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Authors: John C. Wright

Tags: #Ciencia-Ficción

Fénix Exultante (37 page)

Con abatida repulsión, y sin cobrar ningún honorario, Ironjoy hizo el gesto de transmisión y le envió el archivo de mensajes a Faetón.

Faetón pensó que no debía compadecerse de ese miserable. No se había cometido ninguna injusticia, sino que él había causado sus propios males. Aun así, le dijo:

—Podrías jugar con tu mente, usando activadores y alteradores de tu propia tienda, y regresar al estado mental en que estabas antes que la Curia te obligara a experimentar la vida de tus víctimas.

—¿Me estás poniendo a prueba? Sabes que no lo haré.

—¿Por qué no?

Ironjoy estaba a punto de marcharse, pero se detuvo, giró y respondió la pregunta:

—Si hoy yo fuera como entonces, con gusto me modificaría para permanecer igual. Pero hoy soy como soy hoy. El yo que soy ahora no desea ser otro yo. ¿No es esa la naturaleza fundamental del yo?

—Si juzgas sólo por la emoción, quizá. La lógica sugiere que ciertos tipos de personalidad son más conscientes de sí que otras; y la moralidad decreta que ciertos rasgos, pensamientos y hábitos son superiores a otros, sin importar lo que digan nuestras preferencias y apetitos.

—¿Qué tiene que ver conmigo tu filosofía? ¿No estás satisfecho con destruir mi vida? ¿También debes criticarla? ¿No tienes ocupación en otra parte?

—Tengo ocupación aquí, y contigo. ¿Qué honorarios pagarás si puedo encontrar trescientos operarios, ya entrenados en tus métodos y familiarizados con tu trabajo, y también encontrar un cliente dispuesto a pagar sesenta segundos por ciclo de línea, realizando chequeos y traducción de formatos? Todo el proyecto incluiría de ciento veinte a ciento cincuenta horas/hombre subjetivas de trabajo.

Ironjoy se tocó el pecho y moduló su máquina parlante en un tono sarcástico.

—Me harías el hombre más rico del Pabellón de la Muerte.

—Me gustaría un veinte por ciento de comisión sobre las ganancias netas, pagadas de antemano según estimaciones notariales estándar, con ajustes de costes a ser realizados después, con tasas de interés estándar aplicadas a los pagos excesivos o incompletos. A cambio, yo pagaré el traslado de Drusillet y poco más de la mitad de los floteros hasta aquí. Ella es la que me envió el mensaje. Me pidió que te planteara sus condiciones; no trabajarán a menos que sigas aplicando las normas que yo impuse, incluidos los tests de sobriedad, el entrenamiento laboral, la reventa de valor completo de los recuerdos no utilizados y el uso de uniformes. No sé cómo lo consiguió, ni siquiera sé por qué lo consiguió, pero ha convencido a la mitad de los floteros de ese jardín de placeres Rojo de que regresen aquí. Los neptunianos están dispuestos a contratarlos. Necesitamos reconstruir el software de la
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para que las personalidades de la Composición Tritónica puedan integrarse en el paisaje mental interno de la nave. Teniendo en cuenta que tu vida, tal como admites, está destruida si no te ayudo, creo que un veinte por ciento es un precio conveniente. Además, el yo que eres ahora necesita la oportunidad de realizar alguna obra para redimirse.

Faetón se comportó mucho mejor durante este segundo regateo. Logró la devolución de casi un tercio de su dinero. La única victoria visible de Ironjoy durante las negociaciones fue que Faetón convino en canibalizar el circuito de comunión de su sortija de bodas para permitir a Ironjoy el placer de experimentar el bien que hacía a otras personas desde sus puntos de vista.

Antes de que terminara la conversación, comenzaron a descender floteros del cielo, riendo y pataleando. Ningún otro servicio aéreo los habría transportado. Todos usaban las chaquetas volantes distribuidas por la empresa que Radamanto había fundado para Faetón.

—¡Esto es maravilloso! Es el comienzo de nuevas vidas para nosotros —dijo Ironjoy. Pero en su emoción se olvidó de volver la máquina parlante al tono normal, así que sus palabras rezumaban sarcasmo.

Dafne galopaba por la carretera, desde la dársena de dirigibles hacia las inmediaciones de la comunidad costera, cuando vio el oro reluciente de Faetón en vuelo, y agitó ávidamente la mano para que él descendiera. Hija-del-Mar le había hecho ese nuevo caballo y (a pesar de los esfuerzos de Dafne para explicar los detalles biogenéticos), el capricho o la desatención de Hija-del-Mar habían festoneado la criatura con órganos y adaptaciones sólo útiles para ámbitos venusinos del período medio.

La piel de la criatura brillaba con lustrosas franjas de radiación, y a lo largo de su pescuezo elástico caracolas plateadas y manchas arracimadas exhibían ecoantenas infrarrojas que en ocasiones fluctuaban con manchas térmicas. Ese engendro corcoveó y piafó de alarma mientras Faetón descendía en una lluvia de energía. Dafne, apretando los rojos labios, cerrando los dedos enguantados sobre las riendas, frenó a la bestia; no perdió el equilibrio, aunque iba montada de flanco (para mantener los pies alejados de los chorros de gas y llamas que surgían de las escamas ventrales de ese monstruo negro).

Faetón encontró a Dafne sumamente seductora. ¡Qué imponente, pero qué elegante y femenina parecía! Su corazón se expandió con cálida emoción. Faetón se quitó el yelmo y habló.

—Querida —dijo—, quiero hablar contigo acerca de nuestro próximo…

—¡Ni siquiera pienses en dejarme atrás! —protestó ella, irguiéndose y mirándolo de hito en hito.

—Atkins me ha convencido de que su plan es sabio —dijo tímidamente Faetón.

—¡Es un suicidio!

—La Mente Terráquea, cuando todo esto comenzó, esa primera noche en que la vi en el bosquecillo de árboles saturninos, me recordó que una sociedad libre como la nuestra no puede sobrevivir sin la devoción voluntaria de sus ciudadanos.

—¡Mi devoción no es inferior a la tuya! —declaró ella con orgullo.

—No obstante, aunque lo deseara, no puedo llevarte conmigo. ¿Te olvidas de los problemas legales a los que me enfrento? Mi nave ya no me pertenece. Vafnir tiene un derecho de retención sobre la
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y Neoptolemo de Neptuno comparte ese derecho, que sus colaboradores, Jenofonte y Diomedes, se combinaron para comprar a Rueda-de-la-Vida. No poseo la nave, y ni siquiera me permitirían abordarla si Neoptolemo no me hubiera contratado como piloto. Y ni Neoptolemo ni yo podemos abordarla, ni siquiera rozar el casco con la punta del dedo, hasta que Vafnir haya recibido su paga completa. ¿Cómo podría llevarte, por mucho que lo deseara?

Dafne dio un fustazo contra su bota de cuero negro y brillante.

—¡No me embauques con excusas! ¡No me hables de deudas, retenciones y tecnicismos legales! ¡Eso no tiene nada que ver! Atkins y la Mente Bélica son los titiriteros que dominan todo lo que sucede ahora. ¡Si el plan de Atkins me hubiera incluido, habría una manera de permitirme ir, con ley o sin ella, contra retenciones, deudas, viento y marea! —Lo señaló con la fusta, un gesto de imperiosa indignación—. ¡Recuerda mis palabras, Faetón de Radamanto! ¡Todo esto es condescendencia de testosterona masculina! Si yo fuera hombre, no se me excluiría de esta manera. Se me permitiría ir y morir contigo.

—Creo que no, querida —murmuró Faetón—. Si fueras un hombre, no estarías confundida por ideas románticas, ni sufrirías la ilusión de que tú y yo somos marido y mujer. Eres una magnífica mujer, una mujer estupenda, pero no eres aquélla que, ligada a mí por votos nupciales, tiene derecho a pedir que yo comparta mi vida o mi muerte.

Dafne se ruborizó, y en sus ojos brillaron lágrimas contenidas, quizá de furia, o de pena, o de ambas cosas.

—Eres un hombre cruel. ¿Qué debo hacer? ¿Olvidarte? Lo intenté una vez, por un solo día, y no vale la pena intentarlo de nuevo, te lo aseguro.

—Lo lamento.

—Además, aquélla a quien te ligan los votos nupciales no pediría ir contigo. Se acobardaría, chillaría, y aferraría la tierra con ambas manos antes que viajar al espacio. Teme la muerte, y no se arriesgaría ni la buscaría por tu noble causa, ni por la victoria en la guerra, ni por buscar su amor verdadero ni por ninguna otra razón. ¡Y por cierto no abandonaría la Tierra, ni las comodidades de su vida, por ti!

Faetón se envaró.

—Tú tampoco careces de crueldad, niña —dijo con voz serena—, cuando te lo propones. Nuestra despedida será más fácil si nos lastimamos con amargas púas, ¿verdad?

—Sólo he dicho la verdad —respondió ella hoscamente.

—Claro que sí. Las mentiras son armas ineficaces.

Dafne perdió la compostura.

—¿Ineficaces? —dijo con voz trémula—. Entonces, ¿por qué serás sacrificado por el plan de Atkins? ¿Qué hay en su plan sino mentiras, viles mentiras, pérdida, oscuridad, traición, sacrificio y mentiras? ¡Tú sabes por qué te escogieron para el sacrificio, Faetón! ¡No por tu debilidad! ¡No porque fueras el peor de nosotros! ¡Fuiste escogido por tu fortaleza, tu virtud, tu genio, el brillo inagotable de tu sueño! ¡Fuiste escogido porque eras el mejor!

—No. El accidente de la guerra me escogió, lo que llamamos caos. Lo que nuestros ancestros llamaban destino. Yo soy el único que puede pilotar la nave. Sabemos que los enemigos codician la
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todo lo que han hecho estaba destinado a capturarme a mí, la armadura y la nave. Si la recobro, el enemigo mostrará la cara. Entonces, ya sobreviva o no, la verdad estará al desnudo, y esta oscuridad y confusión se disiparán. He vivido mi vida como en un laberinto; veo que el final está cerca. Si muero ahora, al menos muero al timón de mi gran nave, donde deseo estar. Pero si triunfo, el laberinto caerá, y el camino de las estrellas quedará despejado.

Un silencio se interpuso entre ambos. El caballo pateó la vieja carretera, arrancando pequeñas astillas de diamante y volutas de polvo negro.

—Mírame a los ojos y dime que no me amas —dijo ella—. Entonces me iré.

Él la miró fijamente.

—Niña, no te amo.

—¡Pamplinas! ¡Iré contigo! Es definitivo.

—Dafne, acabas de decir que si yo decía…

—¡Eso no cuenta! ¡Dije que me mirases a los ojos! ¡Estabas mirándome la nariz!

Faetón abrió la boca para responder grito por grito, cuando notó que era una buena nariz; más aún, una nariz bonita, una nariz elegante. Esos ojos también eran gratos a la vista, ese cabello lustroso, esas mejillas curvas, esos labios, esa barbilla, ese cuello grácil, esos hombros esbeltos, esa silueta bonita y garbosa, en verdad, cada parte de ella.

—Bien —dijo al fin—, puedes acompañarme hasta Mercurio.

—Me alegra que lo hayas dicho —dijo Dafne, sonriendo—, porque el dirigible de Belígero nos aguarda más allá de la próxima colina, y ya he reservado pasaje para ambos.

El viaje a Mercurio era largo, y la cápsula donde Dafne y Faetón estaban embutidos era pequeña. El ataúd de ella requería más equipo que el de él, porque ella no tenía capacidad para alterar su configuración celular interna para la aceleración, y tampoco tenía (ni ella ni nadie en la Ecumene Dorada) una capa como la de él, capaz de mantenerlo sin soporte vital extemo. Así que el recinto era sofocante e íntimo.

Además, no había nada que hacer. Siendo Gris Plata, habían jurado limitar las alteraciones de sensación temporal personal, que la mayoría de la gente usaba para que las tareas tediosas se pasaran rápidamente. Tampoco disponían de la vasta gama de distracciones de que gozaban la mayoría de los viajeros. Todavía eran parias, y pocos les habrían vendido cosas que sirvieran para entretenerlos o confortarlos.

Pasaron un tiempo hablando de viejos recuerdos, una forma tosca y verbal de la comunión. Ella preguntó acerca del momento en que él estuvo a bordo de la
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preparándose para partir, justo antes del comienzo de la Mascarada. Faetón habló acerca de sus últimas palabras con Helión, antes que él muriera en la conflagración solar, acerca de su descubrimiento del semisuicidio de Dafne, y su apenada decisión en Lakshmi.

Esas conversaciones palidecieron. Faetón armó un espacio mental común para ambos, y así pasaron las largas vigilias, inmóviles, sepultados, con sólo sus cerebros activos. Sus mentes se internaban en paisajes oníricos que Dafne creaba para ambos, pues ella conocía todos los secretos de ese arte, y muchas técnicas de escultura de pseudovida, y elaboración de relatos que eran trillados para ella, pero nuevos para él; y Dafne se complacía en el deleite de él.

Pero había un elemento de inconclusión en todos los sueños que ella tejía para ambos. Pues cuando los transformaba en dioses, capaces de dictar nuevas leyes de la naturaleza y establecer nuevas creaciones, él siempre prefería los temas más conservadores, creando universos muy semejantes al real, con limitaciones realistas, de modo que los universos de Faetón, para ella, sólo parecían simulaciones de ingeniería o terraformación.

En ciertas vidas eran héroes, en vez de dioses. Faetón parecía poco interesado en los escenarios históricos meticulosos. Sus personajes siempre trastornaban el orden de las cosas, inventando la imprenta en la Roma de la Segunda Era, el submarino en las aguas del Pacífico de la Tercera Era, o instituyendo reformas del patrón oro para los trasnochados siervos del período de la burocracia media de la Unión d'Europe.

Dafne descubrió, para su sorpresa, que sus propios gustos eran diferentes de lo que había imaginado. Los mundos que ella poblaba con magos y bestias míticas empezaron a parecerle insignificantes o pequeños, y comenzó a preguntarse por el origen evolutivo de las cosas, la lógica que regía las facultades de los magos, o la finalidad y aplicación de los poderes y aptitudes que poseían sus criaturas míticas.

Terminaron por pasar todo el tiempo en el mundo llamado Novusordo, y los límites que ella había impuesto a la construcción original eran aquéllos que obtenía de archivos de la armadura de Faetón. Al principio era como un proyecto de ingeniería, que suponía que una sola nave, cargada con material biogenético, había ido a terraformar un árido mundo de mares de metano y cielos de ceniza sulfúrica.

Juntos, prepararon semillas diminutas y robots autorreplicantes para domar los vientos y las olas ponzoñosas de ese mundo ilusorio; juntos pusieron en órbita membranas para eclipsar el sol, o para amplificar su calor, según las necesidades; descargaron explosivos de antimateria en segmentos precisos bajo las placas de corteza para liberar sustancias químicas carboníferas, o en lo alto de la atmósfera, para alterar el equilibrio químico, y activar o reprimir un efecto invernadero. Juntos sembraron los mares con compuestos, iniciando simples nanofactorías, creando vida unicelular. Araron el suelo y generaron verdor; incubaron huevos en la ladera y observaron el desove de curiosas aves; engendraron bestias en la tierra y peces en el mar.

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