—Pero antes debes sacarnos de este mísero exilio. Di la palabra mágica y que esa maldita cosa lea tu mente. Si soy una espía silente, y todo esto es una trampa compleja, me disculparé después.
—¿Y si estoy muerto?
Ella tiritó con rechazo.
—¡En tal caso no me disculparé! ¿Quieres empezar de una buena vez? Han desechado mis vidas sobrantes, y me pone nerviosa. Hace por lo menos una hora que soy mortal, y empieza a fastidiarme. ¿Qué sucedería si un meteoro chocara contra la Tierra en este lugar, o algo parecido?
—Yo no me preocuparía por los meteoros —dijo Faetón—. No ha habido un gran choque desde el accidente de Baltimore en la Cuarta Era. Desde entonces, los movimientos de todos los objetos dentro de la zona de peligro detectable han sido rastreados y grabados por un equipo de vigilancia, primero por la Subcomposición Alarmista, luego por Cerebelina Danza Estelar, y ahora por los sofotecs. Nada se les podría pasar…
Frunció el ceño. Un pensamiento, tan obvio y grande como para haber sido invisible antes, afloró en su mente. ¿Dónde estaba la nave estelar de la Ecumene Silente?
Tenía que haber una segunda
Fénix Exultante,
quizá una nave más fría, más lenta, más sigilosa, pero una nave estelar capaz de viajar desde Cygnus X-l. Una gemela oscura de su dorada
Fénix.
¿Dónde estaba escondida? Los equipos de vigilancia sofotec observaban cada roca, prácticamente cada mota de polvo, en el espacio del sistema interior. Pero si la otra
Fénix Exul
tante
estaba más allá de Neptuno (como Faetón suponía), ¿cómo podían los sofotecs no reparar en cualquier dato, instrucción o informe que viajara entre los agentes de Nada en la Tierra y el lugar donde estaba instalado el sofotec maligno?
(A menos… ¿Era posible que los agentes sólo operasen con un contacto furtivo e infrecuente con su sofotec? En tal caso, los agentes eran susceptibles de estupidez, irracionalidad y error humano.)
La tecnología de la Ecumene Silente podía ser diferente de la tecnología de la Ecumene Dorada. Pero cabía suponer que el nivel tecnológico debía ser más o menos simular, pues una superioridad divina en tecnología habría permitido a los silentes desechar toda necesidad de precaución o sigilo.
Cabía suponer, pues, que se aplicaban principios normales de ciencia e ingeniería. Los silentes no podían impulsar su nave estelar sin descargas de energía suficientes para desplazar la masa de esa nave.
Además, aunque Nada Sofotec pudiera albergarse en un marco físicamente más pequeño que las enormes matrices electrofotónicas de los sofotecs de la Ecumene Dorada, la densidad energética, y la energía requerida para realizar una cantidad respetable de operaciones de nivel sofotec por segundo, aún daría una enorme lectura masa-energía. El pseudoneutronio de la unidad noética que él sostenía, por ejemplo, se podría haber detectado desde órbita con equipos de alcance y detección de partículas con interacción débil.
¿Dónde se podía ocultar un objeto de ese tamaño, o poner una nave estelar, sin que la Mente Terráquea lo detectara?
—No dices nada, cariño —dijo Dafne—. Eso significa que estás pensando.
—¿No debería?
Un suspiro femenino flotó en la penumbra.
—Deberías pensar en darte prisa, obtener una lectura noética, demostrar que tienes razón y llegar a casa a tiempo para una noche cómoda, incluida una piscina tibia, una comunión, una representación mensal y un paseo por el jardín de los Sentidos Nuevos de Estrella Vespertina. Mañana la Escuela No Apoteótica regresará al espacio mental humano para su osada subtrascendencia, y todos dicen que traerán fenómenos para-artísticos de las honduras de la Mente Terráquea, miniaturizados y recalculados para que tengan sentido para nuestras neuroformas. Me parece mucho mejor modo de pasar la tarde que estar sentada en una barcaza oxidada, observando cómo ambos sufrimos el proceso de envejecimiento. ¿No podemos ir a casa? Esta pobreza y esta basura comienzan a deprimirme. Se parece demasiado al hogar de los Cabal en la reserva.
Se aferró los codos y tiritó. Una de las velas del ojo de buey empezó a chisporrotear. Ella la vio morir.
Faetón sabía que ella tenía pensamientos mórbidos. Los Cabal no habían conectado a su hija con un circuito de inmortalidad numénica. Ni siquiera le habían dicho que la inmortalidad era posible. Dafne había sufrido más de un accidente serio en su infancia, caídas de árboles, botes volcados, ser pisoteada por antiguas estatuas caminantes, pues tenía una vida activa. Un confabulador errante, un juglar de la Escuela de la Travesura Benévola de los Taumaturgos, le había hablado sobre los bancos de reencarnación órfica, y nunca había perdonado el alocado riesgo que sus padres primitivistas habían corrido con su vida.
La brillante llama chisporroteó, irradió más luz, osciló, menguó, se extinguió con una esbelta columna de humo.
—¿Quieres darte prisa y sacarnos de aquí? —dijo Dafne.
—No tengas miedo, querida —dijo Faetón.
—¿Por qué no? —rezongó ella, sin volver la cabeza, con voz extrañamente áspera—. Tú tienes miedo.
—¿Qué quieres decir con eso?
Dafne giró, cogió la pizarra, tocó la pantalla. La luz de la pizarra brilló desde su barbilla y arrojó la sombra de la nariz sobre un ojo.
—No tendría que haber ido al exilio, y venir hasta aquí, o conseguir ese lector portátil de Aureliano, ni hacer nada de estas cosas, si hubieras tenido el sentido común de conectarte con la red y obtener una lectura noética de Radamanto o cualquier canal de contratos públicos. Incluso leíste un autoanálisis de tu psicometría, y te dijo (¡te lo dijo!) que tu temor a la conexión era antinatural y no congeniaba con tu carácter. Obviamente era un temor impuesto desde fuera. ¡Si tuvieras la mitad del seso que pretendes tener, no habría sido necesario que yo viniera a rescatarte!
—¿Leíste mi autoanálisis? ¡Es material privado!
—Vamos, soy tu esposa. He comulgado contigo. He sido tú.
—¡Yo no leería tu diario sin pedirlo!
—¿De veras? ¿Y si el código para despertar a mi vieja versión estuviera ahí? ¿O sólo estás dispuesto a irrumpir en mausoleos privados, aporrear alguaciles, pelear con Atkins y tratar de secuestrar a mujeres dormidas?
—Supongo que tienes razón, pero aun así…
—¿Tienes miedo de que encuentre tus fantasías sexuales acerca de hacerme vestir de pony para domarme como un caballo? Debo admitir que en cierto modo me agrada…
—¡Estás cambiando de tema, niña!
—De nuevo degradada a niña, ¿eh? Bien, no te preocupes, héroe. Si muero en el exilio, no contaré tus secretos a nadie. —Arrojó la pizarra al catre con un gesto displicente—. Supongo que no importa si usas ese maldito lector noético. Ya sé lo que dirá.
—¿Qué?
—Los recuerdos falsos fueron impuestos durante el Sueño Medio. Estabas cerca del tribunal, y un amigo de Unmoiqhotep, uno de los Cacófilos, te persuadió de aceptar un archivo de lectura rápida. Estabas en el terreno de un tribunal público. Sin duda usabas el respaldo de un servidor público para tu filtro sensorial, la misma clase de dispositivo público de bajo presupuesto que, según Atkins, Unmoiqhotep había descifrado. ¿Verdad?
—Sí. Pero, ¿por qué llegas a la conclusión de…?
—Es sencillo. Sufriste una violación cerebral. No pudo haber sucedido antes de que fueras alcanzado a través de Radamanto, pues lo habría detectado la mente de la mansión, ni antes del juicio, pues lo habría detectado la lectura noética de la Curia. ¿A quien viste después de salir del juicio y antes de ir al hospicio? A los Cacófilos.
Señaló la pizarra que relucía sobre el catre.
—El autoanálisis incluso te reveló que algo te inducía a no pensar en los Cacófilos. Te lo dije. No me prestaste atención. ¡Y no me salgas con que no puedes saber nada si tu cerebro fue alterado! ¡Pamplinas! ¡Busca las pruebas confirmatorias! ¡Mira tu maldito autoanálisis! Mira la teoría del engaño básica que te enseñaron como aprendiz. «Por cada sistema falso en los hechos debe haber por lo menos un valor de autoincoherencia.» ¿Recuerdas? ¡Son todas mentiras, y tendrías que verlo, Faetón! ¡No hay Ecumene Silente, ni espías ni trampa cazabobos! ¡Y no existe Nada! Quiero decir, no existe un Nada. Nada no existe. ¡Por los demonios del cielo! Vaya si sueno estúpida al tratar de decirlo.
Había lágrimas en sus ojos hinchados, y se echó a reír, y su rostro estaba ruborizado de ira, y Faetón pensó que de todos modos lucía adorable.
—No te alteres. Recuerda tu autocontrol.
—¡Al cuerno con eso! Ya no soy Gris Plata. Los Rojos se ponen histéricos. ¡Es nuestro privilegio!
—Sea como fuere, tu teoría no cubre todos los hechos. ¿Por qué alguien puso un bloqueo onírico en mi cabeza para impedir que pensara en la Segunda Ecumene o soñara con ella? Si no fueron los silentes, ¿quién?
—Quizá el bloqueo sólo estaba destinado a que no soñaras con nada. Quizá querían que murieras de privación de sueño antes de que alguien te examinara noéticamente y descubriera el fraude. ¿Por qué la Segunda Ecumene? No lo sé. El asunto se pudo escoger al azar, o pudieron haber escogido la imagen más perturbadora de tu subconsciente, o quizá el virus mental mutó mientras operaba. Existe el caos, querido. Algunas cosas no son planeadas:
—Alguien me envió un mensaje amenazador esta noche, a través de Hija-del-Mar.
—Ah, eso. Ésa fui yo. Tu Hija-del-Mar enmarañó el mensaje.
—¿Qué era eso acerca de estar encadenado en otro planeta?
—Yo sólo dije que podríamos pasar una cuarta luna de miel en una luna real. Podrías fabricar un planetoide para amantes, sólo para nosotros, y quizá no tendrías que errar entre las estrellas lejanas para encontrar la felicidad.
—¿Te estás ofreciendo para venir conmigo?
—No mientras tengas ese estúpido cubo en la cabeza. Quizá vaya, quizá no. Pero sabes que ninguno de los dos irá a ninguna parte hasta que uses esa caja noética. ¿De veras temes que contenga una trampa? Usa la maldita cosa conmigo. Léeme la mente. Averigua si trabajo para la Ecumene Silente. O para los hijos del hada madrina, o para Papá Noel.
—Si no es segura…
Ella extendió los brazos.
—Sólo lastimarás a una espía de la Ecumene Silente.
—¿No sería más sabio tomar una medida precautoria…?
—No me pondrás un cubo en la cabeza, Faetón Primo Radamanto, y eso es definitivo. Venga. Terminemos de una vez.
Se acercó y apoyó la mano en el pecho de Faetón, le puso los dedos en el bolsillo y tocó los puertos mentales de la unidad noética.
—No soy una espía, Faetón.
Faetón sintió el miedo de ver morir a su esposa frente a sus ojos.
—¡Espera!
Pero su torpe mano, enredada con cables, no se pudo mover con rapidez suficiente.
—Lo juro —dijo ella.
La unidad zumbó. Dafne puso los ojos en blanco.
—¡No, espera!
Pero Dafne sonrió, y la unidad dijo:
—El sujeto dice la verdad según sus propios conocimientos, información y creencias. No tiene reservas mentales privadas. No hay señales de manipulación subconsciente. Su última alteración mental fue una pérdida de memoria temporal realizada, a su petición, por el sofotec Rojo Estrella Vespertina el 2 de noviembre.
Ella sonrió.
—Y juro que te amo.
—Parcialmente exacto —dijo la unidad—. Ella tiene la reserva mental privada de que te estás portando tan errática y exóticamente que está muy exasperada contigo, y descubre que esto, a pesar de sus esfuerzos, te hace más difícil de amar.
Dafne frunció el ceño y apartó la mano.
—¡Cállate, cosa! ¡Bocazas!
Faetón suspiró.
—Muy bien, estoy convencido de que el riesgo vale la pena. ¡Unidad! Por favor examíname para ver si hay señales de manipulación mental.
La unidad zumbó de nuevo, carraspeó. El zumbido perdió intensidad y se silenció.
—¿Pasa algo malo? —preguntó Dafne con voz preocupada.
—Infórmame sobre la situación —dijo Faetón.
—Imposible obedecer —dijo la unidad—. No hay parámetros válidos presentes.
Dafne agitó las manos.
—Prueba de nuevo.
—Una fuente de energía externa interrumpe el anillo de memoria de la matriz —dijo la unidad—. Unidad incapacitada.
Dafne soltó un chillido de furia.
—¡Quítate ese cubo y prueba de nuevo!
Faetón reinsertó la sonda en el estuche del lector noético.
—No creo que sea interferencia mía ni de mi armadura.
—El sistema debe apagarse y someterse a un proceso de reconstitución —dijo la unidad—. Esperad, por favor.
—¡Maldición! —exclamó Dafne—. Pusiste uno de esos cables al revés, sin duda. Como aquella vez que derrumbaste el ala este de París.
—Hubo una pulsación electromagnética. Alteró uno de los circuitos externos. Ese anillo infinito autosostenido de que te hablaba acaba de tropezar consigo mismo y enredarse. La información todavía está ahí, liada en un nudo de Moebius, y sin ninguna dirección. Pero el neutronio o pseudoneutronio interno, o lo que sea, todavía está bien. Se necesitaría un haz de antimateria para siquiera arañar esa cosa. Mmm. La onda energética llega en una anchura de banda normal para un puerto mental. ¿Será algún tipo de realimentación o resonancia de la armadura?
—Quítate la armadura y prueba de nuevo.
—¡No te quites la armadura! —chilló una voz aniñada desde la sortija de Dafne—. ¡Dafne, retrocede! ¡Atacan a Faetón!
Mientras Faetón se quedaba petrificado de asombro, Dafne (que había actuado en muchos dramas y sueños de espías en que se disparaba contra la gente) cayó al piso y rodó bajo el catre.
Quizá eso le salvó la vida. Las esquirlas de la puerta destrozada arrancaron el mandil de la espalda de Faetón y rebotaron contra su armadura con tenantes campanilleos, pero la explosión no logró alcanzarla.
Llamaradas de energía consumían la puerta. Faetón la traspuso, aureolado de cables rotos y circuitos relampagueantes.
Rodeó con las manos la criatura que encontró allí. Los motores de sus brazos y codos gimieron. Arrojó la cosa escalerilla arriba, fuera de la cabina y lejos de Dafne.
Una patada (o quizá una explosión) vibró en su pecho y lo tumbó al pie de la escalerilla.
—¡Dafne! —gritó por encima del hombro.
—¡Estoy bien! ¡Atrápalo!
Elevándose con sus impulsores en un torrente de energía magnética, aterrizó en cubierta.