Read Karate-dō: Mi Camino Online
Authors: Gichin Funakoshi
“¿Escapando?” se burló uno.
“¿No tiene usted modales?” preguntó el otro.
Juntos, los dos me agarraron de la camisa y me arrastraron hacia la plataforma de piedra. Estaba sentado allí un hombre viejo que supuse era el árbitro, y probablemente el más fuerte luchador de mano del grupo. Sin dudas podría haber usado mi habilidad y escapar sin problemas, pero decidí practicar el deporte. Mi primera lucha, con el más débil del grupo, la gané fácilmente. El segundo joven fue también una victoria fácil. Y así con el tercero, cuarto y quinto. Ahora quedaban solo dos hombres, uno de ellos el árbitro, y ambos parecían fuertes oponentes.
“Bueno”, dijo el árbitro con una inclinación hacia el otro, “es su turno ahora. ¿Está usted listo para un match con este desconocido?”.
“No estoy atemorizado” intervine, “ya tuve suficiente; estoy seguro que no ganaré más. Por favor discúlpeme”.
Pero ellos insistían. Mi próximo oponente, con el ceño fruncido, agarró mi mano, así que no tuve más elección que pelear. Esta pelea también la gané e inmediatamente dije “Ahora realmente debo irme. Gracias. Por favor discúlpeme”.
Esta vez mis excusas fueron aparentemente aceptadas. Pero cuando comencé a ir hacia Shuri sentía que el día no iba a terminar sin incidentes. Y estaba en lo cierto, no pasó mucho cuando escuché ruidos detrás de mí.
Afortunadamente cuando salí temprano de Naha llevaba un paraguas porque estaba lloviendo. Ahora que no llovía, usé el paraguas como bastón; también decidí usarlo como medio de defensa, así que lo abrí rápidamente y lo coloqué sobre mi cabeza para dar un golpe de atrás.
Bueno, no quiero hacer una larga historia. Aunque el grupo debía ser de siete u ocho, tuve suerte de evadir todos los golpes que me tiraron, hasta que por último escuché la voz del hombre mayor que decía “¿Quién es este? Parece que sabe karate”.
El ataque cesó. Los hombres se pararon alrededor mío mirándome furiosos, pero no hubo más golpes, no hubo ningún intento de detenerme, así que seguí de nuevo mi camino. Mientras caminaba recitaba uno de mis poemas favoritos y al mismo tiempo estaba atento de algún sonido, de algún movimiento furtivo, pero no escuché ninguno.
Al llegar a Shuri estaba lleno de remordimientos. ¿Porqué intervine en esa competencia de lucha a mano? ¿Fue por curiosidad? Pero la respuesta verdadera vino a mi mente: fue una sobreestimación de mi fuerza. Fue, en una palabra, orgullo. Fue una violación del espíritu del Karate-dō y me sentía avergonzado. Aún cuando actualmente cuento la historia, después de muchos años, me siento profundamente avergonzado.
Cerca de la casa de mi abuelo, sobre una gran cuesta, había un denso bosque llamado Bengadake. En él había un templo conocido porque daba buena suerte a aquellos que oraban allí (de los cuales había muchos entre Naha y Shuri). El bosque mismo era visible para los viajeros de paso a Chūjo Bay.
Una noche, caminando desde la villa de Nishihara, cuando casi había llegado a la cima del bosque de Bengadake, sorpresivamente vi un hombre corriendo hacía mí. Si no me hacía rápidamente a un lado podríamos haber chocado, y aunque estaba bastante oscuro, observé por los movimientos del hombre que no conocía el arte de defensa propia.
Al arrojarse a un campo de caña de azúcar, los altos tallos lo ocultaron completamente. Como no se escuchaba ningún ruido pensé que había tropezado golpeándose la cabeza contra una roca y que había perdido el conocimiento. Sin embargo, aunque lo busqué en el campo tanto como podía debido a la oscuridad, no encontré rastros de él. Extrañado, continué descendiendo hacia una pequeña cabaña donde había un baño público. El hedor era bastante desagradable y me hubiese ido rápidamente si no hubiese visto algo flotando en la suciedad que parecía un melón de color oscuro. El objeto era, no podía haber dudas, la cabeza de un hombre, ciertamente la cabeza del hombre que se había tropezado en el bosque. A pesar del hedor, le dí una mano para ayudarlo a salir de esa inmundicia. Sin una palabra de agradecimiento, se precipitó hacia el bosque tan rápido como pudo.
Justo en ese momento, desde la dirección opuesta vino el sonido de un silbido y tres figuras negras encapuchadas aparecieron en la oscuridad. Antes de que pudiese decir una palabra ellos me habían agarrado. “¡Esperen!” Grité,
“Ustedes han agarrado al hombre equivocado”, en ese momento era evidente que los tres hombres eran oficiales de policía. Diciendo que eran policías, sacaron una cuerda para atarme. Esto sucedió después de que ellos habían estado detrás del hombre que cayó en la suciedad. “Esperen un minuto” yo repetía, “Ustedes están cometiendo un error”.
“No nos mienta” dijo bruscamente uno de los oficiales. “Y no cause más problemas”.
Los tres parecían estar seguros de que yo era el hombre que buscaban, pero yo persistía en negarlo. Pacientemente les expliqué que ellos me habían apresado solo unos pocos minutos después de que el hombre había caído en la suciedad y que luego de ayudarlo, escapó.
Ellos estaban al principio bastante incrédulos, pero luego de repetirles otra vez la historia comenzaron a creerme. Luego me preguntaron que edad tenía el hombre y como era. Yo les contesté que estaba demasiado oscuro como para dar una descripción confiable y que cualquiera podía equivocarse en la identificación. En ese momento uno de ellos corrió hacia el bosque en la dirección que había tomado el hombre. Cuando llegamos al bosque escuchamos una exclamación de un hombre que había encontrado algo tirado en el campo. En ese momento me dí vuelta y vi a otro grupo de policías buscando el mismo reo, quienes lo habían encontrado tirado en el medio de un campo de papas. Él estaba, o parecía estar, inconsciente, y olía muy mal. No había dudas que era el hombre que estaban buscando esos oficiales de policía.
Ellos estaban por atarlo y llevárselo cuando sugerí que primero debían limpiarlo un poco.
“Bien, ¿dónde?” Preguntó uno de ellos con desagrado.
Llévenlo a mi casa” dije. “De todas maneras está en camino a la estación de policía”.
Y eso fue lo que hicimos. Le sacamos sus sucias ropas y lo lavamos bien, luego me sorprendió ver lo que había pasado con él. Desde su muslo derecho corría un hilo de sangre, mientras que su muslo izquierdo estaba negro y azul. Evidentemente se había lastimado cuando se cayó en la letrina y el doloroso golpe que tenía fue aparentemente el resultado de una patada no intencional que le dí cuando giré para evitarlo, cayendo él en el monte.
Sentí una profunda compasión por él, hasta que los oficiales me dijeron que era un preso que se había escapado y que tenía un largo prontuario y estaba preso por robo, saqueo y rapto. Después de esto, mi sentimiento de compasión se desvaneció.
En la parte norte de la isla de Okinawa, en la ciudad de Kokuryo, hay una villa costera llamada Motobe, y cerca de ésta, también sobre la costa, hay una aldea conocida como Shaka. Después de la Restauración Meiji, Shaka estaba poblada por okinawenses disconformes con el nuevo régimen de Tokio y era la principal fuente de las casi interminables disputas que parecían sacudir la unidad de Kokuryo año tras año.
El incidente del que me voy a referir ocurrió alrededor de quince años después de que dejé de enseñar y está relacionado con una disputa que había surgido entre Shaka y la aldea vecina. La misma policía local fue insuficiente para resolver la cuestión, por lo que recurrieron a la policía de Naha. Como el origen de la disputa era político, fueron también llamados a ayudar los miembros del consejo de la unidad, el consejo de la prefectura y el mismo gobernador de la prefectura. Extrañamente a mí también se me requirió que me uniese a la parte que juzgaba. No tuve ni tengo idea porqué.
Yo era miembro del consejo de una pequeña escuela cerca de la bahía de Senno en chūto County, y por algún tiempo estuve esperando que me transfiriesen a una escuela en el centro de Naha, que era más conveniente para mis prácticas de karate, pero la transferencia no llegaba. Yo estaba sorprendido, en efecto, sin saber si había sido tan vehementemente solicitado para ser uno de los árbitros, seguramente, si era para dirigir las peleas de combate mano a mano o mas bien debido a que muchos de los participantes serían adeptos al karate y podría ser beneficiosa mi presencia.
En cualquier caso, sentía que no me podía rehusar, por eso solicité una breve licencia al principal de mi escuela. Esta me fue concedida. En esa época no había, por supuesto, coches a caballo en Okinawa, así que partí a la mañana temprano en carro tirado por un caballo. Como la distancia entre Naha y Shaka era de alrededor de quince millas, recuerdo que tuve que cambiar dos veces de caballo.
Al llegar encontramos una atmósfera de fuerte sospecha y hostilidad entre las dos pequeñas aldeas, una atmósfera de la que teníamos mucho temor se pusiese más beligerante y que estallase una batalla. Resolvimos ejercitar el mayor tacto en un esfuerzo para mantener el asunto bajo control.
Luego pasó una cosa muy extraña. Los habitantes de las dos villas estaban separados, con cara de enojados, con nosotros en el medio, cuando repentinamente y casi simultáneamente, desde los grupos opuestos dos personas me saludaron con casi idénticas palabras. “Funakoshi”, les escuché decir, “¿qué hace usted aquí?”
Viendo que me saludaban de esa forma, mis compañeros árbitros me dijeron que tratase de dirigir los combates. Sin duda pensaron que teniendo un amigo en cada bando era capaz de poner fin al problema fácil y rápidamente, pero de mi parte me sentía poco optimista y sabía que una palabra equivocada podía conducir a una pelea que llevaría a perder la paz por mucho tiempo.
Sin embargo acepté hacer el trabajo. Decidí ser tan cortés y tan imparcial como fuese humanamente posible, escuchando cuidadosamente los argumentos de ambas partes. Esto hice, pero hubo momentos durante ese día y el siguiente que me parecieron que iba a ser atacado por una muchedumbre enojada, primero de una aldea, luego de la otra. Sin embargo, cuidé mi cabeza y mi paciencia y no hice nada imprudente y la amenazante violencia no se materializó. Finalmente después de dos días de estar escuchando propuse una solución de compromiso que pareció ser aceptable para ambas partes. Con la paz lograda, fue realizada la ceremonia formal para celebrar el feliz evento en el colegio primario de Shaka. Luego los árbitros se subieron a sus carros y retornaron a Naha.
Un mes después fui llamado por la Sección de Asuntos Educacionales del gobierno de la prefectura de Okinawa, donde se me informó que había sido promovido a una escuela en el centro de Naha. Lo que había querido por tanto tiempo para que finalmente pasase y que podía atribuirlo a mi entrenamiento en karate, probó lo útil de los esfuerzos de mi mediación.
Cuando todavía era un maestro asistente en una escuela de Naha, yo tenía que caminar dos millas y media dos veces por día ya que en esa época mi mujer y yo vivíamos en la casa de sus padres en Shuri. Un día hubo una reunión de maestros que duró bastante tiempo, por lo que era tarde cuando partí hacia mi casa y pronto comenzó a llover. Decidí hacer un gasto extra por una vez y alquilé un “jinriksha” (N.deT.: carro de pasajeros tirado por un hombre).
Para pasar el tiempo comencé una conversación con el hombre del “jinriksha” y encontré, para mi sorpresa, que él daba respuestas extremadamente cortas a mis preguntas. Generalmente los hombres “jinriksha” son tan locuaces como los barberos. Además su tono de voz era extremadamente cortés y su lenguaje el de un hombre bien educado. En ese momento había en Okinawa dos clases de “jinrikshas”: ”hiruguruma" (“jinrikshas de día”) y “yorugurumas” (“jinrikshas de noche”) y yo conocía bastante bien que algunos de los “jinrikshas de noche” era gente bien educada que había dado la vuelta al mundo.
¿Podía este hombre, yo me preguntaba, quién me tiraba hacia Shuri, resultar ser alguien que yo conocía? De ser así, su condición podía verse lesionada. Sin embargo, quedaba el problema de descubrirlo y no era fácil, el hombre usaba un amplio sombrero con el cual se cuidaba de no descubrir su cara ante mí.
Yo planee una estratagema que permitiese ver quién era. Le dije que parase un momento el “jinriksha” para satisfacer una necesidad natural. Cuando apoyó el carro en el piso tuve la impresión de que no era un “jinriksha” común y cuando descendía traté de ver su cara pero rápidamente dio vuelta su cabeza. Había algo familiar en su porte, en su alto y delgado cuerpo.
La lluvia había cesado y una pálida luna emergía desde las nubes. Después de que me alivié, volví al “jinriksha” y de nuevo traté de ver la cara del hombre y fui nuevamente contrariado. Disgustado por mi propia incompetencia, pensé otro plan que estaba convencido daría resultado. “Ya recorrimos una buena distancia” le dije, “y usted tiene que estar cansado. Es una linda noche, porqué no caminamos un poco?” El hombre aceptó, pero también fue un fracaso porque se rehusó a caminar a mi lado. Él iba siempre uno o dos pasos detrás. Repentinamente, en una curva del camino, dí una vuelta y agarré las varas del “jinriksha”, tratando al mismo tiempo de entrever su semblante. Sin embargo el hombre fue más rápido que yo y se puso el sombrero sobre su cara.
Fue tan rápido en su reacción que yo ahora estaba totalmente convencido de que él no podía ser un “jinriksha” común.
Efectivamente yo estaba bastante seguro que lo conocía. Me saqué mi sombrero y le dije: “Perdóneme por preguntarle, ¿pero es usted el Sr. Sueyoshi?”
Sorprendido contestó “Yo no soy”. Así, nos detuvimos por un momento como petrificados, yo agarrado del “jinriksha” y él parado mirando hacia abajo, con su cara cubierta por el ancho sombrero. Luego, repentinamente, él tomó una decisión, se sacó el sombrero y cayo de rodillas. Comprobé que no estaba equivocado. Realmente era Sueyoshi. Lo tomé de la mano para ayudarlo a levantarse y luego caí sobre mis rodillas, le dije mi nombre y le pedí perdón por mi impertinente curiosidad. El provenía, como yo lo sabía muy bien, de una familia de clase alta descendiente de guerreros y había sido instructor mío de Karate-dō. Además, fue un alto exponente del arte de pelea con palo y posteriormente fundó su propia escuela de “bojitsu”.
No hubo, por supuesto, preguntas acerca del “jinriksha”. Caminando los dos juntos hacia Shuri, tuvimos una muy agradable conversación acerca del karate y del arte de pelea con palo. Luego, obviamente preocupado porque descubrí su identidad, me dijo que no mencionase a nadie que estaba trabajando como un hombre “jinriksha”. Me dijo que tenía su esposa enferma postrada en la cama y que para poder mantenerse los dos y comprar las medicinas que ella necesitaba, trabajaba como agricultor durante el día y empujaba el “jinriksha” durante la noche.