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Authors: Junichirô Tanizaki

Tags: #Cuento, Drama, Fantástico, Intriga, Terror

Historia de la mujer convertida en mono (8 page)

—Vínculo sí, desde luego. Lo verás cuando la obra esté consumada: mi arte, entre todas las artes posibles, es la más arraigada en la vida humana. Lo que estoy negando es la búsqueda de una relación directa entre mi vida y mi labor artística. Yo soy feo, de cara y de cuerpo. Y para colmo, ni siquiera soy rico. Un hombre sin ninguna cualidad positiva como yo no tiene derecho a aspirar a una vida artística.

—Parece que de pronto te hubiera llegado una iluminación. No eres tan feo de cara ni tampoco de cuerpo. No creas que te lo digo por ser tu hermana. Sí, luces bastante bien, créemelo. En cuanto a riqueza, tampoco estás tan mal, aunque no seas millonario. Tienes lo suficiente como para provocar envidia a mucha gente.

—Bueno, eso sí, algo tengo, lo sé, aunque no creo que me sirva de mucho. Lo más triste de todo es esta cara tan fea que no puedo esconder. Y este cuerpo miserable… Mira cómo me veo en el espejo: las pupilas descoloridas, sin ningún brillo. ¿Y qué tal mi nariz, desproporcionada y tan vulgar? ¿Y la textura de la piel, ni amarilla ni blanca ni morena, opaca y desagradable? Fíjate en los pómulos, demasiado agudos y salientes. Los hombros, carentes de gracia. El talle, frágil y como desgonzado. Los brazos enjutos. Las piernas, demasiado flacas y cortas. ¿Encuentras belleza en alguna de las partes que componen mi figura? Ni de broma. Para un artista es una vergüenza ofrecer una apariencia tan fea, que incluso llega a causar repugnancia.

—Si empiezas a discutir tales asuntos como cuerpo pequeño, nariz chata o piel amarilla, no se salvaría ningún japonés.

—Exactamente, la mayoría de los japoneses somos feos. Tienes razón al decir que estoy bien, pero estar bien entre los japoneses no me salva de ninguna manera. Para convertir la misma vida en una obra de arte, casi todos tendríamos que transformar radicalmente la naturaleza de nuestros cuerpos. Fíjate, los periódicos y revistas publican de vez en cuando fotos con muchos japoneses reunidos en filas. Al ver esas fotos se me ocurre que no hay ninguna raza tan deprimente, humilde y desgraciada como la nuestra. Al agruparse en un conjunto grande, cualquier especie revela una cierta belleza. Y esto sucede no sólo entre los seres humanos, con los occidentales a la cabeza, sino también entre animales como leones, ovejas, avestruces, palomas o garzas. Pero nosotros, los japoneses, curiosamente nos volvemos más feos cuanto más nos reunimos. Suponiendo que la belleza artística se produzca en medio de una naturaleza auténticamente bella, no tengo más remedio que concluir que no somos capaces de producir pinturas o esculturas de calidad artística.

—Mira, nos estamos desviando demasiado. Dejemos por el momento esta discusión para otra oportunidad y retomemos el tema de tu matrimonio.

—Es que este asunto tiene que ver con el matrimonio. No me lo saqué de la manga. Te acordarás, querida, que yo confiaba en mi vocación artística antes de casarme con T. Creía que mi apariencia aceptable, aunque no tan hermosa, y el poder económico del que disponía, eran suficientes para crear a partir de mi propia vida obras de arte en torno al amor. Si mi matrimonio con T me hubiera conducido a una vida ideal, es decir a la vida que se merece un artista, ya no habría tenido necesidad de dedicarme a la pintura, pues mi única actividad habría consistido en seguir con mi propia vida. Pero muy pronto T me abandonó para irse a vivir con S, y hasta el día de hoy sigue con él. El asunto me sentó mal, no lo puedo negar, pero al recordarlo ahora puedo afirmar que T hizo lo justo al abandonarme. Es cierto que S no es tan rico como yo, pero su apariencia… ¿Qué tal ese cuerpo tan hermoso? Por aquí hay una foto suya en la que resaltan sus ojos brillantes. Observa esos brazos fuertes y esos labios de un rojo encendido. Mira esa nariz tan noble y majestuosa. Él es una de las pocas excepciones que existen entre los japoneses. Entonces hay que comprender y perdonar a T, porque eso de escoger al hermoso S como su pareja en lugar de a un hombre tan feo como yo, sólo prueba que T tiene muy buenos ojos para la estética, al igual que los míos.

—Pero te has vuelto demasiado cínico, hermano. Puede ser, como tú dices, que el rostro encantador de S haya deslumbrado a la señora T, pero había otra razón más importante para que esa mujer se enojara contigo… Según me insinuó en una ocasión, tú le exigías estímulos totalmente anormales, o mejor dicho patológicos, y tus inclinaciones sexuales le daban pavor. Sugirió también que su vida corría constante peligro mientras viviera contigo.

—Eso sucedía justamente porque soy feo, mi apariencia física carece de encanto para atraer a las mujeres. Si hubiera contado con una figura como la de S o con una superior a la suya, T habría aceptado mis exigencias sin rechistar, y no le habría preocupado para nada la posibilidad de una muerte cercana… Al pensar de esa manera, perdí al mismo tiempo la esperanza y la autoestima. Un hombre físicamente tan feo como yo, difícilmente logra convertir el amor hacia una mujer en obras maravillosas, como las que aspiro crear. Sólo hay dos opciones: renacer con cualidades perfectas o aceptar ser como uno es y mediante el arte producir seres humanos ideales. Estoy totalmente convencido de que si no adopto una de estas dos medidas no sería capaz de crear un mundo adecuado a mis ilusiones: es decir, un mundo en que florezcan cuerpos fabulosos, se permitan amores extravagantes, floten corrientes luminosas llenas de colorido. Yo carezco de la valentía que se requiere para amar a las mujeres. Me conformo con utilizarlas como utensilios para satisfacer mis deseos sexuales.

—Bueno, hermano, si es así, pues ya no te digo que ames a las mujeres. Pero mira, también te puedes casar con alguien sólo para satisfacer tus necesidades económicas, dejando de lado el amor.

—¿Estás loca? ¿Para qué me voy a casar por una razón tan estúpida si llevo muy bien mi vida de soltero?

—Disculpa que te contradiga, hermanito, pero yo sí creo que casarse por interés es una razón tan válida como cualquier otra. Además, hay otro motivo muy importante. Mira, ¿quién sería el sucesor de la fortuna y la sangre de los Kawabata, de ese patrimonio que nuestro padre supo mantener tan bien? Yo, tu única hermana, me fui de la familia al casarme con mi marido, y si tú no logras tener hijos, nuestra familia se va a extinguir. Así que, tienes una obligación familiar ante nuestro padre: deberías casarte y engendrar hijos.

—Lo lamento, pero a mí me basta con dejar mis obras de arte para la posteridad. ¿Por qué habría de tener hijos?

—¿O sea que no te importa que nuestro linaje desaparezca?

—Quizá sí, pero ¿por qué lo tomas tan en serio? Para mí, el matrimonio podría ser tal vez tolerable, pero eso de tener un hijo me parece algo insoportable. Soy un artista profesional, eso soy, y no quiero seguir poblando este mundo de seres tan feos como yo. Más bien, aniquilaría con gusto todo el semen que ofrezca una apariencia tan abominable como la mía. Me indigno al ver que en nuestra sociedad hay tantos feos que se aman entre sí, y que ni siquiera se avergüenzan cuando deciden casarse. No entiendo cómo esas parejas tan horribles se atreven a engendrar hijos todavía más feos que ellos, que ya es mucho decir, y por añadidura los miman como si se tratara de un valioso tesoro. Con parejas tan estúpidas como ésas, los japoneses no vamos a poder mejorar la raza.

—¿Qué tal esa forma de pensar tuya? Yo también tengo hijos, ten un poco de respeto.

—No me estoy refiriendo a ti, lo que quiero decir es que en este país abundan los niños feos y me cuesta imaginar cómo sus padres no se aburren de ellos. No entiendo por qué los padres comunes quieren más a sus propios hijos feos que a los niños ajenos mucho más hermosos. Yo, siendo padre, sacrificaría a mis propios hijos para consentir a los niños bellos, incluso llegaría a adoptarlos.

—Bueno, eso no lo sabrás hasta que llegues a ser padre de verdad.

—Por eso te digo que no quiero ser padre. Ser padre es algo feo y vergonzoso. No es compatible con el hecho de ser artista.

—Ya deja a los padres normales en paz.

—Y tú, déjame en paz a mí, no insistas con esa historieta del matrimonio.

—Qué se puede hacer si te empeñas tanto en rechazarlo. Pero, por favor, ahora que ya decidiste no tener hijos, piensa en nuestro linaje y en nuestra fortuna.

—Estoy pensando en adoptar un hijo.

—Eso podría ser una buena solución. ¿Pero de dónde? ¿De los parientes?

—Estás loca.

—¿No te parecería mejor esa posibilidad que buscar entre los niños ajenos? Al menos, podríamos mantener nuestro linaje.

—Insisto en que esa patraña del linaje no me importa para nada.

—¿O sea que ya tienes algún candidato?

—No, todavía, pero no voy a escatimar esfuerzos para encontrar el más adecuado.

—¿Y cuál sería para ti el hijo más adecuado? Me gustaría saberlo. De todas maneras, procuraré ayudarte.

—No creo que tu ayuda me sirva de nada, ya que voy a ser muy exigente. Esto tiene mucho que ver con el proyecto de creación del que te estaba hablando hace poco.

—Qué historia tan curiosa. ¿Acaso piensas hacer el retrato de tu futuro hijo?

—Ahora no te puedo dar muchos detalles. Ya verás. Mi próxima obra consiste en la creación de vida verdadera según mis ideales. Vida hecha carne y no un simulacro. ¿Comprendes?

—No comprendo nada.

—Entonces, ten un poco de paciencia, que pronto lo sabrás todo.

2

(Conversación sostenida en otoño del mismo año)

—Maestro, entonces, de ahora en adelante, le tengo que llamar padre.

—No te preocupes, sígueme llamando maestro. Vas a ser el sucesor de la familia Kawabata, pero entre nosotros no existe ningún lazo ni nada que te obligue a llamarme padre. Sería demasiado injusto que un hombre con un rostro tan noble y con una figura tan estilizada como la tuya tuviera que llamar padre a un ser tan feo como yo. Ni siquiera tus verdaderos padres, a quienes debes tu existencia, tienen derecho a considerarte como su propio hijo.

—¿Por qué razón?

—¿No ves que tus padres dejaron que te adoptara, no ofrecieron ninguna resistencia para entregar a su hijo, para colmo el más bello de todos? Ésa es la mejor prueba de que no merecen ser tus padres.

—Pero eso fue porque usted insistió mucho en adoptarme y mis padres no tuvieron más remedio que ceder. Además, recientemente he desilusionado a mis padres. A pesar de que querían que escogiera derecho o ingeniería al acabar mis estudios en el colegio, me rebelé empeñándome en estudiar literatura. Les dije que detestaba a los empresarios como mi padre. Seguro que por eso acabaron hartándose de mí. Tengo muchos hermanos: cuatro varones y tres hembras. Supongo que no les debe haber dolido mucho perder uno de los ocho.

—Pero tú eres, sin lugar a dudas, el más bello de todos. Ni tus hermanos ni tus padres se parecen a ti. ¿De dónde proviene ese cuerpo tuyo tan puro y firme? ¿A quién debes esa textura luminosa, como teñida de rosa, de tu piel? Tú no tienes absolutamente nada que ver con tu familia, ya que tu figura se compone de partes tan perfectas como si fueran las piezas de una hermosa escultura. Estoy seguro de que te engendraste solo. Es realmente un milagro que tus padres hayan tenido un hijo como tú.

—Maestro, no puedo creer que mi rostro y mi cuerpo valgan tanto como dice usted.

—¿Dudas de mí? Ven acá y párate frente al espejo. Desnúdate y observa con atención tu propia apariencia. Eso, así. Mira qué figura tan hermosa. Tu pecho y tu cintura, de músculos tan marcados, me recuerdan el retrato de Adán pintado por Miguel Ángel. Date la vuelta para que muestres tu espalda. Levanta los brazos hasta la altura de los hombros para que tus músculos se estiren al máximo. Mira, esta postura tan llena de majestuosidad masculina parece un símbolo de buena salud. Al ver estas extremidades tuyas tan desarrolladas, se me ocurre que tienes sangre de león… ¿Qué te pasa? ¿Estás temblando? ¿Tienes frío porque estás desnudo?

—No, no tengo frío, maestro. Como me mantengo firme de pie, el cuerpo me tiembla automáticamente. Al esforzarme de esta manera me he puesto rojo.

—Tu cuerpo es tan resistente como el de un león. Pero, ah, qué bello es tu rostro. Tan refinado y majestuoso, de una serenidad absoluta, que pareciera haber salido de la fachada del Partenón de Grecia. Al contemplarte así, no pareces un niño de dieciséis años. Tu cuerpo luce como el de un adulto de veintidós o veintitrés. ¿No te parece? ¿Acaso no te embelesas ante tu propia figura? ¿No te da tristeza tener que vestirte para ocultar ese cuerpo tan hermoso?

—¿Está diciendo que la belleza de mi cuerpo es impecable?

—Desde luego, aunque puede que tengas algunos defectos. Así como se puede detectar una que otra imperfección en cualquier obra maestra de la pintura o la escultura, tú tampoco eres perfecto. La textura y la calidad de tu piel guardan un hermoso equilibrio, pero en conjunto dan la impresión de indiferencia. Tu cuerpo está muy bien formado, pero es demasiado fuerte. Careces casi por completo de ternura. Es decir, sólo tienes la belleza masculina y nada de la femenina.

—Pero, maestro, soy hombre.

—La belleza se manifiesta en su máximo esplendor sólo cuando un hombre asimila la ternura sensual de la mujer. Ya que en este mundo no hay nada que sea puramente masculino o femenino, la belleza del cuerpo humano no se realiza plenamente mientras no se combinen las virtudes de ambos sexos. Te acabo de decir que tu cuerpo se asemeja al del cuadro de Miguel Ángel, pero eso no es en realidad un elogio. Para comenzar, Miguel Ángel era un hombre sexualmente anormal que nunca conoció la belleza femenina. Y jamás utilizó modelos femeninos para sus pinturas, lo cual explica por qué todas las mujeres pintadas en sus cuadros tienen rasgos masculinos. Justamente, Miguel Ángel no me satisface en ese sentido, y creo que los defectos de tu cuerpo tienen mucho que ver con esa misma sensación de insatisfacción. Mira, hace un tiempo tuve un amigo guapo que se llamaba S. De apariencia era muy inferior a ti, pero se destacaba por poseer unos gestos extrañamente femeninos, muy sensuales y tiernos. Fíjate que sólo por eso lo consideraban hermoso.

—Pero no se puede verter belleza femenina en mi cuerpo, a menos que renazca.

—No te preocupes. Te buscaré una pareja adecuada a tu amor. Al mezclar tu sangre con la de tu pareja, tendremos un niño ideal. Es decir, tu belleza se va a perfeccionar en la de tu hijo. Tu verdadero arte no consiste en pintar o componer poesías sino en hacer un hijo perfecto. Sólo para eso te adopté a ti.

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