Read Karate-dō: Mi Camino Online
Authors: Gichin Funakoshi
La mano en lanza es un arma que penetra al oponente haciendo uso de la punta de los dedos. El “shihon nukite” utiliza los cuatro dedos, el “nihon nukite” dos y el “ippon nukite” uno. El dedo pulgar se dobla hacia el interior de la palma mientras que el resto de los dedos se extienden y se mantienen unidos entre sí. Alguien no familiarizado con este golpe puede suponer que los dedos pueden dañarse seriamente al golpear al oponente, pero el hecho es que con la suficiente práctica el “nukite” es un arma sumamente útil tanto contra la cara como contra el plexo solar.
El “shuto” o mano espada, que he descripto brevemente, tiene numerosas aplicaciones. Se coloca en igual forma que el “shihon nukite” excepto que la zona que golpea es la parte blanda de la palma al lado del dedo chico. El “makiwara” es muy útil en fortalecer este arma. El “shuto” puede usarse más efectivamente contra el cuello del oponente, los costados, brazos y piernas.
“Empi” significa los codos, que son usados frecuentemente tanto ofensiva como defensivamente, cuando su oponente trata de agarrarlo, cuando ataca por cualquiera de los lados o de frente o cuando usted se agacha para entrar en su defensa o lo agarra tratando de acercarlo a usted. Los codos son efectivos para golpear la cara, la cabeza, el pecho, los costados o atrás. También pueden ser usados para proteger su propio pecho o costados y si está caído en el piso los codos son útiles para golpear las piernas de su oponente. Debido a que los huesos del codo son fuertes, las mujeres y los chicos pueden también, con la suficiente práctica, hacer un uso altamente eficiente de los codos.
Los movimientos de pierna y pie, si son lo suficientemente rápidos, están entre las armas más importantes del karate porque toman frecuentemente por sorpresa al oponente. Los movimientos de piernas consisten principalmente en golpear, pero a veces las piernas y pies son usados para bloquear. Las piernas son, por supuesto, más gruesas y fuertes que los brazos, pero son más difíciles de usar efectivamente sin considerable práctica. Hay también un serio peligro: si un hombre patea y erra su blanco puede perder el equilibrio dándole oportunidad de contragolpear al oponente.
La palabra “koshi” se refiere a una zona particular de la planta del pie que se usa para golpear frontalmente hacia arriba o si no se concentra la fuerza suficiente en el ángulo, el “koshi” se convierte en un peligro para el que lo usa. El talón (“enju”) es útil contra un oponente que ataca desde la retaguardia o intenta agarrar desde atrás.
Antes de dar por terminadas estas acaso demasiadas reflexiones acerca del Karate-dō y de mí mismo, me gustaría decir unas pocas palabras acerca de otro deporte local okinawense, no solo porque me dio muchas horas de diversión cuando era joven sino también porque creo que me ayudó a desarrollar la fuerza muscular que es tan útil en karate.
El deporte del que estoy hablando es la lucha. Pero usted podrá decir, la gente lucha en todo el mundo. Los chicos comienzan a jugar a la lucha antes que a otro juego. Ah, pero la lucha okinawense tiene ciertas características únicas. Como el karate, sus orígenes son desconocidos y muchos okinawenses suponen que debe haber alguna relación entre los dos.
El nombre okinawense de nuestro estilo de lucha es “tegumi” y al escribir la palabra se usan los mismos dos caracteres chinos que se usan para escribir el “kumite” del karate, excepto que ellos están invertidos. “Tegumi” es por supuesto un deporte mucho más simple y primitivo que el karate. Hay pocas reglas excepto para ciertas prohibiciones: el uso del puño, por ejemplo, para golpear al oponente o el uso de pies o piernas para patearlo. No está permitido agarrar del pelo al otro o asirlo contra uno. También está prohibida la mano en espada y el golpe de codo usado en karate.
A diferencia de la mayoría de las formas de lucha donde los participantes están ligeramente vestidos, los que participan en un encuentro de “tegumi” están totalmente vestidos. Además no hay ningún ring especial; el encuentro puede realizarse en cualquier sitio, dentro de una casa o en algún campo cercano. Cuando yo era joven los lugares para los encuentros de “tegumi” eran generalmente al aire libre porque de esa forma eran más animados y a nuestros padres no les gustaba que se dañase el papel de la puerta corrediza o la estera del tatami. Por supuesto que cuando teníamos un encuentro en el campo primero teníamos que sacar todas las rocas y piedras que son una característica prevaleciente en la escena rural de Okinawa.
El encuentro comenzaba, como en el “sumō”, con los dos oponentes empujando uno contra otro. Luego, de acuerdo al proceder, eran usadas técnicas de agarre y lanzamiento. Una que recuerdo bien era muy similar a la “ebi-gatama” (bloqueo de piernas y tres cuartas Nelson), actualmente usada por luchadores profesionales. Cuando ahora miro a los luchadores por televisión recuerdo al “tegumi” de mi juventud okinawense.
Los árbitros eran generalmente chicos que actuaban también como segundos de los oponentes, y su principal papel era asegurar que ningún participante fuera dañado seriamente o golpeado perdiendo el conocimiento. Para parar la pelea, si cualquiera de los chicos lo consideraba necesario, daban palmadas al cuerpo del oponente. Algunos chicos, sin embargo, eran tan atrevidos que querían seguir peleando hasta que los noqueasen. En esos casos el deber del árbitro era parar la pelea antes de que eso sucediese.
Como muchos otros chicos de Okinawa yo pasaba horas muy felices participando o mirando los encuentros de “tegumi”, pero fue después de que tomé seriamente el karate que vi lo que el “tegumi” ofrecía como oportunidad para entrenarse, para lo cual no se limitaba a dos participantes únicamente.
Uno (generalmente un chico más grande y fuerte) practicaba contra dos o tres oponentes o los que él quisiese.
Estos encuentros comenzaban con un luchador tirado de espaldas en el piso y sus oponentes sujetando sus brazos y piernas. Cuando decidí ser un karateka usaba cuatro o cinco muchachos jóvenes para luchar contra mí, pensando que estos encuentros fortalecían tanto mis músculos de los brazos y piernas como los del estómago y caderas. No podría decir ahora en cuánto realmente contribuyó el “tegumi” en mi aprendizaje de karate, pero si que ayudó a fortalecer mi voluntad.
Por ejemplo, rara vez tuve gran dificultad en hacer caer a un oponente, pero mis dificultades aumentaban cuando el número de oponentes era mayor.
Si yo atacaba a uno los otros encontraban como atacarme a mí. Es difícil pensar en una forma mejor para aprender a defenderse contra más de un oponente, y no es un juego de chicos. Les aseguro que lo tomábamos muy seriamente.
Por lo que oí, el “tegumi” se está popularizando otra vez entre los chicos de Okinawa, y no me hace totalmente feliz. La razón es que mientras nosotros sacábamos las rocas y piedras para hacernos un lugar, los chicos en la actual Okinawa pueden encontrar proyectiles o bambas sin explotar de la sangrienta batalla de la Guerra del Pacífico. Esta posibilidad es muy angustiante.
Antes de la guerra muy pocas personas que no eran japonesas conocían algo acerca del karate o tenían deseos de aprenderlo. Aquellos que llegaron a mi Dojo eran reporteros o profesores de educación física que habían escuchado acerca del interés japonés sobre el karate. Al terminar la guerra vino la ocupación y luego un número de soldados americanos comenzó a visitarme y a preguntarme para aprender karate. Cómo es que ellos supieron de mí no lo sé.
Un día estaba hablando del difunto Bunshiro Suzuki en el Hotel Imperial en una entrevista con una editorial americana. En ese tiempo no se les permitía a los japoneses entrar en el Imperial excepto por una invitación de un americano que estuviese ahí. Estuve más que sorprendido cuando entré en la habitación donde teníamos la entrevista y estaba decorada en la forma japonesa, con biombos plegables y flores que evidentemente habían sido arregladas por un estudiante de ikebana. Lo que recuerdo principalmente de esa entrevista fue la sorpresa del caballero americano por mi avanzada edad. Su comentario, según me fue traducido, fue que mientras en Japón el Karate-dō se transformó de un arte marcial a un deporte, en América era valorado como una forma de longevidad.
Después de esta tuve varias experiencias con visitantes y ocupantes americanos y pronto comencé a acostumbrarme a ver sus caras extrañas (incluyendo también a algunas mujeres) en el Dojo de Karate Kyōkai. Se me pidió de enseñarle al oficial de educación física de la base de la Fuerza Aérea de USA en Tachikawa, y luego fui invitado a dar una demostración de katas para el comandante de la base en Kisarazu, Prefectura de Chiba.
En esta última ocasión el comandante, aunque obviamente conocía poco o nada sobre el karate, me dijo de convertirlo en una verdadera costumbre japonesa. Me recibió muy cordialmente, miró la demostración con gran respeto y él mismo me despidió. Antes de esto me mostró un altar dedicado a los aviadores japoneses muertos en combate.
Había una monumental estatua de bronce de un aviador japonés señalando hacia el Océano Pacífico y un águila con sus alas extendidas a sus pies.
Ambos, el altar mismo y el “torii” estaban en perfectas condiciones. El comandante me dijo que respetaba a los jóvenes aviadores japoneses que habían dado la vida por su país, aunque hubiese sido en vano. Luego me preguntó si algún estudiante mío había sido piloto durante la guerra. Cuando yo me incliné profundamente hacia el templo, él entendió la respuesta y también saludó.
Aquí hay, pensé, un verdadero caballero y fue con lágrimas en mis ojos que lo saludé a la salida de la base.
Después que se firmó el tratado de paz entre Japón y Estados Unidos el karate se hizo su propio lugar entre los americanos. Esto sucedió cuando fui invitado por un oficial americano de alto rango para hacer una gira de tres meses en las bases del continente, mostrando el Karate-dō a los aviadores americanos. Para acompañarme elegí a Isao Obata (de la Universidad de Keio), a Toshio Kamata (de Waseda) y a Masatoshi Nakayama (de Takushoku). Para la gira tuvimos un avión especial a nuestra disposición y en cambio de hacer demostraciones ante pequeños grupos de espectadores como antes, hicimos nuestro kata ante gran número de interesados aviadores americanos. No puedo expresar el placer que sentí.
Así, el Karate-dō, que en mi niñez era una actividad local clandestina, finalmente se convirtió en un arte marcial japonés antes de tener alas y volar a América. Ahora es conocido en todo el mundo. Mientras escribo estas notas recibo pedidos de información, también de instructores, de todas partes. Aún asombrado por el número de personas que han escuchado acerca del karate, siento que una vez que este libro esté terminado comenzaré un nuevo proyecto, enviar expertos japoneses de karate al exterior.