No se especifica la función específica del «mar de fundición», aunque lo más probable es que fuese un depósito de agua que servía para los ritos del Templo. Lo interesante es que, al parecer, el borde superior era de forma circular con un diámetro de diez codos y una circunferencia de treinta codos. Esto es imposible, porque la relación entre la circunferencia y el diámetro, razón que los matemáticos llaman «pi», se da aquí como 30/10 (o 3), cuando el valor real de «pi» es un decimal infinito que empieza así: 3,14159... Si el mar de fundición tenía realmente diez codos de diámetro, debía tener una circunferencia de menos de treinta y un codos y medio.
Por supuesto, la explicación radica en el hecho de que los autores bíblicos ni eran matemáticos ni les interesaban las matemáticas, y se limitaban a dar cifras aproximadas. Sin embargo, para quienes están obsesionados con la infalibilidad de cada palabra bíblica y saben algo de matemáticas, les causará gran impresión saber que la Biblia afirma que el valor de «pi» es 3.
Salomón también empleó la ayuda de Hirán en la construcción de naves para Israel con dotación de marinos tirios que entonces eran los mejores del mundo. Con ellas, Salomón pudo dedicarse al comercio marítimo:
1 Reyes 9.28.
Y fueron hasta Ofir, y trajeron de allí oro..., que llevaron al rey Salomón,
Si Ofir es una ciudad absolutamente desconocida, su emplazamiento es un rompecabezas que jamás ha dejado de fascinar a los estudiosos bíblicos, en parte por el aura de riqueza que la rodea. Después de todo, no hay muchos lugares que produzcan oro, y se decía que el oro de Ofir era tan fino y de tan alta calidad, que la proverbial asociación resultó inevitable, como los cedros del Líbano, el bálsamo de Galad o los toros de Basán.
Así, Job, al alabar la sabiduría sobre todas las cosas y afirmar la imposibilidad de hallar un precio para comprarla, dice:
Job 28.16.
No se pone en balanza con el oro de Ofir...
La única indicación clara del emplazamiento de Ofir aparece dos versículos antes de su primera referencia en relación con el comercio marítimo de Salomón:
1 Reyes 9.26.
Construyó también Salomón naves en Asiongaber, que está junto a Elat, en la costa del mar Rojo, en la tierra de Edom.
Asiongaber y Elat estaban en el extremo norte del golfo de Acaba (v. cap. 2). Desde la independencia del Israel actual, se ha reconstruido Elat, que de nuevo constituye el puerto nacional del mar Rojo.
Entonces, puede argumentarse que Ofir estaba situada en un lugar al que pudiera llegarse desde el mar Rojo. Lo que deja bastante inconclusa la cuestión. A la India se puede llegar por el mar Rojo, y en tiempos posteriores se situó a Ofir mucho más lejos, en lugares famosos por su riqueza y abundancia: el Lejano Oriente y hasta Perú.
Sin embargo, las naves del siglo décimo antes de Cristo no estaban acondicionadas para largas travesías por el océano. Cuanto más cerca de Israel pueda situarse a Ofir, más probable será su emplazamiento.
El otro sitio en que la Biblia se detiene a describir como yacimiento de oro fino es Evila (v. cap. l). También se desconoce el emplazamiento de Evila, pero algunos estudiosos lo sitúan en alguna parte del sur de Arabia, y parece lógico pensar que Ofir también estuviera situada por allí, quizás en el territorio de lo que hoy es el Yemen. Esto es lo más probable, porque a la mención de Ofir sigue la de otro reino (casi por asociación refleja, por decir así) que casi con toda seguridad estaba situado en esa zona.
La penetración meridional de Israel trajo la devolución de la visita de una reina del sur:
1 Reyes 10.1.
Llegó a la reina de Saba la fama que... tenía Salomón, y vino para probarle con enigmas.
La situación de Saba no es ningún misterio. Al suroeste de Arabia, en territorio de lo que hoy es el Yemen, había un reino que los árabes denominaban Saba y los griegos y romanos Sabaea. Parecen caber pocas dudas de que ésa era la Saba bíblica. Y es posible que Ofir fuese un distrito de Saba, porque se dice que la reina era rica:
1 Reyes 10.2.
Llegó a Jerusalén con muy numeroso séquito Y con camellos cargados de aromas, de oro en gran cantidad y piedras preciosas...
(Sabaea era tan próspera, que los romanos llamaban a la zona Arabia Felix, «Arabia afortunada», en comparación con otras partes de la península que contenían uno de los desiertos más inhóspitos del mundo.)
Por muchos detalles prosaicos que podamos conocer respecto a Saba, no hay mucho que decir acerca de la reina. Al margen de la Biblia, no existen crónicas de ninguna reina de Saba en concreto, ni de semejante visita a Jerusalén. Las Escrituras tampoco dan nombre alguno a la reina. Los árabes posteriores crearon el mito de que le llamaba Balquis, y el Corán la menciona con ese nombre.
Los etíopes actuales mantienen la tradición de que la reina Balquis era la soberana de su nación. Esto no es tan extraño como pudiera parecer. La Etiopía actual está frente a Saba (o Yemen), justo al otro lado del mar Rojo, en un punto donde el mar se estrecha hasta llegar a los treinta y dos kilómetros de anchura. Hay unas comunicaciones bastante cómodas entre las dos naciones, y han existido épocas en que Etiopía dominaba distritos del sudoeste de Arabia. Desde luego, esto era doce siglos después de Salomón, pero tales vínculos se recuerdan con la deformación habitual.
Los etíopes sostienen que la reina Balquis tuvo un hijo con Salomón, llamado Menelic. Se afirma que de Menelic desciende el linaje actual de emperadores etíopes. Incluso en nuestros días, uno de los títulos tradicionales del emperador de Etiopía es el de «León de Judá», con referencia al supuesto antepasado judaico.
El comercio de Salomón también se extendió en otra dirección:
1 Reyes 10.22.
... el rey tenía en el mar naves de Tarsis con las de Hiram, y cada tres años llegaban las naves de Tarsis trayendo oro, plata, marfil, monos y pavones.
A veces se considera a Tarsis como sinónimo de Ofir, para luego sugerir que esta ciudad debe de estar a tres años de viaje de Israel y que, por consiguiente, ha de tratarse de algún punto distante, como el Lejano Oriente. Pero es evidente que se mencionan dos flotas. Están las «naves de Hiram» y las «naves de Tarsis». Salomón tenía nave «con» (junto a, o además de) otras. Los hombres de Hiram traían bienes de Ofir, y los hombres de Tarsis traían mercancías de otra parte.
En realidad, la situación de Tarsis es casi tan misteriosa como la de Ofir. En la Biblia no hay ninguna indicación de su emplazamiento. Con mucha frecuencia se la suele identificar con el distrito que los griegos y romanos conocían como Tartesos. La prueba principal que se aduce en favor de esto es la semejanza de los nombres y el hecho de que está lo bastante lejos de Jerusalén como para que el viaje comercial de ida y vuelta durase tres años.
Tartesos era el nombre que los griegos daban a la región de España al oeste de Gibraltar. Su capital, del mismo nombre, estaba en la desembocadura del río Guadalquivir, a unos ciento veinte kilómetros al noroeste de Gibraltar. La fundaron los fenicios hacia el 1200 aC; es decir, en la época del Éxodo. En el reinado de Salomón, estaba en la cima de su prosperidad comercial. (Pero finalmente, todo el comercio del Mediterráneo occidental cayó en manos de Cartago, la más rica de las colonias fenicias. Hacia el 480 aC, en la cúspide su poderío, Cartago destruyó a Tartesos.)
Hay alguna duda sobre si podrían encontrarse en España «marfil, monos y pavones», pero ¿por qué no? El mono de Berbería, que no es un mono auténtico, aún se encuentra en Gibraltar, y en tiempos antiguos debía estar bastante extendido. En cuanto al marfil, en la antigüedad había elefantes en el norte de África.
La riqueza del país, que Salomón derrochó libremente en sus planes de construcción y en sus esfuerzos de lujo imperial, declinó, y ello hizo más difícil mantener el dominio sobre los pueblos sometidos, cada vez más inquietos.
Salomón poseía cierta responsabilidad imperial, y trató de mantener su popularidad entre tales pueblos mediante una política de tolerancia religiosa. No sólo les permitió libertad de culto, sino que trató de demostrarse a sí mismo que era rey de todos sus súbditos, y no sólo de judeos e israelitas. Incluyó en su harén a mujeres de las naciones sometidas y permitió que, para su comodidad, se edificaran templos a sus dioses.
Sin duda fue buena política; es algo que encaja con la idea moderna de libertad religiosa, pero el partido profético lo vio con hostilidad y desagrado. Tal hostilidad creció con el transcurso de los siglos, y los autores bíblicos expresan de forma inequívoca su opinión sobre tales medidas salomónicas:
1 Reyes 11.5.
Y se fue Salomón tras de... Milcom, abominación de los amonitas.
1 Reyes 11.7.
Entonces edificó Salomón... un excelso a Camos, abominación de Moab...
Estos esfuerzos de Salomón por apaciguar a los pueblos del reino no eran innecesarios, como lo demuestra el hecho de que se producían rebeliones esporádicas, en consonancia con la idílica imagen del reino que se esbozó en los capítulos anteriores. Edom dio problemas desde el comienzo de su reinado:
1 Reyes 11.14.
Suscitó Yahvé a Salomón un enemigo, Adad, idumeo...
Adad era miembro de la antigua casa real de Edom; durante el reinado de David sobrevivió a la matanza que siguió a la conquista de la tribu por Joab. Se refugió en Egipto, pero cuando murió David, volvió a Edom. No se cuenta de qué modo ejerció su papel de «enemigo» contra Salomón, pero es lógico suponer que se declarara rey de Edom y emprendiese una lucha guerrillera contra el ejército real.
En el norte hubo disturbios similares:
1 Reyes 11.23.
Suscitó Dios a Salomón otro enemigo, Rezón, hijo de Eliada...
1 Reyes 11.24.
Reunió gente... Fuese entonces a Damasco, y le conquistó y reinó en Damasco.
Las ciudades•estado sirias pagaban tributo a David, pero la política menos guerrera de Salomón no bastó para mantenerlas sometidas. Tras ponerse al frente de una partida guerrillera, Rezón se apoderó de Damasco y se estableció como nación independiente.
Pero el mayor peligro de Israel residía en su interior. La hostilidad entre Judá e Israel no había muerto, sino que estaba dormida..., con un ojo abierto. Y ese ojo era el del partido profético.
Incluso en vida de Saúl, el primer rey de Israel, se produjeron choques entre el poder real y el de los profetas bajo la jefatura de Samuel (v. cap. 9).
Bajo David y Salomón, con el poder, el prestigio y la gloria de la monarquía en su momento álgido, el papel de los profetas menguó en consonancia, y éstos dejaron una huella relativamente superficial en la historia. Pero el profeta Natán no vaciló en subirse a las barbas de David y en denunciarle en el asunto de Urías el hitita (v. cap. 10); y sobrevivió, además, obligando a arrepentirse al poderoso rey. Cuando David agonizaba, el apoyo de Natán y del partido profético tal vez fuese lo que inclinó la balanza en favor de Salomón y en contra de Adonías.
La política de tolerancia religiosa de Salomón molestó al partido profético, en especial a los que tenían origen israelita y no judeo. Los profetas de Israel quizá no aprobasen del todo la centralización del culto en Jerusalén y la consiguiente pérdida de importancia de los diversos santuarios del país. Para ellos, los sentimientos religiosos iban de la mano con el nacionalismo.
Ajías, un profeta israelita de Silo, en Efraím, que un siglo antes, en vida de Eli, había sido la sede del lugar sagrado más importante de Israel, debió ser uno de tales profetas nacionalistas. Tenía los ojos puestos en Jeroboam, también efraimita, que ocupaba un alto cargo con Salomón y parecía tener dotes de mando
1 Reyes 11.29.
... salió Jeroboam de Jerusalén Y le encontró el profeta Ajías...
1 Reyes 11.30.
Ajías tomó el manto nuevo que llevaba sobre sí, lo partió ...
1 Reyes 11.31.
y dijo a Jeroboam: «... porque así habla Yahvé... Voy a rasgar el reino en manos de Salomón...»
Con el apoyo del partido profético y de muchos israelitas descontentos, Jeroboam se rebeló.
La rebelión fracasó de momento, y Jeroboam tuvo que huir; pero se había convertido en un héroe de Israel y el país no lo olvidaría.
1 Reyes. 11.40.
... pero Jeroboam huyó, refugiándose en Egipto, cerca de Sesac, rey de Egipto, hasta la muerte de Salomón.
Egipto tenía sus propios problemas, que no dejaban de crecer. A la muerte del suegro de Salomón, en el 940 aC, la dinastía XXI, que regía en el Delta, llegó a su fin. La anarquía se incrementó a partir de entonces, y generales rivales ocuparon el poder. Uno de ellos era Sheshonk, el bíblico Sesac, miembro de una tribu que ocupaba las regiones al oeste del valle del Nilo.
Los griegos llamaban Libia a la costa africana al oeste de Egipto, nombre de origen desconocido. Por consiguiente, para los escritores griegos que se ocupaban de la historia egipcia, Sesac era libio, y la dinastía XXII, que él fundó, era la «dinastía libia».
El poder de Sesac sólo abarcaba el Delta; el alto Egipto seguía bajo el dominio de los sacerdotes de Tebas. Sesac fue el único miembro de la dinastía que mostró alguna energía. Le sucedieron una serie de soberanos que dominaron distintas secciones del Delta mientras disputaban entre sí.
Ni siquiera Sesac debió ser muy impresionante, porque la Biblia no se refiere a él en parte alguna como «faraón», sino sólo como «rey». Se tiene la impresión de que no se le consideraba un legítimo monarca egipcio, sino solamente un general usurpador. Por cierto, se trata del primer gobernante egipcio que la Biblia llama por su nombre.
Sesac era lo bastante astuto para comprender que Jeroboam podría ser un instrumento útil para combatir e incluso destruir el poderío de su vecino hacia el noreste, y gustosamente le ofreció asilo, al igual que un predecesor suyo dio refugio a Adad el idumeo.
A semejanza de su padre, Salomón reinó durante cuarenta años, y murió en el 933 aC. (Los reinados de cuarenta años de David y de Salomón son igualmente sospechosos. Cada soberano reinó a lo largo de una «generación». Sin embargo, la aceptación en este caso de la cronología bíblica no parece incongruente, y no hay razones para sugerir otra cosa.)