Cada vez más gente se agolpaba en la cubierta, y llenaba las escaleras, y avanzaba, llamando y gesticulando.
—¡Fiesta, fiesta, fiesta! —voceaba la multitud.
Faetón alzó una mano y trató de replicar.
—¿Estáis locos? ¡Id a casa! ¡Descansad! Mañana tendremos que trabajar doble turno para compensar lo que perdimos hoy. De lo contrario, ¿cómo comeréis mañana?
Oshenkyo bajó de un pabellón y aterrizó pulcramente sobre el casco del ataúd flotante. Se agazapó y apoyó la boca en el orificio amplificador de voz.
—Gran Narizota de Oro tiene mucho que comer, bajo ese traje elegante. ¡Todos lo sabemos! Negrura deliciosa, cien matrices, sabrosas como la crema, capaces de convertirse en cualquier cosa que soñéis. Es nuestra, no suya. Nosotros la necesitamos más.
Oshenkyo quería la nanomaquinaria negra de Faetón. El murmullo de la multitud mostró que todos querían una parte. La armadura de Faetón también tenía amplificadores.
—¡Idiotas! ¡Pensad en mañana! ¡Pensad en un millón de mañanas! ¡He invitado a los neptunianos a venir para devolveros vuestra vida interminable!
—¡Mañana no llegará! —gritó el neomorfo.
La muchedumbre tomó ese estribillo.
—¡Mañana no llegará, mañana no llegará!
Y avanzaron para aferrar la armadura de Faetón.
—En efecto, para vosotros no llegará —dijo hoscamente Faetón. Cerró su visera, efectuó un cálculo y envió una carga eléctrica de bajo voltaje por el casco de la armadura. Todas las manos que la tocaban se petrificaron, y todos los que avanzaban, todos los que estaban en contacto entre la multitud, se pasaron la descarga. Se elevó un ruido que Faetón jamás había oído, un bufido de dolor jadeante y convulsivo arrancado de cien pulmones tensos al mismo tiempo. Cuando cortó la corriente, todos cayeron a cubierta, gruñendo, retorciéndose. Después de la presión y el rugido de la multitud, el súbito silencio era abrumador.
Faetón miró a una flotante avispa alguacil.
—Tampoco esta vez me ayudasteis. ¿Sólo aquéllos que tienen poder y riqueza reciben protección en esta sociedad?
—Mis disculpas. La multitud sólo ejercía su derecho a la libertad de expresión y de reunión, hasta que te puso las manos encima. Estábamos reuniendo unidades para responder, cuando los atacaste.
—¿Ataqué? Fue en defensa propia.
—Quizá. Debo señalar que no todos los miembros de la multitud te estaban tocando; es posible que algunos intentaran apartar a la gente. El magistrado aún no ha dado su veredicto. Pero ninguna de tus víctimas ha presentado aún una denuncia. Todas parecen estar incapacitadas. Las llevaremos a una zona de detención hasta que estén dispuestas a afrontar el juicio y el castigo.
Docenas de grandes máquinas, como cangrejos volantes, descendieron y comenzaron a recoger a los aturdidos floteros para llevárselos.
—¡Alto! ¿Adonde lleváis a mi fuerza laboral? La necesitaré antes de mañana para completar nuestros proyectos.
Una avispa alguacil le habló al oído.
—Durante muchos años, aunque eran exiliados bajo interdicción, los floteros nunca cometieron ningún delito. Ahora, gracias a ti, lo han hecho. La Ecumene Dorada no tolera la violencia. Tus otros planes tendrán que esperar.
La mitad de los floteros desapareció. Las atareadas máquinas volantes descendieron para recoger más. Pronto todos se habían ido, y las cubiertas quedaron vacías.
—¿Cuando me serán devueltos?
—No tengo obligación de responderte, aunque he oído un rumor según el cual los Exhortadores están dispuestos a alquilarles viviendas baratas en Kisumu, cerca de un centro de delirios dirigido por los parias de Estrella Vespertina Roja. He oído que es un vasto campo de ataúdes de placer arrumbados en los parques y junglas cercanas, con mil viejas láminas oníricas, drogas inteligentes y alteradores de personalidad tendidos en la hierba. Quizá algunos floteros deseen regresar aquí para una vida de privación, áspera realidad y trabajo duro. Quizá.
—Entonces los Exhortadores han triunfado, ¿verdad? —susurró Faetón.
—En cuanto a eso —dijo la avispa alguacil—, yo no aventuraría opiniones personales mientras estoy cumpliendo mi deber oficial. Pero, extraoficialmente, debo advertirte que no te apresures a tomar las cosas tan violentamente en tus propias manos. ¿No fue eso lo que te trajo aquí? Adiós por ahora. Quizá regresemos por la mañana, si alguna de tus víctimas desea presentar una denuncia.
El enjambre de alguaciles, que había estado revoloteando desde la llegada de Faetón, también desapareció.
Abajo, Faetón se puso frente a los espejos. Primero probó con Semris y Antisemris, pero los senescales de ambos estaban programados para rechazar sus llamadas sin responderlas ni recibirlas.
Luego llamó a Unmoiqhotep, el Cacófilo que tanto lo había alabado y adorado frente a la Curia en la ciudad anular, después de su audiencia.
Antisemris (que también era Cacófilo) quizá ayudara a Faetón si Unmoiqhotep se lo pedía.
Faetón burló al senescal de Unmoiqhotep ocultando su identidad en mascarada. (Ninguna advertencia de los Exhortadores parecía advertir a la casa de Unmoiqhotep que rechazara la llamada porque los Exhortadores no podían penetrar la Mascarada.) La casa aceptó pagar el gasto de la llamada cuando él anunció que deseaba hablar «de Faetón». Pero cuando el parcial de Unmoiqhotep entró en línea, acusó a Faetón de necio y traidor.
—¿Por qué lo llamas traidor? —preguntó Faetón. Estaba harto de esa acusación.
El parcial, como su amo, era un hongo hinchado, con forma cónica, erizado de mandíbulas y tentáculos no estándar.
—¡Faetón nos traicionó! ¡Ha fracasado! ¡Nosotros, que representamos el brillante futuro, nosotros, que nos elevamos a alturas exaltadas, nosotros, que consideramos enemigos implacables a la hez de la vieja generación (la generación ya muerta, como me gusta llamarla), no tenemos tiempo en nuestra importante cruzada para coquetear con fracasos! ¡Ahora Faetón no tiene dinero! ¡Nada puede hacer por nosotros!
¿Hacer por nosotros? Esto le recordó a Faetón la frase de mendigo que los pobres floteros usaban para saludar a los recién llegados. Qué extraño oírla en labios de hijos de ricos.
—Pero hay algo que tú puedes hacer por él —dijo—. Si Faetón tuviera dinero suficiente para alquilar un láser orbital de comunicaciones, se pondría en contacto con los neptunianos. Quizá estén dispuestos a contratarlo como piloto de la
Fénix Exultante.
En vez de ser destinada a chatarra, la nave estelar podría viajar a las estrellas para crear nuevos mundos.
La imagen del Cacófilo movió los zarcillos a uno y otro costado.
—¿Qué tiene que ver eso con nosotros? Faetón quiere volar a las estrellas. Quiere crear mundos. Yo quiero encontrar una nueva clavija para estimular mis centros de placer, quizá con una pseudomnesia de sobrecarga pornográfica para darle trasfondo. ¿Acaso sus sueños son mejores que los míos?
Faetón se recordó que su intención era pedir dinero. Trató de mantener la cortesía.
—Con todo respeto, debo señalar que si lo ayudas ahora, Faetón, cuando alcance su sueño, puede crear mundos que te sean gratos, y tu largo sueño de escapar de la dominación de la generación mayor también será cumplido. En cambio, si quemas tus neuronas con una clavija, no es beneficioso para ti ni para él.
El parcial goteó líquido de tres orificios.
—¿De qué nos sirven ahora tus desvaríos y desatinos? Faetón ya no está de moda entre nosotros. Cuando haya muerto, quizá lo exaltemos como mártir, sacrificado por la crueldad de la generación mayor. ¡Sí! ¡Ahí hay algo para nosotros! ¿Pero Faetón vivo, en busca de su sueño morboso y descabellado? ¿Aún desea cumplirlo? Oh, no. Sería nuestro peor enemigo si tuviera éxito en su empresa, con tantos factores en contra. ¿No es obvio por qué? Porque los demás quedaríamos mal.
Faetón sintió asombro y revulsión. Los Cacófilos no tenían la menor intención de escapar de la «dominación» de la generación mayor. Sus proclamas morales eran meras excusas para disfrazar su afán de poseer lo que no se habían ganado. Volar a otros mundos, y allí construir vidas y civilizaciones, requeriría un trabajo y un esfuerzo que los Cacófilos despreciaban.
¿Y qué había de su presunta gratitud a Faetón, el alto honor y estima en que le habían prometido tenerlo? La gratitud y el honor también requerían trabajo duro. Faetón se despidió con palabras corteses.
Le quedaba Notor-Kotok. Pero la ciberforma cilíndrica y rechoncha tampoco fue de gran ayuda.
—En este momento no dispongo de dinero o circulante suficiente para alquilar un láser orbital de comunicaciones, ni otro dispositivo de función similar, capaz de llegar a la estación neptuniana más próxima (por lo que sé), ni de llegar a ningún otro retransmisor o servicio capaz de enviar un mensaje allí. Esta declaración se basa en una estimación de que la suma requerida sería «enorme», es decir, suficiente para comprar por separado cada parte y prestación que los servicios «legítimos» (por los cuales aludo a los que se adhieren a las pautas de los Exhortadores) parecen haber decidido no concedernos en las circunstancias actuales.
(Faetón detestaba hablar con los Invariantes, o con la gente como Notor, que seguía convenciones lingüísticas Invariantes. Lamentaba no tener su filtro sensorial, de modo que pudiera programarlo para eliminar todas las cautas limitaciones de responsabilidad y las redundancias de leguleyo con que los Invariantes sembraban su lenguaje.)
—¿Alguno de tus desviacionistas estaría dispuesto a prestarme dinero o darme crédito? —preguntó Faetón—. No puedo acumular capital ahora que mi fuerza laboral está arrestada.
En un lenguaje complejo, Notor explicó algo que Faetón ya sabía. La mayoría de los desviacionistas son desviacionistas porque son pobres. La mayoría de los pobres son pobres porque carecen de la autodisciplina necesaria para obviar la gratificación inmediata. No eran personas que pudieran prestar dinero y esperar una ganancia.
—¿Y si el lucro no sólo fuera inmenso sino infinito? —preguntó Faetón.
—Define esos términos.
—Infinito significa infinito. No importa cuánto dinero necesite pedir en préstamo, ni cuál sea la tasa de interés, con gusto prometeré devolver cien o mil veces lo que pida. ¿Has olvidado la Ecumene Silente? Si alguna de sus estructuras productoras de energía todavía está intacta, o se puede restaurar, puedo hacer que Cygnus X-l sea mi primera escala. En sus fuentes de singularidad, puedo recoger toda la energía que necesite para compensar a mis acreedores.
—Estoy recibiendo una señal de otros sectores de mi espacio cerebral. Espera. Calculamos que nadie estará dispuesto a arriesgar dinero en tu proyecto, sea cual fuere la rentabilidad. Varias casas de dinero desviacionistas, que quizá habrían estado dispuestas, han sido adquiridas por Nabucodonosor Sofotec en los últimos segundos…
Alguien escuchaba este canal, quizá, o Nabucodonosor estaba tan alerta como para calcular cada maniobra de Faetón y, a la velocidad del rayo, ya había intervenido para burlarlo.
—Además, mi proveedor de servicios, que mantiene estas conexiones —explicó Notor—, me ha enviado el mensaje de que, a menos de que deje de hablar contigo, la Composición Caritativa malvenderá acciones de comunicaciones para bajar artificialmente los precios, y arruinará su negocio. Él no está dispuesto a arriesgarse, y amenaza con suspender el servicio si no te eludo.
«Los otros floteros a quienes debo tratar de proteger pueden ser reubicados. Anticipo que requeriré las líneas de comunicaciones de mi proveedor de servicios si deseo continuar con esa protección; en consecuencia, mi contacto contigo y esa protección son mutuamente excluyentes, y debo dar mayor prioridad a lo segundo.
—¿Aún podemos comunicarnos por carta? —preguntó Faetón con poca esperanza.
—¿Quién la llevaría? ¿Quién la traduciría de tu formato escrito? No sé leer tus arcaicas letras y signos Gris Plata.
—Entonces, ¿estoy derrotado?
—Tu terminología es inexacta. El concepto de derrota se refiere a un complejo de reacciones emocionales y energéticas creadas por una mente que interpreta el universo. Pero el universo, por definición, siempre es más complejo que las partes de información o pensamientos que uno utiliza para codificar esa complejidad. La derrota no es un hecho, sino una evaluación de los hechos, y puede estar sujeta a interpretación.
Tal vez esa explicación estaba destinada a darle ánimos.
La señal se apagó, con un icono que indicaba la interrupción del servicio. Los monitores se ennegrecieron, y no se volvieron a iluminar.
Faetón regresó lentamente a la cubierta. Se paró en la proa con un pie en la baranda, apoyándose en la rodilla y mirando el agua. ¿Qué opciones le quedaban? ¿Lo habían derrotado en cada ronda?
No obstante, las cosas no eran tan malas como dos días atrás, cuando se ahogaba en el fondo del mar. Ahora tenía aliados. Débiles, quizá, como Antisemris, o algunos con los que no podía hablar, como Notor-Kotok, o como los distantes neptunianos. Pero también tenía un sueño, y era un sueño fuerte. Tan fuerte, quizá, como para compensar la debilidad de sus aliados.
El ofrecimiento que Faetón había hecho a Notor-Kotok era una manifestación de la fuerza de ese sueño. Las inagotables provisiones de energía de la singularidad de Cygnus X-1, así como la riqueza de múltiples mundos aún no nacidos, atraería las inversiones y el respaldo de los que se sentían desplazados o insatisfechos en la ecumene actual. La inmortalidad no había cambiado las leyes de la economía, pero había creado una situación en que los hombres podían aceptar como económicamente viables los viajes largos y los proyectos prolongados, y planes cuya fructificación requería una paciencia inconmensurable. En alguna parte habría hombres dispuestos a invertir en el sueño de Faetón, dispuestos a confiar en que dentro de miles de años Faetón pudiera recompensar ampliamente su fe en él. En alguna parte, de alguna manera, encontraría a personas que lo respaldasen.
Irguió la cabeza y miró. Las estrellas eran opacas, desdibujadas por las luces y los satélites energéticos que rodeaban la ciudad anular, los fogonazos de asteroides mineros en alta órbita terrestre. Y sus ojos no eran tan fuertes como antes, ciegos a todas las longitudes de onda salvo las humanas. Pero aún podía ver las estrellas.
Cygnus X-l no estaba visible. El almanaque que tenía en la cabeza (el único realce artificial que nunca borraría) le indicó la latitud y ascensión correcta de ese cuerpo. Volvió los ojos hacia la constelación del Cisne, y le habló en voz alta a la noche: