Read Fénix Exultante Online

Authors: John C. Wright

Tags: #Ciencia-Ficción

Fénix Exultante (34 page)

—La que mató a mi padre.

—Correcto. Vi una representación artística que algún fenómeno de la escuela Irem puso en los canales públicos, que analizaba los movimientos y niveles energéticos involucrados en los estallidos solares. Me recordó los modelos de ataque fractales que usan algunas de mis armas de caos. Es decir, sé reconocer una andanada cuando la veo. Cuando al fin obtuve los fondos para realizar un análisis táctico de los movimientos de las explosiones de esa grabación (y el Parlamento no quería dar el dinero para eso) vi a qué blanco le disparaban. A tu nave…

—¿Manipulaban el dispositivo de Helión para producir los efectos?

—No sé cómo lo hicieron. A esas alturas, ni siquiera sabía si lo habían hecho. Nadie salvo yo creía que la tormenta solar constituyese un ataque, o que fuera deliberada.

—¿Por qué no mencionaste tus sospechas a nadie?

—Se las mencioné a mis superiores, el Comité Parlamentario de Supervisión Militar —dijo Atkins con aire divertido—. ¿Me preguntas por qué no se lo mencioné a la prensa? No me está permitido. Y aunque me estuviera permitido, no le habría dicho nada a nadie. Por lo que sabía entonces, la Ecumene Silente había corrompido a Piros y Flamífero, los sofotecs de Helión. Y, si habían penetrado la Mentalidad solar, ¿por qué no la terráquea? El hecho de que tu nave fuera un blanco me indujo a creer que tú también lo eras. El Parlamento coincidió, y me envió a observarte durante el festival. Una noche te pusiste un disfraz y te escabulliste, y te perdí el rastro. Cuando te encontré, ya estabas hablando con el neptuniano.

—Entonces ellos mataron a mi padre.

—Y creo que se proponían matarte a ti también, en cuanto pudieran llevarte a un lugar aislado. Pero cambiaron de parecer.

—Cuando mi abogado engatusó a Gannis para que cancelara mi deuda. Pensaron que era mejor adueñarse de mi nave en vez de destruirla.

—Un detalle afortunado. De lo contrario, esa tarjeta negra que te entregó Scaramouche, el que llamaban Temible, un pólipo que montaba la espalda de Unmoiqhotep… ése era Scaramouche, y te habría borrado el cerebro en vez de darte pseudomnesia. Y yo no era el ministril del tribunal. Valerse de mí para custodiar a los magistrados sería como aparcar un acorazado en un lago para proteger a un juez itinerante. Yo estaba allí para observarte. Me ordenaron que te vigilara cada vez que te desconectabas de Radamanto. Los silentes tienen un miedo mortal de los sofotecs, y sabía que te abordarían sólo cuando no estuvieras conectado con Radamanto.

—Así que esperaste a que Dafne viniera a mí, sabiendo que entonces saldrían de su escondrijo para seguirla. Y tu plan era rastrear el enlace
con
sus superiores sólo una vez que lo consiguieran. Y estabas dispuesto a permitir que nos mataran a ambos con tal de lograrlo, ¿verdad?

Atkins asintió sobriamente.

—Tienes razón. Debí esperar más tiempo. Corrí un riesgo al tratar de proteger a la muchacha durante la explosión, pero creo que esa criatura estaba confundida cuando le disparaste.

—Conque sólo confundida, ¿eh? —rezongó Faetón.

—No te sientas mal. Fue un buen intento, por tratarse de un aficionado. El blanco quedó aturdido durante casi un segundo. Le obligaste a consumir su escudo ablativo.

—Gracias —dijo Faetón sin entusiasmo.

—Pero tienes razón. No debí haber disparado. Ahora sólo tenemos un vector de una línea de comunicaciones. No sabemos a qué distancia estaba el destino, ni lo sabremos hasta obtener una segunda línea. Y si la criatura se comunicaba con un retransmisor, esa línea no nos dice nada. Así que no tenemos tantas pistas como tendríamos si la criatura hubiera tomado tu cabeza y se hubiera ido. Pero, ya sabes, mi criterio me aconsejó lo contrario. —Sonrió—. En todo caso, ahora puedo presentar mi informe y mantener mi cantidad de bajas civiles en cero.

—Así que nos salvaste para simplificar el papeleo, ¿verdad?

—Hay que saber escoger las prioridades. Pero no te preocupes. Necesitamos por lo menos una segunda línea para rastrear, con miras a triangular adonde envían sus mensajes los agentes silentes. Así que tendremos que encontrar otro agente, o esperar aquí hasta que pase otro para asesinarte o secuestrarte.

—Y supongo que me dirás que debo seguir siendo mortal hasta que eso ocurra, ¿verdad? Porque una retractación de los Exhortadores sería un acontecimiento público que los espías silentes, si queda alguno, no pasarían por alto, ¿verdad? Así que debo esperar aquí hasta que me maten sólo porque tú lo deseas, ¿correcto?

—Yo no tengo nada que ver —dijo Atkins, mirándolo a los ojos—. Es sólo una cuestión de coraje. ¿Arriesgarías la vida para salvar a la Ecumene Dorada? ¿Morirías?

—Sin duda. Huelga decirlo.

—No creas. Hoy en día, tú y yo somos las únicas personas a quienes he oído decirlo. Te estoy pidiendo que te unas a las fuerzas armadas. El enemigo debe poseer una nave estelar.

—Ésa es también mi conclusión. Una
Fénix
silente.

—Ninguna de nuestras naves podría atrapar ese aparato, sólo la tuya. Lo cual significa que necesitamos arrebatársela a los neptunianos sin alertar a los silentes, que han infiltrado a los neptunianos. Y, si eso significa ganarte el desprecio del Colegio de Exhortadores, y permanecer en este exilio sin inmortalidad, entonces quizá eso se te pida.

—¡Caray, mariscal Atkins! ¿Estás pensando en transformar mi
Fénix Exultante
en una nave de guerra? ¿Una nave de paz, una nave destinada a la exploración, a la creación de nueva vida? ¡Qué espantosa idea! ¡Impensable! ¿Hablas en serio?

—Te haré una pregunta. ¿Crees que el enemigo podría tener una nave capaz de superar en velocidad a ese prodigio?

—Impensable… ¿Dijiste «prodigio»?

—Pues claro. Esa nave es prodigiosa, aparte de ser bellísima. Llegas a popa de un blanco enemigo al noventa por ciento de la velocidad de la luz, el blanco no tiene tiempo de reaccionar, ni siquiera te ve hasta que estás encima. Luego pasas al lado y usas el motor para atacar la popa, los rocías con radiación letal o arrojas algún combustible de antimateria sobrante en su camino. Mejor aún, acometes contra ellos. Con el blindaje que lleva esa belleza, ninguna nave normal podría hacerle un rasguño. Es una maravilla.

—Bien, me alegra que coincidamos en algo, mariscal. Aun así, aunque yo estaría muy dispuesto a colaborar con cualquier causa buena y justa, es imposible que me una a tu jerarquía militar y me ponga a tus órdenes.

—No puedo obligarte. No puedo reclutarte por la fuerza. Ojalá pudiera, pero no puedo. Piénsalo, sin embargo. Quizá sea el único modo de recobrar tu nave. No sólo tienes una oportunidad de servir a la Ecumene Dorada, sino que hay un buen paquete de beneficios, que también puedo explicar, e incluye vivienda gratuita, programas médicos y servicios adicionales. Yo tengo mi propio circuito de inmortalidad, que nadie controla salvo el sofotec Mente Bélica.

—¿Tienes tu propio circuito? ¿Sólo para ti? ¿Para un hombre?

—Los Exhortadores no ordenan a los militares qué hacer. Además, nuestro sistema no forma parte de ningún registro público que los silentes puedan ver. ¿Entiendes lo que intento decirte? No tienes demasiadas opciones, Faetón.

—Debo decir algo que es realmente importante —dijo Dafne—. ¿Puedo interrumpir?

—Por favor, excúsanos un momento, querida —dijo Faetón—. Queda un asunto más que debo resolver con el mariscal Atkins.

—¿Cuál de ambos produce más testosterona? —masculló Dafne—. No te preocupes, amor. Creo que él te gana en eso.

Faetón, con dignidad, fingió no oír. Se volvió hacia Atkins.

—Dejemos esta conversación acerca de mi futuro por el momento. Aún siento curiosidad por un detalle de mi pasado. Cuando me seguías, también eras el alguacil Pursuivant, ¿verdad? Debí haber caído en la cuenta de que eras tú. Ningún espía silente habría tratado de inducirme a conectarme con la Mentalidad, porque en realidad no había ningún virus mental al acecho. Más aún, si me hubiera conectado una sola vez durante todo este episodio, habría descubierto cuándo se implantaron los recuerdos falsos. Los auténticos silentes habrían tratado de impedir que me conectara, en vez de alentarme.

Atkins pestañeó confundido.

—¿Cómo dices? ¿Quién? ¿Quién es el alguacil Pursuivant?

—¿Quieres decir que no sabes…?

Ambos miraron a Dafne, quien se encogió de hombros con aire confundido.

—No sé de quién habláis.

Pero una vocecilla dijo desde su dedo anular:

—¡Yo lo sé! Él dice que quiere hablar contigo.

Faetón miró a izquierda y derecha.

—Eh… Atkins, ¿tú…?

—No te preocupes —dijo Atkins—. Estoy armado.

—Vaya eufemismo —murmuró Dafne—. De acuerdo, pequeña. Comunícalo.

Un punto de luz de la sortija tocó uno de los quitasoles de diamante no manchados. Se estableció una conexión. Se formó una imagen. Faetón miró sorprendido.

—Tú. Eras tú. Pero, ¿por qué…?

En el quitasol, la muy detallada imagen de Sabueso Sofotec sonrió y se tocó la punta de su gorra de guardabosques a modo de saludo.

—Mi investigación aún no estaba completa. Pensé que para reunir todas las pruebas tendría que enviar un contingente al espacio. Y sabía que no podías pilotar tu bella nave sin tu armadura, ¿verdad? —Sus ojos penetrantes escrutaron al grupo—. Pues bien. ¿Todos estamos preparados para ir?

—¿Ir? —preguntó Atkins sorprendido—. Perdón por parecer obtuso, pero aún no sabemos adonde ir. Sólo tenemos un vector. Necesitamos un segundo vector para triangular.

—Esa dificultad pronto se resolverá. La psicología nihilista del silente que acabas de matar, Atkins, era a mi juicio una defensa destinada a impedir que esa pobre criatura fuera «corrompida», por así decirlo, durante su estancia en la Tierra. Su exposición a la Tierra, mejor dicho. Los otros servidores de los silentes que hemos visto hasta ahora no han manifestado ese tipo de irracionalidad. Creo que entendéis a qué me refiero.

—Perdón por parecer y ser obtuso —dijo Faetón—. Pero tú… ¿Tú?

—¿Qué, amigo Radamanto? —sonrió Sabueso.

—¿Cómo podías ser Pursuivant? Pensé que los sofotecs no podían cumplir ninguna función en el Parlamento, el gobierno o las fuerzas armadas, y tampoco entre los alguaciles. ¿Cómo podías ser el alguacil Pursuivant?

Sabueso sonrió.

—Pero nunca lo fui. Pursuivant es un personaje ficticio, una mente compartida con programas de entrenamiento y experiencia policíaca. Como personaje, pertenece al dominio público. No es delito, durante la Mascarada, fingir que uno es un personaje de dominio público.

—¡Claro que es delito! —exclamó Faetón—. ¡Fingías ser un agente de policía!

—No —dijo Sabueso—. Para fingir que se es agente de policía hay que mostrar una placa o emblema, o lucir un uniforme, o cometer algún otro acto definido que una persona razonable tomaría por insignia de autoridad.

—Te vi cuando eras maniquí. Extendiste la mano y dijiste que allí estaba tu placa.

—Extendí la mano, pero en ella no había nada. Ninguna persona razonable se habría dejado engañar. En ese momento, yo aún esperaba que te conectaras con la Mentalidad. Una vez que activaras tu filtro sensorial y vieras quién era yo, pensé que te someterías a un examen noético, y que podríamos resolver este asunto. Sin duda esperabas encontrarme en Talaimannar…

»En todo caso, como no te conectabas, aunque yo te había brindado buenas razones para hacerlo, comprendí que tu conducta difería tanto de mis modelos predíctivos que alguien debía haber interferido con tus procesos de pensamiento normales.

«Entonces dediqué un tiempo considerable (el tiempo que tardaste en caer desde la ventana hasta el agua) a analizar los registros, uno por vez, de cada ciudadano, neuroforma y entidad consciente de la Ecumene Dorada, para ver si alguien más había actuado en disconformidad con su carácter, en el mismo grado o de la misma manera. (Pensaba que el delincuente podría usar un
modus operandi
estándar.) Bien, te puedo asegurar que una celebración desenfrenada es la peor época para verificar si alguien se comporta extrañamente. Todos se comportan extrañamente durante una fiesta. Al cabo de medio segundo de vuestro tiempo, o 789.000 millones de segundos de tiempo informático, había restringido el alcance de mi investigación de 300 millones de personas a sólo 4.500. Adivinad quién resultó ser una de esas personas mentalmente alteradas.

—Helión —dijo Faetón—. Tuvieron que controlarlo para usar el dispositivo solar como arma.

—Diomedes —dijo Dafne—. Tenían que controlarlo para controlar la nave.

—Dafne Prima —dijo Atkins—. La indujeron a ahogarse para impedir que Faetón emprendiera su viaje.

—Mmm… Dafne Prima… Una idea interesante —murmuró la imagen de Sabueso.

—¿Yo también puedo adivinar? —gorjeó la sortija de Dafne—. Debe de ser Neo Orfeo. ¿De qué otro modo podían los silentes asegurarse de que Faetón sufriera un exilio?

—¡Excelentes conjeturas! —dijo Sabueso expansivamente—. Pero no, yo estaba pensando nada menos que en Jasón Sven Diez Shopworthy, semicomunal básico con mente compartida avatar proyectada, Escuela de la Cebolla de Cristal, que vive en Dead Horse, Alaska.

Un obtuso silencio siguió a ese anuncio.

—¿Hay alguien aquí, además de mí, que se sienta increíblemente irritado? —preguntó Faetón, volviéndose a sus compañeros.

Atkins tenía una expresión de despiste.

—Perdón —dijo—, pero, ¿quién es…? ¿Cómo se llamaba?

—¿Qué tiene de raro este sujeto para que lo escogieras entre 4.500 personas? —preguntó Dafne.

—Shopworthy tenía el hábito —continuó Sabueso— de ponerse su cuerpo invernal todos los días y viajar en esquí hasta su contemplacionario local para realizar ampliaciones de la personalidad avatar que mantiene en su supercórtex. Normalmente, por la tarde, cuando ha terminado, hace una pausa para un refresco/apoteosis de sobrecarga sensorial en una casa de té de la ladera de la escultomontaña Nueva Idea. No sé si conocéis la costumbre de la Cebolla de Cristal de usar sobrecargas sensoriales para verificar qué grado de capacidad mental, respuesta y reconocimiento de detalles alcanzan después de ampliaciones periódicas… Pero he aquí la conducta extraña que noté…

Faetón, Atkins y Dafne se inclinaron hacia la imagen, un movimiento leve e inconsciente.

—Shopworthy se suele sentar mirando al norte, en una estera situada cerca del escaparate de ilusión térmica del café, con la baranda del balcón a la derecha. Pero recientemente se puso a mirar hacia el sur, lo cual es raro, porque tenía que apoyar el codo izquierdo en el balcón para abrir el vaso de su sobrecargador. Pero los puntos de control de su extensión manual están en su codo izquierdo.

Other books

Shield of Refuge by Carol Steward
The Fourth Trumpet by Theresa Jenner Garrido
Diamonds in the Shadow by Caroline B. Cooney
Operation Dark Heart by Anthony Shaffer
The Human Edge by Gordon R. Dickson
Rest in Peach by Furlong, Susan
Winter Affair by Malek, Doreen Owens
A Cup of Light by Nicole Mones
Kings of Clonmel by John Flanagan
Hunted by Dean Murray


readsbookonline.com Copyright 2016 - 2024