—Vale, ya hablaremos más tarde.
—No, debemos decidir esto ahora. La policía llegará en cualquier momento y tendré que ir con ellos cuando se lleven el cuerpo de mamá a la funeraria.
—Quítate de la cabeza lo de venir a Japón —le espeté—. ¡No hay nada más que hablar!
—Tú no puedes decirme lo que tengo que hacer, ¿sabes? Voy a volver.
—Y, ¿dónde te alojarás?
—No me importa. Si no puedo quedarme contigo, se lo pediré a los Johnson.
—Por mí, bien. Adelante.
—Únicamente piensas en ti misma, ¿no es así? —repuso ella.
El ridículo matrimonio Johnson: ¡eran perfectos para Yuriko! Sentí como si me quitaran un gran peso de encima ya que, mientras no tuviera que ver a mi hermana, no me importaba si volvía a Japón o se quedaba en Suiza. Todo cuanto quería era conservar la vida tranquila de que disfrutaba en compañía de mi abuelo.
—Llámame cuando vuelvas.
—No te importa un bledo. Nunca te ha importado.
Alterada, colgué el teléfono. Al parecer, habíamos hablado algo más de diez minutos. La familia de Kazue apartó la mirada. Esperé a que la operadora llamara para que me informara de los costes. Esperé, esperé y esperé. Se suponía que debía llamar enseguida. Cuando al fin sonó el teléfono, el padre de Kazue dio unas zancadas rápidas y ágiles y lo cogió antes de que yo pudiera hacerlo.
—Son diez mil ochocientos yenes. Si hubieras llamado después de las ocho, habría sido más barato.
—Lo lamento. No llevo tanto dinero encima. ¿Puedo dárselo mañana a su hija?
—Por favor, que no se te olvide.
El padre de Kazue hablaba en el tono propio de alguien que está haciendo negocios. Le di las gracias y salí del salón. Oí que la puerta se abría detrás de mí mientras estaba de pie en el recibidor en penumbra, mirando la escalera oscura. El padre de Kazue también había salido. Un haz de luz largo y estrecho, proveniente de la sala de estar, llegaba hasta el vestíbulo a través de la puerta abierta. No cruzamos ni una palabra. El salón estaba en completo silencio, como una cripta, como si las dos mujeres estuvieran conteniendo la respiración para intentar oír lo que iba a decirme el padre de Kazue. Era más bajo que yo, y me puso en la palma de la mano un pedacito de papel. Cuando lo miré vi que era un recordatorio de la cantidad que les debía por la llamada: «10.800 ¥», escrito de forma clara y simple.
—Hay algo de lo que quiero hablarte.
—¿Sí?
El brillo en los ojos del hombre era intenso, como si intentara doblegarme a su voluntad, lo que me hizo sentir un poco mareada. Luego me habló con voz monótona, como para tranquilizarme.
—Te han admitido en el Instituto Q para Chicas, así que imagino que eres una jovencita decente.
—Supongo.
—¿Estudiaste mucho para el examen de ingreso?
—No lo recuerdo.
—Kazue ha sido una estudiante muy aplicada desde primaria. Por suerte, es una chica inteligente y le encanta estudiar, de modo que es natural que haya llegado tan lejos. Pero yo no creo que sólo estudiar sea suficiente. Después de todo, es una señorita, y me gustaría que prestara más atención a su apariencia. Ésa es la razón por la que quise que fuera al Instituto Q para Chicas: quiero que aprenda a ser refinada. Al menos que lo intente, ¿sabes? Por su parte, ella hace todo lo que puede para cumplir mis expectativas, y la quiero mucho por eso. Pero al ser su padre no puedo valorarla con imparcialidad. Me preocupa que mis dos hijas sean tan sumisas, pero tú… tú eres diferente. En comparación con Kazue, pareces mucho más segura de ti misma. Trabajo para una compañía muy importante y soy bueno juzgando a las personas. Puedo oler la verdadera personalidad de alguien a un kilómetro de distancia. ¿A qué se dedica tu padre?
El hombre me miró como si ya supiera la respuesta a su pregunta. No intentaba ocultar el hecho de que me estaba evaluando. Yo estaba segura de que el trabajo de mi padre le parecería insignificante, así que mentí.
—Trabaja para un banco suizo.
—¿Qué banco? ¿El Swiss Union Bank? ¿O quizá el Swiss Credit?
—Me ha pedido que no revele esa información.
Estaba completamente confundida, pero intenté responder lo mejor que pude. El padre de Kazue dejó escapar un bufido corto y asintió. Una leve oleada de respeto cruzó por su rostro. ¿Acaso de alguna forma se sentía más humilde? Me sorprendió constatar que el encuentro había sido bastante agradable. Sí, reíros de mí si queréis, pero me vi diciendo exactamente lo mismo que mi abuelo, el estafador, decía del trabajo de mi padre. Me las había apañado para acomodarme a la escala de valores de aquel hombre. No conocía a nadie más que tuviera tan claro como él lo que valía la pena y lo que no, pero me aterraba que me impusiera esa lógica tendenciosa. Después de todo, yo sólo tenía dieciséis años.
—Kazue me dijo que fuiste tú quien la incitó a abrir un debate sobre los clubes. Mi hija suele tomárselo todo muy seriamente y, como resultado, pone todo su empeño en ello. Se dedicará de manera ingenua a hacer cualquier cosa de la que la convenza cualquier persona. Pero tú eso ya lo sabías, ¿verdad? Bien, pues quiero que sepas que soy yo quien controla a mi hija, ¿entiendes? Así mejor que no te metas.
Intenté enfrentarme a él.
—Señor, usted no sabe cómo son las cosas en el instituto, y también desconoce el grado de amistad que tengo con su hija. No entiendo por qué me dice eso…
—¿Así que hay amistad entre tú y Kazue?
—Sí.
—Creo que no eres una buena influencia. Es una pena lo de tu madre pero, por lo que he entendido, las circunstancias de su muerte no son precisamente normales. Escogí el Instituto Q para Chicas para Kazue porque sabía que con esa elección no podía equivocarme. Sabía que allí sería capaz de hacer buenas amigas. Kazue es una chica sana que pertenece a una familia normal.
Lo que el padre de Kazue quería decir en realidad era que mi familia no era normal. Yuriko y yo no éramos chicas sanas. Me pregunto qué habría dicho si me hubiese acompañado Mitsuru.
—Eso no me parece justo, yo…
—Basta. No me interesa lo que tengas que decir.
Podía notar la ira ardiendo en sus ojos diminutos, una ira dirigida contra mí, porque, al parecer, yo era una fuerza exterior que amenazaba a su hija.
—Por supuesto, ser amiga de una chica como tú le servirá a Kazue para aprender muchas cosas de la vida. Pero aún es demasiado pronto para ella. Además, también debo pensar en mi hija pequeña, así que lamento decirte esto, pero no quiero verte por aquí nunca más.
—Comprendo.
—Por favor, no me guardes rencor por lo que acabo de decirte.
—No lo haré.
Ésa era la primera vez que un adulto me rechazaba tan abiertamente. Era como si me hubiera dicho «No vales nada», lo cual me horrorizó.
Mi propio padre, por supuesto, había ejercido la autoridad paterna en casa pero, al pertenecer a una minoría en Japón, nunca fue capaz de transmitir realmente esa autoridad al mundo exterior. Mi abuelo era un ex presidiario sumiso que hacía todo lo que yo le pedía. En cualquier caso, era mi madre la que representaba a nuestra familia en sociedad, pero ella no tenía influencia alguna en casa y cedía en todo frente a mi padre. Así pues, cuando vi a una persona que usaba la rigidez y lo absurdo de las convenciones sociales tan firmemente como lo hacía el padre de Kazue, me sentí impresionada. ¿Por qué? Porque aquel hombre no creía de verdad en los valores sociales que representaba, sino que sabía sin lugar a dudas que únicamente los utilizaba para sobrevivir.
El padre de Kazue obviamente ignoraba por completo el funcionamiento interno del Instituto Q para Chicas. Le era del todo indiferente el impacto que eso pudiera tener en Kazue, o cuánto le haría sufrir. Era un egocéntrico hijo de puta. Entendí todo esto con una claridad diáfana a pesar de que tan sólo era una estudiante de bachillerato. En cambio, Kazue, su madre y su hermana pequeña vivían ajenas a los propósitos de aquel hombre. Así él podía apropiarse de las intenciones malévolas que teníamos Mitsuru y yo y utilizarlas para proteger a su familia, ya que proteger a su familia era sinónimo de protegerse a sí mismo. No pude evitar sentir envidia de Kazue al ver que tenía un padre tan fuerte. Protegida por la firme voluntad de él, Kazue confiaba implícitamente en la veracidad de sus valores. Cuando pienso ahora en ello, me doy cuenta de que el poder que ejercía sobre ella era muy parecido al control mental.
—Ve con cuidado de camino a casa.
Empecé a subir la escalera sintiendo como si el padre de Kazue me estuviera empujando por detrás. Después de observarme un momento, regresó a la sala de estar y cerró de un portazo. La oscuridad del vestíbulo se hizo más profunda.
—¡Has estado un buen rato!
Kazue estaba enfadada porque la había hecho esperar. Parecía que para intentar no aburrirse había estado garabateando en un cuaderno que tenía abierto sobre el escritorio, donde había esbozado la imagen de una animadora con una minifalda que levantaba un bastón. Cuando me vio mirar el dibujo, lo cubrió rápidamente con las manos, igual que una niña.
—Me ha dejado hacer una llamada internacional. —Le enseñé a Kazue el recibo que había escrito su padre—. Te daré el dinero mañana.
Kazue se fijó en la cantidad.
—¡Caray, qué caro! Oye, me estaba preguntando… ¿cómo murió tu madre?
—Se suicidó… en Suiza.
Kazue bajó la mirada mientras parecía buscar las palabras adecuadas. Luego alzó la vista de nuevo.
—Ya sé que suena terrible, pero de alguna forma te envidio.
—¿Por qué? ¿Te gustaría que tu madre también estuviera muerta?
La respuesta de Kazue fue poco más que un susurro:
—Odio a mi madre. Últimamente noto que actúa como si fuera la hija de mi padre en vez de su mujer. ¡Qué forma tan rara de comportarse para una madre! Él tiene puestas todas sus esperanzas en sus hijas, ¿sabes?, en nosotras…, así que tenerla a ella todo el tiempo revoloteando alrededor debe de ser bastante molesto.
Kazue parecía exultante de pensar que ella era la única capaz de colmar las expectativas de su padre, porque ella era una «buena chica», una hija abnegada cuyo único objetivo en la vida era contentarlo a él.
—Sí, claro, supongo que no necesita a otra hija —dije.
—¡Claro! Y mi hermana pequeña también sobra, la verdad.
Sin querer, dejé escapar una risa compasiva. Mi propia familia estaba lejos de ser normal, un hecho que había entendido muy bien sin necesidad de que el padre de Kazue me lo hiciera notar, y me di cuenta de que precisamente eso era algo que una discípula obstinada como Kazue no entendería jamás.
Cuando salí de la casa y me adentré en la calle oscura, sentí que alguien me tocaba el hombro. El padre de Kazue me había seguido.
—Espera un momento —dijo—. Lo que has dicho antes no era cierto. Tu padre no trabaja para un banco suizo ni nada parecido, ¿verdad?
La luz de una farola se reflejaba levemente en sus pequeños ojos. Kazue debía de habérselo contado. Me quedé petrificada.
—No está bien mentir —prosiguió él—. Yo no he mentido ni una sola vez en mi vida. Las mentiras son el enemigo de la sociedad. Si no quieres que informe de esto al colegio, mantente alejada de Kazue.
—De acuerdo.
Pude notar cómo no me quitaba los ojos de encima hasta que doblé la esquina al final de la calle. Cuatro años después sufrió una hemorragia cerebral y murió en el acto, de modo que aquel encuentro casual con aquel hombre fue el primero y el último. Después de su muerte, la fortuna de la familia de Kazue se esfumó. Supongo que yo fui testigo entonces de la fragilidad de aquella familia, y pude verla sólo unos años antes de su drástica desaparición. Aun así, todavía puedo sentir cómo aquella noche la mirada rebosante de odio del padre de Kazue se clavaba en mi espalda como si de una bala se tratara.
Una semana después, mi padre me llamó para decirme que el funeral se había celebrado sin problemas. De Yuriko no dijo ni pío. Dado que me había convencido a mí misma de que no regresaría a Japón, los días siguientes transcurrieron tranquilamente. Luego, una noche no mucho más tarde, una noche tan calurosa que pensé que ya había llegado el verano, me telefoneó la última persona en el mundo que habría esperado que lo hiciera: Masami, la esposa del señor Johnson. Habían pasado tres años desde la última vez que nos habíamos visto en la cabaña de la montaña.
—¡Hooo-laa! ¿Eres la hermana de Yuriko? ¡Soy yooo, Masami Johnson!
Alargaba las vocales de manera desmesurada y pronunciaba las eses de su nombre igual que lo habría hecho un extranjero. Sólo de oír su voz se me puso la carne de gallina.
—Cuánto tiempo… —respondí.
—Oye, no sabía que vivías sola en Japón. Deberías habérmelo dicho. Me habría encantado ayudarte en lo que fuera. Qué tonta, no deberías ser tan reservada. Lo sentí mucho cuando me enteré de lo de tu madre. Qué tragedia.
—Gracias por preocuparse —farfullé.
—De hecho, te llamo por Yuriko-chan. ¿Te has enterado?
—¿Si me he enterado de qué?
—¡Yuriko va a venir a vivir con nosotros! Al menos mientras esté en el primer ciclo de secundaria. Tenemos una habitación libre y, desde pequeña, siempre nos hemos llevado fenomenal con ella. Claro que tiene que cambiar de colegio. Me dijo que quería ir a la escuela Q, donde estás tú. De modo que averigüé qué se necesitaba para que pudiera ingresar como hija de padres japoneses que residen en el extranjero, y han accedido a admitirla. Me lo acaban de decir hace un momento. ¿No es genial? ¡Tú y Yuriko iréis juntas al mismo colegio! Mi marido está muy contento por cómo han salido las cosas. Dice que la Q es una escuela muy buena, y no está muy lejos de donde vivimos.
¿Qué diablos estaba pasando? Me había dejado la piel estudiando con la esperanza de alejarme por fin de Yuriko, ¡y ahora se estaba filtrando de nuevo en mi vida como si de un gas tóxico se tratara! Suspiré desesperada. Yuriko era tonta de remate, pero su belleza siempre le permitiría recibir un tratamiento especial. En ese aspecto, la escuela Q no era diferente.
—¿Dónde está Yuriko ahora? —pregunté.
—Está aquí. Espera un momento, te la paso.
—Hola, hermana. ¿Eres tú?
Le había dicho a Yuriko que no volviera a Japón, pero allí estaba. Su voz despreocupada al otro lado del teléfono distaba mucho de la de la chica angustiada con la que había hablado horas después de la muerte de mamá. Era evidente que estaba acaparando toda la atención de los Johnson y que disfrutaba del lujo en la impresionante casa que poseían en el barrio exclusivo de Minato.