—¡Ah, inspector Abberline! —exclamó Monro—. Me alegro de verle —me estrechó la mano.
Tomé asiento ante Anderson, que permanecía sentado tras la mesa. Monro estaba de pie, con una copa en la mano, y Carter se situó a su lado.
—Supongo que le han informado de los nuevos cambios en la plantilla —dijo Anderson.
—En efecto —respondí lacónico.
James Monro tomó la palabra.
—Hemos estudiado su caso, Abberline —afirmó, fijando su mirada en mí—. Y créame si le digo que Sir Charles Warren cometió una estupidez al suspenderle de empleo y sueldo.
—Así es —convino Anderson—. El agente especial Carter nos ha relatado su injusto despido, al igual que han hecho con el sargento Carnahan, el doctor Phillips y el jefe Swanson… —hizo una pausa para carraspear—. Por eso he de decirle que hemos decidido, si usted no tiene inconveniente, en devolverle su categoría de inspector de segunda en representación del Departamento de Investigación Criminal en Whitechapel, así como su sueldo y privilegios.
"Bueno. Empezábamos bien", pensé algo más animado.
—Acepto. Gracias, caballeros —dije a media voz.
—No hay por qué darlas —repuso Monro—. Es usted un hombre excepcional y con buenas cualidades para la investigación, Abberline. Todavía recuerdo su soberbia actuación durante el asunto de la Torre de Londres. Le aseguro que le necesitamos aquí —afirmó con la cabeza—. Empieza usted mañana.
Después de volver a agradecerles esta nueva oportunidad, salí del despacho y cerré la puerta con sumo cuidado.
Fuera, Phillips y Carnahan aguardaban impacientes.
—¿Qué tal ha ido? —me preguntó el buen doctor.
Entre las sombras Mi renacido semblante lo decía todo.
—Caballeros, les invito a comer en la cafetería de Larry —contesté aliviado.
En cuanto Abberline se hubo marchado, los tres hombres se miraron. La puerta que había a la derecha del despacho, que comunicaba con un pequeño fichero, se abrió al poco.
Sir Charles Warren salió de él.
Monro torció el gesto.
—Francamente, Warren, no sé qué esperas con esto —dijo sombrío. Detestaba al antiguo jefe de la Policía metropolitana.
—Un viejo dicho reza que debes tener cerca a tus amigos, y a tus enemigos, aún más —repuso Sir Charles—. Ahora que todo ha acabado, prefiero que Abberline esté en el cuerpo, para que Carter pueda vigilarlo con facilidad. De la otra forma, el inspector era más difícil de controlar.
Anderson paseó su mirada inquieta por el amplio despacho.
—Pero, señor…, ¿no dice que todo ha acabado ya? —preguntó titubeante—. ¡Abberline podría descubrirlo todo! —añadió con cierta acritud.
—Quizá esto nos convendría a todos, a la hermandad y a la propia Policía —aventuró Warren.
—¡Qué está diciendo! —exclamó Monro, asombrado—. ¡Todo esto sacudiría al Imperio!
—No me ha dejado acabar, Monro —contestó Sir Charles, irascible—. Si jugamos bien nuestras bazas, podríamos silenciarlo todo. Piensen en ello, caballeros. El dinero puede ser la mejor arma.
—No acierto a comprenderle, Warren —insistió el nuevo jefe de la Policía.
El agente especial terció en la empantanada conversación.
—Yo sí… creo que le entiendo, Sir Charles —admitió circunspecto—. Está usted hablando en el hipotético caso de que Abberline siguiera husmeando… ¿No es así? —Inquirió, arqueando después las cejas.
—En efecto, Carter. Estoy tramando un plan de contingencia en el caso de que el inspector desease seguir investigando… —Sir Charles bajó la voz. Su tono era extremadamente confidencial—. Dejemos que Abberline siga indagando. Utilicémosle, en suma… El solo podrá con el doctor y lo dejará en nuestras manos, pues es él el que más daño hace a la hermandad con sus locuras… Tengo un plan, caballeros —añadió misterioso.
—¿Qué clase de plan? —quiso saber Monro.
Sir Charles Warren encendió con premeditada calma uno de sus apestosos cigarros hindús. Dio una prolongada chupada, expulsó una notable nube de humo y dijo con marcado cinismo:
—Uno que no nos hundirá bajo el peso de toda esta siniestra historia… será Abberline, en su ignorancia; él nos ayudará a conseguirlo… Es nuestro tonto útil, un muñeco en nuestras manos… Pero para ello usted deberá ayudarle, Carter…, verá…
El agente especial asintió en silencio ante la exposición del maquiavélico plan.
(I
NSPECTOR
F
REDERICK
G. A
BBERLINE
)
Al día siguiente por la mañana, me dirigí a la comisaría.
Todo fue un torrente de cálidos recibimientos por parte de los agentes e inspectores. Además, Carter había ordenado mi despacho, que desordené yo mismo tras unos segundos de permanecer en este añorado habitáculo.
Cuando por fin me quedé solo en lo que había sido mi casa hasta hacía unas semanas, me sumí en el silencio, y la melancolía me invadió sin remedio. Todavía me recordaba a Natalie…
Pasé la mañana organizando mis cosas y solo fui interrumpido por Mason justo antes de irme a comer. El agente entró en mi despacho y me felicitó de paso por mi vuelta. Después me puso al corriente de una novedad.
—Inspector, ahí fuera hay una mujer que el sargento insistió en que usted viera. Parece ser que asegura haber visto a Mary Kelly el día de su muerte hacia las ocho y media de la mañana… Su nombre es Caroline Maxwell.
—Pero no…, no puede ser, Mason —contesté dubitativo—. Hacia esa hora, Kelly llevaba varias horas muerta.
El agente se encogió de hombros.
—Bien. Hágala pasar —ordené con voz queda.
Casi al instante, Mason entró en mi despacho acompañado de una señora mayor que tenía cara de no estar disfrutando precisamente ante aquella situación.
—Buenos días, señora Maxwell —saludé con fría cortesía—. Soy el inspector Abberline… Siéntese, por favor —señalé una silla con un brazo.
La mujer lo hizo a regañadientes. La noté un tanto incómoda, al fijarme en el nerviosismo de sus manos.
—Ya le conté al policía gordo todo lo que sé —precisó desganada.
—Ya… Pues ahora le ruego que me lo cuente a mí.
—¿Para qué?
—Deseamos comprobar su historia de nuevo.
—¿Por qué? —repuso ceñuda.
Aquella mujer me sacaba de mis casillas. Habíamos iniciado un diálogo de besugos. Resoplé dos veces antes de volver a la carga.
—Porque no concuerda con la nuestra, señora mía…
—¿Insinúa que miento? —se mostró ofendida y movió la cabeza.
—Yo no he dicho tal cosa —añadí paciente.
—En ese caso, inspector, es su historia la que no concuerda —insistió aquella mujer de forma tozuda.
—Cuénteme la historia, señora Maxwell —expresé con aspereza y cierto tono amenazador, dejando de lado cualquier cortesía.
Mi cambio de actitud hizo mella en ella, pues empezó a parlotear con su aguda voz:
—Bueno, verá… —se frotó los ojos—. Era el viernes por la mañana, cerca de las ocho y media, y yo tenía que devolver unas piezas de porcelana que había pedido prestadas el holgazán de mi marido, cuando vi a Marie en la entrada de Miller's Court. Le pregunté qué la ocurría y me contestó que tenía arcadas y angustia… Pobrecita… —musitó—. Le dije que fuera al Ringer y se tomase una pinta amarga para la resaca. Ella me dijo que había bebido hacía un rato y que lo acababa de echar todo al suelo.
—¿Vomitó? —pregunté, cada vez más metido en la historia.
—Sí, a su lado había un charco de vómito… ¡Menudo había allí! —arrugó la nariz con gesto de asco—. Le dije que se cuidara y me marché… Luego la vi hablando con un tipo alto, vestido todo de negro, en la puerta del Ringer… ¡Y eso es todo! ¡Yo no sé más, inspector! ¡Así que déjenme marcharme a mi casa! —bramó, un tanto histérica.
—Enseguida, señora Maxwell —dije con voz hueca. No merecía la pena seguir hablando con aquella mujer—. Un agente le acompañará a…
La mujer se levantó de repente, cortando mi última frase sin ninguna consideración.
—Ya encontraré yo sola el camino, gracias —dijo malhumorada y en tono agrio.
La señora Maxwell salió del despacho a toda prisa y me dejó con mis cavilaciones.
Pudo ser que en verdad a la que viera fuera a Mary Kelly tras haber descubierto el cuerpo de Natalie, lo que explicaría su vómito, pero… Un leve sentimiento de esperanza recorrió mi cuerpo desde la cabeza a los pies. Fue entonces cuando vi una salida. Una idea nueva…
"¿Y si la gente tiene razón? ¿Y si la asesinada es en verdad Mary Kelly?", pensé esperanzado. Natalie me había asegurado que la gente de Miller's Court las confundían continuamente, sobre todo por las noches. Es más, Natalie me había contado que Indian Harry lo había hecho hacía unos días. ¿Y el tipo alto de negro? ¿Sería Nathan Grey?
Me aferré a esa remota posibilidad con todas mis fuerzas. Natalie podía estar viva.
Sentí una energía renovada en mis extremidades inferiores que me hizo saltar de mi mesa y corrí hacia el perchero. Descolgué mi chaqueta y me la puse a toda prisa. Salí de la comisaría y corrí hacia el Ten Bells. Cuando llegué, penetré rápidamente hacia el establecimiento, empujé a un borracho y me dirigí directo al hosco tabernero. Entre jadeos, dije:
—Busco a Clive.
El orondo tabernero me miró con desconfianza y luego me condujo por unas escaleras hacia una habitación que había encima de la taberna. Abrió la puerta y un grito de inmensa alegría se dejó oír desde el interior. Un cuerpo de cabellos castaños y piel blanca se abalanzó sobre mí, llorando y estrechándome con increíble fuerza. Besé a Natalie y la estreché entre mis brazos. ¡Estaba viva!
Grey cerró la puerta de la habitación. Su aspecto era aterrador. Estaba pálido y demacrado. Unas cicatrices y moratones cubrían su rostro.
Cuando acabamos de mostrar nuestros respectivos afectos, Natalie se percató de que nuestra relación había sido mantenida en secreto hasta ese momento, en que los dos habíamos desatado nuestra pasión al vernos. La emoción me hacía tartamudear.
—Natalie…, pensaba… que tú… Pensaba… que habías… —farfullé con los nervios aún a flor de piel. No pude continuar, pues se me atragantó la lengua.
—Ya lo sé —susurró ella, dándome otro cálido ósculo.
Cogí aire con ansia y así logré calmarme un tanto.
—Encontré tu pulsera en su mano y yo… ¡Dios, Natalie, pensé que eras tú! —exclamé otra vez, aterrado ante aquellas sangrientas imágenes.
—No me extraña… Mary debió de ponérsela esa noche. Yo… la dejé encima de la mesilla al ir a dormir, y ella se la puso —el precioso rostro de Natalie se ensombreció por momentos.
—Pero yo te dejé en la casa, Natalie…, ¿cómo es que no estabas allí? —pregunté muy intrigado por aquella maravillosa novedad.
Ella frunció el ceño, pero me dedicó media sonrisa.
—Me sentía culpable por lo de Mary, así que volví al Ringer a ahogar mis penas en alcohol barato… —Se avergonzó, pero su sinceridad siempre era aplastante—. Me encontré con Nathan más tarde, cerca de las ocho de la mañana. Me mandó a acostar, así que volví a Miller's Court… Dios, Fred, fue horrible… —sollozó y yo le ofrecí mi pañuelo—. Vi a Mary allí tendida, en la cama…
—Y te tropezaste con la señora Maxwell, a la cual debes nuestro encuentro… —resumí dichoso—. Ahora todo está claro.
Una voz destemplada surgió a mi costado izquierdo.
—No —intervino el viejo Grey, taciturno—. Ni mucho menos, inspector… Ya que usted y yo somos tan incompetentes que no podemos localizar a ese bastardo, debemos hacer todo lo posible por sacar a Natalie de Inglaterra. Nos queda poco dinero para pagar el pasaje, pero yo no puedo trabajar ni Natalie tampoco, así que necesitamos su ayuda ya.
Mi respuesta fue casi tan instantánea como una bala saliendo del cañón de mi revólver reglamentario.
—Dígame ahora mismo cuánto dinero he de darle.
—Bastará con cinco libras más —precisó el sicario. Luego fijó su turbia mirada en ella—. Todo el dinero que hemos recogido será suficiente para el pasaje y para que puedas vivir una temporada allí, Natalie. Más tarde, cuando estés instalada, iré yo también.
Mi chica asintió con la cabeza.
—Muy bien, Nathan… Lo que tú digas.
—Permaneceremos aquí escondidos hasta que el inspector reúna el dinero suficiente. Luego, nos marcharemos… —dispuso el viejo soldado de Su Majestad—. ¿Nos disculpas un momento, Natalie? Tengo que hablar a solas con el inspector.
Saqué su pulsera de mi bolsillo y se la entregué antes de marcharme.
Grey yo salimos de la habitación y él cerró la puerta con llamativa suavidad. Temía que fuera a decirme algo sobre mi relación con Natalie, pero afortunadamente no fue así. Un asunto más siniestro preocupaba al viejo asesino a sueldo.
—No le he contado esto antes porque no quería que Natalie lo supiera… —me susurró al oído—. Solo quiero decirle que me ha vuelto a ocurrir… ¿A usted no?
Seguía sin comprender a qué venía tanto misterio. Así que contesté:
—¿Qué…?
—Lo suponía… —repuso con amargura—. Usted estaba fuera de la Policía durante el asesinato… Habrán supuesto que no necesitan entretenerle —añadió.
Su rostro se ensombreció aún más.
—¿De qué me está hablando, Grey?
—El viernes, la noche del asesinato de Mary, varios hombres me asaltaron… Pretendían lo mismo que la noche que mataron a Lizie y Kate, cuando nos sorprendieron a usted y a mí… ¿Se acuerda? —cómo no. Asentí nervioso con la cabeza—. Querían distraernos.
—Para que no interviniésemos en los crímenes… —completé, al caer en la cuenta—. ¿Pero quién…?
—Los mismos que me dispararon cuando Natalie y yo descubrimos el cadáver de Polly. Son los mismos que nos asaltaron en Mitre Square y que también nos dispararon la noche del 30, inspector —afirmó con rotundidad el viejo sicario.
Me quedé pensativo solo unos pocos segundos.
—Ya lo había pensado… —señalé, mordiéndome el labio inferior a continuación antes de seguir hablando—. Parece ser que alguien poderoso protege a ese asesino… Es alguien que cree que esa protección reside en mantenernos a nosotros ocupados —deduje, convencido de lo que decía.
—Esta vez
solo
me propinaron una paliza que me dejó tumbado en la calle durante horas —Grey sonrió irónico—. Fue más sencillo y silencioso que lo de los tiros… Y más eficaz, hay que reconocerlo.
—Por su cara no lo dudo —dije al momento.
El veterano asesino a sueldo volvió a sonreír.