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Authors: David Brin

Tags: #Ciencia Ficción

La rebelión de los pupilos (49 page)

BOOK: La rebelión de los pupilos
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—Y eso ¿de qué servirá? —preguntó apaciblemente la teniente McCue.

—¡Podemos someter unos cuantos picos
gubru
! El embajador Uthacalthing nos dijo que los símbolos son importantes en la guerra galáctica. Ahora mismo imaginan que hemos abandonado toda lucha, pero un golpe simbólico mostraría a la totalidad de las Cinco Galaxias que no hemos sido vencidos.

—Siempre me ha parecido extraño —intervino Megan Oneagle arrugando la nariz y hablando con los ojos cerrados— que el concepto de ataque por sorpresa de mis ancestros amerindios pudiera encontrar su lugar en una galaxia hipertecnológica. —Abrió los ojos—. Aunque podemos intentarlo, desde luego, si no encontramos otra manera de ser efectivos. Pero recuerden que Uthacalthing también recomendó paciencia —sacudió la cabeza—. Siéntese, por favor, coronel Millchamp. Siéntense todos. No estoy dispuesta a desperdiciar nuestra fuerza con un gesto heroico hasta que no sepa que es lo único que podemos hacer contra el enemigo.

»Recuerden que casi todos los humanos del planeta están como rehenes en las islas y sus vidas dependen de las dosis del antídoto de los
gubru
. Y en el continente están los pobres chimps, prácticamente solos y abandonados.

Durante todo el parlamento, los oficiales habían permanecido cabizbajos.
Están frustrados
, pensó Megan.
Y no puedo recriminárselo.

Cuando empezó la guerra, cuando planeaban las formas de resistir a una invasión, nadie sugirió siquiera una contingencia como ésta. Tal vez unas gentes con más experiencia en las complejidades de la Gran Biblioteca, en el arcano arte de la guerra que los galácticos, con su antigüedad de eones, conocían, hubieran estado mejor preparados. Pero el sistema de los
gubru
había hecho añicos sus modestos planes de defensa.

No había añadido una razón final por la que desaprobaba un gesto heroico. Los humanos tenían fama de ser muy poco refinados en el juego del formulismo galáctico. Un golpe de honor podía ser equivocado y dar a los enemigos, en cambio, una excusa para perpetrar mayores horrores.

¡Oh, qué ironía! Si Uthacalthing estaba en lo cierto, era una pequeña nave terrestre, en medio de las Cinco Galaxias, la que había precipitado la crisis.

Realmente, los terrestres eran especialistas en buscarse problemas. Siempre habían tenido ese talento.

Megan miró al pequeño chimp del continente, el mensajero de Robert, que se aproximaba a la mesa llevando aún la manta. Sus oscuros ojos castaños mostraban su preocupación.

—¿Sí, Petri? —preguntó ella.

—Señora, el doctor quiere que me vaya a la cama —anunció el chimp después de inclinarse ante ella.

—Muy bien, Petri —asintió—. Estoy segura de que más tarde nos gustará que nos informes más, hacerte algunas preguntas. Pero ahora debes descansar.

—Sí —se avino Petri—. Gracias, señora. Pero hay algo más. Algo que será mejor que le diga antes de que se me olvide.

—¿Sí? ¿Qué es?

El chimp parecía incómodo. Miró a los humanos que lo observaban y volvió a mirar a Megan.

—Es personal, señora. Algo que el capitán Oneagle me pidió que memorizase y le dijera.

—Oh, muy bien —Megan sonrió—. ¿Me disculpan un momento, por favor?

Se fue con Petri al otro extremo de la sala y se sentó para tener los ojos a la altura de los del pequeño chimp.

—Cuéntame qué dijo Robert.

Petri hizo un gesto de asentimiento. Tenía los ojos extraviados.

—El capitán Oneagle me pidió que le dijera que la
tymbrimi
Athaclena es realmente la que está organizando el ejército —Megan asintió. Ya lo había sospechado. Robert podía haber encontrado nuevos recursos, nuevas comprensiones, pero nunca había sido ni sería un líder nato—. El capitán Oneagle —prosiguió Petri— me dijo que le comunicara que era importante que la
tymbrimi
Athaclena tuviera legalmente el estatus de tutor sobre nuestros chimps.

—Muy listo —Megan asintió de nuevo—. Podemos votarlo y ya le comunicaremos el resultado.

—Uf, señora —el pequeño chimp sacudió la cabeza—. No podemos esperar. Así que, uf, se supone que debo decirle que el capitán Oneagle y la
tymbrimi
Athaclena han ratificado un… vínculo matrimonial… me parece que se llama así. Yo…

Se interrumpió bruscamente porque Megan se había puesto de pie.

Ella se volvió despacio hacia la pared y apoyó la frente en la fría piedra.
Condenado chico estúpido
, maldecía una parte de ella.

Era lo único que podían hacer
, respondía otra parte.

Conque ahora soy suegra
, añadía la voz más irónica de todas.

Bien era cierto que de aquella unión no habría descendencia. Los matrimonios entre individuos de especies distintas no eran para eso. Pero existían otras implicaciones.

A sus espaldas el concejo seguía el debate. Una y otra vez desechaban las opciones que iban surgiendo para acabar tan desprovistos de ideas como lo habían estado en los meses anteriores.

Oh, si Uthacalthing pudiese llegar hasta aquí
, pensó Megan.
Necesitamos su experiencia, su irónica sabiduría y su humor. Podríamos hablar, como solíamos hacerlo. Y tal vez podría aclararme esas cosas que hacen sentirse tan perdida a una madre.

Tuvo que reconocer que echaba de menos al embajador
tymbrimi
. Lo añoraba más que a cualquiera de sus tres maridos y más incluso, que Dios la ayudase, que a su desconocido hijo.

Capítulo
51
UTHACALTHING

Resultaba fascinante contemplar cómo Kault jugaba con una casi-ardilla, uno de los animales nativos de las llanuras meridionales. Atraía a la criatura tendiéndole unas nueces en sus enormes manos
thenanias
. Llevaba así una hora, mientras esperaban que declinase el fuerte sol del mediodía, resguardados bajo la sombra de un grupo de espinosas zarzas.

Uthacalthing se maravillaba ante semejante espectáculo. El universo nunca cesaba de sorprenderlo. Aunque era tosco y olvidadizo, el diáfano Kault era una fuente perpetua de asombro.

Temblando de nervios, la casi-ardilla hizo acopio de valor. Dio otro par de saltos hacia el inmenso
thenanio
y, alargando una de sus garras, le quitó una nuez.

Asombroso. ¿Cómo lo conseguía Kault?

Uthacalthing reposaba bajo la bochornosa sombra. No reconocía la vegetación de las tierras altas que dominaban el estuario donde su nave había caído, pero sintió que se estaba familiarizando con los aromas, los ritmos, el dolor latiente de la vida diaria que brotaba y fluía por todas partes en aquel claro engañosamente tranquilo.

Su corona le transmitió señales de pequeños predadores que esperaban el fin de la hora más calurosa para continuar su acecho de presas aun más diminutas. No había grandes animales, por supuesto, pero Uthacalthing captó un enjambre de insectoides que volaban a ras de suelo, afanándose en encontrar bocaditos para su reina entre la maleza.

La pequeña casi-ardilla estaba tensa. Dudaba entre la precaución y la glotonería a medida que se acercaba cada vez más para comer de la mano extendida de Kault.

Es raro que lo haga.
Uthacalthing se preguntó por qué la ardilla confiaba en Kault, tan grande, tan intimidante y poderoso. La vida en Garth era agitada y paranoide a causa de la catástrofe bururalli, cuyo lienzo mortal todavía colgaba sobre las estepas al este y al sur de las Montañas de Mulun.

Kault no podía tranquilizar a la criatura como lo haría un
tymbrimi
, glifo-cantándole en suaves tonos de empatía. Los
thenanios
tenían tanto sentido psi como una piedra.

Pero Kault le hablaba en su propio y muy modulado dialecto galáctico. Uthacalthing escuchaba.

—¿Conoces —vista, sonido, imagen— la esencia del destino de los tuyos, pequeña? ¿Llevas —genes, esencia, destino— de surcadores de estrellas?

La casi-ardilla temblaba, con los carrillos llenos. El pequeño animal parecía hipnotizado. La cresta de Kault se ahuecó expandiéndose, mientras sus ranuras respiratorias gemían a cada húmeda exhalación. El
thenanio
no podía comunicarse con la criatura, al menos no como Uthacalthing podría, y, sin embargo, ésta parecía sentir el amor de Kault.
Qué irónico
, pensó Uthacalthing. Los
tymbrimi
vivían la vida sumergidos en el eterno fluir de la música de la vida y, no obstante, él no se sentía personalmente identificado con el diminuto animal. Después de todo, era uno entre los cientos de millones. ¿Por qué tenía que importarle aquel ser en concreto?

Pero
Kault
amaba a la criatura. Sin sentido de empatía, sin ningún vínculo directo de ser-a-ser, la estimaba de modo totalmente abstracto. Amaba lo que esa pequeña cosa representaba, su potencial.

Muchos humanos siguen afirmando que es posible tener empatía sin sentido psi
, pensó Uthacalthing.

«Meterse en los zapatos de otro», rezaba la antigua metáfora. Siempre había creído que era una de esas pintorescas ideas previas al Contacto, pero ahora ya no estaba tan seguro. Tal vez los terrestres estaban a mitad de camino entre los
thenanios
y los
tymbrimi
en su capacidad de empalizar con los demás.

Los congéneres de Kault creían apasionadamente en la Elevación, en el potencial de las diferentes formas de vida que, a la larga, podían alcanzar la sapiencia. Los Progenitores de la cultura galáctica, desaparecidos desde hacía mucho tiempo, lo habían ordenado hacía miles de millones de años y los
thenanios
habían seguido el mandato al pie de la letra. Su fanatismo intransigente en este asunto distaba mucho de ser admirable. En tiempos como los presentes, con la galaxia conmocionada, los hacía terriblemente peligrosos.

Pero ahora, por irónico que pareciese, Uthacalthing contaba con aquel fanatismo: intentaba ponerlo en acción para sus propios designios.

La casi-ardilla cogió otra nuez de la mano que Kault le tendía y decidió que ya tenía bastante. Agitando su cola en forma de abanico se escabulló a toda prisa por la maleza. Kault se dio vuelta para mirar a Uthacalthing, con las ranuras respiratorias de su garganta aleteando al respirar.

—He estudiado informes genéticos compilados por los ecólogos terrestres —dijo el cónsul thenanio—. Este planeta tenía un potencial impresionante hace sólo unos milenios. Nunca se debió ceder a los
bururalli
. La pérdida de las formas más desarrolladas de vida en Garth ha sido una tragedia.

—Los
nahalli
fueron castigados por lo que hicieron sus pupilos ¿no? —preguntó Uthacalthing aunque ya sabía la respuesta.

—Claro. Fueron degradados al estatus de pupilos y puestos bajo el cuidado de un clan tutor más antiguo. El mío, de hecho. Es un caso muy triste.

—¿Por qué?

—Porque los
nahalli
son en realidad gentes muy maduras y educadas. Simplemente, no comprendieron los matices necesarios para elevar a carnívoros puros y fracasaron estrepitosamente con los
bururalli
. Pero el error no fue sólo suyo. El Instituto Galáctico de Elevación tendría que cargar con parte de la culpa.

Uthacalthing reprimió una sonrisa al estilo humano. En lugar de ello, su corona se enrolló en espiral para formar un débil glifo, invisible para Kault.

—¿Ayudarían las buenas noticias de aquí, de Garth, a los
nahalli
? —preguntó.

—Por supuesto —Kault expresó el equivalente de un encogimiento de hombros con el movimiento de su cresta—. Nosotros, los
thenanios
, no estábamos en modo alguno comprometidos con los
nahalli
cuando sucedió la catástrofe, claro, pero eso cambió cuando fueron rebajados de categoría y puestos bajo nuestra tutela. Ahora, por adopción, mi clan comparte la responsabilidad de este lugar agraviado. Por eso se envió aquí un cónsul, para asegurarse de que los terrestres no dañaban más este afligido mundo.

—¿Y lo hacen?

—¿Si hacen qué? —Kault cerró los ojos y los abrió de nuevo.

—Si los terrestres están llevando a cabo una mala gestión.

—No —la cresta de Kault se agitó de nuevo—. Nuestras especies, la de ellos y la mía, pueden estar en guerra, pero no he encontrado aquí nuevos agravios de que culparlos. Su programa de recuperación ecológica era ejemplar. En cambio voy a redactar un informe con respecto a las actividades de los
gubru
.

Uthacalthing creyó detectar cierta amargura en la voz de Kault. Habían visto ya signos de colapso en el esfuerzo terrestre de recuperación ambiental. Dos días antes habían pasado junto a una estación de mejora, ahora abandonada, con sus trampas de muestras y sus jaulas de tests oxidándose. Los recipientes para el almacenamiento de genes se habían estropeado al fallar la refrigeración.

Encontraron una dolorosa nota donde un ayudante ecólogo neochimpancé explicaba que había decidido abandonar su puesto para ayudar a un colega humano enfermo, y emprender el largo camino hasta la costa en espera de recibir el antídoto contra el gas de coerción.

Uthacalthing se preguntó si habrían logrado llegar. Estaba claro que el antídoto había sido dosificado. El puesto de civilización más cercano estaba muy lejos de allí, incluso para un coche flotador.

Era evidente que los
gubru
se alegraban de dejar la estación despoblada.

—Si esto continúa, deberé documentarlo —dijo Kault—. Me alegro de que me permitiera persuadirlo de regresar a través de regiones habitadas. Así podremos recoger más datos sobre estos delitos.

Esta vez Uthacalthing sonrió ante las palabras que había elegido Kault.

—Tal vez encontremos algo interesante —admitió.

Continuaron su recorrido cuando el sol, Gimelhai, descendió de su ardiente cénit.

Los llanos al sudeste de las Montañas de Mulun se extendían como las crestas ondulantes de las olas de un apacible mar, solidificadas sobre la tierra. A diferencia del Valle del Sind y de las tierras abiertas del otro lado de las montañas, aquí no había signos de vida vegetal o animal introducida por los ecólogos terrestres: sólo criaturas nativas de Garth.

Y agujeros vacíos.

Uthacalthing sintió la escasez de especies como una brecha vacía en el aura de aquella tierra. La metáfora que le vino a la mente fue la de un instrumento musical al que le faltaban la mitad de sus cuerdas.

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