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Authors: John C. Wright

Tags: #Ciencia-Ficción

Fénix Exultante (9 page)

—¡Ingeniero! ¡Tu casa! —le gritó Oshenkyo—. ¡Tuya! ¡Para ti! ¿Ves? ¡Todos ayudamos! ¡Nos ayudamos unos a otros! Ahora firmarás el pacto, ¿sí?

La gente vitoreó. Ya no lo llamaban «chico nuevo», sino que gritaban «¡ingeniero!, ¡ingeniero!».

Pero en ese momento comenzó otro estallido de música, y Faetón fue impulsado a unirse a una fila de hombres que aplaudían, se mecían y pateaban. Estaba mareado y acalorado por la tala de la casa, y tomó un trago que alguien le había puesto en la mano. Después de eso el crepúsculo se volvió aún más alegre y vertiginoso, y su memoria gratamente borrosa. Hubo baile, canto y jolgorio. Alguien colgó un columpio de un árbol químico que asomaba sobre el acantilado. Gritó de miedo mientras se elevaba por encima del agua y regresaba. Besó a alguien, quizá un hermafrodita. Debía de ser tarde; había estrellas en el cielo, brillando por encima del arco iris de acero de la ciudad anillo orbital. Arrojó enormes trozos de su precioso nanomaterial a sus magníficos nuevos amigos, extrayéndolo del interior de su armadura, a pesar del fastidioso zumbido de advertencia que el traje emitía al caer por debajo de los niveles de integridad internos.

Después fue el mimado de todos. Sus nuevos amigos lo amaban. Quiso mecerse de nuevo en el columpio, y lo empujaron en altos arcos, cada vez más arriba.

—¡Más alto! ¡Más rápido! ¡Más lejos! —gritó—. ¡Las estrellas! ¡He jurado que las estrellas serán mías!

Y mientras el columpio vacilaba en la cresta de su alto arco, él se irguió y alzó el brazo. Sus nuevos amigos rieron y aplaudieron mientras él resbalaba y caía a las lejanas aguas.

3 - La tienda mental

Faetón despertó lentamente, gruñendo. Ruidos estridentes palpitaban y temblaban en sus oídos; voces alegres gritaban rimas en un idioma que él desconocía. De nuevo habían turbado su sueño, acuciado por angustiosas imágenes de un sol negro que se elevaba sobre un paisaje empapado de sangre.

Se despabiló, y descubrió que su cabeza pulsaba al son del ritmo estentóreo de la música de percusión que rugía desde la prenda relampagueante que llevaba puesta. ¿Prenda? No. Estaba envuelto en un anuncio publicitario, tendido en el rincón curvo de una habitación blanco azulada. El ruido del anuncio le taladraba el cráneo. ¿Dónde estaba su armadura?

Más aún, ¿dónde estaba él? Lo rodeaban paredes curvas como el interior de una caracola. Células receptoras vacías tachonaban la pared opuesta como una fila de ojos ciegos. El polvo y la escoria manchaban el piso. Una luz cruda y cegadora entraba por un óvalo cercano. El piso se mecía y oscilaba, brincaba y se bamboleaba.

¿Dónde estaba su armadura? Un gramo de nanomaterial habría podido eliminar las toxinas de su cuerpo y limpiar su corriente sanguínea.

Cerró los ojos, y sintió los mismos dolores punzantes que al abrirlos. Su memoria estaba turbia. Faetón pidió una rutina de reconstrucción para indexar sus fragmentos de memoria y extrapolar holográficamente las secciones faltantes, antes de recordar que ya no disponía de esos servicios. Y nunca más dispondría de ellos…

Pero recordaba vagamente que había desmantelado la nanomaquinaria negra que formaba el revestimiento, el sistema de control y el interfaz de las placas de la armadura. La había desmantelado y la había arrojado a multitudes eufóricas que programaban la costosa y compleja nanomaquinaria para que formara simples intoxicantes y los engullían o se los frotaban contra la piel, absorbiendo alucinógenos por los poros.

Faetón se llevó la mano a la cabeza dolorida. No podía ser cierto. Sin duda ese recuerdo era falso, una exageración. ¿Todo ese nanosoftware diseñado por sofotecs borrado y reconstruido en morfinas o endorfinas de placer? Era como si alguien comiera el cerebro de un genio de talento sólo por las proteínas, o fundiera un superintegrador sólo para extraer los baratos cables de cobre del regulador térmico. Por favor, que no fuera cierto.

¿Qué diría Dafne si descubriera que él había sido tan tonto, tan descuidado, como para permitir que su hermosa armadura dorada fuera destruida…? Pero Faetón recordó que nunca más vería a Dafne.

Quizá todo fuera una simulación.

—¡Fin de programa! —gritó Faetón. La escena no finalizó. Todo seguía como antes; estaba sentado en una caracola sucia y blanca, con una ventana por donde entraba la luz ardiente del sol, y el piso todavía se mecía y oscilaba, causándole mareo. O quizá el piso estuviera firme y él estuviera mareado. No había manera de discernirlo—. ¡Fin de programa! —repitió, dando un puñetazo contra la pared curva—. ¡Fin de programa! ¡Quiero mi vida de vuelta, maldición!

Se incorporó penosamente. El lugar permanecía sólido y «real» (si ese concepto aún tenía sentido en su vida). Estaba solo y mareado. O quizá no fuera mareo. El piso se mecía de veras.

Punzadas de hambre le atenazaron el estómago. ¿Dónde estaba su armadura? Era su única provisión de alimentos.

Se levantó con un jadeo y se quitó la ruidosa y centelleante pancarta. Con un espasmo de repugnancia, la arrojó por la ventana. La pancarta chocó con un obstáculo que él no podía ver y se quedó allí, flameando y gritando.

No, era un hombre el que había gritado. Ahora el hombre era visible. Había estado trepando hacia la ventana, y Faetón había arrojado el anuncio sobre su cabeza. Estaba vestido de gris.

El óvalo se expandió y el hombre entró. El óvalo no era un ojo de buey ni una ventana, sino una puerta. El mecanismo estaba trabado o enfermo. La puerta trató de cerrarse, pero sólo se redujo a su tamaño anterior, tembló, chilló y permaneció entreabierta. A través de la abertura, Faetón vio que estaba dentro de una casa que flotaba sobre patas angulosas en las aguas de la bahía.

—¿Dónde está mi armadura? —preguntó, entornando los ojos. Apoyaba una mano en la pared curva para mantenerse erguido.

El hombre se quitó el anuncio de la cabeza, lo enrolló y lo arrojó por la ventana. La pancarta echó a volar, en busca de posibles clientes. Cuando el hombre giró, Faetón vio que no tenía rostro. No era un hombre sino un maniquí.

Faetón se irguió, alarmado. Ninguna persona de la Ecumene Dorada se telepresentaría aquí, dada la interdicción de los Exhortadores. ¿Scaramouche? No era imposible.

—¿Qué quieres de mí? —preguntó Faetón con voz quebrada.

—He venido a pedirte que colabores —dijeron los altavoces externos del maniquí.

Faetón se alejó de la pared y trató de conservar el equilibrio. No quería mostrar ninguna debilidad.

—¿Que colabore? ¿De qué manera?

—Has sido víctima de un delito. Quiero que me ayudes a castigar a las personas que te hicieron esto. Ellas sostienen que son tu sociedad y tu gente y que ahora les debes lealtad, pero no escuches esas patrañas. Te conviene colaborar.

Faetón entornó los ojos. Era extraño que Scaramouche dijera eso. Sí, imponer el exilio a Faetón era un delito, pero, ¿esta criatura remota realmente creía que Faetón ayudaría a Scaramouche a castigar a los Exhortadores?

—¿De dónde habéis venido? —preguntó Faetón—. ¿De otra estrella? ¿De otro tiempo? ¿Cómo sabéis tanto sobre la Ecumene Dorada cuando nosotros no sabemos nada sobre vosotros?

El maniquí gris no tenía rostro, pero manifestó su sorpresa con un movimiento de los hombros.

—No quiero entrometerme en tu alucinación, pero soy un alguacil de la comandancia local, Ceilán 21. Mi nombre es Pursuivant Dieciocho Neoforma Comentalista de la Escuela Ortocrónica de Proyección Andropsíquica.

—¿Qué?

—Perdona por no presentarme. Pedí a mi valet que pusiera una descripción de mí y de mis motivos para ingresar en Sueño Medio, y suponía que sabrías todo sobre mí de una ojeada. Así es como procedemos en la Escuela de Proyección Andropsíquica. Me habían informado de que tú, a pesar de tu destierro, aún tenías acceso a la Mentalidad. Pero no se me ocurrió que no lo usarías.

El maniquí gris tendió una mano vacía hacia Faetón.

—He aquí mi placa, con órdenes y comisiones adjuntas en los archivos cercanos. ¿Deseas inspeccionarla? Sólo necesitas comunicarte con la Mentalidad.

Faetón miró la mano del maniquí. Para los ojos de Faetón, ciegos a la Mentalidad, estaba vacía.

—No deseo comunicarme con la Mentalidad —dijo.

—Ah, es una pena. Tengo una magistrada en espera en el canal 653. Ella-ellos firmarán una orden para la captura y retención de tu nanomaterial restante, esa sustancia de tu armadura, antes de que los ebrios la devoren. Anoche muchas personas llevaron puñados de tu material a sus balsas, y la mayoría se inyectaron o inhalaron sólo unos gramos, según mis cálculos. Si quieres recobrar lo poco que queda, debemos actuar deprisa. Sólo comunícate con la Mentalidad y habla con la magistrada. Sin duda podemos conseguir una orden y requisar ese material antes de que tus nuevos amigos engullan el resto para el desayuno. Quizá nos queden sólo unos minutos. Sólo comunícate.

Por un instante, Faetón sintió una emoción tan desbordante que no pudo hablar. Pero una fría onda de duda aplacó su alegría. ¿Qué pruebas tenía de que su armadura no había sido totalmente destruida? ¿Qué pruebas tenía de que el maniquí sin rostro no era Scaramouche? Parecía insistir demasiado en que Faetón se comunicara con la Mentalidad.

No obstante, si parte de su armadura aún existía, y se podía salvar, y si era destruida porque Faetón vacilaba… Faetón se relamió los labios secos, sin saber qué creer.

—No tenemos mucho tiempo —dijo el maniquí.

Faetón reflexionó, tomó una decisión.

—Iré a hablar con Ironjoy —le dijo al alguacil.

Con cierta dificultad, se abrió paso hasta la barcaza central, donde Ironjoy mantenía su tienda mental. Primero, no pudo dilatar la puerta-ventana oval para salir de la casa con dignidad; el alguacil no pudo anular la línea de mando defectuosa en la mente de la casa, pues dicha ayuda habría violado la interdicción de los Exhortadores. Faetón tuvo que caracolear a través del agujero, y luego cayó en un reborde angosto y se precipitó seis metros hasta el mar.

El agua estaba abarrotada de protuberancias y zarcillos ásperos que constituían parte del cuerpo de Madre-del-Mar, o quizá una de sus subsecciones manufactureras, así que Faetón no se hundió. Pero su cuerpo tampoco flotaba; los órganos especiales y las adaptaciones espaciales incorporadas a su gruesa piel añadían peso. Sin embargo, su fuerza era mucho mayor que la de un hombre no modificado, y pudo avanzar enérgicamente a través de la espesura. Otra modificación le permitió contener el aliento durante los veinte minutos que le llevó caminar (y reptar y nadar) a través de los lechos submarinos de quelpo y aparejos hasta la oxidada barcaza del centro de la bahía.

Trepó por las sogas de las anclas, se encaramó torpemente a los flotadores, y al fin se aferró al flanco de la barcaza.

Cogiendo la soga de un ancla, Faetón miró hacia arriba. Una superficie vertical se elevaba sobre él, y un saliente o pasarela de metal se extendía en lo alto. No había manera de subir. El maniquí que representaba al alguacil Pursuivant no estaba a la vista.

Faetón golpeó el casco y gritó pidiendo atención. Una vez más, subestimó la fuerza de su cuerpo adaptado para el espacio; abolló el metal con sus golpes.

El casco vibró como un gong. En el calor de la mañana ecuatorial, el metal del casco parecía arder. Copos de herrumbre y lapas le arañaron el puño.

Después de lo que pareció un largo tiempo, una silueta alta recorrió la pasarela. Faetón irguió el cuello y miró arriba. Era Ironjoy; tenía cuatro brazos, y el mismo sombrero ancho que usaba el día anterior, la misma prenda verdosa y fluctuante. La bata chillaba mientras sus acondicionadores de aire procuraban mantener una zona de aire fresco y perfumado alrededor de Ironjoy.

—¡Aló! Te aferras a mi propiedad personal, creando disturbios. A bordo tengo peones del primer turno, con sus personalidades laborales listas para cargarse, y necesitan chips de cordura para equilibrarse después de los festejos de anoche. ¿Por qué los fastidias? ¿Vienes a trabajar?

Sin su filtro sensorial, Faetón no podía amplificar la imagen ni eliminar el panel de metal que formaba el piso de la pasarela, así que su visión estaba entorpecida. Ironjoy sostenía un gran objeto redondo en tres manos, y mientras hablaba se inclinó para sorber o lamer algo del interior del cuenco dorado. El acto de comer no obstaculizaba el habla; su voz salía de una máquina que tenía en el pecho.

—He venido a recobrar mi armadura —dijo Faetón—. Sin duda podrás reunir a todos.

—Imposible.

—¡Ayer vi que Oshenkyo lo hacía! ¡Sintonizó la túnica publicitaria para emitir una llamada!

—Sí. Oshenkyo tiene módulos suficientes para pagar la tarifa de interrupción. Tú no. El alquiler de la mente de tu casa revivida ya ha acumulado más de doscientas unidades, y deberás pagar otras veinticinco para alquilar mi bote para que te lleve de vuelta a tu casa. A menos que quieras regresar a nado. Más mis honorarios de consulta, que comenzaron a acumularse desde que empezaste a hablarme. Estás muy endeudado, chico nuevo. ¿Estás dispuesto a empezar a trabajar, o piensas quedarte ahí colgado, parloteando?

Ironjoy se inclinó para beber un lento sorbo de lo que sostenía en su cuenco dorado. Con una sensación de alarma, Faetón vio que Ironjoy no sostenía un cuenco sino el casco de su armadura, y que estaba comiendo gramos de la delicada interfaz craneana. La furia palpitó en su cuerpo.

—¡Alto! ¡Estás destruyendo mi propiedad! ¡Devuélveme el casco ahora mismo! ¡Luego tomarás medidas para recobrar las piezas de mi equipo que estén en posesión de los demás!

El rostro insectoide de Ironjoy no se inmutó.

—No me fastidies. Habrás sido un hombre relevante antes, en el exterior. Aquí, sólo yo soy relevante. La colaboración es necesaria para sobrevivir en esta comunidad. Y colaboración significa acceder a mis deseos.

Faetón cerró los puños sobre la soga. Quería saltar de un brinco esa empinada superficie, pero no veía ningún camino. Sintió un mareo de cólera; trató de calmarse. Deseó que Radamanto estuviera allí para calmarlo.

—Presento una reclamación legal para que me devuelvas la propiedad que me fue robada —dijo—. ¡Mira! Un avispero de alguaciles remotos revolotea por toda la zona. ¿Crees que podrás arrebatarme mis únicas pertenencias?

—Veo que Drusillet y Oshenkyo no te explicaron la realidad de las cosas, como les ordené. Sube. Yo te explicaré la verdad.

Con un puntapié, Ironjoy arrojó una escalerilla desde la pasarela. Faetón se arrojó al agua, se abrió paso hasta la escalerilla, subió. Ironjoy estaba bajo un quitasol de diamante en un pabellón de cubierta, y sombras irisadas ondeaban alrededor de sus pies.

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