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Authors: David Brin

Tags: #Ciencia Ficción

La rebelión de los pupilos (54 page)

La chima de las llaves contempló cómo se iba. Permanecía junto a la puerta, sin saber muy bien qué hacer.

Fiben gruñó.

—Uf —dio un respingo al tiempo que se llevaba las manos a las costillas. No parecía tener ninguna rota—. Al menos Simón Legree no fue capaz de salir de escena de una manera graciosa. Yo casi esperaba que dijese: «Esperadme, que volveré» o algo igualmente original.

—¿Qué ganas con incordiarlo? —preguntó Gailet.

—Tengo mis motivos —Fiben se encogió de hombros.

Se sentó apoyando con cuidado la espalda en la pared. La chima del llamativo traje con cremallera lo observaba pero, cuando sus miradas se encontraron, parpadeó y salió a toda prisa, cerrando la puerta a sus espaldas.

Fiben alzó la cabeza e inhaló profundamente por la nariz repetidas veces.

—Y ahora ¿qué haces? —dijo Gailet.

—Nada —sacudió la cabeza—. Sólo pasar el tiempo.

Cuando volvió a mirarla, Gailet se había vuelto de espaldas. Parecía llorar.

Vaya sorpresa
, pensó Fiben. Seguro que para ella no era tan divertido estar prisionera como lo había sido encabezar la rebelión. Por lo que los dos sabían, la Resistencia estaba vencida, terminada,
kaput
. Y no tenían motivos para pensar que en las montañas hubiera ido mejor. Athaclena, Robert y Benjamín tal vez habrían muerto o estarían prisioneros. Puerto Helenia seguía bajo el mando de los pájaros y los traidores.

—No te preocupes —le dijo, intentando animarla—. ¿Sabes qué dicen acerca del test de sapiencia más auténtico? ¿Nunca has oído hablar de él? Es el que superan los chimps cuando están abatidos.

Gailet se secó las lágrimas y volvió la cabeza para mirarlo.

—Oh, cállate —le dijo.

Vale
, admitió para sí Fiben.
Es un chiste viejo pero merecía la pena intentarlo.

Ella le hizo una seña para que se pusiera de espaldas.

—Vamos, ahora te toca a ti… Tal ve\1… —sonrió débilmente, como si no estuviera segura de contar ella también un chiste—, tal vez yo también encuentre algo que comer.

Fiben sonrió y, arrastrando los pies, tiró de las cadenas hasta que su espalda estuvo lo más cerca posible de ella, sin importarle el dolor que le producían sus heridas. Sintió las manos de Gailet recorriendo su enmarañado pelo y puso los ojos en blanco.

—Ah, ah —suspiró.

Un carcelero distinto les llevó el almuerzo: una aguada sopa y dos rebanadas de pan. Este macho margi no poseía en absoluto la labia de Puño de Hierro. Es más, parecía tener problemas con las frases más simples y soltó un bufido cuando Fiben trató de alejarlo. Su mejilla izquierda estaba en continuo movimiento por culpa de un tic nervioso, y Gailet le susurró a Fiben que no le gustaba el brillo fiero de los ojos del chimp.

—Cuéntame cosas de la Tierra —Fiben intentaba distraerla—. ¿Cómo es?

—¿Qué quieres que te cuente? —Gailet mojaba una corteza de pan en los últimos restos de sopa—. Todo el mundo sabe cómo es la Tierra.

—Sí, por los vídeos y cubo-libros de viajes, claro, pero no por experiencias personales. Tú fuiste de pequeña con tus padres, ¿verdad? ¿Es allí dónde hiciste el doctorado?

—Sí —asintió—. En la Universidad de Yakarta.

—Y después ¿qué?

—Después solicité un puesto en el Centro Terragens de Estudios Galácticos en La Paz —su mirada era distante.

Fiben había oído hablar de aquel sitio. Muchos de los diplomados, emisarios y agentes de la Tierra se preparaban allí, aprendiendo cómo pensaban y actuaban las antiguas culturas de las Cinco Galaxias. Era algo crucial para que los líderes pudiesen planear la irrupción de las tres razas terrestres en un universo peligroso. Buena parte del destino del clan lobezno dependía de los graduados en el CEG.

—Me impresiona el solo hecho de que hicieras la solicitud —dijo él—. ¿Te… quiero decir, aprobaste?

—Yo… estuve a punto. Me califiqué. Si hubiese tenido una puntuación un poco mejor no hubiesen tenido reparos en aceptarme —era obvio que los recuerdos le resultaban dolorosos. Parecía molesta, como si quisiera cambiar de tema. Gailet sacudió la cabeza—. Entonces me dijeron que ellos preferían que regresase aquí, a Garth. Que debía dedicarme a la enseñanza. Dijeron que resultaría más útil aquí.

—¿Ellos? ¿De qué «ellos» me hablas?

Gailet pellizcó nerviosamente la piel que tenía entre los dedos. En seguida se dio cuenta de lo que hacía y puso ambas manos en su regazo.

—El Cuadro de Elevación —respondió en voz baja.

—Pero ¿qué tienen que decir sobre dedicarse a la enseñanza y otras profesiones de influencia?

—Tienen mucho que decir, Fiben —lo miró—, porque creen que el progreso genético de un neochimp o un neodelfín es muy comprometido. Pueden evitar, por ejemplo, que te conviertas en un astronauta ya que temen que tu precioso plasma pueda sufrir radiaciones. O pueden prohibirte que te conviertas en químico por temor a que se produzcan en ti mutaciones inesperadas —cogió un pedazo de paja y lo retorció despacio entre los dedos—. Sí, tenemos más derechos que las otras jóvenes razas pupilas, eso ya lo sé. Lo tengo constantemente presente.

—Pero decidieron que tus genes eran necesarios en Garth —aventuró Fiben en voz baja.

—Es el sistema de puntuaciones —asintió ella—. Si hubiera tenido mejores notas en el examen del CEG no habría habido problema. Unos pocos chimps consiguen entrar. Pero yo estaba en el límite y me dieron ese maldito carnet blanco, como si fuera un premio de consolación, y me mandaron de regreso a mi planeta nativo, al pobre y viejo Garth. Parece que mi razón de ser son los niños que tendré. Todo lo demás es incidental. Demonios, he estado transgrediendo la ley los últimos meses, arriesgando mi vida y mis entrañas en esta rebelión. Incluso aunque hubiéramos ganado, una remota posibilidad, habría recibido una gran medalla de la TAASF y hasta quizá grandes honores militares, pero eso no habría tenido ninguna importancia. Cuando hubiese terminado toda la fanfarria, el Cuadro de Elevación me habría encarcelado.

—Oh —suspiró Fiben—. ¿Pero todavía no has tenido… no has…?

—Procreado ¿quieres decir? Buena observación. Una de las pocas ventajas de ser una hembra con carnet blanco es que puedes escoger para padre a quien quieras con carnet azul o con una categoría superior, y elegir también el momento de tener el hijo, siempre y cuando tengas al menos tres descendientes antes de cumplir treinta años. ¡Ni siquiera necesito criarlos! —volvió a sonreír con amargura—. La mitad de los grupos familiares de chimps de Garth se afeitarían todo el pelo para poder adoptar a uno de mis hijos.

Presenta la situación como si fuera horrible
, pensó Fiben, y
sin embargo, no debe de haber ni veinte chimps en Garth que estén tan bien considerados por el Cuadro de Elevación. Para un miembro de una raza pupila es el más alto honor.

No obstante, creía comprenderla. Había regresado a Garth sabiendo una cosa: que no importaba lo brillante que fuera su carrera, lo grandes que fuesen sus logros; lo más valioso seguirían siendo sus ovarios, sus dolorosas y agresivas visitas al banco de plasma serían cada vez más frecuentes, y sólo le ocasionaría más presiones para llevar a término un embarazo en sus propias entrañas.

Las invitaciones para entrar a formar parte de un grupo familiar debían de surgirle de un modo automático, muy fácil. Demasiado fácil. Nunca tendría modo de saber si la querían por sí misma. Los pretendientes solitarios la desearían por el estatus derivado de ser el padre de su hijo.

Y además, estaban los celos. Los chimps no eran muy sutiles a la hora de esconder sus sentimientos, sobre todo la envidia. Muchos debían de ser muy mezquinos.

—Puño de Hierro tenía razón —dijo Gailet—. Para un chimp tiene que ser diferente. Para un chimp macho un carnet blanco puede ser divertido, evidentemente. Pero ¿para una chima? ¿Para una que tenga ambición de ser algo por sí misma?

—Yo… —Fiben intentaba encontrar algo que decir, pero de momento todo lo que podía hacer era permanecer allí sentado, con la mente embotada y sintiéndose estúpido. Tal vez, algún día, sus requetetataranietos serían lo suficiente listos como para utilizar las palabras adecuadas, para saber cómo confortar a alguien que ha llegado a un punto de amargura tal que ya no quiere ni que lo consuelen.

Ese neochimp elevado de un modo más completo, después de unas cuantas generaciones más en la cadena de Elevación, quizá sería lo bastante inteligente, pero Fiben sabía que él no lo era. Era sólo un simio.

—Hummm —se aclaró la garganta—. Recuerdo una vez, en la isla Cilmar…, debió de ser antes de que volvieras a Garth. Veamos ¿fue hace diez años? Por Ifni, creo que yo estaba en primero… —suspiró—. Bueno, es igual. Aquel año toda la isla se conmocionó con la llegada de Igor Patterson, que vino para dar una conferencia y actuar.

—¿Igor Patterson? ¿El percusionista? —Gailet levantó un poco la cabeza.

—Claro —asintió Fiben—. ¿Has oído hablar de él?

—¿Y quién no? —sonrió con presunción—. Es… —Gailet separó las manos y las dejó caer con las palmas hacia arriba—. Es maravilloso.

Eso lo resumía perfectamente, ya que Igor Patterson era el mejor.

La danza del trueno era sólo uno de los aspectos del romance amoroso de los neochimpancés con el ritmo.

La percusión era una de sus formas de música favoritas, desde los exóticos terrenos de cultivo en Kermes hasta las refinadas torres de la Tierra. Incluso en las primeras épocas, cuando los chimps se veían obligados a llevar pantallas con teclados colgadas del pecho para poder hablar, ya eran unos fanáticos del ritmo.

Y, sin embargo, todos los grandes percusionistas de la Tierra y las colonias eran humanos. Hasta que surgió Igor Patterson.

Fue el primero, el primer chimp con una magnífica coordinación de los dedos, un delicado sentido del ritmo y un total atrevimiento que lo equiparaba con los mejores. Escuchar a Patterson tocar «El destello del choque cerámico» no era únicamente una experiencia placentera: los chimps se sentían invadidos por el orgullo. Para muchos, su mera existencia significaba que los chimps no sólo estaban alcanzando lo que el Cuadro de Elevación quería de ellos sino que además estaban logrando lo que ellos querían ser.

—La Fundación Cárter lo mandó de gira por las colonias —prosiguió Fiben—. En parte fue un gesto de buena voluntad hacia todas las comunidades alejadas de chimps. Y, por supuesto, también fue para repartir un poco de esperanza.

Gailet soltó un bufido ante lo obvio de las palabras del chimp. Patterson tenía carnet blanco, por supuesto.

Los chimps miembros del Cuadro de Elevación debían de haber insistido, aunque no se hubiera tratado del espécimen de neochimp más encantador, inteligente y atractivo que alguien desease conocer.

Fiben supuso en qué otra cosa estaban pensando Gailet. Para un macho, la posesión del carnet blanco no era un problema, era una fiesta.

—Claro —dijo ella, y Fiben creyó advertir algo de envidia en su tono de voz.

—Bueno, tendrías que haber estado allí cuando apareció para dar el concierto. Yo fui uno de los afortunados. Mi asiento era lateral y más bien alejado, y esa noche tenía un catarro terrible. Fue una gran suerte.

—¿Qué? —le preguntó Gailet cejijunta—. ¿Qué tiene eso que ver con…? ¡Oh! —lo miró con gesto altivo—. Comprendo.

—Supongo que sí. El aire acondicionado estaba muy fuerte, pero me dijeron que aun así el olor era irresistible. Tuve que permanecer allí sentado, temblando bajo los acondicionadores de aire. Casi me muero.

—¿Quieres no divagar más? —los labios de Gailet eran una delgada línea.

—Bueno, como sin duda habrás adivinado, casi todas las chimas con carnet verde o azul de la isla que estaban en celo parecía que habían conseguido localidades para el concierto. Ninguna de ellas llevaba desodorante. En general, asistían al espectáculo con el total beneplácito de los maridos de su grupo, con los labios pintados en llamativos tonos rosados sólo por si se presentaba la remota posibilidad…

—Me imagino la escena —dijo Gailet, y durante un instante Fiben se preguntó si no reprimía una débil sonrisa. De ser así, era apenas un destello momentáneo en su seria expresión—. Y entonces ¿qué ocurrió?

—¿Qué esperabas que ocurriese? —Fiben bostezó y se desperezó—. Un gran alboroto, por supuesto.

—¿En serio? ¿En la Universidad? —lo miraba boquiabierta.

—Tan cierto como que estoy aquí sentado.

—Pero…

—Bueno, al principio todo iba bien. El viejo Igor estaba haciendo honor a su fama, en verdad. El público estaba cada vez más excitado. Incluso la banda que lo acompañaba parecía notarlo. Y luego las cosas se descontrolaron.

—Pero…

—¿Te acuerdas del profesor Olvfing, del Departamento de Tradiciones Terragens? Ya sabes, ese chimp ya mayor que usaba monóculo y que en sus ratos libres solía cabildear para conseguir una ley de monogamia para los chimps ante la legislatura.

—Sí, lo conozco —asintió con los ojos como platos.

Fiben hizo un gesto con las dos manos.

—¡No! ¿En público? ¿El profesor Olvfing?

—Ante el decano de la escuela de Nutrición, ni más ni menos.

Gailet soltó un agudo sonido. Se dio media vuelta con las manos en el pecho. Parecía sufrir un repentino ataque de hipo.

—Naturalmente, la esposa de Olvfing después lo perdonó. Si no lo hacía se lo arrebataba un grupo de diez chimas, las cuales habían afirmado que estaban encantadas con su estilo.

Gailet se golpeaba el pecho, tosiendo. Se alejó un poco más de Fiben, sacudiendo la cabeza con energía.

—Pobre Igor Patterson —prosiguió Fiben—. Él también tuvo sus problemas. Algunos de los chicos del equipo de fútbol habían sido contratados como servicio de orden. Cuando todo empezó a embarullarse, utilizaron los extintores de incendios. Las cosas no se calmaron demasiado, sólo se hicieron más resbaladizas.

—Fiben… —Gailet tosía cada vez más fuerte.

—Fue terrible, de verdad —comentó abstraído—. Igor estaba consiguiendo una gran interpretación de
blues
, golpeando realmente aquellas pieles, envolviéndolas con una percusión que no puedes ni imaginar. Yo estaba transportado, y de pronto… una chima de cuarenta años, desnuda y resbaladiza como un delfín, se abalanzó sobre él desde las vigas.

Gailet se doblaba, con las manos sobre el estómago. Levantó una mano pidiendo piedad.

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