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Authors: Henning Mankell

Tags: #Policiaca

La quinta mujer (55 page)

BOOK: La quinta mujer
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Birch no dijo nada.

Oyeron ruido en la cerradura. Ella tenía, pues, llave. La madre de Katarina Taxell entró en el cuarto de estar.

31

Wallander se quedó en Lund el resto del día. Cada hora se sentía más seguro de sus pensamientos. Las mayores posibilidades que tenían de encontrar la solución al problema de quién había asesinado a los tres hombres radicaban en Katarina Taxell. Estaban buscando a una mujer. No cabía ninguna duda de que había una mujer involucrada. Pero no sabían si actuaba sola ni conocían los motivos que la impulsaban.

La conversación con la madre de Katarina Taxell no condujo a nada. Empezó a dar vueltas por el piso y a buscar histéricamente a su hija desaparecida y a su nieto. Se quedó tan confundida, al final, que tuvieron que pedir ayuda y ocuparse de que recibiera asistencia médica. Pero, para entonces, Wallander ya estaba convencido de que ella no sabía dónde se había metido su hija. Localizaron inmediatamente a las contadas amigas que, según la madre, podían haberla recogido. Todas se quedaron perplejas. Wallander, sin embargo, no se fiaba de lo que oía por teléfono. A petición suya, Birch seguía al tanto de todo y fue a visitar personalmente a todas las personas con las que había hablado Wallander. Katarina Taxell seguía desaparecida. Wallander estaba seguro de que la madre estaba bien informada de las amistades de su hija. Además, su preocupación era auténtica. De haberlo sabido, habría dicho dónde se encontraba Katarina.

Wallander también fue a la gasolinera. Le pidió al testigo, Jonas Hader, de veinticuatro años, que le contara sus observaciones. Para Wallander fue como encontrarse con el testigo perfecto. Jonas Hader parecía contemplar siempre lo que le rodeaba como si sus observaciones pudieran transformarse en cualquier momento en un testimonio decisivo. El Golf rojo se había detenido delante de la casa al mismo tiempo que una furgoneta de reparto de periódicos salía de la gasolinera. Pudieron localizar al chofer de la furgoneta, que estaba seguro, a su vez, de haber salido de la gasolinera a las nueve y media en punto. Jonas Hacer se había fijado en muchas cosas, entre otras, que había una gran pegatina en el cristal trasero del Golf. Pero la distancia era tan grande que no había podido ver el dibujo o lo que ponía. Repitió que el coche había salido de estampía en una maniobra que, a su juicio, parecía hecha por un hombre. Lo único que no había visto era al chofer. Llovía, así que los limpiaparabrisas estaban funcionando. Aunque se hubiera esforzado no habría podido ver nada. En cambio estaba seguro de que Katarina Taxell iba vestida con un abrigo verde claro, llevaba una gran bolsa de la marca Adidas y el bebé iba envuelto en una mantilla azul. Todo había sucedido muy deprisa. Había salido por la puerta al mismo tiempo que el coche se paraba. Alguien, desde dentro, abrió la puerta de atrás. Ella dejó al niño y luego metió la bolsa en el maletero. Después abrió la portezuela del coche por el lado de la calle y se montó en él. El conductor arrancó antes de que acabara de cerrar del todo la portezuela. Jonas Hacer no pudo ver la matrícula. Pero Wallander tuvo la impresión de que lo había intentado. De lo que Jonas Hader sí estaba seguro era de que ésa fue la única vez que vio el coche rojo allí, junto a la puerta de atrás.

Wallander regresó al piso con la sensación de que había obtenido confirmación de algo, aunque no sabía muy bien qué. ¿Qué era una fuga precipitada? Pero ¿cuánto tiempo llevaba planeada? ¿Y por qué? Mientras tanto, Birch estuvo hablando con los policías que se habían turnado para vigilar la casa. Wallander pidió especialmente que dijeran si habían visto a alguna mujer en las cercanías de la casa. Alguien que fuera y viniera, que tal vez apareciera más de una vez. Pero, a diferencia de Jonas Hader, los policías hicieron muy pocas observaciones. Habían estado pendientes de la puerta, de quién entraba y quién salía, y eso sólo lo habían hecho los que vivían en la casa. Wallander se empeñó en que identificaran a todas y cada una de las personas observadas. Como en la casa vivían catorce familias, los policías se pasaron la tarde subiendo y bajando las escaleras para controlar a los habitantes del edificio. Fue así como Birch dio con alguien que tal vez había hecho una observación de interés. Se trataba de un hombre que vivía dos pisos más arriba de Katarina Taxell. Era un músico jubilado y, según Birch, describió su existencia como un «pasarse horas en la ventana, viendo llover y oyendo en su cabeza la música que jamás volvería a tocar». Había sido fagotista en la orquesta sinfónica de Hälsingborg y parecía —siempre según Birch— una persona melancólica y amargada que vivía en una gran soledad. Precisamente esa mañana creyó ver a una mujer al otro lado de la plaza. Una mujer que se acercaba a pie, que de repente se paró, dio unos pasos atrás y se quedó inmóvil mirando la casa antes de darse la vuelta y desaparecer. Cuando llegó Birch con sus informaciones, Wallander pensó de inmediato que ésa podía ser la mujer que buscaban. Alguien había venido de fuera y había visto el coche, que, por supuesto, no debía haber estado aparcado precisamente delante de la puerta. Alguien había venido a visitar a Katarina Taxell. De la misma manera que ésta había recibido visitas en el hospital.

Aquel día Wallander desplegó una enorme y dinámica obstinación. Le pidió a Birch que volviera a hablar con las amigas de Katarina Taxell y les preguntase si alguna de ellas había estado camino de hacerles una visita a ella y a su hijo. Todas las respuestas fueron unívocas. Ninguna de sus amigas había estado camino de hacerlo y ninguna había cambiado de opinión de repente. Birch trató de extraer del fagotista jubilado una descripción de la mujer. Pero lo único que podía afirmar con seguridad era que se trataba de una mujer. Había sido aproximadamente a las ocho. El dato era un poco vago porque los tres relojes de la casa marcaban horas diferentes.

La energía de Wallander fue inagotable aquel día. Envió a Birch, que no parecía molesto por que Wallander le diera órdenes como a un subordinado, a diferentes misiones, al tiempo que él empezaba a registrar sistemáticamente el piso de Katarina Taxell. Lo primero que le pidió a Birch fue que los técnicos de la policía criminal de Lund tomasen huellas dactilares en el piso. Luego las compararían con las que tenía Nyberg. Todo el día estuvo también en contacto telefónico con Ystad. En cuatro ocasiones habló precisamente con Nyberg. Ylva Brink había olido la funda de plástico, que todavía exhalaba un débil resto del aroma original. No estaba nada segura. Podía ser el mismo perfume que notó la noche en la que sufrió el ataque en el servicio de Maternidad. Pero no podía asegurarlo. Todo era muy vago y confuso.

También habló por teléfono dos veces con Martinsson. Ambas, llamó a su casa. Terese estaba todavía asustada y decaída, como era de esperar. Martinsson mantenía su decisión de dimitir, de dejar la policía.

Wallander consiguió, sin embargo, la promesa de que esperaría al día siguiente para escribir su renuncia. A pesar de que ese día Martinsson no podía pensar más que en su hija, Wallander le contó minuciosamente lo que había pasado. Estaba seguro de que Martinsson le escuchaba, aunque sus comentarios fueran escasos y distraídos. Pero Wallander sabía que tenía que mantener a Martinsson en la investigación. No quería que tomase una decisión de la que se arrepintiera después. Habló también varias veces con Lisa Holgersson. Hansson y Ann-Britt Höglund actuaron con mucha firmeza en el colegio donde habían atacado a Terese. En el despacho del director hablaron por separado con los tres chicos implicados. También lo hicieron con los padres y con los profesores. Según Ann-Britt Höglund, con quien también habló Wallander ese mismo día, Hansson había estado magnífico cuando reunieron a todos los alumnos para informarles de lo sucedido. Los alumnos estaban indignados y los tres atacantes, al parecer, se sintieron muy aislados. Ella no creía que volviera a ocurrir.

Eskil Bengtsson y los demás habían sido puestos en libertad. Pero Per keson iba a procesarles. Posiblemente, lo ocurrido con la hija de Martinsson podía servir para que muchas personas empezaran a cambiar de idea. Eso era, en todo caso, lo que esperaba Ann-Britt Höglund. Pero Wallander tenía sus dudas. Pensaba que, en lo sucesivo, se verían obligados a dedicar grandes esfuerzos para combatir diferentes clases de milicias ciudadanas privadas.

La novedad más importante del día llegó, sin embargo, a través de Hamrén, que se había encargado de una parte de las tareas de Hansson. Poco después de las tres de la tarde consiguió localizar a Göte Tandvall. Inmediatamente llamó a Wallander.

—Tiene una tienda de antigüedades en Simrishamn —dijo Hamrén—. Si he entendido bien, también viaja para comprar antigüedades que luego exporta a Noruega y a otros países.

—¿Es legal eso?

—No creo que sea directamente ilegal. Tal vez lo hace porque los precios son más altos allí. Luego, depende, claro está, de qué clase de antigüedades sean.

—Quiero que vayas a verle. No tenemos tiempo que perder. Además estamos ya bastante dispersos. Vete a Simrishamn. Lo más importante que necesitamos confirmar es si de verdad existió una relación entre Holger Eriksson y Krista Haberman. Aunque eso no significa, desde luego, que Göte Tandvall no tenga otras informaciones que también puedan interesarnos.

Tres horas más tarde volvió a llamar Hamrén. Estaba en el coche a la salida de Simrishamn. Había hablado con Göte Tandvall. Wallander esperaba con ansiedad.

—Göte Tandvall es una persona extremadamente precisa. Parece tener una memoria muy compleja. Algunas cosas no las recordaba en absoluto. En otros casos era clarísimo.

—¿Krista Haberman?

—La recordaba. Me dio la impresión de que debió de ser muy guapa. Y estaba completamente seguro de que Holger Eriksson la conocía. Se habían encontrado por lo menos en dos ocasiones. Entre otras cosas, creía recordar que vieron el regreso de los ánsares una mañana temprano en el cabo de Falsterbo. O tal vez fueran grullas. De eso, no estaba seguro.

—¿También es aficionado a ver pájaros?

—Le arrastraba su padre contra su voluntad.

—Pero, en todo caso, sabemos lo principal —dijo Wallander.

—Parece que Krista Haberman y Holger Eriksson sí están ligados.

Wallander se sintió asaltado por un súbito malestar. Se dio cuenta con horrorosa claridad de lo que estaba empezando a pensar.

—Vuelve a Ystad. Siéntate y revisa todos los datos de la investigación que tratan de la desaparición propiamente dicha. Cuándo y dónde fue vista por última vez. Quiero que hagas un resumen de esa parte del material. La última vez que fue vista.

—Parece que se te ha ocurrido algo.

—Krista Haberman desapareció —dijo Wallander—. No la encontraron nunca. ¿Qué indica eso?

—Que ha muerto.

—Más que eso. No olvides que nos movemos en los aledaños de una investigación criminal en la que hombres y mujeres son víctimas de la violencia más brutal que se pueda imaginar.

—¿Quieres decir, pues, que la asesinaron?

—Hansson me ha hecho una exposición del material reunido en torno a su desaparición. La idea de un asesinato ha estado presente todo el tiempo. Pero como no ha sido posible probar nada, no ha predominado frente a otras posibles explicaciones de su desaparición. Es una manera correcta de pensar, hablando policialmente. Nada de conclusiones precipitadas, todas las puertas abiertas hasta que se pueda cerrar una. Tal vez ahora nos hayamos acercado a esa puerta.

—¿La habría matado Holger Eriksson?

Wallander pudo oír por el tono de Hamrén que era la primera vez que lo pensaba.

—No lo sé. Pero, a partir de este momento, no podemos hacer caso omiso de esa posibilidad.

Hamrén prometió preparar el resumen. Llamaría en cuanto lo acabara.

Después de la conversación, Wallander abandonó el piso de Katarina Taxell. No tenía más remedio que comer algo. Encontró una pizzería cerca de la casa. Comió demasiado deprisa y empezó a dolerle el estómago. No se dio cuenta siquiera del sabor de la comida.

Tenía prisa. La sensación de que pronto ocurriría algo le desazonaba. Como nada indicaba que la cadena de asesinatos se hubiera roto, trabajaban contra reloj. No sabían tampoco de cuánto tiempo disponían. Recordó que Martinsson había prometido establecer un horario con todo lo ocurrido hasta la fecha. Lo habría hecho ese día si Terese no hubiera sufrido el ataque. Cuando volvía al piso de Katarina Taxell decidió que eso no podía esperar. Se detuvo al abrigo de una parada de autobús y telefoneó a Ystad. Tuvo suerte. Ann-Britt Höglund respondió a la llamada. Ya había hablado con Hamrén y sabía que habían podido confirmar que Krista Haberman y Holger Eriksson se conocían. Wallander le pidió que hiciera ella el horario de los sucesos que había prometido hacer Martinsson.

—No estoy nada seguro de que sea importante. Pero sabemos muy poco de los movimientos de esta mujer. A lo mejor la imagen de un centro geográfico se esclarece si establecemos un horario.

—Ahora hablas de «esta mujer».

—Sí. Pero no sabemos si está sola. Tampoco sabemos cuál es su papel.

—¿Qué crees que ha pasado con Katarina Taxell?

—Se ha ido. Se ha ido muy rápidamente. Alguien ha notado que la casa estaba vigilada. Se ha marchado porque tiene algo que ocultar.

—¿Es verdaderamente posible que haya matado a Eugen Blomberg?

—Katarina Taxell es un eslabón de una larga cadena. Si es que encontramos unos cuantos eslabones que podamos ensamblar. Ella no representa ni un principio ni un final. Me resulta difícil imaginar que haya matado a nadie. Lo más probable es que forme parte del grupo de mujeres que han sido objeto de malos tratos.

La sorpresa de Ann-Britt Höglund fue sincera.

—¿También ella ha sido maltratada? Eso no lo sabía.

—A lo mejor no le han pegado ni la han rajado. Pero tengo la sospecha de que la han maltratado de alguna otra manera.

—¿Mentalmente?

—Más o menos.

—¿Blomberg?

—Sí.

—Y ¿cómo es posible que dé a luz a su hijo? Si es cierto lo que piensas de la paternidad de Blomberg.

—Al ver cómo llevaba a su hijo en brazos, se notaba que no estaba muy contenta de tenerle. Pero hay muchas lagunas —reconoció Wallander—. El trabajo policial es siempre cuestión de encajar soluciones provisionales. Tenemos que hacer hablar al silencio y que las palabras cuenten cosas con significados ocultos. Tenemos que intentar ver a través de los hechos, ponerlos de cabeza para hacerlos ponerse de pie.

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