Read Historia de la mujer convertida en mono Online
Authors: Junichirô Tanizaki
Tags: #Cuento, Drama, Fantástico, Intriga, Terror
»Al escuchar aquella revelación, me quedé mudo observando el rostro de Osome e intentando disimular el espanto que me consumía por dentro. Entonces, Osome continuó de esta manera: “Mire, sólo a usted le podría contar esta horrible historia. Por favor, que no se le ocurra contársela a nadie… No quisiera hablar de un asunto tan grotesco, pero ahora que ya no se puede hacer nada para remediarlo, le voy a contar todo con sinceridad, y sin guardarme nada para mí. Le repito que solamente en usted puedo confiar, y tal vez, de alguna manera, usted me pueda salvar. Tenga compasión de esta pobre muchacha y ayúdeme a sobrevivir… Si me abandonan, estoy segura de que cada día mis energías irán mermando hasta que al fin entraré en la agonía definitiva. ¿Se acuerda de aquel día en la feria del Templo Acuario, cuando después de que hubimos presenciado el teatro de monos les dije que había visto un mono en el baño? Recuerdo que usted hizo una rápida inspección por los alrededores, y al comprobar que no había nada raro se burló de mi nerviosismo. En realidad, yo tampoco podía creer en lo que había visto con mis propios ojos. Pensé que usted tenía toda la razón, que no podía haber un mono ahí, que había sido una alucinación mía y deseé de corazón que hubiera sido así. Dos o tres días después, hubo una fiesta en la casa Sumiyoshi del barrio Hama, y al llegar entré tranquilamente al baño. Como por esos días me daba pavor entrar al baño de nuestra casa, procuraba hacer mis necesidades cuando iba de visita a otras casas. Usted sabe que en Sumiyoshi hay un baño recién remodelado en el segundo piso, al lado del salón grande, justo al pie de la escalera. Ahí entré, y otra vez la misma mano velluda del mono salió del orinal para agarrarme fríamente el tobillo. Casi me desmayé, pero dominando la impresión logré huir. Me ausenté del trabajo con la excusa de que me había sentido de pronto muy mal y tomé un taxi para volver a casa. Al ver que el mono me perseguía hasta el baño de una casa ajena sin ser visto por nadie, me di cuenta de que ese animal sería capaz de adelantárseme a donde fuera. Así como usted me lo acaba de decir, yo también pensé que sería fatal si se difundiera un rumor tan extraño, de modo que lo guardé como un secreto, pero no se imagina cuántas veces he visto a ese mono hasta hoy. Una noche, cuando regresaba en taxi de la casa Saifu de Yanagibashi, me volví para mirar hacia atrás y vi de repente la figura oscura del mono aparecer en uno de esos callejones de Okawabata y seguir tras el taxi a todo correr con sus ojos fijos en mí. Otra noche, en el camino de regreso de la casa Primavera de Nakasu, justo al cruzar el Puente Mujer acompañada por Don Shin, me di cuenta de la presencia del mono que había salido corriendo desde el fondo de la oscuridad y se adelantaba subiendo por el travesaño para alcanzar la otra orilla del río. Lo extraño fue que en esas ocasiones nadie más que yo se dio cuenta de que se trataba de un mono, los demás se mostraron indiferentes como si no fuera más que un objeto ordinario. Bueno, como siempre aparecía a medianoche en la casi completa oscuridad y en las calles desiertas, puede ser natural que los otros no le prestaran atención. El mono se ha vuelto tan insolente desde un tiempo para acá, que no hay noche en que no haga notar su presencia, de la manera que sea, delante de mí. Una vez me agarró de sorpresa y se quedó por un largo rato mirándome, sentado en el techo de la casa vecina, mientras yo estaba en mi habitación totalmente confiada. En otra ocasión, se asomó de repente desde el piso, dándome un gran susto, desapareció enseguida y ya no volvió. Ahora ya estoy tristemente resignada a lo grotesco del asunto y me estoy convenciendo de que no hay nada que hacer para evitarlo. Una noche tuve una pesadilla terrible. El mono me había atrapado y me sostenía por el pecho, al tiempo que me decía con total seriedad: ‘Por favor, mi niña, le ruego que me complazca quedándose a mi lado toda la vida. Se lo suplico… Aunque no soy más que una humilde bestia, la voy a tratar muy bien, se lo aseguro. Si está de acuerdo, nos podemos ir a las montañas para vivir el resto de nuestras vidas con tranquilidad y sin ninguna preocupación mundana. Por favor, hágame caso, compadézcase de esta pobre bestia que no es capaz de controlar sus deseos…’ Al decirlo, se soltó a llorar y continuó con su argumentación. Luego me amenazó: ‘Si no accede a mi propuesta, le guardaré rencor toda la vida y le estorbaré en sus asuntos amorosos. Caerá una maldición sobre los hombres que la cortejen. Y la perseguiré sin cesar, día y noche, a sol y sombra’, pero no se mostró violento, continuó hablando cabizbajo sin que se alterara el tono de su voz. Todo esto me parecía medio sueño, medio realidad. Sabía perfectamente que estaba dormida en el segundo piso de la casa, al lado de Choji y las demás chicas, hasta podía imaginármelas durmiendo a mi alrededor. Al mismo tiempo sentía que el mono, que me presionaba los senos, no formaba parte del sueño. Sólo sus palabras, junto con algunos detalles en su actitud, me parecía que bordeaban el sueño. Pero la asombrosa nitidez con que se había desarrollado la escena no me acababa de convencer de que se tratara de un mero sueño, aun después de que me hubiera despertado por completo. No fui capaz de marcar el límite entre lo real y lo soñado. Traté con desesperación de librarme del mono esforzándome por mover manos y piernas, pero el cuerpo nunca me obedeció. ‘Auxilio, auxilio’, quería gritar, pero tampoco los labios me hacían caso, y me acuerdo que lo único que pude emitir fue apenas un gemido extraño. Las chicas estaban tan profundamente dormidas que ninguna se dio cuenta de nada —ni siquiera Choji, que casi siempre se levanta asustada ante el ruido más leve que hagan las ratas—. Después de acosarme de esa manera durante casi media hora, el mono al fin se retiró quién sabe para dónde, no sin antes insistir repetidas veces en la misma petición: ‘Piénselo bien, por favor. Mientras no me dé el sí, estaré viniendo todas las noches a rogarle’. De ahí en adelante, el mono no ha faltado ni una noche, se aparece en mi lecho con toda puntualidad entre las dos y las tres de la mañana. Varias veces he intentado pasar la noche en vela, pero siempre, a esas horas, me da un ataque de sueño que no puedo controlar. Vagamente me doy cuenta cuando entra el mono al cuarto, pero igual, al sentir su peso en mi pecho, soy incapaz de moverme por temor a asfixiarme. Usted subió a verme una vez, guiado por mi gemido, ¿verdad? No se haga el tonto, que ya lo sé. No tiene ninguna necesidad de negarlo. ¿Ve? Estaba segurísima. En esa ocasión sentí claramente su presencia y grité a todo pulmón: ‘¡Auxilio, por favor, ayúdeme!’, pero ningún sonido alcanzó a salir de mis labios. Bueno, por suerte usted logró hacer salir al mono por la ventana corrediza. Y al ver que ya no estaba, recuperé enseguida la conciencia, pero me quedé acostada sin poder librarme de esa sensación tan grotesca”.
»Al escuchar la historia de Osome, no sabía qué decirle para tranquilizarla. “Pero no he vuelto a escuchar tus gemidos. ¿Eso no quiere decir que el mono dejó de acosarte?” Ante mi pregunta, Osome, con un suspiro continuó su narración: “Desde luego que no, hasta la fecha el mono no ha faltado ni una sola noche. Sólo que ya estoy convencida de que no puedo hacer nada para pedir auxilio y hasta he perdido el ánimo para gritar. Completamente resignada, noche tras noche me acuesto esperando que llegue el mono a sujetarme por el pecho, para luego escuchar en silencio sus palabras. Después de decir todo lo que se le antoja, el mono se va tranquilo sin armar ningún escándalo. Incluso cuando acompañé al señor Naito al balneario de Hakone, no entiendo cómo el mono se apareció ahí a las dos de la mañana. Creo que me dijo algo así como: ‘A lo mejor usted está enamorada de este señor y espera que la haga su concubina. Tenga cuidado, pues seguro que me vengaré de él quitándole la vida. Hágame caso si es que de verdad le guarda alguna simpatía…’, y me lo repitió con insistencia. Por suerte, el señor Naito dormía como un bebé y no se dio cuenta de nada, y así he podido guardar el secreto hasta el día de hoy, pero después de lo que acaba de suceder, todo el mundo se va a enterar. Tendría que renunciar también a la tutela que me está ofreciendo el señor Naito. ¿Qué puedo hacer, dígame usted? Qué destino tan terrible este que me ha tocado vivir. Piense algo para salvar a esta pobre criatura”.
»Aquella historia tan horrorosa me dejó totalmente perplejo. Después de haber cavilado un rato, se me ocurrió hacerle una propuesta: “No tendremos otro remedio que acudir a la policía para que atrapen al mono y lo maten de una vez. Deja ya de deprimirte, tranquila que todo se resolverá. Y no tienes por qué renunciar a la propuesta del señor Naito, prácticamente él ya está de acuerdo con nosotros”. A pesar de que insistí para convencerla, no quiso aceptar la idea por temor a que un mono tan rencoroso como aquél nos pudiera echar una maldición eterna a su muerte. Osome estaba muy enamorada del señor Naito —y él de ella también—, y quería formalizar la relación cuanto antes, pero a la vez se preocupaba por que no se difundiera un asunto tan vergonzoso que la podría convertir en objeto de burla, y que además le traería consecuencias fatales al señor Naito. Desde el día del paseo por el río, dejó de atender a sus clientes y se pasaba los días acostada en su lecho del segundo piso. Y de noche, seguía siendo acosada por aquel mono porfiado. Preocupado al no encontrar remedio a semejante situación, fui a consultar a un adivino, cuyo local, “La Casa Tengen”, ubicada detrás del templo Monzaburo, gozaba de muy buena reputación en esa época. Yo esperaba que la consulta nos sirviera de algo. Sí, claro, no me acuerdo muy bien del argumento complicado que me planteó el adivino, pero la conclusión a la que llegó fue que Osome estaba definitivamente condenada a la obsesión de aquella bestia y que, lamentándolo mucho, no había nada que pudiéramos hacer para salvarla. Era un adivino auténtico, pues con sólo saber la fecha de nacimiento de Osome, me preguntó enseguida si no se trataba de una niña tímida y triste, criada por una madrastra. Según el adivino, no es raro que alguna bestia se enamore de un ser humano, pero en general hay maneras de rechazarla sin llegar a convertirse en objeto de su rencor, sobre todo si se le muestra un carácter fuerte y decidido. Dijo, además, que el problema comienza cuando se trata de una persona débil de carácter, que va cediendo terreno gradualmente hasta entregar su propia vida, pues se siente incapaz de contrarrestar el poder de la bestia. Que en esos casos es inútil matar al animal, ya que todo empeoraría a causa de su rencor. Que si se hubiera dado cuenta antes, tal vez habría podido tomar alguna medida, pero que ahora ya no se podía hacer nada para salvar a la chica. Le pregunté cuál sería entonces el destino de Osome. “Quién sabe”, me respondió y, después de reflexionar un largo rato, continuó: “Cualquier hombre se suicidaría, pero como se trata de una mujer miedosa y tímida, no me parece probable que tenga la determinación de hacerlo. Al darse cuenta de que no es capaz de matarse, lo más probable es que termine aceptando la propuesta del mono. Estoy casi seguro de que lo hará”. Aun así, no lo quise creer, pero… qué horror, Osome comprobó la validez de lo que había afirmado el adivino…
Aquí el viejo hizo una pausa antes de concluir esta larga historia, casi tan larga como su barba. Umechiyo, Teruji y Hinaryu estaban petrificadas como fósiles, pálidas y ansiosas por escuchar el final.
—¿Y qué fue de Osome, viejo? —alcanzó a decir Umechiyo, con una vocecita temblorosa que delataba su temor.
—Cómo le fue, ya te lo digo. El mono se la llevó a la montaña de la lejana provincia del norte. Más o menos medio mes después de aquel accidentado paseo por el río para ver los cerezos en flor, Osome desapareció de repente. Me extrañé al dejar de verla durante un tiempo, y fue entonces cuando se me ocurrió revisar su habitación, y en un cajón del tocador encontré una nota para el señor Naito y para mí, en la cual, entre los muchos lamentos por su desgracia, nos decía que había decidido irse a vivir con el mono a la montaña. Que nos compadeciéramos del ineludible destino de una pobre muchacha poseída con intensidad febril por una bestia. Que no perdía las esperanzas de volver a vernos algún día mientras aún permaneciera con vida en este mundo cambiante, pero que ya, de una vez, y éste era un favor que nos lo suplicaba de corazón, la consideráramos definitivamente como muerta y procediéramos a celebrar una sencilla ceremonia fúnebre en su honor. Con la ayuda del señor Naito localicé al grupo del teatro de monos y así pudimos hablar con el director que vivía en un hotel residencial del barrio Taihei de Honjo, y nos enteramos de que el mono de marras había desaparecido hacía más de un mes sin dejar huella. Según el director, el mono había sido capturado en Shiobara, al norte de Tokio, y era muy probable que se hubiera ido a la montaña por aquellos rumbos. El señor Naito hizo un viaje a esa provincia y durante casi diez días recorrió a pie toda la cordillera, de Nikko a Ashio, y de Takahara a Shiobara. A pesar de que durante su largo recorrido encontró montones de monos, nunca logró ubicar el paradero de Osome y su compañero. Sin embargo, al remontar un empinado sendero a lo largo del Río Kinu, el señor Naito encontró en una roca que sobresalía en medio de la corriente una horquilla de coral y un cepillo de carey que de seguro habían pertenecido a Osome —me las mostró a su regreso a Tokio—, lo que significaba al menos que la fugitiva había pasado por ahí… Bueno, cinco o seis años después el señor Machida, del barrio Ostra, fue al balneario de Shiobara, y cuando salió a dar una vuelta por la cascada que queda justo detrás de la zona de aguas termales, divisó a lo lejos, en la montaña, una figura humana que jugueteaba con un mono. Dice que andaba en andrajos, recubierta apenas con hojas secas, con el cabello largo y sucio recogido en un bulto informe, y que un par de prominencias que le colgaban del pecho indicaban que se trataba de una mujer. El señor Naito repitió varias veces que con toda seguridad era la misma Osome. Ya ven, muchachas, Osome se convirtió en mono.
—¿Qué edad tienes?
—Cuarenta y seis años, señor.
—¿Es verdad que eres el capataz de los obreros en la Constructora Suzuki?
—Sí, es verdad.
—¿Cuánto ganas por eso?
—Cuando hay mucho trabajo, alcanzo a ganar doscientos o trescientos yenes.
—Eso es un sueldo muy bueno. ¿Por qué puedes ganar tanto?
—Bueno, es porque, aparte del jornal fijo, me quedo con cierto porcentaje de la comisión de lo que ganan los cien peones bajo mi comando.
—Si tienes tan buenos ingresos, ¿por qué te arriesgas a cometer actos criminales? Ya te han agarrado tres veces por apuestas ilegales, dos veces más por robo y otras tres por asaltos violentos. Dime por qué.