Seis horas después aún estaban siguiendo al submarino que zumbaba, gorgoteaba y vibraba abriéndose paso por entre las capas del océano en dirección al mar ecuatorial.
–Sesenta kilómetros por hora –gimió la unidad hecha una furia–. ¡ Sesenta kilómetros por hora!
–Para ellos eso es ir bastante deprisa. ¿Por qué no intentas ser algo más comprensivo con una pobre máquina que no ha tenido tanta suerte en la vida como tú?
Sma estaba observando la pantalla. El submarino les llevaba un kilómetro de delantera y seguía avanzando por el océano. La llanura abisal quedaba varios kilómetros por debajo de ellos.
–Sma, esa máquina no es pariente mía –dijo la unidad con voz cansina–. No es más que un submarino, ¿comprendes? La inteligencia más sofisticada que lleva dentro es la del capitán humano. Fin de la exposición y doy por ganado el caso.
–¿Sigues sin tener alguna idea de hacia adonde vamos?
–No. El capitán tiene órdenes de llevar a Zakalwe a donde quiera ir, y Zakalwe no ha vuelto a abrir la boca después de indicarle que siguiera este rumbo. Su destino puede ser cualquiera entre un montón de islas y atolones, y aparte de eso hay miles de kilómetros de costa en otro continente, aunque a esta velocidad ridícula tardaríamos varios días en llegar.
–Investiga las islas y esa costa de la que hablabas. Tiene que haber una razón para que haya seguido este rumbo.
–¡Ya están siendo investigadas! –replicó secamente la unidad.
Sma la miró. Los campos de Skaffen-Amtiskaw se encendieron con un delicado matiz purpúreo que indicaba contrición.
–Sma, este… hombre… la cagó irremisiblemente en su última misión. Ese último trabajo nos costó cinco o seis millones, y todo porque se negó a abandonar el Palacio de Invierno para hacer lo que se esperaba de él. Podría mostrarte escenas de terror que te llenarían la cabellera de canas, y ahora está muy cerca de provocar una catástrofe planetaria. Después de lo que le ocurrió en Fohls ha intentado convertirse en un filántropo aficionado…, y no hace más que cometer errores. Si logramos convencerle de que vaya a Voerenhutz…, bueno, me preocupa la clase de caos que pueda engendrar allí. Ese hombre significa malas noticias para todos. Olvídate de Beychae. Liquidar a Zakalwe sería hacerle un gran favor al universo.
Sma clavó los ojos en el centro de la banda sensora de la unidad.
–Uno –dijo–, no hables de las vidas humanas como si fueran un factor colateral que apenas tiene importancia. –Tragó aire–. Dos… ¿Recuerdas la matanza en el patio de aquella posada? –preguntó con voz tranquila–. ¿Te acuerdas de los tipos que atravesaron paredes y de lo que ocurrió cuando diste rienda suelta a tus proyectiles cuchillos?
–Uno, lamento haber ofendido tus sensibilidades de mamífero. Dos… Sma, ¿cuándo dejarás de recordarme lo que ocurrió allí?
–¿Recuerdas lo que te dije que sería de ti si intentabas volver a hacer algo semejante?
–Sma –dijo la unidad con voz cansada–, si estás intentando sugerir que se me puede ocurrir la idea de matar a Zakalwe y si hablas en serio… Bueno, la única réplica que puedo darte es que estás diciendo tonterías.
–Limítate a recordar lo que te dije entonces, ¿de acuerdo? –Sma volvió la cabeza hacia la pantalla y el paisaje submarino que desfilaba lentamente por ella–. Tenemos órdenes.
–Estamos de acuerdo sobre el curso de acción a seguir, Sma. Pero… No nos han dado órdenes, ¿recuerdas?
Sma asintió.
–Creo que hemos llegado a un consenso sobre el rumbo de acción que debemos seguir, ¿no? Entramos en contacto con Zakalwe y le llevamos a Voerenhutz. Si dejas de estar de acuerdo conmigo durante alguna etapa del plan siempre puedes largarte. Me asignarán otra unidad ofensiva y seguiré adelante.
Skaffen-Amtiskaw guardó silencio durante unos momentos.
–Sma –replicó por fin–, de todas las cosas que me has dicho desde que te conozco creo que ésa es la más ofensiva y la que más me ha herido, y te aseguro que me has dicho muchas cosas desagradables, pero… Voy a pasar por alto ese comentario porque los dos estamos sometidos a una tensión considerable. Dejaré que mis acciones hablen por sí mismas. Haremos lo que has dicho. Nos pondremos en contacto con el señor Jode-planetas y le llevaremos a Voerenhutz, pero, si este viaje se prolonga mucho más todo el asunto quedará fuera de nuestras manos o de nuestros campos, lo que prefieras, y Zakalwe despertará a bordo del
Xenófobo
o de la UGC preguntándose qué le ha ocurrido. Lo único que podemos hacer es esperar y ver qué curso toman los acontecimientos.
La unidad hizo una pequeña pausa.
–Vaya, parece que esas islitas ecuatoriales quizá sean nuestro destino –dijo–. Más de la mitad pertenecen a Zakalwe.
Sma asintió en silencio mientras observaba al submarino que seguía avanzando por el océano. Dejó que el silencio se prolongara durante un rato, se rascó la parte inferior del abdomen y acabó volviéndose hacia la unidad.
–Oye, respecto a esa…, hmmm…, especie de orgía durante la primera noche a bordo del
Xenófobo
, ¿seguro que no tienes nada grabado?
–Ni un milisegundo.
Sma se volvió hacia la pantalla y frunció el ceño.
–Ya… Lástima.
El submarino estuvo nueve horas debajo del agua y acabó emergiendo cerca de un atolón para soltar una lancha neumática que se dirigió hacia la orilla. Sma y la unidad observaron a la silueta que bajó de ella y caminó sobre la playa de arena dorada por los rayos del sol dirigiéndose hacia un complejo de edificios de poca altura. El complejo era un hotel elegantísimo reservado a la clase dirigente del país en el que había estado antes de subir al submarino.
–¿Qué está haciendo? –preguntó Sma.
El hombre que había desembarcado en la playa llevaba unos diez o doce minutos en tierra firme.
El submarino había vuelto a desaparecer apenas recuperó su lancha neumática para poner rumbo hacia el puerto del que había zarpado.
–Se está despidiendo de una chica –dijo la unidad, y acompañó sus palabras con un suspiro.
–¿Nada más?
–Parece ser lo que le ha traído hasta aquí.
–¡Mierda! ¿Y no podría haber venido en avión?
–Hmmm… No, no hay pista de aterrizaje, pero aparte de eso el atolón se encuentra en una zona desmilitarizada bastante bien protegida. No se permiten vuelos inesperados de ninguna clase, y el próximo vuelo autorizado no saldrá hasta dentro de un par de días. El submarino era la forma más rápida de…
La unidad no llegó a completar la frase.
–¿Skaffen-Amtiskaw? –preguntó Sma.
–Bueno… –murmuró la unidad–. La chica acaba de hacer añicos un montón de adornos y un par de muebles muy valiosos, ha salido corriendo y se ha arrojado encima de la cama llorando…, pero aparte de eso no pasa nada. Zakalwe sigue sentado en el centro de la sala de estar con un combinado en la mano y… Voy a repetirte exactamente lo que ha dicho: «De acuerdo, Sma, si eres tú ven y habla conmigo».
Sma volvió la cabeza hacia la pantalla. La imagen mostraba el atolón, con la masa verde de la isla central que parecía a punto de ser aplastada entre los vibrantes tonos verdes y azules del océano y el cielo.
–¿Sabes una cosa? –murmuró Sma–. Creo que me encantaría matar a Zakalwe…
–Eso nos traería problemas. ¿Superficie?
–Superficie. Vamos a hablar con ese gilipollas.
L
uz. Un poco de luz, no mucha. Una atmósfera cargada y maloliente, y dolor por todas partes. Quería gritar y retorcerse, pero no lograba tragar el aire suficiente para mover ni la más pequeña parte de su cuerpo. La sombra oscura agazapada en su interior empezó a destruir todos sus pensamientos, y no tardó en perder el conocimiento.
Luz. Un poco de luz, no mucha. Sabía que el dolor también estaba allí, pero ahora no le parecía tan importante. Su opinión sobre el dolor había sufrido un cambio considerable. El dolor podía ser controlado con mucha facilidad. Bastaba con alterar tus procesos mentales y pensar en él como si fuera otra cosa. Se preguntó de dónde había surgido esa idea, y creyó recordar que le habían enseñado un procedimiento para conseguir esos efectos.
Todo era una metáfora. Cada cosa era esa cosa y, al mismo tiempo, una metáfora. Por ejemplo, el dolor era un océano y él estaba flotando a la deriva sobre sus aguas. Su cuerpo era una ciudad, y su mente una ciudadela. Todas las comunicaciones entre una y otra parecían haber sido cortadas, pero aún conservaba el poder dentro de la ciudadela que era su mente. La parte de su consciencia que le estaba explicando pacientemente que el dolor no era doloroso y que cada cosa representaba a otra era como…, como…, descubrió que le resultaba muy difícil encontrar una comparación adecuada. Un espejo mágico, quizá.
La luz se desvaneció mientras seguía pensando en todo aquello y volvió a deslizarse en la oscuridad y la inconsciencia.
Luz. Un poco de luz (ya había estado aquí antes, ¿verdad?), no mucha. Parecía haber salido de la fortaleza que era su mente, y ahora se encontraba en un bote azotado por la tempestad. Las imágenes bailoteaban ante él.
La luz fue aumentando lentamente de intensidad hasta que se hizo casi dolorosa. El terror se adueñó de él, y al principio no entendió el porqué, pero se fue dando cuenta de que la metáfora del bote frágil que no paraba de crujir se había convertido en realidad. El bote se bamboleaba sobre un hirviente océano negro apresado entre los dientes de una galerna que no paraba de aullar, aunque ahora había luz y parecía venir de algún lugar situado sobre su cabeza, pero cada vez que intentaba ver su mano o el bote en el que se encontraba descubría que seguía siendo incapaz de ver nada. Los chorros de luz caían sobre sus ojos, pero parecía como si pudiesen revelar nada de cuanto le rodeaba. La idea le aterrorizó. El bote desapareció en las entrañas de una ola y volvió a quedar sumergido en el océano del dolor que ardía en cada poro de su cuerpo. Alguien fue lo bastante bondadoso para accionar un interruptor perdido en alguna parte y permitir que se fuera deslizando poco a poco hacia el seno de la oscuridad, el silencio y… la ausencia de dolor.
Luz. Un poco de luz. Sí, lo recordaba. La luz le mostró un bote que bailoteaba sobre las olas en un inmenso océano oscuro. Muy lejos, tanto que por ahora resultaba inalcanzable, había una gran ciudadela que se alzaba sobre una islita. Y también había sonidos. Sonidos… Eso era nuevo. Había estado aquí antes, pero sin sonidos. Aguzó el oído al máximo, pero no logró comprender las palabras. Aun así, acabó convenciéndose de que quizá estaba oyendo una voz y de que la voz le hacía preguntas.
Alguien le estaba haciendo preguntas… ¿Quién? Esperó una réplica del exterior o de las mismas profundidades de su ser, pero la réplica no llegó de ninguna parte. Se sintió perdido y abandonado, y lo más terrible de aquella sensación era el convencimiento de que la causa de aquel abandono no estaba en otra persona, sino en él mismo.
Tomó la decisión de entretenerse haciéndose unas cuantas preguntas. ¿Qué era esa ciudadela? La ciudadela era su mente. Se suponía que la ciudadela mandaba sobre una ciudad, que era su cuerpo, pero al parecer había perdido el control de la ciudad, y ahora sólo quedaba el castillo, la fortaleza en la que podía refugiarse… El bote y el océano…, ¿qué eran? El océano era el dolor. Ahora estaba en el bote, pero antes había estado flotando en el océano, sumergido hasta el cuello en el agua con las olas rompiendo sobre su cabeza. El bote era… algo que le habían enseñado, una técnica que le estaba protegiendo del dolor. No le permitía olvidar que estaba allí, pero mantenía sus peores efectos lejos de él para que no le debilitasen y le dejaba en libertad de pensar.
«Ya he averiguado algo –pensó–. Y ahora…, ¿qué es la luz?»
Tendría que dejar esa pregunta para más tarde. ¿Qué son esos sonidos? No, ahora no.
Se hizo otra pregunta. ¿Dónde está ocurriendo todo esto?
Examinó sus ropas empapadas, pero no encontró nada en ninguno de los bolsillos. Buscó la etiquetita que pensaba debía estar cosida en el cuello de su camisa, pero parecía haber sido arrancada. Registró el bote, pero no encontró ninguna respuesta, por lo que intentó imaginarse a sí mismo en la fortaleza lejana que se alzaba sobre las olas, y se imaginó entrando en un gigantesco almacén repleto de cacharros, tonterías y recuerdos enterrados en lo más profundo del castillo…, pero descubrió que todo estaba confuso y que los detalles se le escapaban. Sus ojos se cerraron y lloró de pura frustración mientras el bote temblaba y bailaba debajo de él.
Cuando volvió a abrir los ojos vio que tenía en la mano un trocito de papel sobre el que había escrita la palabra FOHLS. La sorpresa fue tan grande que el papelito se escurrió entre sus dedos. El viento se apoderó de él y se lo llevó hacia el cielo oscuro que parecía flotar sobre las olas negras. Pero la palabra había quedado grabada en su mente. Fohls… Era la respuesta. Un planeta llamado Fohls.
Sintió un alivio muy grande, y hasta un poquito de orgullo. Había descubierto algo.
¿Qué estaba haciendo aquí?
Un funeral. Le pareció que recordaba algo sobre un funeral pero, naturalmente, no podía ser el suyo…, ¿o sí?
¿Estaba muerto? Pensó en aquella pregunta durante un buen rato. Suponía que era posible. Quizá existía otra vida y… Bueno, suponiendo que existiera una vida después de la muerte eso explicaba bastante bien su situación actual. El océano de dolor podía ser un castigo divino. ¿Y la luz? ¿Sería una divinidad? Alargó el brazo por encima de la borda y metió la mano en el dolor. El dolor invadió su cuerpo y se apresuró a retirar la mano. Si la luz era una divinidad no cabía duda de que era bastante cruel. «¿Y todo lo que hice por la Cultura? –quiso preguntar–. ¿Es que esas buenas obras no sirven para compensar parte de las cosas malas que hice? Aunque también cabe la posibilidad de que esos bastardos tan seguros de sí mismos hubieran estado equivocados…» Dios, le encantaría poder volver y decírselo. ¡ Ah, casi podía imaginarse la expresión en el rostro de Sma!
Pero no creía estar muerto. No había sido su funeral. Podía recordar la torre de tejado plano que se alzaba en los acantilados dominando el mar, y recordaba haber ayudado a llevar el cuerpo de un viejo guerrero hasta esa torre. Sí, alguien había muerto y la ceremonia tenía como fin disponer de su cuerpo.
Sintió un tirón extraño en lo más profundo de su ser.
Se agarró a los maderos medio podridos del bote y alzó la cabeza hacia el océano que se hinchaba y rugía a su alrededor.