Read La biblia de los caidos Online
Authors: Fernando Trujillo
Le lanzó el cuadro, un poco hacia su derecha. La pequeña Silvia se separó de Sara y cogió el cuadro al vuelo, era casi tan grande como ella. El Gris aprovechó para acercarse y recoger a Sara. Elena le miró con asco y se apartó de él sosteniendo su brazo herido.
El Gris se llevó a Sara a rastras.
—Ocúpate de ella —le dijo al niño.
—La has cagado, macho —protestó Diego—. Una página de la Biblia de los Caídos es demasiado valiosa...
El demonio vomitó una carcajada escandalosa.
—¡Picasso! Nunca me gustaron sus cuadros —dijo olisqueándolo como un perro.
—¿Picasso? —susurró el niño—. Pero, ¿no era...? Ah, coño, ahora lo pillo. Eres bueno, Gris.
El Gris le guiñó un ojo. Y entonces se giró, corrió y se abalanzó sobre Silvia. El demonio había descubierto el engaño. Atravesó el cuadro con sus zarpas y atrapó al Gris en el aire. Le lanzó con una fuerza brutal contra la pared. El Gris la atravesó y saltaron cascotes en todas direcciones.
Silvia se puso a cuatro patas y fue tras él.
Miriam empezaba a desesperarse. Desde que había dejado al niño, a Sara y a Mario a salvo, no lograba dar con el Gris.
Y necesitaría su ayuda.
Los demonios no eran su especialidad, pero no se requería a un experto para saber que este era demasiado fuerte y poderoso como para tratarse de una posesión normal y corriente. Y ahora su misión peligraba.
Había sido un error permitir al Gris seguir adelante con el exorcismo, y ella no cometía errores. Por algo era la favorita de Mikael. Debería haber entregado al Gris inmediatamente, pero no lo había hecho, y ahora todo podía salir mal.
Si la niña mataba al Gris, tendría que entregar su cadáver al cónclave. Mikael la había autorizado a matarle si se resistía, pero no era esa la explicación que tendría que dar al ángel, tendría que reconocer que había sido su falta de juicio lo que le había permitido enfrentarse a un demonio. Y esa era una idea muy poco atractiva, especialmente porque Mikael le quería vivo. No lo había dicho explícitamente, pero ella le conocía, sabía interpretar sus gestos y el tono de su voz. El ángel quería al Gris con vida, y ella suponía que era para matarlo él mismo.
La centinela había estado presente en varios exorcismos en los que el Gris había participado. Nunca había fallado. Siempre liberaba a la víctima, aunque a veces se le escapaba el demonio en cuestión, y siempre lo había logrado con relativa comodidad. Por eso le había consentido seguir adelante, por la confianza que inspiraba en ella.
Y por algo más.
No podía engañarse a sí misma. Sus sentimientos hacia él se habían desarrollado extraordinariamente, más allá de su control, embriagándola, enturbiando su voluntad. No hasta el punto de no cumplir con su misión, eso era impensable, pero sí lo suficiente como para retrasar el momento de entregar al Gris el máximo posible y pasar todo el tiempo que pudiera junto a él. Le carcomía por dentro lo último que le había dicho el Gris, que era una chiquilla emocional porque nunca había estado con un hombre. Jamás hubiera tenido esa imagen de sí misma de no ser por estos últimos días. Ella controlaba sus sentimientos mejor que nadie, y en el plano sentimental era especialmente sencillo. Los hombres le inspiraban un rechazo instintivo desde que la violaron, así que apenas le suponía esfuerzo dominar sus escasos impulsos sexuales. Hasta que conoció al Gris.
Entonces algo fue creciendo en su interior, algo novedoso, un deseo que ella no conocía y que tardó en comprender que no podía someter a su voluntad. Tal vez se debía al hecho de que podía estar con el Gris sin ensuciar su alma, como él había señalado, o tal vez no. ¿Qué importaba eso? Lo que contaba era la atracción, que estaba ahí, en su interior, y quemaba. Y sabía que eso no podía ser nada bueno.
Así que registró la casa buscándole, intentando llegar a tiempo para ayudarle a vencer al demonio. Tuvo que emplearse a fondo para derribar alguna puerta, o incluso un tabique, con su martillo. Había muchas runas de protección esparcidas por el chalé, y la niña también había ido sembrando las suyas, lo que dificultaba su avance.
Llegó a la entrada, guiada por un temblor que sacudió toda la casa. El suelo se había derrumbado, abriendo un boquete enorme en el centro. No vio a nadie. Había un espejo en la pared inmenso, ennegrecido y agrietado, como si le hubieran apuntado con un lanzallamas. Miriam supo inmediatamente que el Gris había estado allí.
Abandonó el lugar siguiendo más ruidos, voces amortiguadas por la distancia, gritos y muebles cayendo. La centinela apretó el martillo y corrió a la primera planta. En el pasillo se topó con la runa de sangre que había grabado el Gris en el suelo. Era muy fuerte y le impedía el paso. Entró en una habitación. Solo había una puerta, por la que había entrado, con lo que no podía seguir avanzando, a menos que...
Alzó el martillo y lo estrelló contra la pared. Podía oír voces al otro lado. No distinguía la conversación pero era obvio que había varias personas, y desde luego el demonio era una de ellas. Alguien gritaba desesperadamente. Detuvo su siguiente golpe al captar algo con claridad. Estaban hablando de un cuadro y de la Biblia de los Caídos. No le costó imaginar que la pequeña Silvia estaría interesada en el libro y que trataría de arrebatárselo al Gris por todos los medios.
Pegó la oreja a la pared, buscando un punto en el que le llegara la conversación con mayor nitidez. Al parecer estaban en una pausa, porque apenas oía nada.
Miriam dudó. Derribar la pared causaría mucho ruido y alertaría al demonio, con lo que perdería la ocasión de atacar por sorpresa. Por otra parte, el Gris podía necesitar su ayuda; si se retrasaba mucho, tal vez sería demasiado tarde. Resolvió el dilema rápidamente. Ella era una mujer de acción, no se limitaría a escuchar detrás de una pared.
Empuñó el martillo con las dos manos, lo alzó por encima de la cabeza y se dispuso a descargarlo contra la pared con todas sus fuerzas. Pero no llegó a hacerlo.
La pared estalló en su cara, reventó en pedazos. Varios cascotes la derribaron, dejándola medio sepultada, pero alcanzó a ver al Gris atravesar el muro y volar hasta estrellarse contra la pared opuesta. El golpe fue brutal.
Enseguida llegó la niña, saltando y gruñendo, impulsándose con manos y pies. Era muy rápida. El Gris apenas podía levantarse, le faltaba el aliento, pero aún logró esquivar el primer zarpazo de Silvia. Con el segundo no tuvo tanta suerte. El demonio le alcanzó en el costado. El Gris rodó por el suelo tratando de alejarse.
Miriam casi no podía creer lo fuerte que era ese demonio. El Gris estaba perdido, relegado a defenderse y retroceder. Solo era cuestión de tiempo que Silvia le asestara otro golpe y todo habría terminado. Tenía que ayudarle.
Se liberó de los cascotes, decidida a aprovechar que el demonio no había advertido su presencia, tan centrado como estaba en rematar al Gris. Apuntó y arrojó su martillo al demonio. Echó a correr con un grito de guerra mientras un torrente de adrenalina inundaba su cuerpo.
Sara abrió los ojos. Tenía calor, mucho calor, sobre todo en el brazo derecho. ¡El brazo! ¡Ya no estaba roto! Lo dobló y estiró varias veces, sin poder creer que estuviera perfectamente.
Su último recuerdo era un dolor indescriptible y su brazo colgando inerte, doblado hacia atrás, con el blanco del hueso asomando entre carne desgarrada y sangre. Luego se había desmayado.
Un alarido la sobresaltó. Como estaba tirada en el suelo, se incorporó a medias. El niño estaba a su lado, boca arriba, pateando el suelo con manos y pies. Chillaba con desesperación, como si le estuvieran arrancando la piel a tiras. La rastreadora trató de dar con el problema, pero no veía nada. No sangraba ni tenía nada roto. Sin embargo, Diego no paraba de gritar. El sudor resbalaba por todo su cuerpo. Tenía los ojos desenfocados y no paraba de moverse.
Sara fue incapaz de calmarle. No recordaba haber visto a nadie sufrir tanto. Debía de tener algún problema interior, un veneno, ácido, algo que no se puede ver desde fuera. Trató de sujetarle para que no se lastimara, pero fue inútil. El pequeño cuerpo del niño convulsionaba y brincaba con demasiada fuerza para ella. Continuó botando de un lado a otro hasta que gradualmente se detuvo. Diego se quedó por fin inmóvil, empapado en sudor, con los ojos entrecerrados.
—¡La hostia! Qué dolor —dijo luchando por incorporarse.
Sara le ayudó. Tiró de su brazo y le colocó de modo que pudiera apoyar la espalda contra la pared.
—¿Qué te ha pasado? Me tenías preocupada, niño. ¿Ha sido el demonio?
Diego aún tenía la respiración agitada.
—No, la niña no tiene nada que ver —contestó con una mueca de dolor—. ¿Qué tal tu brazo?
—Perfectamente. Y no lo entiendo. Lo tenía destrozado, doblado hacia atrás, pero... —La rastreadora tuvo una idea—. ¿Fuiste tú? ¿Me curaste?
—Ya te digo —suspiró el niño—. Y ya ves lo que me hace la puta maldición.
—¿Los dolores eran por haberme curado? No lo entiendo. Yo...
—Más tarde. Ayúdame a levantarme. Tenemos que echar una mano al Gris. Si es que podemos...
Álex observaba la pelea, desde su escondite, esperando el momento adecuado. Mientras nadie reparara en él, podría aguardar a que todo estuviera en su favor.
El Gris esquivaba desesperado los ataques del demonio. Le faltaba el aliento desde que se había estrellado contra la pared. Su situación parecía perdida, sin posibilidad de sobrevivir a un demonio como ese. Pero Álex aún confiaba en él. Su compañero había superado innumerables situaciones adversas.
Sin embargo, su confianza se desmoronó en un segundo. A un gesto con la mano de la niña-demonio, uno de los cascotes de la pared derruida salió volando. El Gris no lo vio venir. Le golpeó en la nuca y le derribó. Silvia reptó hasta él. El Gris apenas se movía, luchaba por conservar la conciencia.
—Ha llegado tu hora, exorcista —rugió el demonio. Tiró de su pelo plateado y le forzó a mirarla. El Gris estaba indefenso—. Perdiste la oportunidad de entregarme la página y has agotado mi paciencia. Me beberé tu sangre mientras te desangras.
Y levantó la zarpa en preparación del golpe definitivo, con las uñas negras ensangrentadas apuntando al techo.
Álex ya no podía retrasar su aparición. Si no intervenía, matarían al Gris, y su único propósito en este mundo dejaría de tener sentido. No podía consentirlo.
Se preparó para atacar a Silvia por la espalda. Era consciente de no tener ninguna oportunidad real de derrotar a la niña, pero ya daba lo mismo. Si el Gris moría, de nada serviría esconderse y tratar de sobrevivir.
Apartó esos pensamientos de su cabeza. Aún estaba vivo, y con él, la esperanza de cumplir su objetivo, lo único que Álex anhelaba conseguir algún día, su razón de existir. Tenía que distraer a la niña a cualquier precio, darle tiempo al Gris para recuperarse. Salió de su escondite y... se quedó quieto.
Un objeto surcó el aire veloz como un misil. Era el martillo de Miriam. La centinela emergió de entre los escombros, enloquecida, aullando. El martillo impactó en la zarpa del demonio, desviando el golpe que debía rematar al Gris. Silvia vio a la centinela, pero no dio muestras de importarle su intervención. Volvió a alzar la mano.
Álex ya no podía hacer nada por evitarlo. No había reaccionado a tiempo y estaba muy lejos, y Miriam ya no tenía nada que arrojar a la niña. Habían fracasado.