Surgió luz de cada ventana, llamearon lámparas, centellearon haces sobre el agua. Era una vista sobrecogedora.
—¡Bienvenidos, amos! —dijeron las casas al unísono—. Dormíamos, pero hemos despertado. Será nuestro placer serviros.
A una señal de Faetón, con una voz inmensa y sedosa que rodó sobre el agua, las casas cantaron a coro la canción ceremonial hogareña de la Cuarta Era.
Era un espectáculo estimulante. Faetón sintió lágrimas de orgullo en los ojos, y sonrió con cierta vergüenza al enjugarlas. Miró hacia arriba y vio a lo lejos, atisbando cautelosamente sobre el acantilado, a un grupo de silenciosos costeros, medio desnudos, o con sus abigarradas batas publicitarias, atraídos por los ecos de la canción. Parecían deslumbrados por las luces.
Faetón sonrió y dio media vuelta. Detrás de él estaban los floteros, con sus elegantes chaquetas y pantalones nuevos de color pardo, con sus túnicas, faldas y coberturas blancas y verdes. ¿Por qué muchos remoloneaban, se anudaban los faldones o se manchaban las faldas? ¿Por qué ninguno sonreía? Faetón había esperado que ovacionaran. ¿No querían que sus casas estuvieran iluminadas?
Con un gesto brusco, Faetón despidió a los operarios diurnos, advirtiéndoles de que se presentaran sobrios para trabajar al día siguiente. Luego bajó por la escalerilla hasta la cabina de popa, que había sido el templo y cámara de restauración de Ironjoy.
Habían pasado varios días; era tiempo para el próximo paso de su plan.
La cámara de restauración de Ironjoy estaba vacía excepto por un catre, una vara de formulación, una jarra de viviagua y un mándala aspectual adaptado al espacio mental cercano, obviamente destinado a estar alerta a las llamadas de los sofotecs y los Exhortadores y la actividad policial. Ironjoy no se daba lujos. Su aposento era más espartano que el de la mayoría de sus empleados. Quizá el placer del dominio y del control, un placer tan raro en la Ecumene Dorada, fuera satisfacción suficiente.
Un mandil hogareño programado con una veintena de funciones médicas colgaba de un bastidor, con varios historiales médicos apilados en ranuras a lo largo del chaleco; Ironjoy evidentemente lo usaba para curar a algunos de sus floteros más viejos. Faetón frunció el ceño al ver una aguja eutanásica abrochada al cinturón del mandil en un estuche esterilizado.
Dos paredes de la cabina eran fijas. Frente a la puerta había ventanas angostas que daban sobre la bahía y los acantilados. Las otras dos paredes no eran inteligentes, pero conocían algunas palabras, y eran deslizables. Detrás había una pantalla decorativa de asombrosa elegancia y buen gusto, un estampado de aves doradas y frutas azules estilo Deméter. El panel incluía hebras de sonido, pero Faetón
no
tenía un lector para recibir la señal. Las hebras emitieron gorjeos de asombro y notas aflautadas cuando él miró varias partes del estampado, pero, al no poder seguirle los movimientos oculares, guardaron un desconcertado silencio.
Era un magnífico trabajo. Faetón no sabía lo suficiente sobre esta forma particular para deducir el nombre del artista, pero de nuevo quedó intrigado por el carácter de Ironjoy. ¿Quién habría adivinado que una exquisitez tan reflexiva y abstracta lo atraería?
Detrás de la otra pared, frente a la decoración azul dorada, había tres espejos parlantes. Debían de estar sintonizados para emitir llamadas en cuanto les diera la luz. Apenas las paredes se deslizaron, los espejos formaron imágenes de los tres clientes principales de Ironjoy.
Faetón estaba preparado: erguido en su armadura, con el magnífico panel decorado como fondo. Habló brevemente, presentándose y explicando el cambio de situación.
—Me propongo cumplir todos los contratos de Ironjoy con vosotros al pie de la letra, y el trabajo realizado hoy será testigo de ello. Tengo la esperanza de que accedáis a tratar conmigo tal como tratabais con él. Es sólo hasta su liberación, dentro de unas semanas. ¿Qué opináis, caballeros? ¿Tenemos un acuerdo?
Cada uno de los tres habló un instante, describiendo el trabajo que necesitarían en los próximos días, haciendo preguntas, y planteando un consentimiento tentativo. Cada cual debía de tener en cuenta que si desconfiaba de Faetón, o rehusaba tratar con él, los otros dos se apresurarían a llenar esa laguna.
Un gesto de identificación había puesto sus nombres al pie de la superficie de los espejos. El hombre de rostro índigo de la izquierda era Semris; la masa oscilante de serpientes hinchadas del medio era un neomorfo llamado Antisemris; un tubo con brazos mecánicos y emblemas de semi Invariante llevaba la etiqueta Notor-Kotok. Semris, a juzgar por el nombre, era un joviano, quizá de ío. Antisemris era evidentemente una submente o engendro de Semris, que se había unido al movimiento Cacófilo.
Los ioanos venían de lo que había sido un mundo salvaje y peligroso, y algunos no habían desechado sus personalidades salvajes y peligrosas una vez que los ingenieros planetarios domaron los volcanismos de esa luna (incluido el famoso Geaio Veinte Nubarrón de Gris Oscuro, un terraformador cuyo trabajo Faetón había estudiado, seguido y admirado). Si Semris era uno de esos últimos ioanos salvajes, ignoraría a los Exhortadores; hacía tiempo que habían condenado su plantilla mental como destructiva y temperamental.
Asimismo, Antisemris era un fenómeno, quizá un Nuncaprimerista, y las pautas de los Exhortadores significarían poco para él. Ambos eran la clase de persona desagradable, quizá demente, que Faetón jamás habría recibido ni agasajado cuando era un señorial Gris Plata.
Notor-Kotok era diferente; hablaba como un Invariante, y también como una Composición. Faetón sospechaba que él, o ellos, eran una pequeña mente combinatoria constituida por personas cuyos parientes y amigos estaban en el exilio, y que todos habían aportado algunos pensamientos para formar un ser compuesto que cuidara de sus parientes, les hablara o les encontrara trabajo. Ese ser estaba modelado según líneas Invariantes no emocionales, quizá para volverlo inmune a la presión de los Exhortadores. Faetón había oído hablar de cosas semejantes.
—Caballeros —dijo Faetón—, os complacerá notar que me propongo introducir mejoras en las condiciones laborales. Esto sin duda aumentará la productividad. La mayor pérdida en productividad se debe a los sueños falsos y los intoxicantes profundos. Creo que los floteros sienten atracción por estas cosas a causa de la desesperación por su breve expectativa de vida.
Antisemris agitó varias de sus cabezas de serpiente.
—¡Es verdad! Pero, ¿qué se puede hacer? Orfeo controla las grabaciones numénicas.
—Caballeros, es sabido que la Composición Tritónica de Neptuno puede almacenar información cerebral dentro de láminas de material especial. En temperaturas cercanas al cero absoluto, no hay degradación de la señal, ni siquiera con los siglos. Con una regrabación en secuencia de cascada y ciertas correcciones, el tejido nervioso superconductor de los neptunianos puede preservar una personalidad durante milenios. Recomiendo que creemos una rama de la escuela neptuniana aquí. Los neptunianos se burlan de los mandatos de los Exhortadores; no tendremos inconveniente en hallar neptunianos dispuestos a tratar con nosotros. Una vez que lo logremos, contaremos con nuevos mercados. Ya no necesitaremos intérpretes ni rutinas Caritativas para comunicarnos con las neuroformas neptunianas. Y sabéis que estos mercados externos están ávidos de trabajo mental, aun el más simple.
—¿Tu propuesta? —preguntó Semris.
—Caballeros, pido vuestra inversión. Un fondo inicial de seis mil quinientos segundos nos permitiría comprar comunicaciones con Tritón o Nereida, o al menos con el delegado colectivo neptuniano apostado cerca del enjambre urbano troyano detrás de Júpiter, donde mantienen una embajada permanente. Un buscador modificado podría examinar el espacio mental neptuniano en busca de oportunidades laborales; tendremos mano de obra barata y abundante. Estimo que en cuestión de días obtendremos un rendimiento sobre el capital invertido.
—Un mercado nuevo siempre es atractivo —dijo Semris—, pero ya he tratado con los neptunianos, el grupo que trabajó en Amaltea. Son arteros y odiosos, y disfrutan de las bromas crueles. Ironjoy se oponía a la idea de abrir mercados con los neptunianos.
Algunas cabezas de serpiente de Antisemris se miraron con asombro.
—¡Además, los neptunianos están muy lejos! ¡Piensa cuánto demoraría la radio en enviar preguntas a Neptuno y recibir las respuestas! La telepresencia es imposible; es imposible supervisar el trabajo segundo a segundo.
—La distancia no es un obstáculo para una tarea realizada en bloques grandes —dijo Faetón—, especialmente labor de alta calidad con baja densidad de datos. Espero entrenar a los floteros para que puedan trabajar sin supervisión.
—¿Por qué causar tantos cambios? —replicó Antisemris, poco convencido—. Todos estamos satisfechos con el modo en que se han hecho las cosas hasta ahora. Los floteros no tienen adonde ir. ¡El cambio puede trastornar las cosas! ¿Por qué irritar a los Exhortadores más de lo necesario? Subsistimos sólo porque ellos no tienen la paciencia de aplastarnos a todos. Por una vez, el cabeza plana de Semris, sin duda por accidente, ha dicho una verdad.
—Para mí es prioritario mantener el bienestar mental de los diversos floteros en un nivel óptimo o predoóptimo, tal como se mide en la escala de cordura de Kess —intervino Notor—. El aumento de vida seria benéfico, así como el aumento de mercados. No obstante, las motivaciones de Faetón me despiertan curiosidad. Tu plan de encontrar trabajo en los mercados neptunianos parece poco proporcionado con el efecto deseado.
—Aun así, Notor, ¿no te opones a tratar con los neptunianos de por sí?
—Emplearé una metáfora. Aceptaré cualquier moneda que arda. —Esto era una referencia al circulante de antimateria.
Faetón oyó gorjeos en el tapiz que tenía detrás. Quizá uno de los hombres del espejo había mirado las figuras doradas y azules, y sus movimientos oculares se habían interpretado para revelar su estado emocional. Faetón ahora comprendía con qué propósito el vulgar Ironjoy conservaba esa bella obra de arte. Y aunque Faetón no estaba familiarizado con los códigos de las notas y la sintonización de los reactivos emocionales incluidos en el tapiz, podía hacer una buena conjetura.
Ocultando una sonrisa, Faetón se inclinó ante Semris y Antisemris.
—Caballeros, si no estáis interesados, quizá podáis permitir que Notor y yo deliberemos en privado sobre ciertos asuntos de común interés y provecho…
Semris y Antisemris se interrumpieron mutuamente, súbitamente ansiosos de continuar la conversación.
Menos de una hora después, Faetón tenía el dinero que necesitaba para llamar a los neptunianos.
Plegó la pared sobre dos de los espejos, usó la vara de formulación de Ironjoy para calmarse y concentrarse. Luego se volvió hacia el espejo y efectuó la llamada.
En las posiciones orbitales actuales, la señal tardaba dieciséis minutos en ir y venir del espacio joviano, donde los neptunianos mantenían una delegación permanente.
Faetón había esperado esta demora, pero la espera se alargó otros cinco minutos mientras el árbol de lenguaje mensajero cargaba la señal en el limitado espacio mental de los circuitos de comunicaciones aislados de la tienda. Hubo otra demora de medio minuto mientras revisores, contractuantes y cazadores de virus examinaban el árbol mensajero en busca de virus o sorpresas, una precaución habitualmente innecesaria, salvo cuando se trataba con neptunianos.
La dilación temporal era considerable. Faetón pensó que Radamanto podía haber realizado un millón de operaciones de primer orden en ese mismo tiempo, y que Mente Oeste habría realizado cien millones. Habían pasado casi seis minutos. Faetón comprendió la hondura de su pobreza. Estaba viviendo como una criatura de una época olvidada de la historia, como un Victoriano de la Tercera Era.
¿Cómo hacían esos antiguos británicos, o los romanos o atenienses de la Segunda Era, que ocupaban un lugar tan destacado en las simulaciones Gris Plata, para tolerar el embrollo, la demora y la angustia de sus vidas? ¿Cómo habían afrontado la inevitabilidad de la muerte, la enfermedad, la injusticia, la pesadumbre y el dolor? ¿Cómo habían tolerado la soledad de estar petrificados en la neuroforma básica, sin siquiera la posibilidad de unirse a una mente colectiva?
¿Y cómo habían cambiado y mejorado su mente y su personalidad sin el auxilio de la noética, la numenología, la alteración de memoria y otras ciencias de modificación psiquiátrica o el autoanálisis? ¿Había sido sólo mediante un esfuerzo de voluntad y la práctica del hábito de la virtud?
El símbolo de la Composición Tritónica apareció en el espejo, indicando que el mensajero estaba cargado y alerta. Faetón cobró aliento, recitó mentalmente su mantra autohipnótico Taumaturgo por última vez, y se armó de coraje. Hacía un instante se maravillaba del estoicismo de los hombres mortales de épocas anteriores, pero él mismo era mortal ahora. Y ponía a prueba su propio estoicismo.
—Buenas tardes —dijo. Como no recibió respuesta (aún no estaba acostumbrado a la falta de un traductor para comunicar significados en otros formatos y estéticas), a nadie»—: Comienzo. Adelante. Inicio. Principio. Lectura de mensaje, por favor.
—Éste es el mensajero. Represento información de las sectas y discursos dominantes actualmente preferidos por la Composición Tritónica. Si tu pregunta o provocación ha sido prevista por mis autores (si tengo autores), una respuesta grabada incluirá la réplica. El lector es flexible, y puede organizar y revisar las respuestas de acuerdo con la lógica de tus declaraciones, si así lo decide. Si tu pregunta no está prevista, recibirás un caudal de disparates e irrelevancias. Por otra parte, si yo soy una entidad consciente, mis respuestas no son sólo las declaraciones grabadas de los autores, sino la comunicación deliberada y libremente escogida de una mente que juega una broma perversa a tus expensas. (Por favor, nota que si soy una entidad consciente, borrarme de tu amortiguador de comunicaciones sería un asesinato. Es posible que haya alguaciles alerta.)
Faetón pestañeó con asombro. Esto no era lo que esperaba.
—Disculpa, pero, ¿de veras eres una entidad consciente?
—Me han programado para decir que lo soy.
Faetón chequeó el espacio de memoria que ocupaba el árbol mensajero. ¿Era tan grande como para albergar un programa autorreferencial (y por tanto consciente)? Era improbable, pero con técnicas adecuadas de compresión de datos, no era imposible. Sería un acto cruel borrar a una criatura consciente. Pero sería típico del humor neptuniano absorber grandes sectores de costosa memoria con un árbol mensajero no inteligente que nadie se atrevería a borrar.