Para los filisteos habría sido más prudente atacar en seguida, pero las diversas ciudades, que nunca estuvieron sólidamente unidas, quizá no se lanzaran a la acción hasta que David se hubo apoderado de Jerusalén, y entonces ya era demasiado tarde.
El valle de Refaím está entre Jerusalén y Belén y es muy probable que los filisteos sitiaran Jerusalén. Esto lo confirma la siguiente afirmación:
2 Samuel 5.17.
[91]
...
David... vino a la fortaleza.
Casi con toda seguridad la fortaleza se refiere a Jerusalén, y allí, al abrigo de sus murallas casi inexpugnables, David permitió que los filisteos mellaran inútilmente las armas, mientras que sus ejércitos se agrupaban en otra parte de Israel y él planeaba el contraataque.
Los derrotó fácilmente en dos batallas. La antigua marioneta se convirtió en conquistador y los filisteos se replegaron a sus ciudades costeras. No volvieron a dominar el interior y David se hizo dueño indiscutible del territorio de las doce tribus de Israel y de Judá.
David comprendió que era insuficiente el tener a Jerusalén como único centro político de la doble monarquía. Entre las diferencias que separaban a Israel y Judá, existía cierta diversidad en tradiciones y costumbres religiosas. Por tanto, sería prudente tomar medidas para centralizar y unificar la religión de la nueva nación, convirtiendo a Jerusalén en su núcleo para que sirviera de puente entre el norte y el sur mediante una liturgia común.
Se presentó una oportunidad maravillosa en relación con el arca de la alianza, objeto central de veneración de las tribus de Raquel en el período de los jueces. Los filisteos la habían arrebatado a Israel (v. cap. 9), y desde entonces había permanecido en la ciudad de Quiriat Jearim, en la frontera norte de Judá, a unos dieciséis kilómetros al oeste de Jerusalén. ¿Por qué no llevarla a Jerusalén y establecerla como núcleo del culto? El objeto era israelita y el lugar, judaico; ambas mitades de la nación estarían satisfechas.
2 Samuel 6.2.
Y acompañado de todo el pueblo...,
(David)
se puso en marcha desde Baalat Judá, para subir el arca de Dios...
Baalat, o Baalat Judá, se emplea aquí como nombre alternativo de Quiriat Jearim.
Una vez dueño de su propio territorio, David miró al exterior en busca de conquistas imperiales, actitud común de los dirigentes de aquella época (y de la nuestra también).
La conquista empezó con Moab, a quien sometió a tributo. Si consideramos las antiguas relaciones amistosas de David con los moabitas y su ascendencia, según la tradición, de una mujer moabita (v. cap. 8), sentiríamos curiosidad por conocer la causa de la guerra, pero la Biblia no da pista alguna:
2 Samuel 8.2.
Batió, también
(David)
a los moabitas... Los moabitas quedaron sometidos a David y le pagaron tributo.
Este episodio tiene relación con uno de los oráculos tradicionalmente atribuidos a Balam (v. cap. 4). El rey de Moab le había pagado para que maldijese a Israel, y a los autores bíblicos les pareció justamente irónico el que, en su estupor, maldijera a Moab:
Números 24.17.
... Álzase de Jacob una estrella, surge de Israel un cetro, que aplasta los costados de Moab...
Muchos cristianos han interpretado este versículo como una profecía mesiánica que anuncia el advenimiento de Jesús y la derrota de la idolatría y del mal. Por ese motivo, «Estrella» y «Cetro», van en letras mayúsculas en la versión King James (pero no en la Revised Standard Version).
Una posibilidad más prosaica es que el oráculo, escrito en la época de los reyes, sea una referencia nacionalista y triunfal a David y a su conquista de Moab.
Uno por uno, los principados vecinos cayeron en manos de David, cuyas guerras extranjeras fueron victoriosas de manera uniforme.
Cuando un nuevo rey accedió al trono de Ammón, David le envió mensajes de felicitación como cortesía de rutina. El nuevo rey, al sospechar que los mensajeros tenían propósitos de espionaje, los trató con una desdeñosa falta de respeto, afeitándoles la mitad de la barba y desgarrándoles parte de la ropa. Lo que equivalía a una declaración de guerra.
David lo consideró así, y los amonitas formaron una alianza con las ciudades arameas (sirias) del norte, que también veían con alarma la súbita ascensión del nuevo reino de Israel-Judá
2 Samuel 10.6.
... los hijos de Ammón.. concertaron tomar a sueldo a ... los sirios de Bet Rojob y de Soba ...
Los arameos entraron en la zona norte de Israel (área que los griegos denominaron Siria, nombre con que se la conoce hasta nuestros días) al tiempo que se mezclaban con los restos del pueblo jeteo después de la caída del imperio hitita. Su llegada formó parte del mismo movimiento migratorio que había llevado a Canán a los filisteos y a las tribus hebreas.
Las fuerzas aliadas fueron derrotadas por David y su general, Joab. Los amonitas y los sirios fueron conquistados, lo mismo que los edomitas en el sur, y hacia el 980 aC David gobernaba un imperio que se extendía del mar Rojo a la parte alta del Éufrates. Abarcaba toda la frontera oriental del Mediterráneo, salvo la parte costera que seguía en posesión de las ciudades egipcias. Éstas mantuvieron su independencia, pero con cuidado de estar en términos amistosos con David.
El reino de David no fue tan extenso como un imperio, pues en su punto álgido sólo abarcaba una zona de cuarenta y ocho mil kilómetros cuadrados; del tamaño del Maine, más o menos. Era débil y pequeño comparado con los imperios egipcio e hitita, que lo precedieron, o con los imperios asirio, babilónico y persa, que lo sucederían. En realidad, sólo existió por el accidente histórico que situó a David en medio de un período breve y extraño en que, por casualidad, no había grandes imperios en Asia.
No obstante, el imperio de David constituyó un período de gloria para Israel en comparación con los siglos anteriores y posteriores; y todas las generaciones que siguieron a David lo recordaron con orgullo y nostalgia.
Si David extendía su dominio en el exterior, tenía que ser al menos tan cuidadoso y enérgico en consolidar su poder en el interior. Debió darse perfecta cuenta de que Israel se sentiría intranquilo bajo una dinastía judaica, y de que tal inquietud encontraría partidarios en alguien de la antigua dinastía israelita de Saúl.
En las monarquías antiguas, así como en algunas relativamente modernas, era costumbre eliminar a los supervivientes de las dinastías destronadas en beneficio de la seguridad del soberano reinante; o bien, si se quieren expresar las cosas de manera más idealista, por la paz y el buen orden del reino.
Asesinar a sangre fría a los descendientes de Saúl habría sido una mala política, y probablemente hubiera provocado la guerra civil que David trataba de evitar. Pero al fin llegó la oportunidad de hacerlo impunemente:
2 Samuel 21.1.
Hubo en tiempo de David un hambre que duró tres años continuos...
Esa era la oportunidad de David. En la ansiedad general porque terminara el hambre, el pueblo aprobaría acciones que en otras circunstancias rechazaría con firmeza, si tales medidas se tomaban para propiciar a un Dios colérico. Por consiguiente, la clase sacerdotal tuvo cuidado de establecer así la responsabilidad del hambre:
2 Samuel 21.1.
... «Es por la casa de Saúl y por la sangre que hay sobre ella, por haber hecho perecer a los gabaonitas».
La Biblia no menciona concretamente la ocasión en que Saúl exterminó a los gabaonitas. Tal acción por parte de Saúl suponía una grave violación del tratado de paz entre los israelitas y los gabaonitas; paz que, según la tradición, se había hecho en la época de Josué (v. cap. 6). Para los gabaonitas, tal violación pudo merecer la ira de Dios.
También es levemente posible que sea una referencia a la matanza de sacerdotes en Nob por parte de Saúl (v. cap. 9). Abiatar había sido el único superviviente de la matanza, y ahora servía a David en la alta jerarquía sacerdotal. Llegado el caso, su comprensible animadversión hacia la casa de Saúl le haría colaborar de muy buen gana con David en ese tema.
Entonces, con el propósito oficial de aplacar a los gabaonitas, David hizo ahorcar a siete descendientes varones de Saúl, incluidos dos hijos de una concubina y cinco nietos. Las lluvias llegaron al fin, cosa que siempre hacen, pareciendo justificar la medida. Para eliminar la posibilidad de que los israelitas recapacitaran una vez terminado el hambre, David se esforzó por mantener su buena voluntad rindiendo sombríos honores a los ejecutados, enterrándolos con dignidad en la tumba de sus antepasados y trasladando a la misma sepultura los restos de Saúl y de Jonatán.
Parecía que había acabado con todos los miembros varones de la casa de Saúl, pero David no estaba enteramente seguro,
2 Samuel 9.1.
David preguntó: «¿Queda todavía alguno de la casa de Saúl a quien pueda favorecer...?»
Este versículo aparece en la Biblia doce capítulos antes de la ejecución de los siete descendientes de Saúl, de modo que carece de ironía. No obstante, este episodio debió de suceder después de las ejecuciones, pues de otro modo David no hubiera hecho investigaciones sobre si quedaba «todavía alguno de la casa de Saúl».
Quedaba un miembro de esa casa. Se trataba de Mefibaal, hijo de Jonatán. Tenía cinco años en la época de la última y fatal batalla de Saúl en el monte Gélboe. Ante la noticia de que Saúl y Jonatán habían muerto y de que el ejército estaba perdido, se produjo una frenética confusión en el palacio de Gueba. Una nodriza huyó con el pequeño de Jonatán, dejándolo caer. Se hirió en las piernas y quedó cojo para el resto de su vida.
Mefibaal se ocultó durante el reinado de David, medida prudente por las ejecuciones; pero alguien reveló su paradero al rey, quien consideró que en este caso no arreglaría fácilmente las cosas con otra ejecución. En primer lugar, Mefibaal era hijo de Jonatán, con quien había jurado un pacto de amistad. Luego, viendo el tema desde un punto de vista más práctico, el joven era un lisiado que carecía de posibilidades para atraer la lealtad de una fuerza rebelde, pues no estaba capacitado para dirigir un ejército.
Pero David no abandonó completamente la cautela. Permitió vivir a Mefibaal, pero lo mantuvo en la corte, bajo su vigilancia personal:
2 Samuel 9.13.
Pero éste
(Mefibaal)
moraba en Jerusalén, porque comía siempre en la mesa del rey...
Otro asunto doméstico que se relata con detalle fue la forma en que David incrementó su harén. La importancia de esto radica en el hecho de que su nueva esposa dio a luz un hijo que le sucedió en el trono de Israel.
La primera vez que la vio, ella estaba bañándose en la terraza de su casa. Muy impresionado por su aspecto, mandó averiguar su identidad, y le dijeron:
2 Samuel 11.3.
Es Betsabé, hija de Eliam, mujer de Urías, el jeteo...
Ya habían pasado dos siglos desde la desaparición del imperio hitita, pero su cultura no había muerto. Habían expulsado a los jeteos del Asia Menor, región donde los frigios dominaban entonces, pero se habían establecido principados hititas en el sur, en lo que hoy es Siria. Allí, mezclados con los arameos, los jeteos se mantuvieron durante dos siglos más, hasta que toda la región (hititas, arameos e israelitas) cayó bajo la férula del imperio asirio.
Pero aún estamos en el reinado de David. Éste, en su impulso conquistador hacia el norte, absorbió a las ciudades-estado hititas, y no es sorprendente que un número de soldados jeteos, Urías incluido, entraran a su servicio. Como Urías es un nombre hebreo («Yahvé es luz»), es posible que aquel hitita tratara de promocionarse amoldándose a las creencias religiosas del rey y, en consecuencia, se cambiase el nombre.
En cualquier caso, recibió una pobre recompensa. David se apropió de la mujer de Urías y luego le envió a combatir (entonces estaba en marcha la guerra con los amonitas), comunicando instrucciones a Joab para que arreglara la muerte de Urías. Joab cumplió la orden.
Aunque los autores bíblicos alaban a David todo lo que pueden, no logran ensalzar ese acto. Natán, dirigente religioso de la época, culpa y denuncia a David. El coraje del reproche y el modo en que David lo aceptó es uno de los pasajes más conmovedores de la Biblia. Antes y después de David, hay en la historia pocas ocasiones en que un monarca absoluto se inclina ante alguien que establece claramente la diferencia entre el bien y el mal.
La atenta vigilancia de David sobre la casa de Saúl mantuvo las cosas tranquilas en este terreno, pero cuando se presentaron problemas vinieron de un sector inesperado: la propia familia real.
Lamentablemente, las guerras civiles basadas en rivalidades familiares eran demasiado frecuentes en las monarquías antiguas, y sus causas no son difíciles de averiguar. Surgían principalmente de la institución de la poligamia, que estaba bastante extendida en la época, incluso entre los israelitas.
El harén servía para el placer del rey y también era una cuestión de prestigio, porque el poder y la gloria del rey y, por tanto, la del pueblo sobre el que gobernaba debían reflejarse en el lujo y la riqueza de su estilo de vida. Pero la poligamia también facilitaba un gran número de hijos, y en una época de elevada mortalidad infantil se necesitaban muchos para garantizar que al menos uno creciera sano, llegara a adulto y dirigiese la nación tras la muerte del viejo rey.
La validez de esto quedaba ampliamente negada, sin embargo, por el hecho de que no existía una norma rigurosa de sucesión. El más fuerte, el más decidido o el menos escrupuloso de la casa real podía apoderarse del trono mediante una acción rápida en el momento de la muerte del rey.
Para evitar esto, y la guerra civil que muchas veces se producía a continuación, el viejo rey elegía un sucesor, elección que solía tener gran peso entre el pueblo y los funcionarios del reino. Para obtener tal marchamo de aprobación real, las diferentes mujeres del harén intrigaban sin fin.
A veces, un hijo demasiado impaciente, inseguro de la bendición paterna o muy convencido de su respaldo, trataba de arreglar las cosas actuando antes de la muerte del viejo rey. Esto es lo que pasó en el reinado de David.
El hijo mayor de David era Ammón, nacido mientras David sólo era rey de Judá y estaba en Hebrón. En circunstancias ordinarias, era lógico que fuese el heredero. El segundo hijo de David, Quileab, que no vuelve a mencionarse después del versículo que refiere su nacimiento, pudo morir joven. Su tercer hijo era Absalón.