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Authors: John C. Wright

Tags: #Ciencia-Ficción

Fénix Exultante (8 page)

Oshenkyo se puso de pie y con un movimiento abrupto arrojó la ramilla con que estaba jugando.

—Ironjoy es el mandamás por aquí, sin duda. Se cerciora de que todos nos llevemos bien, de que todos tengamos trabajo, comida, alguna vara de sueños, de modo que sobrevivamos para ver otro ocaso. Tiene buena mercancía en su tienda, sueños buenos, sueños malos, pensamientos nuevos, identidades nuevas. Juega un poco, injértate mercancía nueva, y quizá un día encuentres una personalidad que pueda soportar esta vida sin esperanzas. Te transformarás en tu persona ideal. Pero aquí todos somos buenos amigos. Compartimos todo. Tienes buena mercancía en tu espalda. Quizá tengas buena mercancía en tu cabeza. ¿Por qué no ayudarnos, eh?

—Quizá pueda ayudar mucho —dijo Faetón—. El monopolio de Ironjoy parece impedir la formación de capital. Esa política de compartirlo todo, como dices, desalienta ventajosas inversiones a largo plazo. Por lo que dices, aquí los Exhortadores son mucho más débiles de lo que imaginé. Entre los desviacionistas y los Nuncaprimeristas puede haber mercados suficientes para nosotros, trabajo suficiente para hacer. Con nuevas directivas, nuevo liderazgo y trabajo duro, podríamos aportar crecimiento real y prosperidad a esta pequeña comunidad. Y quizá hasta se podría recobrar un tipo de inmortalidad. Sé que los neurocircuitos neptunianos, con sus bajas temperaturas, sufren muy poca degradación con los siglos.

Oshenkyo sonrió; obviamente la idea le resultaba atractiva. Se tocó pensativamente la oreja nueva.

—¿Qué clase de espacio mental portas? —murmuró Drusillet—. ¿Qué nivel de integrador está instalado en ese traje? ¿Tienes suficiente para realizar las mismas funciones que la mente de Ironjoy?

—Si no tengo lo que necesito, quizá pueda construirlo con materia prima.

—¿Construir? —preguntó Drusillet con asombro—. ¿A qué te refieres? Sólo las máquinas construyen cosas. Los hombres no construyen cosas, hoy en día.

—Yo construyo cosas. Y soy muy anticuado, a mi manera.

—¿Cómo?

—Con determinación, voluntad y previsión. Con mi cerebro. Con los circuitos de mi traje. Hay carbono en abundancia en el medio ambiente. Puedo diseñar y generar circuitos y pequeñas ecologías.

Vio sus miradas de estupor y sonrió.

—A fin de cuentas soy ingeniero.

—Ingeniero —murmuró Oshenkyo—. Oye, ingeniero, mi casa fabrica bizcochos y lámparas deformes. Quizá puedas repararla.

—Le echaré un vistazo. Quizá la mente de la casa opere a partir de un conjunto modular de formatos neurales básicos. Cualquier parte de una casa en funcionamiento se puede usar como semilla de formateo para reiniciar el programa…

—¿Y qué dices de encontrar trabajo, ingeniero? —preguntó Drusillet—. Si tú y Ironjoy podéis realizar una búsqueda, encontraremos el doble de tareas. ¿Puedes hacerlo?

—Quizá. Los Exhortadores me permiten el acceso a la Mentalidad. Aunque yo no me conecte, puedo tener acceso a mi cuenta a través de un remoto, o incluso a través de un servicio automático. No es imposible. Dime qué se requiere. ¿Cuál es la prioridad y las acciones por segundo del buscador que Ironjoy usa para encontrar vuestros trabajos? ¿En qué parte de la Mentalidad está apostado? ¿Cómo sortea las barreras antivirales sin contratar a una Cerebelina que lo certifique?

Drusillet perdió su entusiasmo.

—Quizá a Ironjoy no le guste que demasiadas cosas cambien con demasiada rapidez —comentó con una mueca de preocupación.

—Le explicaré que en definitiva es para conveniencia de todos. Todos actuáis racionalmente a favor de vuestros propios intereses, ¿o no? —preguntó Faetón. Aun así, pensó que si nadie podía lograr una inspección noética de los pensamientos ajenos, nadie tendría ningún motivo para mantener la pureza de sus motivos. Teóricamente Ironjoy podía mantener toda una legión de impulsos malignos e hipocresías.

—Claro —dijo Oshenkyo—. Todos somos buena gente.

—Sí, somos racionales —dijo Drusillet con menor convicción—. Los Exhortadores sólo me han desterrado por perfidia. Yo no hice nada malo.

—Entonces, ¿por qué se opondría Ironjoy?

—Somos un grupo muy unido, ¿entiendes? —dijo ella con voz tristona—. Todos intercambiamos cosas. Todos compartimos. No tenemos a nadie más, no existe nadie más.

Oshenkyo retrocedió, miró en lontananza.

—Ella quiere decir que no te pases de listo con Ironjoy —dijo con displicencia—. Tienes que lamerle el trasero, ¿entiendes? Él cuida de nosotros. —Resopló y le dijo a Drusillet—: Además, yo tengo a alguien. ¿Qué dices de Jasmyne Xi?

Faetón miró a Oshenkyo con curiosidad.

—¿Jasmyne Xi Meridian?

Oshenkyo asintió.

—Mi esposa compartida. Ella me ve subrepticiamente, ni siquiera los Exhortadores lo saben. Pronto, quizá mañana, ella usará su gran influencia de celebridad para sacarme de aquí. Vendrá a verme. Buen día entonces, ¿eh?

Drusillet sólo miró a Oshenkyo, quizá con piedad, quizá con desdén.

Faetón conocía a Jasmyne Xi Meridian de la Casa Media, de la Escuela Señorial Roja; ella y Dafne habían tenido amigas en común. En general se convenía que era una de las mujeres más bellas y elegantes de la Tierra. Había amasado varias fortunas como productora, arquetipo de modas, autora de joyas, vestimentas y software de atracción. Le pagaban por ser vista en público con ciertos productos de belleza, asistir a ciertas funciones y formar opiniones favorables que se transmitían por los canales noéticos. Era imposible imaginar que una figura famosa como Jasmyne Xi recibiera a un paria de baja estofa mal hablado como Oshenkyo, y mucho menos que se casara con él.

—Si tenéis fortuna suficiente para pagar pseudomnesias y sueños de estructura profunda —dijo Faetón—, podéis unir vuestros recursos y comprar varios modelos de búsqueda, y quizá unas hectáreas de nanomanufacturación. Los Nuncaprimeristas hacen un estudio de bioformaciones avanzadas y somática; los neptunianos tienen una ciencia avanzada de nanoingeniería minimalista. Están lejos, pero el contacto con ellos quizá no sea imposible. Sus recursos son más escasos que los vuestros; deben de tener software avanzado que os resultaría provechoso.

Drusillet se aproximó y susurró:

—Oshenkyo no compra sueños. Son los anuncios de belleza. Oshenkyo es adicto a los anuncios.

Faetón extendió los dedos en el gesto que significaba fallo de comunicación, para indicar que no entendía.

—Los cosméticos para labios y los comerciales de formación erótica de Jasmyne —susurró ella— a veces tienen pequeños sueños como muestras gratuitas. ¿Entiendes? No te fíes de Oshenkyo. Él no te ayudará a instalar una nueva tienda mental ni a competir con Ironjoy. Es un mentiroso y un destruccionista, un armamentista, un nihilista. Por eso los Exhortadores lo desterraron.

Fueron interrumpidos. Oshenkyo le hizo señas a alguien. Se llevó los dedos a los labios y emitió un silbido estentóreo, largo y agudo.

En las casas flotantes y en las susurrantes y brillantes tiendas de la barcaza central hubo gritos y conmoción. Salía gente, y Oshenkyo la llamaba.

Oshenkyo se frotó el abrigo, impartió una orden. El fondo oscuro y las líneas rojas y opacas fueron reemplazadas por una abigarrada explosión de colores chillones que nadaban en la tela. Una palpitación rítmica y la estentórea voz de un anunciador salieron de la ropa de Oshenkyo, un torrente de música vocinglera. Hombres y mujeres se pusieron a gritar a través del agua. Sus batas oscuras y silenciosas sintonizaron el mismo comercial que mostraba Oshenkyo, y un anuncio retozón pronto irradiaba ecos y ruidos a través de las aguas.

Oshenkyo cogió el brazo de Faetón.

—¡Ven a la playa! Mucha gente quiere verte. ¡Ingeniero! Repáranos, tú reparas todo. Mientras caminaban, agachó la cabeza y susurró—: Necesitas ayuda si planeas emanciparte de Ironjoy, ¿eh? No te fíes de Drusillet. Está loca. ¿Sabes por qué los Exhortadores la expulsaron? Es Cerebelina, crió cien hijos, todos en pecado. Los hijos sueñan la vida entera, nunca ven cosas reales, nunca tienen pensamientos reales. Por ley, cuando los hijos crecen, deben despertar, deben conocer la verdad, debes mostrarles el mundo. Pero la ley no dice que el adulto joven no pueda regresar al seno onírico de la madre, ni siquiera si la madre los crió para ser cobardes, los crió para que no puedan pensar por sí mismos. Tenía más de cien personas atrapadas en sus sueños, sin posibilidad de salir jamás. Todo legal. Todo mal. Ella dice que los protegía. No dejes que ella te proteja, ¿entiendes?

Faetón apretó los labios sin decir nada. Nunca había estado entre personas que no podían comulgar e intercambiar pensamientos para zanjar sus diferencias. No conocía la desconfianza. ¿Cómo podía un hombre racional tratar con esa gente? Se dijo que debía andarse con cuidado.

Llegaron a la playa. Personas con prendas de colores brillantes se habían aproximado por el agua a la pequeña franja de costa que estaba al pie del acantilado. Algunos nadaban; algunos flotaban en pequeñas barcas; uno o dos aplicaban un energizante para que la tensión de superficie del agua pudiera sostener su peso, y caminaban en el agua sobre una pátina temporal.

No todos eran humaniformes. Un hombre parecía un tonel con una docena de piernas y brazos; otro era un hombre serpiente, ágil para nadar. Tres muchachas tenían la forma corporal llamada sílfide aérea, con aletas membranosas entre la muñeca y el tobillo. Otros dos hombres ocupaban bañeras metálicas que se desplazaban sobre zumbantes repulsores magnéticos, con una caja rebotica en la proa de las bañeras, en vez de brazos o piernas. Había entre cuarenta y ochenta individuos habitando unos sesenta cuerpos. Muchos tenían enchufes cefálicos o toscas coronas, y Faetón no pudo distinguir cuántos eran miembros de una composición o grupo mental.

Todos treparon por la cuesta. La escena pronto cobró el aspecto de un festival. La gente saludaba a Faetón con gritos, hurras y bromas groseras. No lo presentaron, y nadie preguntó su nombre. Lo llamaban «chico nuevo». Faetón estaba desconcertado. Estas personas no tenían Sueño Medio, así que, a diferencia de las personas normales, no les bastaba un vistazo para saber todo acerca de los demás. Pero tampoco eran como los Gris Plata; Faetón se había criado en las tradiciones antiguas, y sabía cómo saludar a una persona desconocida, intercambiar nombres y memorizar trabajosamente estos nombres para usarlos luego sin asistencia artificial. Pero esto…

No se estrecharon la mano (la antigua costumbre británica que practicaba Faetón). En cambio, el saludo universal consistía en extender las manos como un mendigo, y gritar: «¿Qué tienes…?»

La música ruidosa de las túnicas publicitarias atentaba contra sus intentos de hablar. Oshenkyo se paró en un alto defractor de suelo y se señaló las orejas, mientras la gente miraba, jadeaba y lanzaba gritos de sorpresa. Luego giraron alrededor de Faetón con renovada energía.

Como el bullicio impedia las presentaciones, Faetón comenzó a usar pequeñas secciones de su nanomaterial negro, sólo un par de preciosas gotas por vez, para curar las pústulas y deformidades de algunas personas. La mayoría de las dolencias eran simples llagas en la cabeza, causadas por un interfaz impropio, enchufes sucios, ebriedad o exceso de estímulo.

Curó a cinco o seis personas. Luego reparó un conector mental, valiéndose del diagrama de un conector funcional en buen estado. El hombre a quien pertenecía el conector blandió la corona, cantando de alegría cuando se encendió; y la gente gritaba. Faetón pudo reprogramar las distorsiones cromáticas del mandil de Drusillet con sólo abrir el espacio de ayuda del mandil e insertar un comando de configuración. Drusillet se puso a girar con los brazos extendidos, encantada de que sus faldones relucieran con colores constantes y vibrantes, que no se desleían a pesar del movimiento. La gente que estaba cerca de ella señalaba y vitoreaba.

Esto lo hizo popular. La gente le gritaba en la cara, reía, le palmeaba la espalda. Él no quería que la gente se lastimara contra su armadura, así que se quitó los guanteletes y el yelmo. Las muchachas y los ginomorfos le acariciaban el cabello con dedos delgados. Un hombre de cuatro brazos con pata de palo, que usaba las antenas de un inspector del espacio, puso un bulbo de bebida en la mano de Faetón. Varias personas le arrojaron tarjetas mentales o discos de interfaz, o ramas de golosina o incienso, o inyectores de intención desconocida.

Faetón se dijo que debía ser cauto; si debía habérselas con algo peligroso, no recibiría advertencias como en su vida anterior. Muchas de las tarjetas mentales que le ofrecían eran sin duda intoxicantes, alteradores de memoria, pornografía o inyectores de placer. Aceptó un par, por cortesía, pero el bullicio le impidió hacerse entender para hacer preguntas sobre ellas.

Un hombre velludo con dientes de diamante y ojos cristalinos le puso un brazalete en la muñeca. El brazalete se flexionó, como si intentara cerrarse; Faetón, sobresaltado, se lo arrancó de la muñeca y lo arrojó. Vio que el hombre de dientes de diamante correteaba para recobrar el brazalete. Había algo familiar en su porte y su postura. ¿Un agente de Scaramouche? ¿Dónde lo había visto antes?

Faetón se frotó la muñeca y descubrió una mancha de sangre. ¿El hombre era sólo un cleptogenetista? ¿O le había inyectado algo?

Faetón examinó su espacio mental personal. Iconos flotantes lo rodearon, sobreimpresos sobre la bullanguera multitud. Con una orden gestual, lanzó antitoxinas bióticas y animalículos investigadores desde células especializadas de sus nódulos linfáticos a su sistema circulatorio. Pero una muchacha le cogió el brazo al mismo tiempo, el gesto se desvió, y accidentalmente inundó su corriente sanguínea con analgésicos.

Ahora estaba de ánimo expansivo. Sus aprensiones y preocupaciones de un momento atrás parecían vagas e irreales. El mundo cobró un color nuevo y fascinante. Cuando la muchedumbre se puso a danzar y cantar estribillos al son de los estrepitosos anuncios, Faetón se sumó. En el ocaso, alguien enarboló un hacha y lanzó una llamada.

En el crepúsculo morado, la multitud de Moteros —algunos corriendo, algunos bailando en fila— ascendió por cuestas y campos hacia un sórdido apiñamiento de casas y edificios destartalados que gritaban. Esta marcha tenía un aire carnavalesco. Algunos llevaban luces de color. Muchos blandían hachas. En poco tiempo, Faetón ayudó a una grupo de hombres a arrancar una casa muerta de su tallo, empujarla cuesta abajo, y arrojarla al agua con un tremendo chapoteo. La multitud ovacionó al ser salpicada por la espuma. El hombre de cuatro brazos alzó una caja de comando, señalando y gritando. Guantes araña nadaron hacia la casa caída, y una tosca nanoconstrucción comenzó a bullir en el agua.

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