—Desde luego —asintió Christian Klee—. Pero usted primero.
Ambos sabían que eso era lo que había pretendido Kennedy.
En el hospital Walter Reed, la suite reservada para el presidente Kennedy disponía de una sala especial de conferencias. En ella estaban el presidente y su equipo personal, así como un grupo de tres médicos cualificados que se encargarían de controlar y verificar los resultados de la prueba de escáner del cerebro. Todos escucharon ahora al doctor Annaccone, que les explicó el procedimiento.
El doctor Annaccone preparó las diapositivas y encendió el proyector. Luego, empezó su conferencia.
—Como ya saben algunos de ustedes, esta prueba es un detector de mentiras infalible, que valora la verdad midiendo los niveles de actividad de ciertos compuestos químicos existentes en el cerebro. Eso se ha conseguido mediante el perfeccionamiento de los escáners de tomografía de emisión de positrones, o PVT. La utilización práctica del descubrimiento se realizó por primera vez en la facultad de Medicina de la universidad Washington, en St. Louis. Allí se tomaron diapositivas de cerebros humanos en funcionamiento.
Una gran diapositiva apareció proyectada sobre la enorme pantalla blanca situada delante de ellos. Luego siguió otra, y otra. Aparecieron brillantes colores iluminando las diferentes partes del cerebro mientras los pacientes leían, escuchaban o hablaban, o simplemente pensaban en el significado de una palabra. El doctorAnnaccone utilizó sangre y glucosa para destacarlos con marcadores radiactivos.
—En esencia, el cerebro habla en color vivo durante el escáner PVT —siguió diciendo el doctor Annaccone—. Durante el proceso de lectura, en el fondo del cerebro se enciende un lugar. En el centro del cerebro, destacándose sobre ese fondo azul oscuro ven un punto blanco irregular, con una diminuta mancha rosada y una filtración de azul. Eso es lo que aparece mientras se habla. En la parte delantera del cerebro se enciende un lugar similar durante el proceso de pensamiento. Sobre estas imágenes hemos extendido una imagen de resonancia magnética de la anatomía del cerebro. Ahora, todo el cerebro se convierte en una linterna mágica.
El doctor Annaccone se volvió para mirar a los presentes y comprobar si todos seguían sus explicaciones. Después continuó hablando.
—¿Ven esa mancha que se distingue en el centro del cerebro y que está cambiando? Cuando un sujeto miente, se produce un incremento en la cantidad de sangre que fluye a través del cerebro, que entonces proyecta otra imagen.
Asombrosamente, en el centro de la mancha blanca había ahora un círculo rojo incluido dentro de un campo amarillo irregular.
—El sujeto está mintiendo —dijo el doctor Annaccone—. Cuando sometamos al presidente a la prueba, lo que tenemos que buscar es el punto rojo dentro del campo amarillo. —El doctor Annaccone asintió con un gesto mirando al presidente—. Y ahora pasaremos a la habitación donde se llevará a cabo el examen.
Dentro de la habitación, con paredes forradas de plomo, Francis Kennedy se tumbó sobre la mesa, dura y fría. Detrás de él había un gran cilindro de metal largo. Cuando el doctor Annaccone sujetó la máscara de plástico sobre la frente y la barbilla de Kennedy, éste no pudo evitar un momentáneo estremecimiento de temor. Aborrecía que le pusieran cualquier cosa sobre la cara. Luego le ataron los brazos a lo largo de los costados. A continuación, Francis Kennedy sintió que el doctor Annaccone deslizaba la mesa hacia el interior del cilindro; el espacio era más estrecho de lo que había esperado, y más oscuro. Y silencioso. Francis Kennedy estaba rodeado ahora por un anillo de cristales radiactivos de detección.
Kennedy escuchó entonces el eco de la voz del doctor Annaccone, dándole instrucciones para que mirara la cruz blanca situada directamente delante de sus ojos. La voz sonaba hueca.
—Debe mantener los ojos fijos en la cruz —repitió el doctor.
En una habitación situada cinco pisos más abajo, en el sótano del hospital, un tubo neumático sostenía una jeringuilla que contenía oxígeno radiactivo, un ciclotrón de agua de contraste.
Cuando llegó la orden desde la habitación donde se llevaba a cabo el escáner, el tubo salió disparado como un cohete de plomo, retorciéndose a través de los túneles ocultos por detrás de las paredes del hospital, hasta que llegó a su objetivo.
El doctor Annaccone abrió el tubo neumático y tomó la jeringuilla, se dirigió al pie del escáner PVT y llamó a Francis Kennedy. La voz volvió a sonar hueca, como un eco, cuando Kennedy la escuchó.
—La inyección —anunció el doctor.
Luego, Kennedy sintió que el médico se introducía en la oscuridad y le hundía la aguja en el brazo.
Desde el espacio cerrado con cristal situado en el extremo del escáner, el equipo personal del presidente sólo podía ver las plantas de los pies de Kennedy. Cuando el doctor Annaccone se situó a su lado, encendió la computadora colocada en la pared de arriba, para que todos pudieran ver el funcionamiento del cerebro de Kennedy. Observaron el líquido de contraste circulando a través de la sangre de Kennedy, emitiendo positrones, partículas de antimateria que colisionaron con los electrones, produciendo explosiones de energía de rayos gamma.
Siguieron observando cómo la sangre radiactiva se precipitaba por el córtex visual de Kennedy, creando corrientes de rayos gamma captadas inmediatamente por el anillo de detectores radiactivos. Durante todo ese tiempo, Kennedy seguía mirando fijamente la cruz blanca, tal y como se le había dicho.
Luego, a través del micrófono instalado directamente en el interior del escáner, Kennedy escuchó la pregunta planteada por el doctor Annaccone:
—¿Conspiró usted de alguna forma para que la bomba atómica explotara en Nueva York? ¿Tuvo algún conocimiento que hubiera podido evitar la explosión?
—No, no lo tuve —contestó Kennedy.
En el interior del cilindro a oscuras sus palabras parecieron caer hacia atrás, como si el viento le hubiera dado en la cara.
El doctor Annaccone observó la pantalla de la computadora, por encima de su cabeza.
La pantalla mostró los dibujos de la masa azul del cerebro en el curvado cráneo de Kennedy, tan elegantemente formado.
Todos los presentes observaron con recelo.
Pero allí no apareció ninguna mancha amarilla detectable, ningún círculo rojo.
—Está diciendo la verdad —dijo el doctor Annaccone, y su voz pareció sonar con un tono jubiloso.
Christian Klee sintió que las piernas se le doblaban. Sabía que él no podría pasar esa prueba.
Un día después de que el presidente Kennedy pasara la prueba de verificación PVT por escáner, Christian Klee acudió a ver a
El Oráculo
.
Después de cenar, ambos se dirigieron a la biblioteca, que estaba algo más oscura y era más confidencial. A Christian se le sirvió brandy y puros, y
El Oráculo
se quedó medio dormitando en su acolchada silla de ruedas.
—Christian —dijo
El Oráculo
—. Creo que deberías empezar a mover el trasero. Todas las emisoras de televisión han informado hoy que Kennedy pasó por esa prueba, y que es inocente del escándalo de la bomba atómica. Por lo que parece, está muy bien instalado en su puesto. Así que ¿cuándo demonios se va a celebrar esa fiesta de cumpleaños?
A Christian le pareció que el anciano se sentía inquieto. Pero no podía decirle que todo el mundo se había olvidado de su fiesta de cumpleaños.
—Ya lo tenemos todo planeado —le dijo—. Después de que el presidente tome posesión de su cargo, el mes que viene. Será una gran fiesta en el Jardín Rosado de la Casa Blanca. Acudirá el primer ministro de Inglaterra; su padre fue uno de tus mejores amigos. Te encantará. ¿Te parece bien? El tema central serás tú como símbolo del pasado de este país, el Gran Anciano de Estados Unidos, la encarnación viva de nuestras virtudes de impulso, trabajo duro y elevación desde lo más bajo hasta lo más alto; en resumen, que eso es algo que sólo puede suceder en Estados Unidos. Te pondremos uno de esos sombreros del tío Sam, con barras y estrellas.
Ante esa idea,
El Oráculo
emitió su diminuto crujido de risa. Christian le sonrió y vació de un trago la copa de brandy para tratar de mantener el flujo de su buen humor.-¿Y qué sacará de eso tu querido amigo Kennedy? —preguntó
El Oráculo
.
—Francis Kennedy será presentado como el espíritu del futuro de Estados Unidos —contestó Christian—. Todo el pueblo estará sometido a un contrato social mucho más enérgico, y todos serán más interdependientes. Lo que tú plantaste, lo cuidará Kennedy para que florezca hasta alcanzar toda su grandeza.
Los ojos del anciano relucieron en la penumbra.
—Christian, ¿cómo te atreves a decirme esa mierda después de todos estos años? Métete tu simbolismo en el trasero. ¿Y a qué contrato social te refieres? ¿Qué clase de tontería es ésa? Escúchame. En el mundo están los que gobiernan y los que son gobernados. Ése es el único contrato social que existe. El resto no es más que negociación.
—Hablaré con Dazzy y la vicepresidenta —dijo Christian echándose a reír—. Kennedy lo admitirá, sabe que te lo debe.
—Los viejos como yo no tenemos deudores —repuso
El Oráculo
—. Y ahora, hablemos de ti. Estás metido en una mierda muy gorda, muchacho.
—Sí, lo estoy —asintió Christian—. Pero me importa un bledo.
—¿Ni siquiera has cumplido los cincuenta años y ya te importa un bledo? —preguntó
El Oráculo
con sorna—. Eso sí que es una mala señal. Cuando alguien dice que algo le importa un bledo, suele ser síntoma del joven ignorante. Yo tengo cien años, y si dijera que algo me importa un bledo, estaría diciendo la verdad. Las cosas importan un bledo cuando se es joven y cuando se es viejo. Pero tú, Christian, estás en una edad muy peligrosa para que las cosas te importen un bledo.
Estaba enojado y se inclinó para arrebatarle a Christian el puro.
En ese momento, Christian sintió un afecto tan abrumador por el anciano, que casi estuvo a punto de echarse a llorar.
—Se trata de Francis —dijo al fin—. Creo que me ha estado timando durante toda su vida.
—¡Ah! —exclamó
El Oráculo
—. Esa prueba del detector de mentiras por la que pasó; el escáner del cerebro. ¿Cómo lo llaman? ¿La prueba de verificación PVT por escáner? El hombre que inventó ese título es un genio.
—No comprendo cómo ha podido pasarla —dijo Christian Klee.
Cuando habló,
El Oráculo
lo hizo con un desprecio apenas entonado, debido a su edad; sus señales, tanto físicas como mentales, eran más débiles, pero seguían siendo inconfundibles.
—De modo que ahora nuestra civilización dispone de una prueba infalible, nada menos que científica, para determinar si un hombre dice la verdad. Y ellos creen que con eso se puede solventar hasta el más oscuro de los enigmas sobre la inocencia y la culpabilidad. Qué risa. Los hombres y las mujeres se engañan a sí mismos continuamente. Yo tengo cien años y sigo sin saber si mi vida ha sido una verdad o una mentira. Realmente, no lo sé.
Christian había recuperado su puro de manos de
El Oráculo
y entonces lo encendió; aquel pequeño círculo de fuego hizo que el rostro del anciano pareciese la máscara de un museo.
—Yo permití que esa bomba atómica explotara —dijo Christian—. Soy responsable por ello. Y cuando me someta a la prueba, yo sabré la verdad, y también la sabrá el escáner. Pero creía comprender a Kennedy mejor que nadie. Siempre supe interpretar sus pensamientos. Él quería que yo no interrogara a Gresse y Tibbot. Quería que la explosión se produjera. Entonces, ¿cómo demonios ha podido pasar por esa prueba?
—Si el cerebro fuera tan simple, nosotros seríamos demasiado simples como para comprenderlo —dijo
El Oráculo
—. Ése fue el ingenio de tu doctor Annaccone, y sugiero que ésa sea tu respuesta. El cerebro de Kennedy se negó a reconocer su culpabilidad. En consecuencia, la computadora del escáner dice que es inocente. Tú y yo sabemos que las cosas fueron de otro modo, porque creo en lo que dices. Pero él siempre será inocente, incluso en su propio corazón. Y ahora, déjame hacerte una pregunta. Está previsto que te sometas a la prueba la semana que viene. ¿Crees que podrás engañar también a la máquina? Después de todo, no es más que un pecado de omisión.
—No —contestó Christian—. A diferencia de Kennedy, yo siempre seré culpable.
—Alégrate —dijo
El Oráculo
—. Sólo mataste a diez mil, ¿o fueron veinte mil? Tu única esperanza consiste en negarte a someterte a esa prueba.
—Se lo prometí a Francis —dijo Christian—. Y los medios de comunicación me crucificarían si me negara.-En ese caso, ¿por qué demonios estuviste de acuerdo en aceptarla?
—Creí que Francis estaba fanfarroneando —dijo Christian—. Pensé que no podría someterse a ella, y que se arrepentiría. Por eso insistí en que él fuera el primero.
El Oráculo
demostró su impaciencia poniendo en marcha el motor de su silla de ruedas.
—Invoca a la Estatua de la Libertad —dijo—. Invoca tus derechos civiles y tu dignidad humana. Saldrás adelante. Nadie desea que esa ciencia infernal se convierta en un instrumento legal.
—Claro —asintió Christian—. Eso es lo que tengo que hacer. Pero entonces Francis sabrá que soy culpable.
—Christian, si en esa prueba te preguntaran si eres un criminal, ¿cuál sería tu respuesta, ajustándote a la verdad?
Christian se echó a reír. Fue un verdadero estallido de risa.
—Contestaría que no, que no soy un criminal. Y la pasaría. Eso sí que es divertido. —Agradecido, apretó el hombro de
El Oráculo
—. No se me olvidará lo de tu fiesta de cumpleaños.
Cuando Christian Klee le dijo al presidente Francis Kennedy y a su equipo personal reunido que no se sometería a la prueba de verificación del escáner, nadie pareció sorprenderse. Klee argumentó que aquella prueba representaba una transgresión de los derechos humanos. Prometió que si se aprobaba una ley aceptando la legalidad de la prueba, pero sin que fuera obligatoria, volvería a presentarse voluntario para la misma.
Christian Klee se sintió tan tranquilizado al ver lo bien que se aceptaba su negativa, que hasta se animó a preguntarle a Eugene Dazzy acerca de la aplazada fiesta de cumpleaños en honor de
El Oráculo
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—Mierda —dijo Dazzy— en realidad, a Francis nunca le gustó ese viejo. Quizá debiéramos olvidarnos de eso.