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Authors: Henning Mankell

Tags: #Policiaca

La quinta mujer (51 page)

BOOK: La quinta mujer
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Hansson había leído sus notas. Ahora miró a los que le escuchaban.

—Ese nombre me sonaba —continuó—. Tandvall. Un nombre poco frecuente. Tuve la impresión de que lo había visto antes. Tardé un rato en recordar dónde: en una lista de personas que habían trabajado para Holger Eriksson como vendedores de coches.

El silencio era ahora absoluto. La tensión, enorme. Todos se daban cuenta de que Hansson había logrado encontrar un nexo de unión de la mayor importancia.

—El vendedor de coches no se llamaba Erik Tandvall —prosiguió—. Se llamaba Göte de nombre, Göte Tandvall. Justo antes de empezar la reunión conseguí la confirmación de que se trata del hijo de Erik Tandvall. Debo decir también que Erik Tandvall murió hace un par de años. Al hijo no he conseguido localizarle aún.

Hansson se calló.

Nadie dijo nada en un rato.

—Esto significa, en otras palabras, que existe la posibilidad de que Holger Eriksson se encontrara con Krista Haberman —dijo Wallander lentamente—. Una mujer que después desaparece sin dejar rastro. Una mujer de Svenstavik, donde hay una iglesia que recibe una donación de acuerdo con una manda del testamento de Eriksson.

De nuevo reinó el silencio en la sala.

Todos comprendían lo que eso suponía.

Alguna cosa empezaba, por fin, a relacionarse con otra.

29

Poco antes de medianoche, Wallander se dio cuenta de que estaban llegando al límite de sus fuerzas. Llevaban reunidos desde las cinco y sólo habían hecho breves pausas para ventilar la sala de reuniones.

Hansson había encontrado la apertura que estaban necesitando. Habían logrado establecer una relación. Los perfiles de una persona que se movía como una sombra entre los tres hombres asesinados comenzaban a aparecer. Aunque seguían siendo sumamente cautos a la hora de dar por cierto el motivo, tenían ya, sin embargo, la impresión de que estaban moviéndose en las lindes de una serie de sucesos relacionados entre sí por la venganza.

Wallander les había reunido para avanzar todos juntos por el impracticable terreno. Hansson aportó una dirección. Pero todavía no tenían un plan que seguir.

El equipo tuvo, además, una vacilación. ¿Podía ser esto verdaderamente cierto? ¿Qué una misteriosa desaparición ocurrida muchos años antes, investigada en profundidad por policías de Jämtland, ya fallecidos, pudiera ayudarles a descubrir a un asesino que, entre otras muchas cosas, ponía afiladas estacas de bambú en un foso de Escania? Cuando se abrió la puerta y entró Nyberg, pocos minutos después de las seis, las dudas se desvanecieron. Nyberg ni siquiera fue a ocupar su sitio en el extremo de la mesa. Por una vez había dado muestras de excitación, cosa que nadie recordaba haber visto jamás.

—Había una colilla en el embarcadero —proclamó—. Logramos identificar una huella dactilar en ella.

Wallander le miró perplejo.

—Eso es imposible. ¿Huellas dactilares en una colilla?

—Hemos tenido suerte —replicó él—. Tienes razón, por lo general es imposible. Pero hay una excepción. Cuando el cigarrillo está liado a mano. Y éste lo estaba.

El silencio de la sala era sepulcral. Primero, Hansson encontraba un posible y hasta probable vínculo entre una mujer polaca, desaparecida desde hacía muchos años, y Holger Eriksson. Y ahora venía Nyberg diciendo que habían aparecido huellas dactilares en la maleta de Runfeldt y en el lugar donde encontraron a Blomberg dentro del saco.

Era como si aquello fuera excesivo para asumirlo en tan poco tiempo. Una investigación que venía arrastrándose, casi sin empuje, empezaba a acelerarse seriamente.

Después de dar la noticia, Nyberg se sentó.

—Un asesino fumador —dijo Martinsson—. Es más fácil de encontrar hoy que hace veinte años. Cada vez hay menos gente que fuma.

Wallander asintió distraído.

—Tenemos que seguir combinando estos asesinatos. Con tres personas muertas, necesitamos por lo menos nueve combinaciones. Huellas dactilares, horas, todo lo que apunte a un denominador común definitivo.

Miró a su alrededor en la habitación.

—Necesitaríamos establecer un horario minucioso. Sabemos que la persona o las personas que están detrás de esto actúan con una brutalidad escalofriante. Hemos encontrado un elemento casi exhibicionista en la forma en que las víctimas han sido asesinadas. Pero no hemos logrado leer el lenguaje del asesino. El código que hemos mencionado anteriormente. Tenemos la vaga sospecha de que nos habla. Él o ella o ellos. Pero ¿qué es lo que intentan decirnos? No lo sabemos. La cuestión ahora es ver si hay algún esquema determinado en todo esto que aún no hemos descubierto.

—¿Te refieres a si el asesino actúa cuando hay luna llena? —preguntó Svedberg.

—Eso es. La luna llena simbólica. ¿Cómo es en este caso? ¿Existe? Me gustaría que alguien hiciera un horario. ¿Hay algo ahí que pueda darnos una orientación?

Martinsson dijo que él se encargaría de recoger y ordenar todos los datos que tenían. Wallander sabía que, por iniciativa propia, había adquirido unos programas de ordenador elaborados por el cuartel general del FBI en Washington. Supuso que ahora Martinsson veía la posibilidad de utilizar alguno de ellos.

Luego empezaron a hablar de que, en realidad, sí había un centro. Ann-Britt Höglund puso el fragmento de un mapa del Estado Mayor en un proyector. Wallander se colocó al borde de la imagen luminosa.

—Empieza en Lödinge —señaló en el mapa—. De algún lugar llega una persona que comienza a vigilar la finca de Holger Eriksson. Suponemos que se desplaza en coche y que ha utilizado el camino de carros que hay al otro lado de la colina donde Eriksson tenía la torre. Un año antes quizás esta misma persona entró en su casa. Sin robar nada. Posiblemente para darle un aviso, como un presagio. Eso no lo sabemos. Aunque tampoco tiene que tratarse, necesariamente, de la misma persona.

Wallander señaló Ystad.

—Gösta Runfeldt está a punto de viajar a Nairobi, donde va a estudiar unas orquídeas raras. Todo está listo. La maleta hecha, el dinero cambiado, el billete. Incluso ha pedido un taxi para la hora temprana de la mañana en que va a ponerse en viaje. Pero no hay tal viaje. Desaparece completamente durante tres semanas.

El dedo volvió a moverse. Ahora señaló el bosque de Marsvinsholm, al oeste de la ciudad.

—Un corredor que se entrenaba le encuentra una noche. Atado a un árbol y estrangulado. Esquelético, sin fuerzas. De alguna manera, tuvo que estar prisionero el tiempo que estuvo desaparecido. Hasta aquí tenemos dos asesinatos en dos sitios diferentes, con Ystad como una especie de punto medio.

El dedo regresó al noreste.

—Encontramos una maleta en la carretera de Sjöbo. No muy lejos de un punto donde se tuerce para ir a la finca de Holger Eriksson. La maleta está a la vista, en el arcén. Pensamos inmediatamente que la tiraron donde apareció. Podemos, con razón, hacernos la pregunta de por qué justamente allí, ¿porque ese camino le conviene al asesino? No lo sabemos. Pero la pregunta es más importante de lo que quizás hemos pensado hasta ahora.

Wallander movió la mano otra vez. Hacia el lago Krageholmssjön, en el suroeste.

—Aquí encontramos a Eugen Blomberg. Eso significa que tenemos una zona delimitada que no es muy extensa. Treinta o cuarenta kilómetros entre los puntos más alejados. Entre estos sitios no se tarda más de media hora en coche.

Se sentó.

—Vamos a sacar unas cuantas conclusiones, prudentes y provisionales —añadió—. ¿Qué nos indica todo esto?

—Conocimiento del lugar —contestó Ann-Britt Höglund—. El sitio en el bosque de Marsvinsholm esta muy bien elegido. La maleta ha sido colocada en un lugar donde no hay ninguna casa desde la cual se pueda ver que un automóvil se detiene y alguien se baja y se deshace de un objeto.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó Martinsson.

—Porque lo he comprobado personalmente.

Martinsson no dijo nada más.

—Se tiene conocimiento del lugar o se obtiene conocimiento de éste —continuó Wallander—. ¿De qué se trata en este caso?

No estaban de acuerdo. Hansson opinaba que una persona de fuera podía muy bien aprender a moverse por los sitios que le interesaran. Svedberg pensaba lo contrario. Sobre todo la elección del paraje donde encontraron a Gösta Runfeldt indicaba que el asesino tenía un profundo conocimiento de la zona.

El propio Wallander tenía sus dudas. Anteriormente se había imaginado de forma vaga a una persona que venía de fuera. Ahora ya no estaba tan seguro.

No alcanzaron ningún acuerdo. Las dos posibilidades existían y había que tenerlas en cuenta hasta más ver. Tampoco pudieron descubrir un centro indiscutible. Con regla y compás, terminaban en las proximidades del punto donde apareció la maleta de Runfeldt. Pero eso no les llevaba a ninguna parte.

Esa noche volvieron una y otra vez a la maleta. Por qué había sido colocada junto a la carretera. Y por qué había sido rehecha por una persona que probablemente era una mujer. Tampoco pudieron darse una explicación convincente de por qué faltaba ropa interior. Hansson aventuró que tal vez Runfeldt fuera una persona anormal que nunca llevaba nada debajo. Pero nadie se lo tomó en serio. Tenía que haber otra explicación.

A las nueve de la noche, interrumpieron la sesión para ventilar la sala. Martinsson se fue al despacho a telefonear a casa, Svedberg se puso la chaqueta para dar un paseo. Wallander entró en un retrete a refrescarse la cara. Se miró al espejo. Tuvo la sensación de que su aspecto había cambiado después de la muerte de su padre. No podía decir, sin embargo, en qué consistía la diferencia. Movió la cabeza ante su imagen. Tenía que conseguir tiempo enseguida para pensar en lo sucedido. Su padre había muerto hacía varias semanas. Todavía no se había dado cuenta del todo de lo que había ocurrido. Eso le hacía sentir una vaga mala conciencia. Pensó también en Baiba. Tanto como le importaba y no la llamaba nunca.

Dudaba muchas veces de que un policía pudiera combinar su profesión con otra cosa. Lo que, por descontado, no era verdad. Martinsson tenía una relación estupenda con su familia. Ann-Britt Höglund cargaba, prácticamente sola, con la responsabilidad de los dos hijos. Era Wallander como persona privada quien no era capaz de hacer la combinación, no el policía.

Bostezó ante su imagen. Oyó por el pasillo que ya estaban volviendo. Decidió que ahora tenían que empezar a hablar de la mujer que se vislumbraba al fondo. Tratarían de verla y de ver el papel que realmente desempeñaba.

Eso fue también lo primero que dijo cuando se cerró la puerta.

—Se vislumbra a una mujer en todo esto. El resto de la noche, mientras podamos, tenemos que analizar este trasfondo. Hablamos de un motivo de venganza. Pero no somos especialmente claros. ¿Significa eso que nos equivocamos? ¿Qué miramos en dirección equivocada? ¿Qué puede haber una explicación completamente distinta?

Esperaron en silencio a que continuase. Pese a que el ambiente era apagado y cansino, notó que la concentración se mantenía.

Empezó retrocediendo. Regresó a Katarina Taxell, en Lund.

—Dio a luz aquí en Ystad. La visitaron dos noches. Aunque lo niega, yo estoy convencido de que la mujer desconocida fue a verla a ella precisamente. Así pues, miente. La cuestión es por qué. ¿Quién era esa mujer? ¿Por qué no quiere revelar su identidad? De todas las mujeres que aparecen en esta investigación, Katarina Taxell y la mujer vestida de enfermera son las dos primeras. Yo creo también que podemos partir de la base de que Eugen Blomberg es padre del niño que no llegó a ver. Katarina Taxell miente también sobre la paternidad. Cuando estuvimos en Lund con ella tuve la sensación de que casi no dijo una palabra que fuera verdad. Pero no sé por qué. Sin embargo me parece que podemos contar con que ella posee una clave importante de todo este cúmulo de enigmas.

—¿Por qué no la detenemos? —preguntó Hansson con cierto ardor.

—¿Con qué fundamento lo haríamos? —contestó Wallander—. Además, acaba de dar a luz. No podemos tratarla de cualquier manera. Creo que no diría nada más ni nada diferente de lo que ha dicho hasta ahora porque la sentáramos en una silla en la policía de Lund. Tenemos que tratar de andar a su alrededor, de buscar en su entorno, de extraer la verdad de algún modo.

Hansson asintió de mala gana.

—La tercera mujer en el entorno de Eugen Blomberg es su viuda —continuó diciendo Wallander, después del cruce de palabras con Hansson—. Nos dio informaciones importantes. Pero lo decisivo es el hecho de que no parece lamentar su muerte. Él la maltrataba, y a juzgar por las cicatrices, durante mucho tiempo y de forma grave. Esto confirma indirectamente la historia con Katarina Taxell, ya que dice que su marido siempre tuvo aventuras extramatrimoniales.

En el momento de pronunciar las últimas palabras pensó que estaba hablando como un pastor anticuado de alguna secta religiosa. Se preguntó cómo se habría expresado Ann-Britt Höglund.

—Digamos que los detalles en torno a Blomberg constituyen un patrón sobre el que volveremos.

Pasó a hablar de Runfeldt. Siguió retrocediendo hasta el suceso que estaba más alejado en el tiempo.

—Gösta Runfeldt era un hombre probadamente brutal. Lo atestiguan sus hijos. Detrás del amante de las orquídeas se escondía una persona muy diferente. Era además detective privado. No sabemos por qué. ¿Buscaba emociones? ¿No le bastaba con las orquídeas? No sabemos. Se puede adivinar que era una persona de naturaleza complicada y oscura.

Luego pasó a hablar de su esposa.

—Hice un viaje para ver un lago en las afueras de Ålmhult sin saber a ciencia cierta qué iba a encontrar. Pruebas no tengo. Pero puedo muy bien figurarme que Runfeldt, en realidad, mató a su esposa. Lo que pasó allí, sobre el hielo, no lo sabremos nunca. Los protagonistas han muerto. No hay testigos. Y, sin embargo, tengo la impresión de que alguien ajeno a la familia lo sabía. A falta de algo mejor tenemos que pensar en la posibilidad de que la muerte de la esposa guarda relación con el destino de Runfeldt.

Wallander pasó a hablar del desarrollo de los hechos.

—Va a viajar a África. Pero no llega a hacerlo. Algo se interpone. No sabemos cómo ocurre la desaparición. En cambio podemos precisar el tiempo bastante bien. No tenemos ninguna explicación del atraco a la floristería. Tampoco sabemos dónde lo han tenido preso. La maleta puede, claro está, señalarnos un vago rastro geográfico. Creo también que podemos atrevernos a sacar la prudente conclusión de que, de alguna manera, la maleta la ha vuelto a hacer una mujer. La misma mujer que, en ese caso, ha fumado un cigarrillo liado a mano en el embarcadero desde donde fue empujado al agua el saco con Blomberg en su interior.

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