Levantó el pie derecho.
Primero un aviso, luego el toque de verdad. Así funcionaría un robot de defensa terrestre. Pero ¿cómo programaría un
tymbrimi
el suyo? No estaba seguro de poder arriesgarse tanto por una suposición disparatada. Se suponía que un sofonte pupilo no estaba capacitado para llevar a cabo profundos análisis en medio del fuego y el humo, y mucho menos mientras le disparaban.
Llámalo presentimiento
, pensó.
Puso el pie derecho en tierra y curvó los dedos alrededor de una rama de roble. El globo azul pareció considerar su persistencia y luego disparó otra vez el rayo, un metro delante de él. Una estela de humo chisporroteante se movió en un lento zigzag, con el creciente crujido de la hierba en llamas a medida que se acercaba.
Fiben intentó tragar saliva.
¡No está diseñado para matar!
, se decía una y otra vez.
¿Por qué estará ahí? Los gubru podrían haberlo reventado desde lejos hace ya tiempo.
No, su objeto era estar presente como gesto. Una declaración de derechos bajo las intrincadas reglas del Protocolo Galáctico, más antiguas y ornamentadas que el ritual de la corte imperial del Japón.
Y estaba diseñado para retorcerles el pico a los
gubru
.
Fiben se mantuvo en el terreno que había ganado. Otra cadena de explosiones sónicas hizo temblar los árboles, y el calor de la conflagración a sus espaldas pareció intensificarse. El estruendo hacía más difícil aún su autocontrol.
Los gubru son guerreros poderosos
, recordó.
Pero son impresionables…
El haz azul se aproximó. Las fosas nasales de Fiben se ensancharon.
La única manera de apartar la vista de aquel mortal aparato era cerrando los ojos.
Si estoy en lo cierto se trata de otro maldito dispositivo tymbrimi…
Abrió los ojos. El rayo se acercaba a su pie derecho desde el costado. Los dedos se curvaron luchando contra el profundo deseo de saltar. La boca de Fiben se llenó de bilis mientras contemplaba cómo el abrasador cuchillo cortaba un guijarro a cinco centímetros de distancia y seguía adelante.
¡Para golpearle el pie y partírselo!
Fiben se ahogaba y reprimió la necesidad de chillar. ¡Algo iba mal! Vio que el rayo cruzaba por encima de su pie y se retiraba dejando una humeante estela bajo sus piernas separadas.
Se miró el pie con incredulidad. Había pensado que el rayo se detendría en el último instante, pero no había sucedido así.
Y sin embargo, su pie seguía allí, sano y salvo.
El haz quemó una rama seca y luego avanzó para encaramarse a su pie izquierdo.
Sintió un leve cosquilleo que sabía que era psicosomático. En cuanto lo tocaba, el rayo se transformaba en un simple haz de luz.
Pocos centímetros más allá de su pie, la hierba seguía ardiendo.
Con el corazón todavía acelerado y la boca demasiado seca para hablar, Fiben miró el globo azul y soltó una maldición.
—Muy divertido —susurró luego.
Tenía que haber un pequeño emisor psi en el hito pues había percibido algo parecido a una sonrisa extendido en el aire frente a él, una pequeña y cínica sonrisa alienígena, como si, después de todo, la broma hubiese sido una cosa sin importancia que no merecía siquiera una carcajada.
—Muy inteligente, Uthacalthing —Fiben hizo una mueca al tiempo que obligaba a sus temblorosas piernas a obedecerle y a llevarlo tambaleándose hacia el hito—. Muy inteligente. No me gustaría en absoluto ver qué te provoca un ataque de risa. Costaba creer que Athaclena procediera de la misma estirpe que el autor de aquella exhibición de humor.
Pero, al mismo tiempo, reconoció que le habría gustado estar presente cuando el primer
gubru
se acercó a la Reserva Diplomática para inspeccionarla.
El globo azul todavía destellaba pero había dejado de lanzar los delgados rayos de irritación. Fiben se aproximó al hito examinándolo, y comenzó a rodearlo. Cuando ya había recorrido la mitad del perímetro, en el punto en que el acantilado se alzaba sólo veinte metros sobre el mar, encontró una compuerta. Fiben parpadeó ante la serie de cerraduras, candados, discos de combinación y aldabas que la cerraban.
Bueno
, se dijo,
es una reserva para secretos diplomáticos y cosas por el estilo.
Pero todos esos cierres significaban que no tenía ninguna posibilidad de entrar y encontrar el mensaje de Uthacalthing. Athaclena le había dado unas cuantas palabras-código para que, si tenía oportunidad, las probase, pero aquello era otra historia.
Los bomberos ya habían llegado. A través del humo Fiben pudo ver chimps del servicio de vigilancia de la ciudad que tropezaban con los delgaduchos alienígenas y desenrollaban sus mangueras. No pasaría mucho tiempo hasta que alguien impusiera orden en aquel caos. Si su misión allí era en realidad improductiva, sería mejor que se marchase antes de que la salida fuera más difícil. Podía tomar el camino que seguía el acantilado, sobre el Mar de Cilmar. Así evitaría al enemigo y llegaría cerca de una parada de autobús.
Fiben se inclinó hacia adelante y miró de nuevo la compuerta. ¡Puf! En aquella puerta blindada había más de dos docenas de cerraduras. Una pequeña cinta de seda roja habría sido igualmente útil para mantener alejado al enemigo… se respetasen o no los pactos. ¿Para qué demonios servían entonces todos aquellos candados?
De pronto lo comprendió y soltó un gruñido. Se trataba de otra broma
tymbrimi
, claro. Sólo los
gubru
fracasarían al intentar entrar, por más inteligentes que fuesen. Había ocasiones en que la personalidad contaba más que la inteligencia.
Tal vez esto signifique que…
Siguiendo un presentimiento, Fiben corrió hacia el otro lado del hito. Tenía los ojos llenos de lágrimas debido al humo y, mientras buscaba la pared opuesta a la compuerta, se secó la nariz con el pañuelo.
—Maldito y estúpido juego de adivinanzas —refunfuñó mientras se encaramaba entre las lisas piedras—. Un
tymbrimi
que inventa un truco como éste… y un pupilo chimp idiota, semievolucionado y con el cerebro lisiado como yo.
Una piedra suelta se movió ligeramente bajo su mano derecha. Fiben metió los dedos en la separación, recordando con envidia los de los
tymbrimi
, delgados y flexibles. Se rompió una uña y soltó una maldición.
Por fin la piedra se soltó y Fiben parpadeó.
Su intuición había sido correcta: existía un escondrijo secreto tras ella. ¡Pero el condenado agujero estaba vacío! Esta vez Fiben no pudo contenerse. Gritó de frustración. Era demasiado. La piedra que tapaba el agujero cayó entre la maleza y él permaneció allí, en la empinada faz del hito, lanzando maldiciones con el mismo tono expresivo e indignado que sus ancestros habían usado antes de la Elevación cuando vituperaban la ascendencia y los hábitos personales de los mandriles.
El ataque de ira sólo duró unos momentos pero logró que Fiben se sintiera mejor. Estaba ronco y le dolían las palmas de las manos de tanto golpear la piedra, pero al menos había dado rienda suelta a su rabia.
En realidad había llegado el momento de marcharse de allí. Por detrás de una espesa capa de humo, Fiben vio cómo aterrizaba un gran vehículo. De él descendió una rampa por la que bajó una tropa armada de soldados
gubru
que corrieron hacia el chamuscado jardín, cada uno con un par de diminutos globos flotantes.
Hey, es hora de largarse.
Estaba a punto de iniciar su descenso cuando miró una vez más al interior del pequeño escondite
tymbrimi
.
En ese preciso momento la brisa aumentó y dispersó brevemente el humo difuso. Los rayos del sol irrumpieron en el acantilado.
Sus ojos distinguieron un pequeño destello de luz plateada. Metió la mano en el escondite y sacó un delgado hilo, fino y delicado como la seda, que cubría una grieta.
En aquel momento oyó un chillido amplificado. Fiben se dio vuelta y vio un escuadrón de soldados de Garra
gubru
que se dirigían hacia él. Un oficial manipulaba el vodor que llevaba en la garganta tecleando las distintas opciones de autotraducción.
…Cathtoo-psh'v'chim'ph…
…Kah-koo-kee, ¡k'keee! ¡EeeEeEE! k…
…Hisss-s-ss pop *grieta*…
…Puna bliv't mannennering…
…¿qué estás haciendo aquí? ¡Los buenos pupilos no juegan con las cosas que no comprenden!
Entonces el oficial vio la trampilla abierta y cómo Fiben se metía algo en el bolsillo.
—¡Alto! Muéstranos lo que…
Fiben no esperó a que el soldado terminase de formular la orden. Empezó a trepar por el hito. El globo azul destelló a su paso y su mente dejó rápidamente de lado el terror para dar paso a una poderosa y ronca risa, al tiempo que alcanzaba la cima y se escurría por el otro lado. Unos rayos láser hirvieron sobre su cabeza, descantillando fragmentos de la estructura de piedra, mientras él saltaba al suelo.
Maldito sentido del humor tymbrimi
, fue su único pensamiento al ponerse de pie y precipitarse en la única dirección posible, bajo la protectora sombra del hito: derecho hacia el abrupto acantilado…
Max echó un montón de inutilizados discos de vigilancia
gubru
a los pies de Gailet Jones.
—Les hemos arrancado de un tirón los receptores —informó—. No obstante, tendremos que ser extremadamente cuidadosos con ellos.
Cerca, el profesor Oakes accionó su cronómetro. El chimp más viejo gruñía de satisfacción.
—Han retirado de nuevo la ayuda aérea. Al parecer han decidido que fue un accidente.
Seguían llegando informes. Gailet paseaba nerviosamente de un lado a otro de la azotea, mirando de vez en cuando por encima de la baranda para ver la conflagración y el caos en el parque del Farallón.
¡No habíamos planeado nada de esto! Puede ser una gran suerte. Hemos aprendido mucho.
O puede ser un desastre. Aún es pronto para decirlo.
Mientras que el enemigo no nos lo atribuya…
Un joven chimp, de no más de doce años, bajó sus binoculares y se dirigió a Gailet.
—El señalizador informa que todos excepto uno de nuestros observadores de vanguardia han regresado, señora. Y no se sabe nada de él.
—¿De quién se trata? —preguntó Gailet.
—Uf, es ese oficial de milicia de las montañas. Fiben Bolger, señora.
—¡Tendría que haberlo supuesto! —murmuró Gailet.
Max levantó la vista de su botín alienígena, con una mueca de consternación en el rostro.
—Yo lo vi. Cuando la valla cayó, saltó por encima y fue corriendo hacia el fuego. Hum, supongo que tendría que haber ido con él para controlarlo.
—No, Max, no tendrías que haberlo hecho. Obraste bien. ¡Por todos los diablos! —suspiró—. Debía imaginar que haría algo así. Si lo han capturado y nos delata… —se detuvo. No había ninguna razón para alarmar a los otros más de lo necesario.
De todos modos
, pensó sintiéndose un poco culpable,
lo más probable es que hayan matado a ese chimp arrogante.
No obstante se mordió el labio y se acercó a la barandilla para mirar en dirección al sol de la tarde.
Detrás de Fiben sonaba el familiar
zip zip
del globo azul incendiando de nuevo. Los
gubru
chillaron menos de lo que podía esperarse: al fin de cuentas eran soldados. Aun así, armaron un buen alboroto, manteniendo ocupada su atención. Si el defensor de la Reserva estaba actuando para cubrir su retirada o si simplemente se dedicaba a incordiar a los invasores, basándose en sus principios generales, era algo que Fiben no podía dilucidar. En aquellos momentos tenía demasiados problemas para pensar en ello.
Una mirada sobre el borde del acantilado bastó para entrecortar su respiración. No se trataba de una superficie de cristal pero tampoco era la clase de camino que tomaría un excursionista para llegar a las brillantes arenas que se extendían a sus pies.
Los
gubru
disparaban en esos momentos al globo azul, pero aquello no podía durar demasiado. Fiben contempló el profundo desnivel. Hubiera preferido más vivir una vida larga y tranquila como ecólogo de campo, donar su esperma cuando se lo pidieran y tal vez unirse a un grupo de matrimonio verdaderamente divertido.
—¡Uy! —exclamó en dialecto humano y franqueó el borde cubierto de hierba.
Con seguridad, era un trabajo para hacer a cuatro manos. Agarrándose a un saliente con los dedos vestigiales y el pulgar del pie izquierdo se balanceó hasta encontrar un segundo punto de agarre y se las arregló para descender hasta otro reborde. Durante un corto trecho le pareció fácil pero luego comprendió que necesitaría todo el poder de agarre de sus cuatro extremidades. Por suerte, la bendita Elevación había dejado a sus congéneres esa habilidad. Si hubiera tenido unos pies como los de los humanos, ya se habría caído.
Fiben sudaba, buscando a tientas un lugar donde apoyar el pie, un lugar que tenía que estar ahí, cuando de repente el acantilado pareció dar una fuerte sacudida, golpeándolo. Las vibraciones de una explosión atravesaron la roca. La cara de Fiben se hundió en la arenosa superficie mientras luchaba por salvarse, con los pies agitándose en el vacío.
¡Malditos…!
Tosió y escupió bajo una nube de polvo que se desprendió del borde del acantilado. Con el rabillo del ojo alcanzó a distinguir unos fragmentos brillantes de piedra incandescente que volaban por el cielo, girando y cayendo a la siseante tumba del mar…
¡Debían de haber volado el hito!
Entonces algo pasó muy deprisa junto a su cabeza. La agachó pero pudo vislumbrar un destello de color azul y oír, en el interior de su cerebro, el resonar de una risa alienígena. Cuando la hilaridad alcanzó su clímax algo pareció rozarle la parte posterior de la cabeza y desvanecerse luego mientras la luz azul se alejaba a toda prisa saltando en dirección sur, por encima de las olas.
Fiben jadeó y buscó frenéticamente un lugar donde apoyar el pie. Al fin lo encontró y pudo descender hasta el siguiente lugar de reposo que le pareció seguro. Se introdujo en una estrecha grieta que no podía verse desde lo alto del acantilado, y sólo entonces utilizó energía extra para maldecir.