—Por favor, no me obligues a ser cruel, niña.
—¿Cómo te atreves a llamarme niña?
—Me resultas simpática, y aprecio tu amistad, pero aun así…
Ella revolvió los ojos.
—¡A veces suenas tan pomposo! Heredas eso de Helión. ¿Recuerdas la vez que tú y yo nos encarnamos en ese reino subterráneo? Cuando saliste de las celdas de renacimiento, te pasaste días ocultándote, porque no podías controlar tus narices y no querías que nadie te viera en público con siete fosas nasales temblando por todas partes. ¡Era tan cómico! Pero era pomposidad. No querías que lastimaran tu orgullo. ¿Y qué me dices de nuestra segunda luna de miel en el Niágara? Nos pusimos cuerpos naviculares e hicimos el amor al caer por la catarata. ¡También entonces tenias miedo! Bien, ahora tienes miedo de mis sentimientos por ti. No lo tengas.
Él no dijo nada.
—También sé por qué nunca tuvimos hijos —murmuró ella con frialdad.
—¡Tienes partes de los recuerdos de mi esposa, sí! —interrumpió él abruptamente, antes que ella pudiera continuar—. Y me gustas mucho, sí. ¿Cómo podría ser de otra manera? Pero no eres mi esposa.
Ella se encogió de hombros y sonrió confiadamente. Sus dientes eran blancos en las sombras suaves que arrojaba la luz de las velas.
—Si no estuviéramos destinados el uno al otro, yo no habría podido encontrarte. Anoche cargaste un sueño. Era mi sueño. Yo lo escribí, mantuve un contador para ver cuántas personas soñaban mi sueño, y quiénes eran. Cuando surgió el nombre de Hamlet, supe que debía buscarte en Ceilán. Te conozco. Te recuerdo. Nos recuerdo a nosotros. Puedo recordar lo que significamos el uno para el otro. ¿Tú puedes?
Faetón se estaba alterando.
—Tienes la mayoría de sus recuerdos, lo concedo. Pero no sabes por qué ella me abandonó, maldición. No recuerdas haberte ahogado, sofocar tu alma en recuerdos falsos sólo para matar tu recuerdo de mí. ¡No sabes por qué hizo eso!
Ella miró la mochila, y volvió a mirarlo a él. Fue un movimiento furtivo y culpable. Su rostro se perturbó.
Faetón abrió los ojos.
—¡Sí lo sabes! —exclamó airadamente.
Dio una zancada hacia la mochila y la levantó.
—No, yo… —dijo ella, poniéndose nerviosamente de pie. Había perdido toda gracia y compostura.
Él abrió bruscamente la mochila.
—Ella te lo dijo, ¿verdad? Te lo dijo a ti, y no a mí.
Extrajo el cofre de memoria plateado. Lo acercó a la ventana. La pálida luz de las velas alumbró una inscripción. En la tapa del cofre, una letra grácil y femenina decía:
Entréguese a mi parcial emancipado en caso de que esté a punto de
sufrir muerte permanente e irreversible, criosecuestro, exilio, eliminación radical de recuerdos u otro abandono definitivo de la civilización
organizada.
Despertar de emergencia, reconfiguración de memoria y código de
restauración de cordura.
Poder notarial limitado.
Este documento anula todas las instrucciones previas de Estrella Vespertina.
(sellado) Dafne Prima Semi Radamanto Autoinmersa, córtex-indep construido (emociones compartidas, miembros selectos), neuroforma básica (con conexiones laterales), escuela señorial Gris Plata, Era 700-(pre Compresión).
Los nudillos de Faetón estaban blancos sobre la tapa plateada.
—Ella te dio a ti el código de acceso. No a mí. Le rogué a Estrella Vespertina que me lo revelara. Imploré hasta el hartazgo. Pero te lo reveló a ti, no a mí. Tú puedes devolverla a la vida. Yo no. Por ti, ella viviría de nuevo. Pero nunca, jamás, por mí…
Sus nudillos estaban blancos sobre la tapa, pero el cofre no se abriría para él. Súbitamente agotado, se apoyó en la pared. Sus pies empezaron a deslizarse, raspando el piso con un ruido áspero. No trató de contenerse, ni soltó el cofre. En cambio, se desplomó y se sentó pesadamente, con la espalda contra la pared, las piernas flojas. Inclinó la cabeza sobre el cofre que tenía en el regazo.
Sus hombros temblaron un par de veces, pero no hizo ruido. Había algo muy opaco y hueco en sus ojos.
Dafne se le acercó, extendiendo la mano como para consolarlo, pero se contuvo y retrocedió.
—El cofre es inservible por sí mismo —dijo—. Aunque la vieja versión de mí despertara, no está dispuesta a abandonar su vida e ir al exilio para estar contigo. Debes demostrar que estás en lo cierto, denunciar el fraude que se ha perpetrado contra los Exhortadores, restaurar el honor de tu nombre y regresar del exilio. Lo que necesitas es la otra caja que hay en mi mochila. La tablilla de oro. ¿Aún no has deducido qué es? Soporté todo lo que soporté, todo este dolor y trastorno, tan sólo para traértelo.
En Faetón, la curiosidad era aún más fuerte que la pena. Irguió la cabeza.
—¿Qué es? —preguntó con voz grave.
Ella señaló la mochila caída con un vuelco elegante de la muñeca, como una anfitriona mensal exhibiendo un postre particularmente delicioso.
—Tú eres el ingeniero, cariño. Tú lo reconocerás.
Él dejó cuidadosamente el cofre plateado y sacó la tablilla dorada de la mochila. Faetón se enderezó, sorprendido y maravillado, se puso de pie, con la tablilla reluciendo en las manos. Una superficie entera estaba cubierta con un mosaico de cabezas lectoras y puertos mentales, sus diversas formas y tamaños encajando como un rompecabezas bien resuelto, sin superposiciones ni espacios vacíos.
—Es un circuito de examen noético —dijo, alzando la cabeza.
—Y no está conectado a la Mentalidad —dijo ella con voz triunfal—. Es una unidad independiente, aislada, esterilizada y segura. Ni siquiera tú creerás que está bajo la influencia de esos enemigos tuyos. ¿Entiendes? No tienes que conectarte con la Mentalidad para demostrar que los recuerdos que vieron los Exhortadores eran falsos. Alguien ha manipulado tu cerebro. Esa máquina te permitirá demostrarlo. Se lo puedes demostrar al mundo y a ti mismo. —Sonrió de nuevo—. Úsalo, y podremos ir a casa y vivir felices para siempre.
Él miró el cofre de plata, miró a Dafne con ojos entornados.
Dafne apretó los labios en una línea de roja irritación.
—Sí, obviamente. No puedes recobrarla a menos que regreses.
—No pareces demasiado preocupada por la posibilidad de perderme, si así puedo decirlo, ante la versión verdadera de ti —dijo Faetón cuidadosamente.
Dafne entornó los ojos relucientes con desdeñosa socarronería, una media sonrisa en los labios.
—Ah —canturreó con fingida displicencia—, ¿te refieres a esa versión vieja, asustada y anticuada…? ¿Qué puedo decirte? Que gane la mejor novia.
Faetón estaba desconcertado por la súbita y cálida emoción que lo embargó al ver esa mirada audaz, gallarda y sensual en los ojos de la mujer que era una copia de su esposa. Las manos en jarras, la cabeza erguida, una sonrisa soleada, su silueta cálida y dorada a la luz de las velas. Faetón bajó los ojos y fingió estudiar la tablilla noética que sostenía.
(Ella no era una copia perfecta y difería de su esposa en ciertos detalles. No lo odiaba, no lo había abandonado, había afrontado temerariamente el exilio con tal de no perderlo…)
Faetón frunció el ceño, mirando la tablilla. Ordenaría sus sentimientos más tarde, decidió. Levantó la unidad y vaciló.
—¿Qué pasa? —preguntó Dafne.
—Nada debería detenerme.
Ella enarcó las cejas. Sus ojos verdes relucieron con escéptico desconcierto.
—Pues nada te detiene.
—Me refiero a Nada Sofotec —dijo él—. El sofotec del que me habló Scaramouche.
—¿El sofotec maligno construido por los fantasmas de la Segunda Ecumene?
—Es real —afirmó Faetón—. No soy víctima de un engaño.
Dafne se reclinó en el catre y se rió con una mezcla de burla y alivio.
—Ah, querido. Realmente deberías leer más novelones de espionaje, relatos violentos y beligraña. En todas estas narraciones la Segunda Ecumene es el villano. Tu alucinación no es muy imaginativa.
—¿Crees a los Exhortadores? —preguntó él airadamente—. ¿Crees que yo me impuse estos recuerdos falsos?
—No, mi amor —sonrió ella—. De ninguna manera. Creo en ti. De lo contrario, ¿habría venido aquí? —Se irguió y dijo en tono más pragmático—: Te conozco. No falsificarías tus recuerdos. Y si lo hicieras por algún motivo, habrías inventado una historia mejor. Supongo que es lo que ocurre por convivir con una autora. Pero sigo sosteniendo que la alucinación que te han impuesto no es muy imaginativa. Mira la historia: la Segunda Ecumene odiaba la sofotecnología a tal extremo que era lo único que sus leyes prohibían, salvo el homicidio. ¿Quién construyó, entonces, a Nada
Sofotec?
—
Scaramouche dijo que fui yo. Pero
era una mentira para hacerme abrir mi cofre de memoria.
—Entonces, ¿por qué crees que hay un sofotec de la Segunda Ecumene? ¿Por qué no podría ser todo una mentira? ¿Por qué tus enemigos no pueden ser gente normal, no más listos que el resto de nosotros?
Él no dijo nada.
—¿O es más halagüeño para tu vanidad pensar que sólo te pudo engañar una superinteligencia? —añadió ella con malicia.
—La verdad no está determinada por mis opiniones —rezongó él—. Ni por las opiniones de otras personas. Yo podría acusar a los Exhortadores de ciego egocentrismo, por no reconocer la
amenaza; o a
Atkins de cobardía, por no admitir que esto es real. Podría acusar a cualquiera de cualquier cosa, por no coincidir con mi punto de vista. Esas acusaciones son fáciles. Pero los ciegos y los cobardes a veces poseen la verdad. Quizá por accidente, pero es así. Y también, a veces, los hombres que son víctimas de sofotecs alienígenas malignos construidos por civilizaciones muertas tiempo atrás. Así que no descubrimos la verdad de un mensaje examinando al hombre que lo pronuncia. Examinamos los hechos. ¿Dónde están los hechos que respaldan tu conclusión?
Ella se levantó, canturreando de furia, o quizá con alegre beligerancia.
—¿Quieres hechos? Primero, el testimonio de Atkins. Segundo, el testimonio de Estrella Vespertina Sofotec, que dice que no hubo ataque por parte de Scaramouche ni de ningún otro maniquí en la escalinata del mausoleo. Tercero, Gannis ha estado maniobrando para adueñarse de tu
Fénix
Exultante
y venderla como chatarra desde que empezó todo este embrollo. Él ha tratado de mantenerte en bancarrota. ¿Por qué otro motivo ayudaría a Helión en el pleito legal contra ti?
Faetón entornó los ojos, ladeando la cabeza.
—¿Gannis?
—Gannis de Júpiter, en efecto. Una autocomposición de cien mentes con un sofotec que piensa igual que el resto de él. Ordené a mi sortija que buscara toda suerte de documentación cuando me alejé de la casa de Atkins. No creo que Unmoiqhotep actuara a solas. En los últimos mil años Gannis ha perdido dinero a raudales. Corrió riesgos en su juventud, cuando sólo existía una versión de él. Pero, una vez que enriqueció, se transformó a sí mismo en un comité. Para hacer más cosas al mismo tiempo, supongo. Pero los comités siempre terminan por adoptar estrategias conservadoras que rehuyen los riesgos. ¡Siempre! Tendrías que ver algunos de los estudios que ha realizado Rueda-de-la-Vida sobre la ecología de la toma de decisiones dentro de una estructura de poder fija. Pero Helión, con el objeto de ser un Par, hizo lo contrario. Corrió cada vez más riesgos, e incluso tuvo un hijo, Faetón, para obtener una mente más dispuesta a correr riesgos que él.
Faetón examinó esa idea.
—¿Gannis? Sospechas que él y la Composición Caritativa violaron mi cerebro mientras yo estaba en la caja pública Caritativa, ¿verdad?
—Eso explica los hechos. ¿Por qué otro motivo no había rastros del neptuniano en el mausoleo de Estrella Vespertina? ¿Por qué no había indicios de un maniquí que se enfrentara contigo o te apuñalara en la escalinata? Esa escena entera fue un sueño. Un sueño que te impusieron.
¿Podría haber sido un sueño la escena de la lucha con Scaramouche? La caja del hospicio de la Composición Caritativa controlaba todos los datos sensoriales entrantes de Faetón, y desplazaba todos los movimientos e instrucciones salientes. ¿Era posible que los hubieran alterado?
Costaba creerlo. Por su propia naturaleza, las composiciones no tenían intimidad. La estructura de mando colectiva de los Caritativos tenía todos sus pensamientos en documentos públicos. ¿Cómo podían los Caritativos cometer un delito, o siquiera pensar en cometerlo?
En cambio Gannis, aunque había cien versiones de él enlazadas en paralelo, era una entidad privada, y podía ocultar sus pensamientos, tanto a sus otros yoes como al público.
—No veo cómo los Caritativos pudieron formar parte de la conspiración —dijo Faetón—, ni cómo nadie (equipado con tecnología conocida en la Ecumene Dorada) pudo haber manipulado mi cerebro mientras yo estaba en el hospicio sin que los Caritativos lo notaran.
—Cuando cerraste tu armadura, quedaste aislado de toda influencia externa. Los Caritativos no podían detectar lo que sucedía dentro de ti en ese momento. Supongamos que se hubiera efectuado una alteración cerebral entonces.
—También me habría aislado de todo alterador cerebral.
—A menos que lo tuvieras contigo, en tu armadura.
—¿Quieres decir que yo lo llevaba conmigo, y en ese momento se activó?
—¿En qué se diferencia eso de un cofre de memoria con temporizador?
—¿Hablamos de un dispositivo físico que estaba dentro de la armadura? Atkins fue la única persona que la tocó. Insertó una sonda antes que yo entrara en el tribunal. Pero… No, espera, eso es ridículo. Yo habría hallado cualquier dispositivo mientras descendía de la torre. Hice un inventario completo de lo que había en mi armadura, del yelmo a los talones, más de una vez. A menos que se disolviera después de una utilización…
—Pienso que era un virus mental que existía sólo en tu mente. Quizá alguien te lo insertó antes en el Sueño Medio.
¿Era posible?
Con un árbol lógico inteligente, dicho virus podría haber añadido recuerdos falsos, uno por vez, mientras él hablaba (o creía que hablaba) con Scaramouche, y diversas variaciones de las respuestas de Scaramouche podían estar pregrabadas, cada variación anticipando diferentes reacciones de Faetón. Un programa almacenado semiinteligente podría haberse desarrollado en su consciencia, enviando señales falsas a sus sentidos, o directamente al córtex, sin intermediaciones. Ninguna fuente externa detectaría la «invasión» porque Faetón llevaba el programa invasor en su interior.