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Authors: John C. Wright

Tags: #Ciencia-Ficción

Fénix Exultante (26 page)

BOOK: Fénix Exultante
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—Lamento enterarme. Los Gris Plata no son tan ridículos como los Rojos.

—¿Dijiste ridículos? ¿Ridículos?

—Lo lamento. Pensé que tu filtro sensorial leería automáticamente «excéntricos», «extravagantes» o algo parecido. Mis disculpas.

Su rostro no mostraba el menor rastro de una sonrisa, pero sus ojos titilaban.

—Pero tus módulos de investigación, esas esferas negras que vio Faetón… —dijo Dafne—. Una de ellas dijo que estabas detectando nanomaquinaria que indicaba una sofotecnología avanzada; estimaba que era una tecnología procedente de la Quinta Era, pero que había evolucionado hasta volverse irreconocible. Eso es algo que sólo podría venir de una colonia, ¿o no?

—Una estafa. Ungannis introdujo información falsa en mi red.

Dafne hizo una pausa, con aire escéptico.

—La travesura estaba interfiriendo sistemas informáticos militares…

—Disculpa la expresión, pero mis sistemas militares son una bazofia. Los contribuyentes no quieren costearme sistemas caros; mis dispositivos tienen un siglo de atraso, y parte de mi software está rezagado una semana respecto de los últimos descubrimientos. Tu esposo pudo irrumpir en mi línea segura y descifrar mi código en medio segundo. ¿Por qué habría sido más difícil para Ungannis? Luego la Mente Terráquea acudió y me dio un sistema nuevo y más seguro. Si has leído los recuerdos de Faetón, debes haber visto lo que sucedió. Cuando el nuevo sistema entró en línea, pude averiguar lo que realmente sucedía, sin la interferencia del bromista.

—¿Conque nada de eso fue real…?

—No me interpretes mal. Unmoiqhotep será severamente castigado. La interferencia con un equipo militar del gobierno es un delito, aun en tiempos de paz, y expone al culpable a un dolor de nivel capital, si es condenado. Ni te atreverías a pensar en algunos de los escenarios de horror que la Curia puede infligir a un convicto, cuando se trata de delitos militares.

—¿Son como los escenarios de emergencia por incendios? —Una vez Dafne había oído hablar de un bromista acusado de interferir con el software de los bomberos; lo habían condenado a morir en llamas, una y otra vez, o a observar cómo ardían sus seres queridos, teniendo en cuenta la peor perspectiva posible para cada persona que había puesto en peligro.

—Ni siquiera pienses en ello. Te arrumará el día. —Atkins ordenó al cuenco de té que se disolviera en una nube de perfume, y se puso de pie estirando rápida y grácilmente las piernas—. Me temo que es todo lo que puedo hacer por ti.

Dafne alzó la cabeza.

—¡No has hecho nada!

Atkins entornó los ojos en una especie de sonrisa.

—Soy el hombre menos libre de la Ecumene Dorada. Nadie sufre tantas restricciones sobre su conducta. Mis palabras, mis actos, mis insinuaciones, todo está cubierto por el reglamento. Es porque soy peligroso. Nadie quiere vivir en una sociedad donde las fuerzas armadas pueden levantarse y hacer lo que se les antoja. Se me han confiado poderes inmensos. Podría partir el planeta en dos y freírlo como un huevo, con algunos de los sistemas de armamentos en los que estoy entrenado. Pero sólo si el Parlamento declara la guerra, y el Parlamento Paralelo lo aprueba. ¿Entiendes? No soy policía. No estoy aquí para ayudarte. No puedo. No del modo que deseas.

Dafne se levantó, sintiéndose derrotada.

—¿Tienes algún consejo para mí?

—¿Oficialmente? No. Yo no tomo decisiones políticas. ¿Extraoficialmente? Visita a tu esposo, si logras averiguar dónde se oculta, y procura que se someta a un examen noético. Las actas públicas mostrarán que el Colegio de Exhortadores debe devolverlo a la sociedad si tuvo buenas razones para romper su promesa y abrir su cofre de memoria. La sospecha de que era invadido por una potencia extranjera me parece una razón excelente. Con el tiempo sucederá.

Dafne se ajustaba su corbata de encaje, y lo miró sorprendida.

—¿Eso crees?

—¿Que algún día la Tierra será atacada? Por supuesto. Tiene que suceder. Quizá no sea pronto. Esperemos un millón de años. Yo todavía estaré aquí. Las cosas se calentarán. Este período lento no puede durar para siempre.

—Bien, supongo que te deseo suerte… No, en realidad no. ¡Espero que sigas ocioso y aburrido para siempre!

—Así es. Tú lo has dicho. —Un antiguo hábito o ritual le hizo coger de nuevo la espada, ahora que estaba de pie, y meterse la funda en la faja.

La acompañó hasta la puerta. Se demoraron en el porche. El potro de Dafne pacía en las cercanías. El viento era fresco y dulce. Hojas de otoño ondeaban en árboles lejanos.

—Algunas personas dicen que en realidad no vivimos en un paraíso —dijo Atkins—. No saben lo que dicen.

Dafne lo miró de soslayo. Qué hombre extraño.

—Si te gusta esta paz y esta abundancia, ¿por qué eres un combatiente?

—Has respondido tu propia pregunta.

—Pero no tenemos enemigos. Ninguna locura, ninguna pobreza, salvo como forma de castigo social… ni enfermedades, ni crímenes violentos. Ni enemigos.

—Todavía no.

Ella le dio una orden al caballo, que se le acercó y la hociqueó. Atkins retrocedió. Dafne estaba divertida. ¿Ese hombre robusto y fuerte, el último guerrero del mundo, sentía aprensión ante un caballo? Era irónico. Acarició la nariz del potro.

Montó, y se inclinó para decir:

—Una última pregunta, Atkins. Según tu investigación, ¿Unmoiqhotep era suficientemente rico para llevar a cabo esta compleja travesura por su cuenta, o tuvo ayuda?

—Puedes leer mi informe. Gran parte del material y software que usó Unmoiqhotep venía de Gannis.

—¿Con su conocimiento o sin él? ¿Gannis ayudaba a su hijo?

—Un examen noético revelaría eso. Pero yo entregué todo el asunto al alguacil una vez que quedó claro que la seguridad de la Ecumene no estaba en jaque. Un sofotec llamado Sabueso se encargó del caso. No sé en qué anda ahora.

—¿Pero no hay invasión? ¿Ningún grupo secreto de alienígenas, ningún sofotec maligno persiguiendo a mi esposo?

Atkins miró al caballo, la miró a ella y se dio vuelta para mirar el lago lejano.

—No que yo sepa. Si los hay, son demasiado listos para que mi anticuado equipo los encuentre. Odio decirlo, pero nadie aumentará los impuestos para darme mejor equipo sólo porque tu esposo alucina. Pero espero que lo encuentres. De veras.

—Oh, lo encontraré —dijo Dafne—. Sé cómo él piensa.

Espoleó el caballo y salió galopando con suma elegancia. Atkins, con su quimono negro, se quedó en las sombras de la puerta, mirando su partida, con el rostro totalmente impávido.

La grabación de la sortija de Dafne terminaba en ese punto.

Faetón abrió su visor y se volvió hacia Dafne, que estaba en el catre. Ironjoy, cuyos ojos no eran como los ojos humanos básicos, no tenía artefactos de iluminación; la única luz venía de dos velas de cera de abejas (Faetón se las había pedido a Hija-del-Mar) que flotaban en charcos viscosos sobre los antepechos.

En esa luz amarilla sutil y viviente, Dafne lucía tímidamente seductora, apoyada en un codo, la otra mano extendida con displicencia sobre la curva de la cadera, observándolo sin tensión, plácida como un gato que espera.

Las ventanas eran mudas, y no añadían nada al frío paisaje externo, alumbrado por la luna. La pared era acero yermo e inerte. El catre, como un objeto de la edad oscura, era una chata y seca superficie de tela inanimada, no una piscina reactiva. Las primitivas velas eran objetos obtusos que no cambiaban de posición o color para mostrarla bajo una luz más favorable. Pero aun en medio de esta tosca indigencia, ella tenía un aura de elegancia, de riqueza.

¿Cómo tenía esa apariencia tan cómoda, tan perfecta? ¿Era porque se había criado entre primitivistas y debía de haber dormido en catres así (Faetón se estremeció ante el pensamiento) en su infancia? ¿O era una disciplina Taumaturga, algún encanto o truco mental que ella había aprendido como bruja? ¿O un arte delicado que ella había aprendido de las odaliscas, concubinas y hedonistas de la mansión Roja de Estrella Vespertina, la capacidad para lucir exquisita en medio de la tosquedad?

Al principio, hojeaba un documento que brillaba en la superficie de la pequeña pizarra. Pero luego había renunciado a la farsa de estar interesada en otra cosa y simplemente lo observaba mientras él revisaba su historia, con los ojos entornados. Las aves de los tapices dorados gorjeaban bajo su mirada sugestiva.

Mientras los ojos de Faetón recorrían su silueta, ella sonrió lentamente, irguiendo apenas la barbilla, y emitiendo una suave nota gutural, un suspiro de placer, como si la mirada de él fuera tibia luz solar. Faetón tuvo que recordarse que ésta no era su esposa.

Con un gesto brusco, Faetón se quitó la sortija biblioteca del guantelete y la arrojó al diván.

—Has eliminado los pensamientos más importantes. ¿Por qué interrumpirte en este punto? ¿Sólo para lograr un efecto dramático? ¿Cuál era tu plan desde el principio? ¿Qué había en el cofre de memoria que te dio Estrella Vespertina? ¿Qué era la máquina dorada que te dio Aureliano?

Señaló la mochila tendida en el piso, que estaba abierta. Una esquina de la caja dorada que le había dado Aureliano brillaba a la luz de las velas.

—¿Y por qué demonios Radamanto no dijo nada durante mi indagación? —añadió ofuscadamente—. ¿Por qué sus modelos de mí pensaban que yo habría autorizado su estúpida decisión de callar? ¡Es una locura! ¡Él pudo haberme salvado de todo esto…!

Señaló la pequeña cabina poblada de sombras, un gesto que abarcaba toda la pobreza, tosquedad, crueldad y grosería de ese ámbito.

—¿Y por qué demonios mintió Atkins? —preguntó, tratando de dominarse—. No sufro una alucinación, y esto no es una fantasía. O quizá yo estaba alucinando en un sentido; esperaba que Atkins me apoyara. Esperaba franqueza.

Dafne cogió la sortija con una sonrisa, y con un gesto grácil se la volvió a poner en el anular izquierdo.

—¿Mentir? ¿Cómo podría alguien mentir, hoy en día? El examen noético es demasiado fácil.

Faetón sacudió la cabeza con desconcierto y exasperación.

—¿Cómo es posible todo esto, hoy en día? Pero estoy convencido de la realidad de la deshonestidad, la inmoralidad y la suciedad. Sólo necesité tres días entre los floteros para convencerme. Aun la mejor de ellos es una mujer que crió a sus hijos en simulación, protegidos y aislados del resto del mundo, pero estructuró sus cerebros para mantenerlos retrasados, niños para siempre, para que nunca fueran adultos que tuvieran el derecho, o concibieran la posibilidad, de escapar de su amor sofocante y despertar al mundo real. El segundo entre los mejores adquiría pornografía infantil y sueños adictivos de canibalismo y asesinato rituales. El tercero compraba antiguas obras de arte, inapreciables retratos y famosas esculturas, para destruirlos públicamente, quemando libros y haciendo estallar yacimientos arqueológicos. El peor almacenaba virus bélicos letales y viejas ojivas atómicas en su propiedad, en el contenedor más inseguro que permitía la ley, sin atacar a nadie, sin lanzar sus armas, pero siempre aguardando, en su fuero íntimo, un accidente. ¡Nada de esto era estrictamente ilegal!

Las palabras salieron en un áspero caudal, como si un depósito de repulsión por los floteros (y quizá por toda su situación) se hubiera acumulado en él durante largo tiempo, y ansiara un lugar donde descargarse.

—Pero mi desdén por los Exhortadores ha disminuido —concluyó con un tono más sereno—. Los necesitamos, o necesitamos algo como ellos. ¿Me ven como una criatura tan horrible? ¿Es eso lo que Atkins piensa que soy?

—Acepta que Atkins dice la verdad —dijo ella—. Algunos de tus pensamientos y recuerdos son falsos. Ni siquiera me has preguntado por qué estoy aquí ni qué sé. Tengo una manera de salvarte.

Faetón recobró la compostura y le clavó una mirada severa.

—¿Qué hay de todos los pensamientos que faltan en tu sortija? ¿Por qué interrumpiste tu relato?

Dafne suspiró. Al parecer Faetón sólo planteaba las preguntas a su manera.

—Lo interrumpí porque recientemente no hice ninguna entrada. No he tenido tiempo. Estaba ocupada buscándote.

—¿Buscándome…? ¿Por qué no le preguntaste a un sofotec? Ellos deben de saber mi paradero.

—Ah, brillante. ¿Por qué no preguntarle a Nabucodonosor? Entonces Neo Orfeo, Emphyrio y Sócrates llegarían a tu casa deslizándose por el camino del arco iris, cantando alegremente, con campanillas atadas a los zapatos, y los codos enlazados, como los Tres Vivamantes al final de la
Ópera de los niños.
Pero a los Exhortadores les habría sido más fácil detenerme, ¿no crees? Existe algo llamado sutileza.

—Entonces, ¿cómo me encontraste?

—Yo no estaba exilada, oficialmente, hasta el momento en que hablé contigo.

—Ah, claro.

—De todos modos, si no hubiera deducido que te habían llevado a Ceilán, ni siquiera Radamanto te habría encontrado.

—¿No? Pensé que los sofotecs rastreaban los movimientos de todo el mundo.

—Pero respetan las reglas, y no se permiten saber lo que supuestamente no deben saber. Por otra parte, son listos para manipular las reglas. Una vez que supimos que estabas en Ceilán, encontramos el registro de ingresos de Belígero y, a partir de allí, la mente legal de Radamanto pudo encontrar más documentos. Se valió de un tecnicismo legal para obligar a los subsofotecs de control de tráfico aéreo a mostrar el manifiesto de pasajeros de Belígero. Alguna normativa en letra pequeña; no intenté entenderla.

Una pieza encajó en su sitio.

—¿Eras tú? —dijo Faetón—. Belígero me llamó cuando examinaste sus documentos. Pero, ¿por qué diste un nombre de mascarada? ¿Por qué te registraste con mi nombre?

Ella se echó a reír, echando la cabeza hacia atrás.

—¡Querido! ¡Y te haces llamar Gris Plata! ¡Guardián de la antigua tradición! Me registré como yo misma. Yo soy Faetón Radamanto, señora de. Ése fue el nombre que usé.

Él no dijo nada, pero la mirada callada, serena y triste de sus ojos enviaba el mensaje:
Pero tú no eres mi esposa.

Ella apoyó los pies en el piso y se sentó. Aferró el borde del catre con ambas manos. Estaba inclinada hacia delante, los hombros encorvados, la cabeza erguida. La postura era sumisa y desafiante a la vez.

—¡Y no me digas que no lo soy! Recuerdo nuestra ceremonia nupcial, y recuerdo nuestra noche de bodas y sé dónde guardas tus archivos de desecho y por qué no te gustan los huevos. ¡Y no me digas que mis recuerdos son falsos! Tú también tienes recuerdos falsos, y no los has corregido.

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