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Authors: Josephine Angelini

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

Predestinados (19 page)

Desde luego, ella sospechó que haría tal cosa, así que al aterrizar en la terraza descubrió a Casandra sentada en el sofá de su habitación. Lucas esbozó una sonrisa de arrepentimiento incluso antes de abrir la ventana. Más le valía procurar ser mejor estratega que su hermanita.

—No quiero hablar sobre esto, Cassie —confesó con la esperanza de que su voz sonara paciente pero firme a la vez.

—Tú no eres el indicado para decidir sobre tal cosa —respondió Casandra con tono triste.

—No. Somos vástagos. Supongo que no podemos tomar ninguna decisión, ¿me equivoco? —dijo con amargura mientras entraba planeando por la ventana y antes de aterrizar sobre la alfombra.

El peso de la gravedad regresó al cuerpo de Lucas en cuanto sus pies rozaron el suelo.

—Has tardado —le regañó Casandra con tono insinuante.

—Me quedé por la zona un rato, vigilando el vecindario en busca de alguna pista de esas mujeres —dijo como si nada. Y lo cierto es que no estaba diciendo ninguna mentira.

—Te lo dije: no tienes por qué preocuparte. Está a salvo, al menos durante unos días más —garantizó Casandra sacudiendo la cabeza—. Aunque no puedo decir lo mismo de ti.

—No la he tocado. —Pero tampoco eres capaz de alejarte de ella.

Y, a decir verdad, no lo era. Incluso cuando las furias le hostigaban, no lograba separarse de Helena. No encontraba las palabras para definir la sensación, pero era como si una vocecita interior le invitara a no distanciarse de ella.

—No tienes motivos para angustiarte. No tengo ninguna intención de tocarla.

—Eso no es lo único que me inquieta… —advirtió.

Lucas la interrumpió cansado de tanta ambigüedad.

—Sí, claro, pero es lo que más lo inquieta; a ti y a todos los demás, Cassie —replicó Lucas. Se desabrochó la correa del reloj y lo colocó sobre su mesita de noche. No se atrevía a mirar a su hermana, pues sabía que estaba siendo cruel con ella, pero no podía evitarlo.

—Esto no es verdad. Lo sabes, ¿no? —le preguntó.

De repente, Casandra se convirtió únicamente en su dulce hermanita. Lucas la miró de reojo y se le ablandó el corazón. Ella tenía que soportar una carga mucho más pesada que la suya, y no debía olvidarlo. En algunas ocasiones, el resentimiento y el rencor le dominaban, pero confiaba en que Casandra supiera que él la adoraba y que jamás dejaría de quererla aunque le pidiera que abandonara lo que más deseaba en este mundo. Este pequeño detalle no facilitaba las cosas, aunque nunca les habían preguntado qué deseaban.

—¿Qué importa lo que sintamos? —murmuró—. No podemos estar juntos, o la guerra volvería a estallar. Nuestros deseos no harán cambiar las cosas.

—Eso no lo sé —añadió Casandra algo dubitativa—. Aún no me he recuperado por completo.

—Pero estás muy segura —comentó Lucas, que se derrumbó a los pies de la cama—. Y no finjas que no es así, porque ni siquiera tú puedes mentirme.

VIII

Helena pasó las siguientes horas escuchando cada detalle del viaje de su padre e insistiendo en que Lucas no era su novio. No tardó mucho en percatarse de que la única manera de que Jerry dejara de hacerle un minucioso interrogatorio sobre Lucas era preguntándole por Kate. Además, sentía verdadera curiosidad por averiguar qué había entre ellos. Él no dejaba de reiterar que jamás habían pasado la frontera de la amistad inocente. Era evidente que aún no había superado el abandono de su madre y que todavía arrastraba un dolor insoportable y, a decir verdad, eso decepcionaba a Helena. Lo único que quería era huir del comedor y subir corriendo a su habitación para reflexionar, pero sabía que tenía que esperar hasta acabar de cenar. Cuando al fin terminaron de cenar, después de discutir sobre la cantidad de sal que Jerry debía incluir en sus comidas y hablar sobre la tienda, Helena estaba tan cansada que a punto estuvo de quedarse dormida sentada en la bañera mientras se cepillaba los dientes.

Al día siguiente, se saltó el desayuno, se preparó la fiambrera con el almuerzo y se despidió de su padre desde la puerta antes incluso de que él se hubiera desperezado. Jerry la llamó en el instante en que Helena se montaba de un brinco en el coche de Lucas, pero fingió no haberle oído.

—¿No deberíamos esperar y averiguar qué quiere? —le preguntó Lucas.

—No. Vámonos —soltó Helena.

El joven se encogió de hombros y arrancó justo cuando Jerry asomaba la cabeza por la puerta principal. Su hija le hizo un gesto con la mano, a sabiendas de que su ingeniosos truco daría de qué hablar. Largo y tendido, además.

—De acuerdo. Soy nuevo por aquí, así que no conozco las cafeterías. ¿Dónde hay un lugar agradable en esta zona de la isla?


Pueeees
, ¿el centro comercial? —ofreció Helena—. Aunque no creo que podamos hablar allí.

—¿Qué te parece aquí? —dijo mientras aparcaba junto a una cadena de restaurantes muy famosa entre los turistas.

Helena esbozó una mueca, pero accedió. Había otras opciones más familiares, pero conocía a todas las personas que trabajaban en esos negocios y, para esta charla, necesitaba un poco de intimidad.

Permanecieron en silencio en la fila, esperando su turno para sentarse antes de entablar conversación. Ella procuraba no quedarse embobada mirándolo, pero le costaba una barbaridad. Le asombraba lo cómodo que se sentía en cualquier lugar, como si el mundo fuera algo tan privado e íntimo como su propia habitación Helena le miraba continuamente por el rabillo del ojo, fijándose en si arrastraba los pies o se movía de manera nerviosa, tal y como hacía ella en público, pero no atisbó nada de eso. En realidad, a él poco le importaba si la gente le observaba o no, Lucas, a deferencia de Helena, no se disculpaba de modo subconsciente ante el mundo por su presencia encorvándose, cruzándose de brazos o jugueteando con las llaves. El hecho de que pudiera estar allí y no hacer nada en absoluto la incomodaba y la inspiraba al mismo tiempo. ¿Por qué se encorvaba y se avergonzaba por ocupar más espacio que la mayoría de la gente a su alrededor? Mientras le contemplaba, se puso erguida.

—¿Suficiente? —espetó Lucas sonriendo ante la descarada admiración de Helena.

—De acuerdo.

En cuanto se sentaron, Lucas le preguntó qué quería saber. Ella se tomó unos instantes para reflexionar, pues no estaba del todo segura.

—Supongo que lo primero que necesito averiguar es quién atacó a Kate —dijo al fin, aunque la respuesta le daba miedo.

—No tenemos la más mínima idea —respondió el chico con seriedad.

La respuesta le encogió el corazón. La noche anterior había comprobado por sí misma que, a pesar de que Lucas no resistía los engaños, era capaz de contar unas mentiras tremendas.

—Eso no tiene sentido. Tu padre me dijo que yo era la única de… nuestra especie… que no formaba parte de vuestra casta. ¿Cómo no puedes conocer a dos mujeres que, siguiendo esa lógica, están emparentadas contigo?

Lucas asintió, como si comprendiera el motivo que llevaba a Helena a desconfiar de él.

—La casta de Tebas es muy extensa. Nuestra familia más inmediata, los que nos hemos trasladado aquí, a Estados Unidos, somos tan solo un grupo diminuto, pero el seno familiar de la casta de Tebas es mucho mucho más grande. Se hacen llamar los «Cien Primos» y todos están dirigidos por mi tío Tántalo —explicó con la cabeza gacha y la mirada distante—. Tengo muchísimos familiares lejanos de los que jamás he oído hablar, y que mucho menos he visto.

—Si tu tío es el cabecilla que los dirige, ¿no puedes llamarle y preguntarle quién está intentando matarme?

—Es probable que el propio Tántalo las haya enviado —dijo con semblante misterioso—, pero todavía no estamos seguros. Mi tío Palas, el padre de Héctor, Jasón y Ariadna, regresó a Europa para tu primer ataque, para tantear el terreno y averiguar hasta qué punto Tántalo es responsable de esto, o no.

Helena estudió el rostro de su acompañante durante un instante. De manera imprevista, sus facciones se habían endurecido y su mirada se había tornado más sombría.

—Te refieres a que está espiando al resto de la casta —desveló Helena, algo sorprendida. Lucas hizo un gesto afirmativo con la cabeza—. Pero ¿por qué tu familia está dispuesta a pasar por esto por mí? Os lo agradezco, pero no lo entiendo. ¿Hay algo más que no me hayas contado?

Despedazó el cruasán que había pedido para desayunar y después dejó escapar un suspiro.

—Los Cien Primos son una especie de culto. Creen en algo que nuestra familia no acepta, y lo hacen con tal fervor y fanatismo que incluso están dispuestos a matar por ello. Por eso huimos de España. Héctor… —Su voz perdió intensidad. Lucas meneó la cabeza, como si tuviera que aclarar las ideas antes de volver a centrarse en Helena—. El caso es que corres un grave peligro. He estado pisándote los talones cada segundo. Si cualquiera de esas mujeres te encuentra sin que yo esté presente, no dudes en que intentará matarte, y todavía no has aprendido a defenderte sola.

—Bueno, es que nunca me he encontrado en esa situación —protestó Helena—. No nos engañemos, estamos en Nantucket. ¡Mi padre y yo olvidamos cerrar la puerta con llave cada dos por tres!

—Tú eres muy importante para nosotros. Más de lo que te imaginas —admitió Lucas inclinándose hacia adelante y tomándole la mano—. Sé que te apetece estar unos días a solas para pensar y no quiero asustarte con lo que voy a decirte, pero creo que deberías empezar a entrenarte con nosotros lo antes posible. Mi familia te enseñará a luchar.

—¿Te refieres a aprender yudo y cosas por el estilo?

—Algo así —respondió Lucas con una sonrisa—. No te preocupes tanto. Con el talento que tienes no tardarás en patear el culo a cualquiera que se atreva a desafiarte.

—¿Qué talento? —preguntó Helena algo titubeante.

—No tienes la menor idea, ¿verdad? —se asombró Lucas.

—Eh, Luke, ¿qué tal? —preguntó Zach al entrar en la cafetería. Su sonrisa se desvaneció en el mismo instante en que averiguó quién era la acompañante de Lucas. Tras él entraron unos chicos del equipo de fútbol que se quedaron patidifusos al advertir a la extraña pareja.

—Hola, Jack. Mira, tomando un café, ¿y tú? —respondió Lucas sin inmutarse.

Helena sonrió tímidamente y se soltó el cabello para poder esconder su rostro tras él. De inmediato, alargó el brazo y lo deslizó detrás del hombro, dejando así al descubierto la expresión de la joven.

—También, sí —farfulló Zach dando un traspié mientras intentaba alejarse de la pareja sin dejar de mirar a Lucas y Helena con incredulidad—. Nos vemos dentro de un rato —se despidió antes de ponerse en la cola de la cafetería, junto a los demás chicos de equipo.

Helena se mordisqueó el labio inferior y clavó la mirada en su taza de café mientras se frotaba el estómago debajo de la mesa con toda la sutileza posible. «Retortijones ahora no, por favor», pensó.

—¿Qué te pasa? —preguntó Lucas.

—Nada. ¿Podemos irnos? —rogó. Estaba desesperada por cambiar de tema de conversación, o por huir de allí lo antes posible, o que se la tragara la tierra.

—Desde luego —respondió Lucas poniéndose en pie. La miró con preocupación y añadió—: Sé que no es verdad que sea nada Helena.

Preferiría que me dijeras la vedad, sea cual sea. Ariadna nos dio la lección sobre los trastornos femeninos hace ya bastantes años. Y cuando digo lección, en realidad me refiero a paliza.

—Bueno, se lo agradezco, pero no es lo que piensas —confesó Helena mientras le cogía de la mano para arrástrale hacia la puerta.

Lucas se despidió de Zach al salir, pero el pobre muchacho seguía sin dar crédito a lo que veía.

—Creo que acabo de quitarte algunos puntos. Lo siento —se disculpó Helena en cuanto se subieron al Mercedes plateado.

—¿De qué estás hablando? —preguntó mientras daba marcha atrás en el aparcamiento.

—Bueno, Zach y todos los demás nos han visto juntos —dijo, como si el comentario fuera de lo más evidente.

—¿Y?

—Zach y Lindsey no son mis mayores fans, lo cual me convierte en una especie de antimateria de popularidad en el instituto —explicó abochornada.

El rostro de Lucas se transformó en una ruidosa carcajada; cogió a Helena de la mano una vez más, aunque tuvo que soltarla para cambiar de marcha.

—Creo que voy a tener que conducir un coche automático —comentó entre dientes antes de continuar—. ¿Crees que no eres popular? Tras una hora de haber puesto un pie en esta isla me llegaron comentarios de la hermosa, perfecta y celestial Helena Hamilton. ¿Sabías que los chicos te llaman así? ¿
Cielo
Hamilton?

Lucas buscó la mano de la chica, que decidió esquivarle, aunque, al final, el joven se salió con la suya.

—Para, Lucas. A mí no me hace ninguna gracia. ¿Y qué opinas de esto? —preguntó señalando sus manos.

—No lo sé —admitió ladeando la cabeza—. Pero me gusta, ¿a ti no? Oye, ¿por qué no me dices de una vez qué es lo que tanto te molesta de que nos vean juntos? ¿Te da miedo que la gente empiece a cuchichear?

—Sí y no. Tú no lo entiendes porque hace muy poco que vives aquí, pero la gente popular del instituto tiene algo en mi contra, y la única fijación de algunos de ellos es hacerme la vida imposible. Nunca he encajado bien aquí.

—Y nunca encajarás —añadió Lucas con tono severo—. Allá donde vayas, siempre serás distinta al resto, Helena. Quizá ya va siendo hora de acostumbrarte.

—¡Estoy acostumbrada! ¡He tenido toda una vida para acostumbrarme! —exclamó mientras se adentraban en el aparcamiento del instituto.

—De acuerdo, deja de perder los estribos y escúchame un segundo. Los chicos del equipo no nos observaban porque te detestan; nos miraban incrédulos porque no logran comprender cómo he convencido a la chica que intentó estrangularme la semana pasada para salir a tomar un café.

—Ah, sí. Ya me había olvidado de eso —dijo Helena mirando al suelo mientras salía del coche y se colocaba la mochila en el hombro.

—Y me encantaría poder retroceder en el tiempo y borrarlo, pero es imposible. Así que me conformaría con que no volviéramos hablar sobre nuestros mutuos intentos de asesinato —aclaró Lucas en voz baja.

Sin más rodeos, tomó la mano de Helena con firmeza y la pareja se dirigió hacía la puerta principal.

Todo el instituto tenía la mirada clavada en ellos. En los pasillos se alineaban seres de rostros pálidos y mandíbulas desencajadas en cuanto los rumores se interrumpían porque Lucas y Helena andaban cerca. Al principio, ella intentó soltarse de la mano en más de una ocasión, pero Lucas se resistió. Cuando se dio cuenta de que el gesto de Helena no era solo por modestia, sino que estaba a punto de perder los nervios, se resignó y se despegó de ella.

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