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Authors: Elvira Lindo

Tags: #Humor, Infantil y juvenil

Los trapos sucios (14 page)

No se puede decir que aquel vídeo cambiara mucho nuestra idea de la vida vital. Se ve que por eso decidieron ponernos un tratamiento de choque. Unos días de la semana iríamos a clase de labores, y otros iríamos a clase de defensa personal. Y no se podía decir que no, estábamos obligados, porque el colegio Diego de Velázquez ¡tenía que luchar contra el sexismo!

La
sita
nos dio a elegir entre las posibles labores: haríamos un guardamedias, un guardacalcetines o una funda para el abrelatas.

El grupo B eligió el guardacalcetines y el grupo A el guardamedias; la funda para el abrelatas sólo la eligió Arturo Román, que siempre va a su bola.

Hicimos una bolsa de tela de cuadritos y tuvimos que bordar la palabra: «Guardacalcetines». Todo el mundo se equivocó con las letras, a mí me salió «Guarracalcetines», pero al final no andaba tan descaminado porque yo le regalé la bolsa a mi padre, y mi madre, con muy mala intención, le dijo: «Aquí vas echando los sucios», así que mi padre se la lleva todas las semanas de viaje y cuando vuelve y la saca del equipaje, parece que dentro de la bolsa de cuadritos lleva un queso manchego.

Yihad quería regalarle la bolsa a su hermano, el de la cárcel, y le bordó la palabra: «Lima's», porque dice Yihad que si su hermano no se fuga es porque no quiere darle un disgusto a su madre, pero no porque no sepa. Lo malo fue que, cuando Yihad acabó de bordar la palabra, se dedicó a incordiar a los demás, y en cuanto que estabas desprevenido te pinchaba con su aguja en el culo. Sólo pinchaba a los chicos, claro. A Yihad le gusta hacerse el gracioso delante del grupo B, y el grupo B se moría de risa al ver cómo saltábamos del asiento cada vez que Yihad nos atacaba por sorpresa. Paquito Medina fue el primero que se atrevió a devolverle el pinchazo, pero no fue el último: cada tarde del cursillo de labores acabábamos buscando los culos de nuestros compañeros con la aguja al ataque y poniéndonos en nuestro propio culo la mano para no ser atacados. El grupo B se partía de risa y nosotros íbamos con cara de dolor buscándonos los unos a los otros y sintiendo que estábamos dejando de ser el grupo unido que habíamos sido en nuestros orígenes.

Pero el cursillo de labores no fue lo peor. La
sita
nos dejó en manos del profesor de judo para el curso de defensa personal. Como estábamos luchando por la igualdad de sexos, el profesor nos puso en parejas de niño y niña. A mí me tocó con Jessica la ex gorda. Sólo de verla con el traje de judoka que se puso la tía me eché a temblar, porque me miraba con una cara de «Por fin, ésta es la mía, Gafotas».

El profesor dijo que íbamos a ensayar una llave de aniquilamiento del contrario. Yo fui a decirle al profesor que si me podían cambiar de pareja, que si me podía poner con el Orejones, por ejemplo, porque yo sé que si me pone de pareja con mi amigo somos los dos tan mantas que seguro que acabamos en el suelo sin haber llegado a efectuar la terrible llave. No fui el único que se acercó al profesor para cambiarse de pareja, le rodeábamos seis o siete, del grupo A, eso sí. Pero el profesor nos miró con una sonrisa de maldad contenida y nos mandó a nuestros lugares de lucha.

Yo me toqué la goma que me sujetaba las gafas al cerebro porque me puse en lo peor: aquella bestia me rompería las gafas, fijo. Mi enemiga me dijo muy amable:

—Si quieres te las ato un poco más fuerte para que no se te caigan.

—Bueno.

Era mejor que nos hiciéramos amigos en los dos minutos que nos quedaban antes de la llave, algo que no habíamos conseguido en los tres años que llevábamos de compañeros.

¡Qué asesina!, me puso la goma tan apretada que parecía una enfermera del Samur haciendo un torniquete de urgencia. Se me quedó media cabeza roja y media blanca. Parecía del Athletic. Aunque en el fondo me vino bien porque perdí un poco el sentido. El profesor sádico nos dijo que nos pusiéramos en posición de ataque. Nos pusimos y yo pensé: «Para qué me voy a molestar defendiéndome, me quedaré como un muñeco y que me haga las llaves que quiera».

Además, mi padre me ha dicho cincuenta y cinco mil veces que a las niñas no se les pega ni se les hacen llaves criminales, aunque la niña sea alguien como Jessica. Eso me consolaría si yo pudiera hacerle una llave alguna vez a un chico, pero es que no tengo ni idea de cómo se gana una pelea.

Total, que la tía ex gorda me dio una patada mortal que me dejó tumbado en el suelo, en una postura que podríamos llamar de «aniquilamiento total». Cuando volví en mí, porque entre la goma de las gafas y la llave me había quedado contando las estrellas del universo, miré para un lado y para otro y pude ver a muchos de mis compañeros, tumbados igual que yo. Parecíamos un ejército derrotado, el ejército del grupo A. La Susana puso el pie encima de la barriga de Yihad, que también había perdido, y levantó los brazos en señal de triunfo. Las demás la imitaron sin compasión. Esta escena se repitió durante las seis clases que dimos de defensa personal, y se ve que, como el profesor ya estaba harto de vernos hacer el mismo numerito de grupo B acabando con el pie en la barriga del grupo A, nos dijo que volviéramos sólo los que quisiéramos. A la tarde siguiente sólo volvió el grupo B, y estuvieron esperando media hora a que llegara alguien del grupo A para machacarlo. Pero al ver que ninguno de nosotros aparecía, le pidieron al profesor que les enseñara sus bíceps y el profesor les hizo una demostración muscular, porque es un chulito musculoso, lo sabe toda España.

A los pocos días de haber terminado nuestro tratamiento de choque, la señora del Ministerio volvió y repartió otras hojas para que le contáramos a las autoridades españolas cómo había sido nuestra experiencia en la lucha contra la diferencia entre los sexos. Y todos se lo escribimos con nuestra mejor letra. Por ejemplo, unos ejemplos:

A sido una esperiencia muy buena. Aora estamos mas unidos que antes. Gracias, Ministerio. Mi ermano dice que la carcel sería más dibertida si fuera mixta.

Yihad

Las niñas son menos idiotas de lo que yo creía.

O. López

Jamás me volveré a meter con ninguna de ellas. Me han pegado igual que me pegan los niños.

Manolito

Les pusimos el pie en la barriga después de vencerles. Fue maravilloso.

Jessica, la ex gorda

En el cursillo de labores fue genial: se atacaban los unos a los otros con las agujas. Son superdivertidos, aunque a primera vista parezcan imbéciles.

Susana B. S.

Como verás, ya nadie estaba dispuesto a meterse en líos; además nos daba pena que la señora del Ministerio se fuera decepcionada, pensando que su tratamiento no nos había servido para nada. Ella fue leyendo por encima nuestros trabajos y por la sonrisa que le salió en la cara estaba supersatisfecha.

—No todo está perdido —le dijo a la
sita
.

—Usted no los conoce.

La
sita
no cree que podamos cambiar en la vida. La señora pasó sus ojos por todos los bancos de la clase.

—Espero que estos cursillos os hayan servido para daros cuenta de que las niñas y los niños podéis trabajar juntos, como amigos, como compañeros, de que no sois tan diferentes como vosotros creíais. Me doy cuenta de que todos los niños estáis en los pupitres de la izquierda y las niñas en los pupitres de la derecha.

Es verdad, llevamos así sentados desde hace tres años. Una línea invisible divide la clase en dos.

—Con permiso de vuestra
sita
, os propongo que os levantéis y os mezcléis. Ha llegado la hora de romper barreras. Venga, chicos, chicas, atreveos…

Nos costó un poco, la verdad, porque la
sita
nunca nos deja levantarnos en mitad de una clase.

—Yo creo —dijo la
sita
con cara de preocupación— que sería mejor dejar los cambios para otro momento.

—No, ellos han demostrado que pueden convivir: ¡adelante!

Fue Mostaza el primero en levantarse. Como es tan ligero, tomó impulso y voló sobre dos bancos en un salto que aplaudimos todos. Y luego ya nos levantamos a mogollón. Pasábamos por encima de los pupitres, pisando con nuestras botazas los cuadernos que estaban abiertos, chocándonos los unos con los otros, disfrutando de estar haciendo el bestia en plena clase y con el permiso del Ministerio en persona.

—¡Se lo dije, se lo dije! —gritaba mi
sita
—. ¡Niños, delincuentes, que os quedáis sin recreo!

Había dicho la palabra mágica: recreo. Cada uno de nosotros buscó un sitio rápidamente y se sentó. Yo estaba sudando de lo bien que me lo había pasado y todos respirábamos muy fuerte por los choquetazos.

La señora volvió a tener la cara de aquel primer día en que había estado con nosotros: los ojos muy abiertos y la cara de susto. Miró para un lado, miró para otro, y comprobó lo que poco a poco comprobamos todos, que si momentos antes los niños estábamos sentados en los bancos de la izquierda y las niñas en los de la derecha, ahora estábamos igual pero al revés: los niños a la derecha y las niñas a la izquierda. Miré a mi compañero de pupitre: era el Orejones, como siempre. Todos teníamos el mismo compañero que antes pero en el lado contrario de la clase.

Han pasado tres meses desde aquello y así seguimos, y así seguiremos hasta que acabemos el colegio, hasta que acabemos con la
sita
o hasta que acabe ella con nosotros.

—Se lo dije —volvió a decirle la
sita
a aquella señora del Ministerio.

Ella tragó saliva, levantó las cejas y las gafas fueron deslizándose por su nariz hasta que se le cayeron, y esta vez nadie fue lo suficientemente rápido para atraparlas al vuelo, y todos, desde nuestros nuevos sitios, oímos el «cras» de los cristales contra el suelo. A todos, a los de una orilla y a los de otra, nos dio un poco de risa y un poco de pena, y es que había momentos en que, a pesar de la línea invisible que dividía la clase, el grupo A y el grupo B estábamos superunidos.

M. M.

Hace ya un mes que llegó a mi clase una niña nueva que tiene nombre de millonaria internacional, Melody Martínez. Vino a mitad de curso porque sus padres se han tenido que ir corriendo a hacer unos negocios en paradero desconocido. Se fueron tan deprisa que un día Melody Martínez llegó del colegio y se encontró una nota que decía: «Nos hemos tenido que ir», y Melody Martínez no sabía ni adónde se habían ido ni cuándo volverían, así que cogió su caja de cereales y cinco yogures, se sentó delante de la televisión y empezó a tragarse unos programas detrás de otros y a tragarse los yogures uno detrás de otro y se le hizo de noche y se quedó dormida.

Todo esto no me lo estoy inventando, nos lo ha contado con pelos y señales la propia Melody Martínez. La
sita
había dicho:

—No seáis cotillas y no la abruméis a preguntas, que os conozco.

No sé por qué dijo eso, porque, la verdad, somos unos niños superdiscretos. En el recreo hicimos como si la conociéramos de toda la vida, íbamos de un lado a otro disimulando, como si nos chupara un pie que hubiera una niña nueva llamada Melody Martínez. Pero fue ella la que nos provocó: sin cortarse ni un pelo ni dos, se puso en mitad del patio a hacer unas pompas con el chicle que eran casi tan grandes como la cabeza del Imbécil, por poner un ejemplo. Empezamos a rodearla lentamente; era increíble, ninguna de las pompas explotaba, ella las absorbía poco a poco y después masticaba varias veces para preparar la siguiente. Algunos empezamos a aplaudir porque la verdad es que se lo merecía, y ella va y nos dice:

—No me llaméis Melody, llamadme M. M., así es como llaman a un amigo de mi padre en las noticias del periódico.

—¿Y por qué sale el amigo de tu padre en el periódico? —le preguntó Arturo Román.

—Pues unas veces por una cosa y otras por otra.

Nunca habíamos conocido una niña tan misteriosa, así que, ya que Arturo Román había roto el hielo, la rodeamos y le empezamos a preguntar, como hacen los periodistas del telediario a la salida de los Altos Tribunales de Justicia.

M. M. nos dijo que mejor haría una rueda de prensa en la clase en nuestra hora de estudio. M. M. era una niña de mundo. Se sentó en el sitio de la
sita
y se puso unos cuantos rotuladores como si fueran micrófonos. Las preguntas que le hicimos fueron las normales:

—¿Tus padres siempre hacen los negocios en paradero desconocido?

—Casi siempre, pero al final acaban apareciendo por sorpresa o, a lo peor, les acaban encontrando.

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