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Authors: Josephine Angelini

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

Predestinados (18 page)

—No puedo. Tengo que ir a casa —admitió Helena con un tono decepcionado mientras jugueteaba con unas pacanas empapadas.

—Es ridículo. Tú no te vas a ningún lado —espetó Lucas.

—No, de veras. Tengo que ir a casa, coger el todoterreno e ir a recoger a Kate y a mi padre al aeropuerto.

—Cualquiera de nosotros puede hacerlo por ti —agregó Ariadna levantándose del banco que tenía Helena a su derecha.

—Siéntate, Ari, aún estás agotada por la sanación. Y ni se te ocurra pensar que el colorete que llevas puede engañarme —añadió Pandora con los ojos brillantes y meneando el dedo índice a modo de negación, lo cual hizo tintinear sus decenas de brazaletes—. Me encantaría ir a recogerlos y conocer a tu padre, Helena.

—¡No! —gritó ella perdiendo los nervios. Cuando logró controlarse, continuó en un tono más amable—: Mi padre no tiene la menor idea de todo esto. Por favor. Es muy amable de vuestra parte, pero os agradecería que me llevarais a casa.

Era incapaz de alzar la cabeza, pero sabía que toda la familia Delos estaba lanzándose miradas elocuentes entre ellos. Ariadna acarició la mano de Helena y abrió la boca para decir algo, pero Lucas se le adelantó.

—Yo te llevaré a casa —anunció mientras se deslizaba del banco y empujaba a Helena consigo cogiéndola de la mano—. Vamos.

—No estás en condiciones de conducir —dijo Noel sacudiendo la cabeza mientras Lucas se acercaba a ella con una sonrisa pícara y maliciosa.

—Voy a ir en coche, no volando —comentó. Inesperadamente, Lucas abrazó a su madre con un movimiento rápido y ágil y la besuqueó en la frente. No debía de ser muy cómodo, pero era lo bastante divertido para que Noel se echara a reír y admitiera, al fin, que su hijo estaba recuperado para conducir.

Helena procuró dar las gracias a todos los miembros de la familia Delos, pero tras unos instantes de agradecimientos, Lucas fingió que se aburría y empezó a imitar el sonido de unos ronquidos, la cogió por la mano y la arrastró por la cocina diciendo:

—Sí, sí. De todos modos, mañana volverás a estar por aquí. —¿Qué? —dijo Helena algo aturdida mientras Lucas la guiaba hacia un gigantesco garaje repleto de coches estrambóticos y al alcance de muy pocos.

La llevó bruscamente hasta un pequeño Mercedes descapotable de estilo clásico y puso en marcha el vehículo mientras pulsaba el botón para deslizar la capota.

—Volverás mañana por la tarde —repitió tras unos instantes, respondiendo así a su pregunta mientras pisaba el acelerador y ambos se alejaban de la finca de los Delos en dirección a la calle Milestone.

—No puedo. Tengo entreno —le recordó Helena.

—Yo tengo fútbol, así que te recogeré cuando los dos hayamos acabado. Y también puedo pasarte a buscar por casa por la mañana, si quieres.

—Tenía entendido que te habían expulsado del equipo.

—Ese asunto ya está casi solucionado —anunció con una sonrisa de oreja a oreja—. Mira, solo digo que he visto como juegan el fútbol los chicos del instituto, y, créeme, nos necesitan, a mis primos y a mí.

—Tu arrogancia debería ofenderme, pero lo cierto es que yo también he visto jugar al equipo de fútbol —dijo Helena—. De todas formas, no puedo pasar por tu casa mañana. Los lunes por la noche trabajo.

—El martes, entonces —replicó Lucas.

—No puedo. Tengo que hacerle la cena a mi padre —respondió rápidamente Helena.

—El también está invitado. A mi madre le apetece conocerle —comentó Lucas algo inseguro—. ¿No quieres venir a casa?

—No es eso —reculó Helena, sintiéndose culpable y frustrada sin saber muy bien el motivo—. Mi padre no querrá, ¿de acuerdo?

Helena desvió la mirada hacia la ventanilla y observó el campo de golf mientras Lucas le agarraba la mano y la sacudía con ternura para hacer que se girara hacia él.

—Nadie le contará nada a tu padre a menos que tú quieras —comentó sin dejar de mirar a la carretera.

—No es eso. Lo que ocurre es que no le gusta que salga entre semana —confesó.

Lucas frunció el ceño sin apartar la mirada de la carretera. A medida que pasaban los minutos sin que ninguno de los dos dijera nada, Helena se percató que el humor del chico estaba yendo de mal en peor.

—No. Esto no va a funcionar —anunció de repente, aparcando el coche en la acera. Debía hablar con Helena cara a cara cuando Lucas advirtió el miedo en el rostro de la chica, tomó aliento temblorosamente para tranquilizarse antes de hablar—: No sé si mi padre te lo ha explicado, pero las distintas castas son descendientes de dioses diferentes —empezó.

—Sí, dijo algo parecido a eso —respondió Helena en voz baja. Le daba la impresión de estar en el despacho del director. El joven intentó esbozar una sonrisa, pero al fin se rindió.

—La casta de mi familia, la de Tebas, desciende de Apolo. Se conoce, ante todo, como el dios de la Luz, pero también fue el de la Música, de la Curación y de la Verdad. Los descubre mentiras, vástagos que presienten calumnias o falsedades, son muy poco comunes, pero yo soy uno de ellos. Reconozco una mentira en cuanto la oigo, y si proviene de alguien cercano a mí, no puedo soportarlo. Así que no puedes engañarme, Helena, Nunca. Si no quieres contarme la verdad, por favor, por mi propio bien, no digas nada —suplicó.

—¿Te duele? —preguntó Helena con curiosidad.

—He intentado explicarle la sensación a Jase miles de veces, no consigo transmitírsela. ¿Sabes cuando has perdido algo muy importante para ti y no consigues encontrarlo? Pues la percepción es parecida, pero mucho peor. Cuanto más tardo en averiguar la verdad, más me desespero. No puedo parar de escarbar y escarbar hasta hallarla…

—Solo necesito algo más de tiempo para asimilar todo esto —se apresuró en admitir Helena—. Aún no estoy preparada para contarle a mi padre… mi secreto, o el de mi madre, porque la verdad es que no tengo la más remota idea de cómo va a reaccionar. Si quieres que sea sincera, no sé si algún día llegaré a contárselo. Lo único que sé es que necesito tiempo para recapacitar y asumir todo esto. Unos días, al menos.

El rostro de Lucas se relajó de inmediato y al fin soltó la respiración contenida.

—¿Por qué no me has dicho eso desde el principio?

—Porque es… es muy… —empezó Helena, pero no lograba encontrar las palabras apropiadas para describirlo.

—Muy crudo. Es como ir desnudo por ahí —acabó Lucas.

Helena asintió.

—Bueno, lo siento. Pero conmigo tienes que ser sincera o callarte.

Soltó el freno, puso el coche en marcha y se incorporó al tráfico otra vez.

En cuanto pudo dejar de girar el volante, tomó la mano de su acompañante y la sujetó sobre su pierna. Empezaba a anochecer, de modo que Lucas encendió las luces, aunque prefirió dejar el volante que soltarse de la mano de Helena.

Lucas aparcó en la entrada de la casa de Jerry y Helena, justo detrás del
Cerdo,
y apagó el motor y las luces.

—Quédate aquí un segundo —ordenó antes de apearse de un brinco del vehículo para desaparecer entre la oscuridad que reinaba en la parte trasera de la casa.

Helena estiraba el cuello cada dos por tres para intentar localizarlo mientras esperaba, pero no percibía ni un sonido, ni siquiera el de sus pasos. Estaba algo molesta porque Lucas se había escapado corriendo de aquella forma, así que decidió bajarse del coche y avanzar hasta el
Cerdo
para tener una mejor perspectiva. Encontró su bolso tirado en el suelo, justo detrás del neumático delantero. Ups. Lo recogió y pescó su teléfono móvil. Tenía más de una docena de llamadas perdidas.

Cuando rescató su móvil cayó en la cuenta de que, tan solo dos días atrás, alguien la había atacado y, de repente, adivinó que su atacante no había sido Héctor, ni Lucas, tal y como había asumido aquella noche. Ahora que podía recordar sin que las furias la molestaran, se percató de que aquella noche había alguien más esperándola cuando llegó a casa. Alguien con los brazos fuertes y enjutos, una mujer, advirtió al recordar el inconfundible aroma de los productos de belleza. Su agresora la había atacado por detrás, pero la llegada de la familia Delos la asustó y huyó de inmediato. Lucas envió a Ariadna y a Jasón tras ella, pero seguramente la desconocida había logrado escapar, pues nadie la había mencionado durante todo el fin de semana. Las sorpresas de los últimos días habían provocado que olvidara por completo el ataque.

—¿Lucas? —llamó mientras se dirigía hacia las sombra que ennegrecían la parte trasera de la casa. Estaba tardando demasiado. De pronto, oyó un ruido sordo detrás de ella.

—Te pedí que te quedaras en el coche. Es por tu propia seguridad, Helena —dijo Lucas con frustración.

Ella se giró mientras gesticulaba aún con el teléfono en la mano.

—¡Esa mujer! Estás buscando a la mujer que se abalanzó primero sobre Kate y después me atacó —anunció Helena cuando al fin comprendió lo que sucedía—. Ella también es un vástago. ¡Tiene que serlo!

—Sí, por supuesto que lo es… —interrumpió Lucas—. Pero escúchame: son dos, Helena. Son dos mujeres distintas las que te persiguen, pero todavía no hemos logrado atrapar a ninguna.

Un par de luces los deslumbraron. Un vehículo estaba aparcado delante de la casa de los Hamilton. Lucas se colocó delante de Helena, como si pretendiera protegerla, y miró a través de los destellos cegadores, que impedían a la chica ver quién conducía el coche.

—Es tu padre —anunció Lucas.

—¿Helena? ¡Estás aquí! ¿Dónde demonios te habías metido? —gritó Jerry mientras se apeaba del coche sin que el conductor hubiera echado aún el freno. Hacía años que la joven no veía a su padre tan enfadado—. No he parado de llamarte. ¡Nunca llegas tarde! ¡Pensé que te habría ocurrido algo!

—¿Qué hacéis aquí? —chilló Helena.

—Conseguimos un vuelo que salía antes. ¿No has recibido ninguno de mis mensajes?

—Yo…

Con el teléfono móvil en la mano, la voz de Helena se fue apagando poco a poco. Tenía que inventarse algo rápido, pero sabía que era una mentirosa horrible. Empezó a dejarse llevar por el pánico. Lucas le arrebató el teléfono y, de inmediato, se produjo un crujido apenas perceptible.

—Su teléfono está roto —dijo Lucas entregándole a Jerry el teléfono de su hija para que pudiera comprobarlo con sus propios ojos—. Al ver que no contestaba ninguna de mis llamadas, decidí pasarme por su casa para comprobar que estaba bien y la encontré de camino al aeropuerto.

Helena miraba estupefacta a Lucas, con la boca abierta y preguntándose cómo alguien que exigía sinceridad ante todo a su entorno podía inventarse una mentira tan rápido.

—Pero ¿qué has hecho, Len? —preguntó Jerry con voz consternada mientras examinaba el mejunje de plástico pulverizado y microchips—. Estaba nuevecito, casi sin estrenar.

—¡Lo sé! —exclamó ella de modo tajante—. Menuda calidad, ¿no crees? Lo siento, papá. No sabía que llegarías más pronto. Te lo prometo.

—Oh, no pasa nada —perdonó Jerry un tanto avergonzado ahora que la preocupación se había desvanecido por completo. Padre e hija se sonrieron y todo quedó en el olvido. En ese instante, Jerry se dirigió a Lucas—: Me resultas familiar —comentó en tono misterioso.

Hasta ese instante, el padre de Helena había hecho caso omiso a la presencia del joven Delos; al verlo, de inmediato desconfió de él. Durante un segundo, ella le vio con los mismos ojos de su padre: un jovencito atractivo con pinta de rompe corazones, demasiado corpulento y excesivamente bien vestido y que conducía un vehículo demasiado caro. En definitiva, un chico que, a primera vista, no caería bien al padre de ninguna jovencita.

—Lucas Delos —se presentó ofreciéndole la mano.

—¿No era este chico al que odiabas tanto? —le preguntó Jerry a su hija sin rodeos mientras estrechaba la mano del joven.

—Bueno, ya lo hemos solucionado —respondió Helena en voz baja.

—Bien —soltó Jerry. Después se dio media vuelta, pasó por delante del despampanante descapotable de Lucas y se dirigió hacia el taxi para pagar la cuenta y recoger las maletas—. O quizá no —corrigió.

Helena aprovechó ese momento para señalar con un gesto de ceja el teléfono móvil.

—¿Y qué pasa con esa mujer? ¿Cómo piensas contarme el resto de la historia ahora? —susurró con tono desesperado— . Si utilizo el teléfono de la cocina, mi padre escuchará la conversación.

—Lo siento —respondió Lucas con el mismo tono de voz—, es lo único que se me ha ocurrido.

—Mañana —amenazó Helena— quiero conocer el resto de la historia.

—Te recogeré media hora antes de las clases. Iremos a tomar un café —prometió Lucas.

—¿Qué pasa? —quiso saber Jerry.

—Lucas tiene que irse a casa a cenar —respondió Helena. El chico gesticuló una horrorosa mueca al percibir la mentira, pero pilló la indirecta enseguida.

—Un placer conocerle, señor Hamilton —se despidió antes de encaminarse hacia el coche.

—Maldita sea, cómo desearía que tuvieras acné en la cara. O que no te creciera el pecho —replicó Jerry.

—¡Papá! —se enfurruñó Helena, avergonzada—. Buenas noches, Lucas —se despidió como si estuviera excusándose.

—Buenas noches, Helena —respondió en voz baja, con los ojos brillantes.

—De acuerdo, ya basta. Para casa, Helena —ordenó Jerry con una sonrisa nerviosa mientras empujaba suavemente a su hija hacia la puerta principal—. Creo que preferiría que le odiaras.

Escuchó que Lucas se reía entre dientes mientras ponía en marcha el coche. Ese sonido tan cálido hizo que esbozara una dulce sonrisa.

Lucas se tomó su tiempo en volver a casa. Necesitaba algo de tiempo para reflexionar y tomar el control antes de enfrentarse a toda su familia. Aunque no le sirvió de mucho. Casandra y Jasón siempre se habían mostrado comprensivos con sus sentimientos, pero ahora le vigilaban continuamente y no le quitaban el ojo de encima en ningún momento. Desde el día en que vio a Helena por primera vez, en el pasillo del instituto, los dos empezaron a preocuparse por él. Y, visto lo visto, la situación parecía ir a peor. De hecho, ya había empeorado. Sin duda, le invitaría a tener una larga charla entre primos, pero Lucas no tenía la paciencia para ello. No quería la compasión de nadie; lo único que deseaba era estar solo por una vez en la vida.

Lucas aparcó el coche en el garaje y se quedó sentado, con el motor apagado, durante unos minutos, intentando ordenar sus pensamientos. Le daba la impresión de que, desde hacía varios días, todas sus emociones estaban sujetas con resortes y que si deslizaba la lapa, saldrían volando como el confeti de una piñata de cumpleaños. Sabía, sin duda alguna, que en estos momentos no podría soportar ver a Casandra, aunque, con la misma seguridad, intuía que estaría esperándole. Se bajó del coche, cruzó el jardín a pie y despegó para volar hasta el balcón de su habitación, evitando así a su hermana pequeña.

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