Read Karate-dō: Mi Camino Online
Authors: Gichin Funakoshi
Si él hubiera deseado fama y fortuna ciertamente la hubiese tenido, pero posiblemente a expensas de un trabajo en que habría perdido su dignidad.
En este él era, como se dice, en cada pulgada un samurai, y en la forma en que llevaba el “jinriksha” revelaba su experiencia en el arte marcial. Aunque él murió inmediatamente después de que yo fui para Tokio, nunca he olvidado esa noche pasada en su compañía. Para mí él siempre representó la perfecta personificación del espíritu del samurai.
La “cinchada”, un popular deporte en nuestra isla, generalmente se realiza en nuestros numerosos festivales. Nuestra “cinchada” es bastante diferente de las que se practican en otras prefecturas. Es en gran parte más dinámica y alguien que haya sido testigo estará de acuerdo. Y definitivamente no es, les aseguro a mis lectores, un deporte para chicos.
Se unen los extremos de dos sogas para formar una soga muy larga que es generalmente tan gruesa como el tronco de un árbol. Cada soga tiene un lazo en el extremo y después de enlazar un extremo con el otro se coloca un pesado tronco de roble para unir las dos partes. Numerosas sogas pequeñas se atan a la soga principal, asemejándose a un enorme ciempiés, estas pequeña sogas son llamadas “mezuna” (sogas hembras). Es el deber del árbitro colocar el tronco de robre a través del lazo. Aunque este trabajo es bastante peligroso, es una ceremonia que nunca debe omitirse en una “cinchada” okinawense.
El juego empieza cuando el árbitro golpea los pies de los dos hombres de cada equipo que están cerca del centro de la soga. Luego todos los participantes agarran las pequeñas sogas “hembras” y comienzan a tirar con fuerza, con el acompañamiento de tambores y “gongs”. Para animar a las partes se levantan estandartes con los nombres de cada equipo y se los incita haciendo tanto ruido como es posible.
Aunque es un juego y un deporte, también es una imitación de la guerra y hay ocasiones (si la decisión del árbitro es discutida) en que se produce una verdadera batalla. Muchos okinawenses han sido lastimados en las peleas en que frecuentemente terminan las “cinchadas”. Por esta razón el árbitro debe ser un hombre reconocido por ambas partes y también capaz de actuar tanto como árbitro en el deporte que como mediador en la pelea que bien puede seguir.
En la antigua y real capital de Shuri la “cinchada” ha sido un deporte popular por centurias. Luego, con la Restauración Meiji, Naha fue hecha la capital de Okinawa y rápidamente se desarrolló como su vieja ciudad hermana.
Durante mi época como maestro de escuela en Naha, a menudo fui requerido como árbitro en las “cinchadas” y estoy contento de decir que las veces en que actué como árbitro la competencia no se convirtió en una batalla sangrienta.
Lo que aprendí observando estas “cinchadas” es que el equipo que sólo intenta ganar generalmente no lo consigue, mientras que el que interviene para disfrutar del juego sin preocuparse mucho en ganar o perder frecuentemente emerge victorioso. Esta observación es tan válida para un combate de karate como para una “cinchada”.
Me gustaría contar una historia de karate ocurrida en el puerto de Naha, que es el más importante de la Prefectura de Okinawa. Desafortunadamente éste es tan poco profundo que los grandes barcos no pueden llegar al muelle.
Estos deben anclar en el medio del puerto y los pasajeros deben ser trasladados en pequeños botes.
El día que dejé Okinawa para ir a Tokio estaba bastante ventoso y las olas eran altas. Junto con un grupo de pasajeros que nos llevaría a la capital.
Cuando llegamos el mar estaba momentáneamente calmo y varios pasajeros pasaron fácilmente desde el pequeño bote hacia el pasamanos de la cubierta del gran barco. Cuando llegó el turno de pararme en el movedizo bote, vino repentinamente una gran ola, así que esperé hasta que el mar se calmase nuevamente.
Tan pronto como se calmó puse un pie en el pasamanos pero justo en ese momento vino otra enorme ola y el bote comenzó a moverse fuertemente.
Y ahí estaba yo, con un pie en el pasamanos y otro aún en el bote, y dos valijas en mis manos. Debajo mío estaba el peligroso mar. Para hacer peor la situación debo confesar que, aunque isleño, nunca aprendí a nadar, habiendo sido criado en el castillo de la ciudad de Shuri y habiendo hecho varias excursiones a la costa okinawense.
Permaneciendo allí, sobre el fuerte mar, podía escuchar a la tripulación del barco dándome instrucciones pero simplemente no les hacía caso. Sin pensarlo, cambié la valija que tenía en la mano izquierda a la mano derecha y simultáneamente arrojé la valija más pesada que tenía en la mano derecha hacia la cubierta. El impulso me llevó hacia la segura cubierta. Si hubiese vacilado un momento seguramente habría caído al mar y me hubiese ahogado. Y si me hubieran rescatado habría sido con mi estómago lleno de agua salada.
Cuando subí a la cubierta murmuré unas palabras de agradecimiento al Karate-dō por ayudarme a salir de esa situación.
Algunos años después, retornando de visita a Okinawa, por supuesto fui a saludar al Maestro Azato. “Bienvenido” exclamó. “¡Realmente! Que asustados estábamos ese día”. Él, con su familia, había ido al puente a despedirme y ahora me contaba lo aterrorizados que habían estado con lo que había pasado. “Cuánto admiramos su rapidez y destreza” agregó. “Y que aliviados nos quedamos”.
Por supuesto que no es solo el karate el que entrena a un hombre al punto de realizar hechos extraordinarios de esta clase; las otras artes marciales son igualmente útiles. Los expertos de judo, por ejemplo, aprenden a caer de una forma que no se lastiman, esta habilidad se atribuye al entrenamiento de judo. El punto importante es que la práctica diaria de cualquier arte marcial puede ser invalorable en momentos de emergencia.
Recuerdo que fue hacia el final del año 1921 que el Ministro de Educación anunció que se haría una demostración del antiguo arte marcial japonés la siguiente primavera en la Escuela Superior Normal de Mujeres (situada luego en Ochanomizu, en Tokio). La Prefectura de Okinawa fue invitada a participar y el Departamento de Educación me pidió que introdujese nuestro arte de karate en la capital japonesa. Yo acepté inmediatamente, por supuesto, y comencé a hacer planes.
Como el karate era poco reconocido fuera de Okinawa y a la gente que lo tenía que presentar tenía poco o ningún conocimiento de él, decidí que como introducción era necesario algo bastante imprevisto. De acuerdo a esto lo que hice fue tomar fotografías de varias posiciones, katas, movimientos de manos y pies y ordené las fotografías en tres largos rollos de papel. Las llevé conmigo a la capital. La demostración fue un gran éxito y creo que esta fue particularmente buena por la introducción en el arte okinawense de karate a la gente de Tokio.
Había planeado retornar a mi isla inmediatamente después de la demostración pero pospuse mi retorno cuando el ya difunto Jigorō Kanō presidente del Kodokan de judo me preguntó si podía dar un breve discurso sobre el arte del karate. Al principio vacilé, no sintiéndome suficientemente capaz, pero debido a que Kanō había sido tan atento, acordé mostrarle algún kata. El lugar fue el mismo Kodokan y yo había pensado que sólo un pequeño grupo de maestros responsables de escuelas estarían presentes. Para mi considerable sorpresa había más de cien espectadores esperándome.
Como compañero par la demostración yo había elegido a Shinkin Gima, quien luego estudió en Tokio Shōka Daigaku (ahora Universidad de Hitotsu-bashi). Gima era un karateca de primera que había practicado intensamente antes de irse de Okinawa. Muy impresionado, Kanō me preguntó cuanto tiempo tardaría en aprender el kata que habíamos mostrado.
“Como mínimo un año” le contesté.
“Ah, es demasiado” dijo. “¿Puede usted enseñarme sólo un poco de lo más básico?”
Para un simple maestro de escuela de provincia como yo, era un gran honor el pedido de un gran maestro de judo como Jigorō Kanō, y por supuesto estuve de acuerdo.
Un tiempo después, cuando me estaba preparando nuevamente para retornar a Okinawa, fui llamado una mañana por el pintor Hōan Kosugi. Me dijo que el tiempo atrás, cuando por una exposición de pintura había visitado Okinawa, había quedado profundamente impresionado por el karate y quería aprender el arte, pero que aquí en Tokio no pudo encontrar maestros ni libros de instrucción. Quiere usted, me preguntó, considerar permanecer un tiempo en Tokio y darme instrucción personal?
Nuevamente postergué me partida y comencé a dar lecciones al grupo de pintores llamado Tabata Alamo Club, del cual Kosugi era el presidente.
Después de varias sesiones, ellos comenzaron a decirme que si yo quería ver el Karate-dō introducido en Japón, era el hombre que debía hacerlo y que Tokio era el lugar para empezar. Así fue que escribí a Azato e Itosu contándoles la idea y ambos maestros me contestaron con cartas de estímulo y al mismo tiempo advirtiéndome que podía tener tiempo difíciles.
En esto, como sucedió, ellos estaban más que en lo cierto. Yo me mudé hacia el Meisei Juku, un albergue para estudiantes provenientes de Okinawa (situado en la zona Suidobata de Tokio), donde me permitieron utilizar la sala de lectura del albergue como Dojo cuando no fuese usada por los estudiantes.
Sin embargo, el dinero era un problema crítico: yo no tenía nada para mí, mi familia en Okinawa era difícil que me pudiese enviar algo y yo no podía en ese momento recibir ayuda de alguien ya que el karate era aún desconocido.
Para pagar el pequeño cuarto donde dormía hacia cualquier tipo de trabajo en el albergue: sereno, cuidador, jardinero y también limpiaba los cuartos.
En ese tiempo tenía muy pocos estudiantes, así que mis ingresos no eran suficientes para pagar mis gastos. Para ayudar a resolver el problema persuadí al cocinero del albergue que tomase lecciones de karate y que a cambio me descontase lo que pagaba por la comida. Fue una vida difícil, pero cuando recuerdo aquello después de todos estos años, siento que también fue bueno.
También hubo momentos muy buenos. En esos días eran raras las entrevistas personales en diarios revistas, pero un día apareció en el albergue un periodista de un diario. Cuando llegó yo estaba barriendo el pasillo del jardín, y obviamente me tomó por un sirviente.
“¿Dónde puedo encontrar al señor Funakoshi, el maestro de karate?” –Preguntó.
“Un momento, señor”, le contesté y me fui. Rápidamente subí a mi habitación, me puse mi formal kimono y luego bajé hasta la entrada, donde esperaba el periodista. “¿Cómo está usted?” le dije, “yo soy Funakoshi”. Nunca olvidaré la expresión de sorpresa del periodista cuando se dio cuenta que el jardinero y el maestro de karate eran la misma persona!
En otra oportunidad fui llamado por uno de los más altos sirvientes de la casa del Barón Yosuo Matsudaira, que estaba al lado del albergue. Los Matsudaira eran una familia de importancia y el barón y su esposa eran los padrastros de la Princesa Chichibu.
“Yo vine”. Dijo el sirviente, “para agradecer al hombre de mayor edad del albergue que limpia la tierra de nuestra puerta todas las mañanas. Mi señor le envía este pequeño testimonio de gratitud”. Luego, él me dio una caja de dulces.
El epílogo de la historia vino unos pocos años después cuando el mismo sirviente me volvió a visitar para disculparse por haberme llamado “el hombre de mayor edad que limpia la tierra”. Él continuó “En ese entonces no sabíamos que usted era el notable experto en karate Gichin Funakoshi”
Realmente la limpieza del albergue requería gran atención por los chicos que a menudo jugaban allí. Después de una hora de limpieza exhaustiva cuando dejaban de jugar, a veces los regañaba diciéndoles que estaba bien que jugasen en el jardín pero no que lo ensuciasen.
Un día, uno de ellos, un pequeño demonio lengua larga me llamó “kara-su-uri” (calabaza de serpiente) y luego el resto de los chicos hizo el coro. Me pareció algo raro y no podía entender porqué me habían llamado así, hasta que a la noche, cuando me miré en un espejo, comencé a reír cuando vi la semejanza. Aunque no bebo alcohol mi piel es bastante rosada y extremadamente suave y pude entender cómo, en la mente de esos pequeños yo parecía un melón que se vuelve anaranjado brillante al madurar.
De esta forma, para mis estudiantes yo era un experto en karate, para la familia Matsudaira un anciano barrendero y para los chicos que jugaban en el jardín una calabaza de serpiente! Encontraba todo esto muy divertido, pero lo que era menos divertido los días de penuria cuando no podía juntar el dinero suficiente para cubrir mis necesidades.
Un día pensé en empeñar algo pero no sabía qué. Tenía pocas cosas de valor para empeñar. Finalmente encontré un viejo sombrero que había usado en Okinawa y un kimono okinawense hecho a mano. Los envolví cuidadosamente y fui caminando a una lejana casa de empeño porque no quería que se enterasen los estudiantes del albergue.
Ciertamente estaba avergonzado de mostrar los dos objetos al empleado de la casa de empeño, ambos eran viejos y usados y suponía de poco valor. El empleado los llevó al cuarto de atrás del negocio, donde se escuchaban voces (la otra presumiblemente del dueño del negocio) hablando en voz baja.
Después de un momento reapareció el empleado y me dio una gran suma de dinero.
Me había quedado perplejo hasta que me enteré que el hermano del empleado era uno de mis estudiantes de karate. Realmente, ahora que pienso en aquellos años, recuerdo a muchos benefactores, entre ellos Hōan Kosugi y a los pintores del Tabata Alamo Club, y siento hacia todos ellos una permanente gratitud.
Con el pasar del tiempo mi situación comenzó a mejorar. Estoy ahora enseñando a un creciente número de estudiantes. Muchos son trabajadores de cuello blanco (N.deT.: usado como sinónimo de trabajadores no manuales), que después de su día de trabajo vienen a mi Dojo para practicar un par de horas.
Ansiosos de aumentar sus conocimientos de Karate-dō y para perfeccionar sus técnicas, son muy entusiastas, y estoy muy agradecido con ellos porque hicieron que el arte se conociese más y más entre la gente de todas las formas de vida.
También los universitarios comenzaron a interesarse por el karate, con Keio a la cabeza. Un día, el Profesor Shin'yō Kasuya, del departamento de idioma alemán y literatura, vino a mi Dojo con un par de miembros de la Facultad de Keio y varios estudiantes que querían aprender karate. No mucho después de esto la universidad formó un grupo de estudio del karate integrado por miembros de la facultad y estudiantes: este fue el primer grupo de esta clase que se estableció en la Universidad de Tokio. Ahora, además de enseñar en mi propio Dojo, hago visitas regulares a Keio para dar instrucciones sobre el arte. Seguidamente, estudiantes de otra universidad, Takushoku, que no estaba lejos del albergue, también vinieron a aprender.