Read Karate-dō: Mi Camino Online
Authors: Gichin Funakoshi
“En ese momento el joven asumió una postura profunda, manteniendo la estera de paja en alto contra el fuerte viento. La posición que tomó era impresionante, como montando un caballo. Por cierto, cualquiera que conozca karate se habrá dado cuanta rápidamente que el joven había tomado la posición de jinete, la más estable de todas las posiciones de karate, y él utilizaba el fuerte tifón para refinar su técnica y para tener más fuerza tanto en el cuerpo como en la mente. El viento golpeaba la estera y el joven con un máximo esfuerzo, permaneció en su posición y no renunció”.
En Okinawa hay víboras muy venenosas llamadas “habu”. Felizmente su mordedura no es actualmente tan peligrosa como era en mi juventud, donde si una persona era picada en la mano o el pie, la única forma de salvar su vida era una inmediata amputación. Ahora ha sido desarrollado un suero efectivo, pero debe ser inyectado tan pronto como sea posible después de la picadura.
Nuestra “habu” okinawense, que crece hasta seis o siete pies, es un animal que es mejor evitar.
Volviendo a los viejo tiempos, antes del desarrollo del suero, fui una noche a la casa del Maestro Azato para una practica de karate. Esto ocurrió unos años después de mi casamiento y le dije a mi hijo mayor, que aún estaba en la escuela primaria, que me acompañase y llevase la pequeña linterna que nos alumbraba en la noche isleña.
Mientras caminábamos a través de Sakashita, entre Naha y Shuri, pasamos por un viejo templo dedicado a la antigua y muy venerada Diosa de la Misericordia, llamada Kannon en japonés moderno. Justo después de pasar por el templo descubrí en el medio del camino un objeto que al principio pensé que era un caballo caído, pero a medida que nos acercábamos observé que lo que había visto estaba vivo y no solo vivo sino replegado para atacar, con evidente cólera hacia los intrusos.
Cuando mi joven hijo vio esos dos penetrantes ojos brillando en la noche y luego, por la luz de la linterna, esa delgada lengua roja lanzada hacia fuera, dio un grito de terror y se me acercó agarrándome de los muslos. Rápidamente lo puse detrás de mí y le saqué la linterna, comenzando a oscilarla lentamente de derecha a izquierda, cuidando de mantener mis ojos fijos en los de la víbora. No puedo decir cuanto tiempo pasó, pero finalmente la serpiente, aún mirándome, se deslizó en la oscuridad hacia un campo de papas. En ese momento pude ver lo larga y gruesa que era la “habu”.
Yo ya había visto antes una “habu” pero nunca hasta esa noche una preparada a atacar. Conociendo, como todo okinawense, sus malos hábitos, dudaba mucho que se fuese tan sumisamente sin intentar atacar, así que a pesar de lo muy asustado que estaba, puse la linterna delante mío y me arrastré por el campo en búsqueda de la serpiente.
Pronto vi aquellos dos ojos brillantes reflejados por la luz de linterna e hice lo que la “habu” estaba esperando de mí. Ella había tendido una trampa y ahora estaba esperándome para abalanzarse. Afortunadamente, viéndome a mí y viendo el balanceo de la linterna, la serpiente abandonó su ataque y por suerte desapareció en la oscuridad del campo.
Me pareció que había aprendido una importante lección de esa víbora.
Cuando continuamos nuestro camino hacia la casa de Asato, le dije a mi hijo:
“Todos nosotros conocemos acerca de la persistencia de la “habu”. Pero esta vez no fue ese el peligro. La “habu” que encontramos se comportó en forma parecida a las tácticas de karate, y cuando se internó en el campo no estaba escapando de nosotros. Se estaba preparando para un ataque. Esta “habu” entendía muy bien el espíritu del karate”.
Me gustaría contarles dos incidentes que pienso pueden ayudar a los lectores a entender la esencia del Karate-dō. Ambos ocurrieron muchos años atrás en el campo okinawense, y ambos ilustran como un hombre puede ganar perdiendo.
El primero tuvo lugar en el camino sudoeste del Castillo de Shuri, siendo el primer gobernador de la villa Ochaya Goten. Había en la villa una casa de té edificada según el viejo estilo de Nara, con una imponente vista sobre el Pacífico. El gobernador, después de días de duro trabajo, solía ir allí con su mujer e hijo a descansar.
La distancia hasta Shuri era de un poco menos que una milla y el camino era de piedra con altos y majestuosos pinos a ambos lados.
Después de que la villa fue abierta al público a partir de la propiedad privada del gobernador, fui una noche con el Maestro Itosu y media docena de karatecas a una reunión bajo la luna. Nuestro grupo congeniaba y habíamos perdido la noción del tiempo hablando de karate y recitando poesías.
Finalmente decidimos que era tiempo de volver a casa y comenzamos a caminar a través del sendero entre los árboles. La luna estaba cubierta por una densa niebla y los jóvenes llevaban linternas para alumbrar el camino del maestro. Repentinamente, el hombre que había estado liderando la reunión exclamó que apagásemos las linternas. Nosotros lo hicimos pensando que podíamos ser atacados. El número de nuestros agresores parecía ser el mismo que el nuestro, así que desde ese punto de vista estábamos iguales, pero aunque nuestros agresores supieran karate, estaban destinados a una ignominiosa derrota. Estaba tan oscuro que no podíamos ver ninguna cara.
Yo me dirigí hacia Itosu para que me diese instrucciones, pero todo lo que dijo fue “¡Manténganse de espaldas a la luna! ¡De espaldas a la luna!” Yo quedé bastante sorprendido porque había pensado que nuestro maestro nos iba a permitir poner en práctica nuestro karate y por supuesto todos estábamos más que listos para caer sobre esa banda de rufianes. Pero Itosu nos decía simplemente que nos pusiéramos de espaldas a la luna! Esto parecía no tener sentido.
Después de unos minutos él murmuró en mis oídos, “¿Funakoshi, porqué no va usted a hablar con ellos? En el fondo no deben ser malos hombres y si les dice que yo soy uno de los integrantes del grupo podría solucionar la diferencia”.
Yo seguí las instrucciones y comencé a caminar hacia la banda. “Uno de ellos viene hacia acá” escuché que alguien decía. “Uno de ellos viene hacía acá. Preparémonos”. La atmósfera parecía la de los momentos antes de comenzar una gran batalla.
A medida que me acercaba a ellos pude observar que nuestros posibles asaltantes tenían cubiertas sus caras con pañuelos, así que era imposible identificarlos. De acuerdo a las instrucciones les dije cortésmente que el Maestro Itosu era uno de nuestro grupo y que nosotros éramos todos sus todos sus estudiantes. “Quizás” agregué tranquilamente, “esto se trata de un error”.
“¿Itosu? ¿Quién es él?” Gruñó uno de los bandidos. “Nunca escuché de él”.
Otro, viendo lo bajo que era yo, gritó “¡Hey, usted es exactamente un chico! ¿Qué está haciendo, metiendo la nariz en los asuntos de hombres?
¡Váyase de este lugar!” Y luego me agarró del pecho.
Yo bajé mis caderas en una posición de karate. Pero en ese momento escuché la voz de Itosu, “¡No pelee, Funakoshi! Escuche lo que ellos tienen que decir. Hable con ellos”.
“Bien” le dije al hombre, “¿qué tienen contra nosotros? ¡Explíqueme!”
Antes de que ninguno tuviese oportunidad de reaccionar, fuimos rodeados por un grupo de hombres que obviamente habían bebido y que ahora cantaban ruidosamente como yendo camino a casa. Cuando se acercaron lo suficiente se dieron cuenta que había una posible pelea y comenzaron a gritar alegremente con la perspectiva de ver una pelea sangrienta. Pero luego uno de ellos reconoció a nuestro líder.
“¡Usted es el Maestro Itosu!” Gritó. “¿No es cierto? ¡Por supuesto que es! ¿Cuál es el problema?” Luego se volvió a los bandidos que nos querían atacar. “Son ustedes locos” les dijo. “¿No conocen a esta gente? Este es Itosu, el maestro de karate con sus estudiantes. Diez o aún veinte de ustedes no podrían vencerlos. ¡Mejor que se disculpen y se vayan rápidamente!”
No hubo disculpas pero los bandidos se miraron entre ellos por un momento y luego desaparecieron silenciosamente. Luego Itosu nos dio otra orden que nos pareció misteriosa. En lugar de seguir por el camino que íbamos nos ordenó retroceder y tomar un camino más largo hacia Shuri. Hasta que llegamos a su casa no dijo una palabra y luego nos hizo prometer no hablar de ello.
“Ustedes hicieron un buen trabajo esta noche, muchachos” dijo. “No tengo dudas que ustedes se superaron como karatecas. Pero no digan una palabra a nadie sobre lo que pasó esta noche! A nadie, entendieron?”
Mas tarde supe que los integrantes de la banda fueron tímidamente a la casa de Itosu para disculparse. Sucedió que los hombres que habíamos pensado eran criminales o ladrones, eran en realidad “sanka”, o sea los hombres que trabajaban en la villa donde se destila un muy fuerte licor okinawense llamado “awamori”. Ellos simplemente estaban buscando pelea, ya que eran pobladores violentos, orgullosos de su fuerza física, y nos habían elegido esa noche a nosotros pera probar su valentía. Fue después de saber esto que entendí que hábil había sido el maestro al ordenarnos retornar a Shuri por distinto camino, evitando cualquier posible encuentro. En esto, pienso, yace el significado del karate. Mis mejillas se pusieron calientes y rojas al hacer eso pero para Itosu yo hubiera usado mi destreza y mi fuerza contra hombres no entrenados.
El segundo incidente, que en cierta forma es de naturaleza semejante, tuvo un final más satisfactorio. Primero, sin embargo, debo decir algo acerca de la familia de mi esposa. Por muchos años ellos habían experimentado con la planta de batata, tratando de obtener una mejor producción. Tuvieron un éxito moderado pero en la Restauración Meiji en 1868 fracasaron varias veces y se trasladaron a una pequeña villa de cultivos llamada Mawashi, a alrededor de dos millas y media de Naha. Mi suegro, un firme adherente al Partido Obstinado, se volvió un excéntrico. Cuando el tiempo era bueno cuidaba sus campos, cuando llovía se quedaba en su casa y leía; y eso era todo lo que hacía.
Mi esposa lo quería mucho y un día feriado fue temprano con mi hijo a visitarlo. Al atardecer yo me dirigí hacía la villa porque no me agradaba la idea de que volviesen solos de noche.
El solitario camino a Mawashi atravesaba bosquecillos de frondosos pinos y al caer la tarde había poca luz, así que fui sorprendido cuando dos hombres repentinamente saltaron desde los árboles impidiendo mi paso. Como los anteriores atacantes, tenían cubiertas sus caras con pañuelos. Era evidente que no buscaban simplemente pelea.
“Bien” gritó uno de ellos en un tono muy insolente, “no se detenga allí como si fuese sordo y mudo. Usted sabe que es lo que queremos. ¡Hable en voz alta! Diga “Buenas noches, señor” y coméntenos que lindo día es. No malgaste nuestro tiempo, inútil, o se arrepentirá. ¡Se lo aseguro!” Cuanto más irritados estaban ellos más calmo me sentía yo. Pude observar que quien me había hablado, de la forma en que cerraba sus puños no era un karateca, y el otro, que llevaba un pesado palo, era también evidentemente un amateur. “No me han confundido” pregunté tranquilamente “¿por otro? Seguramente debe haber un error. Pienso que si hablamos acerca...”
“¡Ah, cállese, pequeño!” Gruñó el hombre con el garrote. “¿Por quien nos tomó?”
Con esto, los dos se acercaron un poco, pero no me sentí intimidado.
“Parece” les dije, “que finalmente voy a tener que pelear con ustedes, pero francamente les aconsejo que no insistan. No creo que sea muy bueno para ustedes porque...”.
El segundo de los dos hombres levantó el pesado palo que tenía.
“...porque”, proseguí rápidamente “si no estuviese seguro de ganar no pelearía. Yo sé que estoy destinado a perder. ¿Para que pelear? ¿Tiene esto sentido?”
Después de estas palabras, los dos parecieron calmarse un poco. “Bueno” dijo uno de ellos, “Usted realmente no quiere pelear. Denos entonces su dinero”.
“No tengo” contesté mostrándoles mis bolsillos vacíos.
“¡Entonces algo de tabaco!”
“No fumo”.
Realmente lo único que tenía era algo de “manju”, torta que llevaba para ofrecer al altar de la casa de los padres de mi esposa. Le dije al hombre “tome esto”.
“Solo manju” dijo en tono de desprecio. “Bueno, es mejor que nada”.
Agarrando las tortas uno de los hombres dijo “Mejor ándate, pequeño, y ten cuidado, este camino es peligroso”. Luego desaparecieron a través de los árboles.
Unos pocos días después estaba con Azato e Itosu y les conté sobre el incidente. El primero en elogiarme fue Itosu quien dijo que me había comportado en la mejor forma y que consideraba que el tiempo que había utilizado para enseñarme karate había sido bien utilizado.
“Pero” dijo Azato sonriendo, “si no tenía más “manju”, ¿qué le ofreció al altar de sus suegros?”
“Como no tenía más” contesté, “ofrecí una oración con todo mi sentimiento”.
“Ah, bueno, bueno” exclamó Azato. “Bien hecho, ciertamente. Ese es el verdadero espíritu del karate. Ahora está usted comenzando a entender lo que significa”.
Yo trataba de ocultar mi orgullo. Mientras que los dos maestros nunca elogiaron un solo kata que yo ejecuté durante las prácticas, ellos me elogiaban ahora, y mezclado con el orgullo había un permanente estado de alegría.
Una noche, cuando recientemente había cumplido los treinta años, estaba caminando desde Naha a Shuri. El camino era solitario y más aún después del templo Sogenji. A la izquierda se extendía un cementerio y cerca de él había un gran estanque donde en el pasado los guerreros lo usaban para dar agua a sus caballos. Cerca del estanque había un prado con una pequeña plataforma de piedra en el centro; aquí los jóvenes de Okinawa venían a probar sus fuerzas en competencias de lucha de mano.
Esta noche particular, mientras pasaba, varios jóvenes estaban ocupados en ese deporte.
Como había dicho antes, la lucha a mano okinawense es algo diferente de la que se practica en el resto de Japón. Yo estaba muy entusiasmado en el deporte y (debo confesarlo) no estaba bien de ánimo. Me quedé y estuve mirando un tiempo.
Repentinamente uno de ellos gritó “¡Hey, usted! ¡Venga y pruebe! A menos que esté atemorizado”.
“¡Cierto!” Gritó otro. “No es justo que esté ahí parado mirando. ¡Eso no es muy cortés!”.
Yo realmente no quería tener problemas, así que contesté “Por favor, discúlpeme, pero debo irme ahora” me quedé en el lugar.
“¡Oh no, eso no!” dijeron, y una pareja de jóvenes corrió hacía mí.