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Authors: Junichirô Tanizaki

Tags: #Cuento, Drama, Fantástico, Intriga, Terror

Historia de la mujer convertida en mono (2 page)

Un siglo después aparece, también en Osaka, otra figura cimera de la literatura japonesa: Ueda Akinari (1734-1809). Aunque incursionó en diversos géneros, desde lo clásico hasta lo satírico, la posteridad lo recuerda por su original aporte a la literatura fantástica, que condensa en un estilo de una admirable perfección formal los mitos y creencias populares enraizados en la tradición. Sus dos colecciones de cuentos:
Ugetsu monogatari
[
Cuentos de lluvia y de luna
, 1776] y
Harusame monogatari
[
Cuentos de las lluvias de primavera
, 1809], siguen encantando a los lectores.

IV. Meiji

En 1868 finaliza en el Japón el largo periodo de dominación de los shogunes y se restablece el poder del emperador en lo que se denominó la Restauración Meiji. La capital del imperio es trasladada a Edo, actual Tokio. Durante el shogunato, por más de dos siglos y medio Japón permaneció completamente aislado del mundo exterior. La Restauración Meiji, entre muchas otras reformas, abrió las puertas del país a la influencia extranjera, en especial a los occidentales.

Las consecuencias culturales de esta apertura son incalculables. La literatura occidental hace su entrada en el país de una forma abrumadora y espectacular, ejerciendo una influencia determinante en una élite muy culta y refinada (que había permanecido volcada sobre sí misma), curiosa y ávida de novedades.

La literatura japonesa en el momento de la Restauración Meiji se dividía en tres géneros: el diario, que incluía el diario propiamente dicho, aquel que daba cuenta de la existencia cotidiana, y los diarios de viaje; los cuentos, generalmente de corte fantástico y la poesía, que incluía el tanka y el haiku. No existía la novela tal como se concebía en Occidente. El descubrimiento de la narrativa occidental significó una revelación para los escritores japoneses, que muy pronto se plegaron a las técnicas y procedimientos de los occidentales en los que predominaba el gusto por el realismo. Los nuevos tiempos exigían una escritura que se acercara a la lengua hablada y a la inclusión de unos valores que expresaran los sentimientos humanos. El autor que mejor supo interpretar aquellas inquietudes fue Tsubouchi Shôyô (1859-1935) en el ensayo
Shasetsu Shinzui
[
La esencia de la novela
, 1886]. Según Tsubouchi, la novela no debería limitarse a divertir o enseñar, sino que debería buscar en los sentimientos del hombre y en el contexto social su propia esencia artística y humana. Fueron numerosos los escritores que atendieron estos reclamos, y entre una auténtica pléyade destacamos a tres de ellos: Natsume Sôseki, Mori Ôgai y Ryûnosuke Akutagawa.

Natsume Sôseki (1867-1916), gran conocedor de la literatura occidental, vivió un tiempo en Inglaterra y expresó en sus novelas con sutileza y humor los cambios bruscos en las costumbres que se dieron en Japón como producto de una excesiva occidentalización. Entre sus novelas sobresalen:
Wagahai wa neko de aru
[
Yo, el gato
, 1905-1906],
Botchan
[
Hijito
, 1906],
Mon
[
La puerta
, 1910] y la inolvidable
Kokoro
[
Corazón
, 1914]. Sôseki es considerado en Japón como el escritor clásico por excelencia; como dato curioso, su figura aparece en los billetes de 1.000 yenes, todavía en circulación.

Mori Ôgai (1868-1922), un médico formado en Alemania, abordó al principio de su carrera en un tono coloquial temas de la vida sexual, con desparpajo y sin prejuicios.
Ita sekusuarisu
[
Vita sexualis
, 1910] es quizá su obra más representativa de esa época. La muerte del emperador Meiji en 1912, seguida del suicidio ritual del general Nogi, conmocionaron a Ôgai, que dio un vuelco radical a su escritura volcándose hacia los valores tradicionales del bushido. En esa línea realizó extensas reconstrucciones históricas así como notables biografías.

Ryûnosuke Akutagawa (1892-1927), alucinado y genial, admirador de la literatura francesa e inglesa, se dedicó básicamente al cuento convirtiéndose en un renovador del género, adelantándose a maestros de lo sintético como Hemingway y Borges. En Akutagawa destaca su afán de exactitud y sus rigurosas búsquedas formales, impregnadas de cierto humor negro y de una inquietante angustia existencial. Su primer libro de cuentos,
Rashômon
(1915), contiene dos de los relatos que inspiraron el inolvidable film de Kurosawa, y es ya un clásico de la literatura universal. A éste siguieron
Hana
[
La nariz
, 1916],
Jigokuhen
[
El biombo del infierno
, 1918], entre otros, para culminar con las novelas cortas
Kappa
(1927), una fábula en la tradición de Swift y
Haguruma
[
El engranaje
, 1927], que es una premonición de su suicidio, cumplido ese mismo año.

La modernidad de estos autores reside no tanto en la adopción de técnicas occidentales como en su perfecta adaptación a temas de la tradición japonesa. Y si nos hemos limitado a pocos nombres es porque nuestro trabajo se basa en lecturas directas, no referenciales, es decir es una visión de la literatura japonesa
in translation
. De cualquier manera, la crítica japonesa coincide en que estos tres autores son los más representativos de su época, y no es entonces casualidad que sean también los más difundidos en Occidente. Como apuntamos más arriba, la era Meiji acaba en 1912 con la muerte del emperador, y da paso a la era Taishô, pero para los efectos de este prólogo destinado a lectores de habla hispana, tales divisiones no resultan muy útiles, y como veremos más adelante, un autor como Tanizaki aparece en varias épocas. Por estas razones, al próximo apartado le daremos un título más bien genérico, que pretende abarcar el siglo XX en su conjunto, con todas sus complejidades, concentrado en un puñado de autores.

V. Tiempos modernos

Japón se incorporó de una forma por demás dramática a la modernidad. Un país “medieval” pasó en muy poco tiempo a ser una potencia mundial, con un papel protagónico en Asia y el mundo, liderazgo que aún conserva y que tiende a consolidarse. En este sentido, el aporte japonés a la literatura mundial ha sido preponderante. Por supuesto que para un país con tradiciones arraigadas durante siglos, el proceso no fue sencillo. Desde un principio se planteó un dilema muy complejo, que simplificamos como tradición vs. modernidad.

Dentro de ese contraste surge la figura cimera de Yasunari Kawabata (1899-1972), primer Premio Nobel de Literatura del Japón (1968), considerado como el más japonés de los novelistas modernos. Su obra se caracteriza por la sutileza con que aborda sus temas, la calidad de su pensamiento que expresa un profundo conocimiento de lo humano y la inmensa riqueza de un lenguaje sugerente, esotérico y poético. Es notable también la sensualidad, el manejo del silencio y la profundidad y el dramatismo de los temas de sus narraciones. Su primera novela
Izu no Odoriko
[
La bailarina de Izu
, 1926] es una especie de canto a la belleza juvenil. Y son varias las obras en las que profundiza en los temas de la existencia y el deseo:
Yukiguni
[
País de nieve
, 1935],
Senbazuru
[
Mil grullas
, 1949] y
Yama no oto
[
El clamor de la montaña
, 1949-54]. Su novela de madurez,
Nemurero Bijo
[
La casa de las bellas durmientes
, 1961] es un condensado de erotismo y sutileza difícil de superar.

A lo largo del siglo XX varios narradores japoneses alcanzaron fama y notoriedad en su país, y algunos fueron ampliamente conocidos y divulgados en Occidente. Tal vez el caso más palpable sea el de Yukio Mishima (1925-1970), que en Japón era un personaje muy conocido y polémico por sus opiniones políticas radicales, y que se hizo archifamoso luego de su espectacular suicidio. Mishima, un verdadero genio, dejó una obra vasta y memorable, entre la cual destacamos su novela inicial e iniciática
Kamen no kokohaku
[
Confesiones de una máscara
, 1949] y su tetralogía
Hojo no umi
[
El mar de la fertilidad
], conformada por
Haru no yuki
[
Nieve de primavera
, 1968],
Honba
[
Caballos desbocados
, 1969],
Akatsuki no tera
[
El templo del alba
, 1970] y
Tennin gosui
[
La corrupción de un ángel
, 1970]. En la actualidad, Mishima continúa siendo una figura un tanto incómoda en la cultura japonesa, y a decir de su paisano Kenzaburô Ôe, en los momentos de crisis reaparece como un fantasma siniestro despertando ideas extremas y nacionalistas.

Osamu Dazai (1909-1948) es el caso más típico de
enfant terrible
de la literatura japonesa. Admirador de Ryûnosuke Akutagawa, al que idolatraba, quedó profundamente marcado por su suicidio. Y él mismo, Dazai, luego de varios intentos fallidos se suicidó en compañía de su amante. Dejó una obra atrevida e inquietante, marcada por lo que algunos críticos han llamado una autodestrucción demente, que se sigue leyendo en Japón con cierto fervor especialmente entre los jóvenes, para los cuales Dazai es un ícono al estilo Jim Morrison.
Shayo
[
El ocaso
, 1947] y
Ningen Shikkaku
[
Más que humano
, 1948] son dos de sus obras más conocidas.

Kôbô Abe (1924-1993) es un narrador exigente y profundo a quien se le suele emparentar con Kafka y Samuel Beckett. Escribió numerosas obras de ciencia ficción y novelas desoladas acerca de la condición humana como:
Sunna no onna
[
La mujer de la arena
, 1962], de la cual existe una inolvidable versión cinematográfica dirigida por Teshigahara;
Tanin no kao
[
El rostro ajeno
, 1964], que plantea un caso extremo de pérdida de identidad y
Hako otoko
[
El hombre caja
, 1973], que recuerda a los personajes marginados de su admirado Beckett. El estilo de Kôbô Abe es denso e incluso sofocante, apoyado en una prosa analítica y envolvente, en la cual todos los elementos están correlacionados.

Kenzaburô Ôe (1935), premio Nobel de Literatura (1994), se ha convertido en una especie de conciencia de su país. Es de los pocos autores que intenta mantener la memoria de los ataques nucleares a Japón al final de la Segunda Guerra Mundial, constituyendo ese hecho uno de los ejes de sus narraciones, al lado de su tragedia personal por ser padre de un hijo disminuido. De su vasta obra, signada por la ética y la reflexión, destacamos:
Shiiku
[
La presa
, 1958], que marcó su exitoso debut,
Kojinteki na taiken
[
Una cuestión personal
, 1964], novela desgarrada donde el autor conjura los demonios de la culpa en relación con la tragedia de su hijo,
Man’en Gannen no Futtoboru
[
El grito silencioso
, 1967], una aproximación magistral a los valores más tradicionales de la cultura japonesa, en particular el honor y la vergüenza, y su más reciente,
Chûgaeri
[
Salto mortal
, 1999], donde se adentra en los problemas muy actuales planteados por el terrorismo fundamentalista.

Hacia finales del siglo XX han surgido en Japón varios autores que han copado una escena muy competitiva. Los que se han dado a conocer con bastante vigor en Occidente han sido Haruki Murakami, Ryu Murakami y Banana Yoshimoto. La obra de Ryu Murakami (1952), también cineasta destacado, está marcada desde su primera novela,
Kagirinaku tômeini chikai burû
[
Azul casi transparente
, 1976], que constituyó un éxito de crítica y de público, por la violencia, el sexo desaforado, las drogas y los dramas de la vida urbana. Banana Yoshimoto (1964) se dio a conocer desde muy joven con su novela
Kitchen
, 1988, en la cual explora el mundo de lo femenino desde una perspectiva ligera, muy acorde con los tiempos, y que ha logrado encontrar un eco sorprendente entre la juventud de todo el mundo.

El caso de Haruki Murakami (1949) merece una atención especial, y aunque me atrevería a considerarlo más como un escritor del siglo XXI que del anterior, no es posible obviarlo en este breve paseo por la narrativa japonesa del siglo XX (recuérdese bien, un paseo
in translation
, sin intérprete). Después de haber publicado con una acogida más bien modesta sus primeras narraciones, Murakami irrumpe de forma espectacular en el panorama de la literatura japonesa con
Noruwei no mori
[
Tokio blues
, 1987], las memorias de un adolescente de los años sesenta, que rompe todos los récords de venta para este tipo de literatura en Japón. En menos de 20 años y a raíz de la traducción de sus novelas y cuentos a numerosos idiomas, Haruki Murakami se ha convertido en uno de los escritores más populares del mundo y en un fenómeno de culto entre los jóvenes, sólo comparable al resonante éxito alcanzado en su época por Hermann Hesse. En español, donde se viene traduciendo sistemáticamente desde hace algunos años, destacamos
Hitsuji o meguru bôken
[
La caza del carnero salvaje
, 1982] y la espectacular
Nejimaki-dori Kuronikuru
[
Crónica del pájaro que da cuerda al mundo
, 1992-95] y su más reciente y polémica
Umibe no Kafuka
[
Kafka en la orilla
, 2002]. Y por encima de todas
Kokkyô no minami, taiyô no nishi
[
Al sur de la frontera, al este del sol
, 1992].

Murakami, un genio de la composición y la elaboración de personajes, logra combinar su admiración por la cultura occidental y por las manifestaciones del arte pop, con las más arraigadas tradiciones de su país.

VI. Tanizaki, el paradigma

Si hubiera que elegir un autor emblemático y representativo de la novela moderna japonesa, aquel que mejor expresara los diversos cambios que se operaron en el siglo XX, muchos de ellos inducidos por razones históricas, políticas y estéticas, éste sería sin ninguna duda Junichirô Tanizaki (1886-1965). Tanizaki, un escritor multifacético y dotado de un talento excepcional, se mantuvo activo durante casi seis décadas, realizando un recorrido magistral de su obra en paralelo con la serie de acontecimientos que marcaron la vida del pueblo japonés en un siglo convulsionado que cambió para siempre el rostro de un país. La relevancia de la obra de Tanizaki no reside tanto en la longevidad del autor ni en las miles de páginas que escribió; se basa en la conciencia hipercrítica que le permitió cuestionar, cambiar e incluso dar una vuelta de tuerca a sus escritos en los momentos clave, manteniendo siempre ese carácter arriesgado, experimental, reflexivo e innovador que es propio de la modernidad.

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