido testigo del dolor que sienten todos los seres que viven a caballo entre dos mundos. Es algo que conozco bien, pues mi madre era una se­mielfa y tan desesperada estaba por encontrar su lugar, que ac­cedió con regocijo ser el avatar de Mystra, a fin de que sus hijas fueran —como ella misma— más y menos que humanas.

Si a mí me aceptan en Siempre Unidos es porque mi sangre elfa no se manifiesta; quizás está oculta bajo el manto de Ele­gida de Mystra. Por amor a mí, Amlaruil accedió a acoger al hijo de Tórtola y a mi hija, pero sólo a condición de que su sangre elfa se mantuviera en secreto.

Deja que te cuente cómo nos conocimos la reina y yo. Yo es­taba ensimismada, en un estado elfo parecido a soñar des­pierto y que resulta más reparador que dormir. Cuando era niña caía a menudo en ese estado. Para mí no era una simple siesta, sino toda una aventura. Ya entonces los fuegos platea­dos de Mystra ardían con fuerza en mi interior, y era capaz de hacer cosas fuera del alcance de un mago completamente hu­mano. En mis ensoñaciones solía deslizarme dentro del mismo Tejido y podía sentir a los seres que formaban su urdimbre. La mayoría eran elfos, claro está, ya que aunque los magos hu­manos usan el Tejido, los elfos forman parte de él de un modo que un humano no puede llegar a comprender.

En uno de esos viajes conocí a Amlaruil. Debes tener en cuenta que el vínculo que une a Amlaruil con el Seldarine es tan fuerte como el mío con Mystra. La reina se sorprendió al en­contrarse con una niña en estado de ensimismamiento y se quedó perpleja de que alguien tan joven poseyera tanto poder. Después de esa primera vez, nos reunimos a menudo y, antes de llegar a vernos cara a cara, ya nos teníamos un cariño fraternal.

Recuerdo mi primer viaje a Siempre Unidos. Amlaruil me envió una runa elfa, un anillo que me permitiría despla­zarme a la isla con el pensamiento. Nunca olvidaré la descon­certada mirada de la reina la primera vez que me vio.

Ya sabes qué vio: una muchacha más alta que muchos hom­bres, pero esbelta, con ojos color verde plata y abundante cabe­llo plateado. Probablemente soy distinta de la mayor parte de mujeres pero, aun así, soy evidentemente humana. Por pri­mera y última vez vi cómo la futura Reina de Todos los Elfos perdía la compostura.

«¡Una N'Tel-Quess! —me espetó, dedicándome el encanta­dor epíteto de "no persona".»

«Soy Laeral —respondí yo mentalmente. No necesitaba decir más. Yo soy como soy, y no puedo ser de otro modo.»

Amlaruil asintió, como si lo hubiera oído y hubiera seguido mi mudo razonamiento.

«¡Pero viajas por el Tejido, y hablas élfico!»

«Mi madre era medio elfa —le contesté para explicar tales proezas.»

Su rostro se convirtió al punto en una máscara de cortesía y dijo con mucho sentimiento: «Cuánto lo siento».

Yo rompí a reír, no pude evitarlo. Amlaruil había hablado con el tono que cualquier persona bien educada utilizaría cuando se le comunica una tragedia personal o una desgracia familiar. Así era como Amlaruil consideraba a los semielfos. Supongo que no ha cambiado, y en eso actúa como una típica elfa de Siempre Unidos.

¿Qué voy a hacer con mi Maura? Es tan testaruda y obsti­nada como yo, y eso no presagia nada bueno para ella ni, puestos a ello, para Siempre Unidos. ¿Quépasará si Lamruil debe asumir el trono? Todos los elfos, sobre todo los clanes de elfos dorados, la rechazarán como reina. En realidad, es poco probable que acepten a Lamruil, con o sin Maura. Al igual que su amor, el príncipe es «demasiado humano».

Dan, amigo mío, si supieras cuánto temo por el pueblo de Siempre Unidos... Su espléndido aislamiento es algo frágil y delicado. Al igual que tú, yo no creo que pueda durar; elcam­bio es inexorable, inevitable. Con tiempo, las olas erosionan incluso las rocas más sólidas. Y los elfos, pese a su sabiduría y su longevidad, parece que no lo entienden. Tal vez una unión entre Lamruil y Maura los obligaría a abrir los ojos al mundo que los rodea.

O tal vez aceleraría lo que muchos elfos tanto temen: elfin de Siempre Unidos y el ocaso de los elfos.

¡Oh, Dan, ojalá lo supiera! Ojalá hubiera podido conservar a mi hija, ojalá la hubiera podido criar yo misma, lejos de esa isla en apariencia inviolable, pero en realidad tan frágil. Ojalá me la hubiera llevado antes, antes de que su indómita belleza cautivara a Lamruil. Y ojalá estuvieras aquí para con­tarme historias, cantarme estúpidas cancioncillas y hacerme reír, como siempre haces.

Mucho temo que mi carta no responde a tus preguntas, pero quizá mi historia sirva para arrojar un poco de luz sobre el carácter de Siempre Unidos. Los elfos crearon Siempre Unidos porque deseaban seguir siendo lo que son. Pero su historia es una lucha constante entre aquellos que se afierran a las antiguas tradiciones y aquellos cuyos atrevidos cambios han dado forma a Siempre Unidos. Incluso la monarquía fue en un principio una idea radical. Todavía quedan elfos que lo creen, y que secre­tamente desean el restablecimiento del Consejo de Ancianos. La batalla entre permanencia y cambio sigue vigente.

Es una constante que se repite a lo largo de toda la historia elfa. En ningún lugar es más evidente que en Siempre Unidos, y en nadie se encarna mejor que en la figura de un semielfo. Empieza por aquí para comprender la naturaleza de este país.

Muy pronto regresaré a Aguas Profundas, sin Maura me temo. Mientras tanto, da un beso de mi parte a tu tío Khel-ben. A él le sentará fatal y tú te divertirás. Espero que así estés de humor para cantar para mí. Hablando de cantar, prepá­rate para hacerlo lo mejor, y lo peor, que puedas. Después de mi estancia en Siempre Unidos, necesito desesperadamente es­cuchar una interpretación entusiasta de «Sune y el Sátiro». Créeme si te digo que, aunque viviera las parrandas que allí se describen, mi desesperación no disminuiría ni un ápice. Dime, ¿crees que podríamos persuadir a Khelben para que se uniera a la fiesta? No, yo tampoco lo creo.

Con todo mi cariño,

Laeral

Preludio
La llegada del ocaso
13 del mes del Mirtul, 1369 CV

El príncipe Lamruil entró tranquilamente en la gran sala en la que su madre recibía a la corte, perfectamente consciente de los muchos pares de ojos que lo seguían con mirada reprobadora.

No había pasado mucho tiempo en Siempre Unidos, pues, a instancias de la reina Amlaruil, partió para el conti­nente para embarcarse en una aventura que le despertaba muy poco entusiasmo. Pero el tiempo que pasó fuera es­tuvo más lleno de incidentes y su tarea había sido más ab­sorbente de lo que creyó que sería. No obstante, eso no en­frió la pasión que él y Maura sentían, que es lo que su madre esperaba. Pero, al menos, la reina tenía la satisfac­ción de saber que había impedido que la noticia se propa­gara. Los dioses eran testigos de que Lamruil ya había he­cho suficiente para escandalizar a la corte.

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