Authors: Brian Lumley
—¿Qué pasa, comandante? —dijo—. ¿De dónde viene la nota que has recibido y qué dice?
—Este contacto telepático del que acaban de informarnos… —masculló Khuv, como si no hubiera oído las preguntas del otro—. No es el primero, como sabes muy bien…
Siguió adelante rápidamente, con Vyotsky pegado a sus talones.
—La mayoría eran meramente inquisitivos y eran fruto de la labor de varios grupos de videntes y adivinos extranjeros que intentan descubrir qué pasa aquí. Pero eran insignificantes, porque los «espers» extranjeros no pueden precisar con exactitud nuestra localización, es decir, no cuentan con un punto definido en que centrarse y porque el barranco nos protege. Nuestros psíquicos han sabido desembarazarse de ellos con bastante facilidad y burlar sus planes. Pero si una potencia extranjera consiguiese introducir realmente a un «esper» bien dotado en este lugar, ¡sería harina de otro costal!
—Simmons no tiene esas condiciones —protestó Vyotsky—. De eso podemos estar bastante seguros.
—De esto no cabe duda —dijo Khuv con un gruñido—, aunque me parece que han encontrado la manera de utilizarlo para sus fines. De hecho, el informe que tengo en el bolsillo lo confirma. —Dejó escapar una risita siniestra, como la del jugador que acaba de perder una pieza en el juego de ajedrez—. Sólo puede tratarse de los británicos, que son los que están más avanzados en estas artimañas. ¡Los de la Rama-E son buenos de verdad! Siempre lo han sido… y extremadamente peligrosos además, como lo comprobaron nuestros «espers» en ocasión de lo del
château
Bronnitsy.
—No te sigo —dijo Vyotsky con aire de desprecio hablando como a través de la barba—. Simmons no está aquí porque se haya introducido él; fuimos nosotros quienes lo metimos aquí, y no muy a la chita callando, por cierto.
—Vuelves a estar en lo cierto —dijo Khuv asintiendo enérgicamente con la cabeza—. Fuimos nosotros los que lo atrapamos y los que lo metimos aquí, pero créeme, no podemos seguir teniéndolo aquí dentro. ¡Tenemos que sacarlo esta misma noche!
Habían llegado a la celda de Simmons. Junto a la puerta un soldado armado y uniformado hacía guardia con aire distraído; se puso inmediatamente en posición de firme al advertir que Khuv y Vyotsky se acercaban. En una celda contigua a la del prisionero, un par de «espers» vestidos de paisano estaban ante una mesa sumidos en sus pensamientos y divagaciones. Khuv entró y les dijo unas pocas palabras:
—¡Eh, vosotros dos! Supongo que Savinkov ya os habrá dicho qué ha ocurrido. La noticia exige redoblar la seguridad, ¡y estar más alerta que nunca! Quiero que el escuadrón completo…, todos, Savinkov incluido…, se dediquen a trabajar a partir de ahora. ¡Jornada completa! Estas órdenes no se mantendrán durante mucho tiempo, probablemente sólo durante unas horas, pero mientras no diga otra cosa, lo quiero así. Pasad la orden y encargaos de que se cumpla.
Volvió junto a Vyotsky y el soldado de servicio los dejó pasar a la celda de Jazz. El agente británico estaba tumbado en su litera con las manos detrás de la cabeza. Se sentó así que entraron, se restregó los ojos y, con un bostezo, dijo con su sarcasmo habitual:
—¡Tengo visita! ¡Fantástico! Ya estaba pensando que me tenían olvidado. ¿A qué se debe el honor?
Khuv sonrió fríamente.
—Estamos aquí para hablar con usted de la D-cap, Michael… entre otras cosas. ¡Es interesante e ingenioso lo de la D-cap!
Jazz se manoseó un poco el lado izquierdo de la cara por la parte de la mandíbula inferior y la movió de un lado a otro.
—Lo siento, pero me parece que ya está en su poder —dijo con petar—. Y la muela de al lado también. Pero se están curando muy bien, gracias.
Vyotsky se adelantó con aire amenazador.
—¿Quieres ver cómo dejan de curarse bien, británico? —le preguntó con un gruñido—. Puedo hacerte pedazos y verás cómo no te curas.
Khuv lo refrenó con un suspiro de impaciencia.
—Karl, a veces eres un plomo —le dijo—. Sabes perfectamente que necesitamos que mister Simmons esté en forma, ya que de otro modo no valdría la pena realizar nuestro experimento.
Después de eso miró con intención al prisionero.
Jazz se enderezó ligeramente en la cama.
—¿Un experimento? —dijo, tratando de sonreír, pero presa de inquietud—. ¿Qué clase de experimento? ¿Y qué es todo esto de mi D-cap?
—Sí, hablemos primero de esto —respondió Khuv—. Nuestros hombres de Moscú han analizado su contenido: se trata de drogas muy complejas pero totalmente inofensivas. Habrían hecho que durmiera unas cuantas horas, pero nada más.
Observó atentamente su reacción y vio que Jazz fruncía el entrecejo y evidenciaba una franca incredulidad.
—Eso es una ridiculez —replicó—. No es que pensara servirme de ella…, por lo menos esto es lo que creo…, pero esta clase de cáplulas son letales. —Y entornando los párpados añadió—: ¿Qué pretende de mí, camarada? ¿Se trata de algún plan desatinado para atraerme a su bando?
Volvió a sonreír.
—No, porque me temo que nosotros no le resultaríamos de ninguna utilidad, Michael, especialmente ahora que conoce los entresijos del Perchorsk Projekt. Pero no desdeñe tanto esa posibilidad. No creo que con nosotros le fuera peor de lo que le ha ido. Después de todo, los suyos hasta ahora no le han tratado tan bien como eso…
—No sé de qué me habla —dijo Jazz moviendo la cabeza y dejando de hacer comedia—. ¿Por qué no me dice claramente qué quiere de mí?
—Ya se lo he dicho —respondió Khuv—, por lo menos en parte. En cuanto a lo que le estoy hablando le diré que su gente estaba esperando que lo cogieran, si bien no estaban seguros de la recepción que le dispensaríamos y por eso debían asegurarse de que usted no te liquidase demasiado pronto.
Jazz frunció el entrecejo.
—Demasiado pronto… ¿para qué?
—Antes de que pudieran servirse de usted, por supuesto.
Jazz seguía con el entrecejo fruncido.
—Aunque lo que está diciendo parece que tiene sentido, sé que no puede tener sentido —dijo Jazz—. ¡Claro, suponiendo que dice la verdad!
—Su confusión es comprensible —dijo Khuv asintiendo con la cabeza— y muy tranquilizadora, porque me revela que usted no tenía parte en el asunto. La D-cap era para engañarle, para asegurarse de que usted representaría su papel hasta el final. Y también para engañarnos a nosotros. Estaba pensada para ponernos todas las trabas posibles. Imagino que sus «espers», los británicos de la Rama-E, urdieron todo el chanchullo. Más tarde o más temprano se las habrían arreglado para llegar hasta usted, en caso de haber tenido tiempo. Pero no lo tenían. Ya no lo tenían.
—¿La Rama-E? ¿El ESP? —dijo Jazz levantando las manos—. Ya le he dicho que no sé una palabra de todo esto, ¡que ni siquiera creo en todo esto!
Khuv se sentó en una silla al lado de la cama de Jazz y dijo:
—Entonces hablemos de algo que usted crea.
Ahora su voz era muy tranquila, peligrosa incluso.
—Usted cree en aquella Puerta espacio-tiempo que hay en el fondo de las entrañas del magma. En eso sí cree, ¿verdad?
—Acepto la evidencia que me llega a través de mis cinco sentidos, sí —respondió Jazz.
—Entonces acepte también lo que voy a decirle: esta noche usted cruzará esa Puerta.
Jazz se quedó estupefacto.
—Que yo, ¿qué?
Khuv se puso de pie.
—Ésa ha sido mi intención desde el principio, pero primero quería estar absolutamente seguro de que se había recuperado totalmente de las heridas antes de servirme de usted. Como máximo, dejaré pasar tres o cuatro días más.
Se encogió de hombros.
—Pero ahora debo puntualizar una cosa. Lo crea o no, las Ramas-E mundiales son absolutamente reales. Yo soy el monitor y guardián de un grupo de psíquicos, y destacados aquí conmigo hay varios de mis «espers». Los de Occidente quieren servirse de usted como se servirían de un «espejo» para enterarse de lo que hacemos aquí. Hasta ahora no lo han conseguido. Hoy nos aseguraremos de que no lo conseguirán nunca.
Jazz se puso de pie y se adelantó hacia Khuv. Vyotsky se interpuso entre los dos y dijo:
—Vamos, británico, ahí me tienes.
Jazz se apartó. Le habría encantado hacer algo con aquel ruso enorme, pero en su propio espacio y en su propio tiempo.
—Si me obliga a atravesar aquella Puerta quiere decir que usted no es otra cosa que un asesino —dijo a Khuv.
—No —dijo Khuv negando con un gesto de la cabeza—, yo soy un patriota consagrado al bienestar de su patria. ¡El asesino es usted, Michael! ¿Se olvida de Boris Dudko, el hombre que mató en lo alto del barranco?
—¡Él quería matarme a mí! —protestó Jazz.
—No es verdad —repuso Khuv—, pero si lo hubiera hecho, simplemente hubiera cumplido con su obligación. —Y demostrando que se sentía profundamente ultrajado, Khuv añadió—: ¿Cómo? ¿Un agente enemigo dedicado a espiar dentro de las fronteras de un país pacifico? Naturalmente que habría cumplido con su obligación. Como nosotros cumpliríamos con la nuestra si ahora le quitásemos la vida.
—Sería una violación de los convenios.
Aunque Jazz sabía que carecía de argumentos, comprendía que valía la pena intentarlo.
—En un caso como éste los convenios no cuentan para nada —respondió Khuv con voz tranquila—. Tenemos que desembarazarnos de usted, es evidente. Tiene que comprenderlo. Además, no será ningún asesinato.
—¿Que no lo será? —dijo Jazz volviendo a tumbarse en la cama—. De acuerdo, puede llamarlo experimento si usted quiere, pero yo lo llamo asesinato. ¡Jesús! ¿Es que no ha visto lo que sale por esa esfera o por esa Puerta o como quiera llamarle? ¿Qué posibilidades tiene un hombre en el mundo del que ellos vienen?
—Muy pocas —respondió Khuv—, pero mejor eso que nada.
Jazz reflexionó sobre esto, trató de imaginar cómo sería y procuró poner orden en sus pensamientos, súbitamente arremolinados.
—Un hombre solo en un lugar así —dijo—, cuando ni siquiera se qué digo cuando digo «un lugar así».
Khuv asintió con un gesto.
—Es impresionante, ¿verdad? Pero no se trata necesariamente de un hombre solo…
Jazz clavó en él los ojos.
—¿Es que me acompaña alguien?
—Desgraciadamente no —dijo Khuv con una sonrisa—. Debo decir, en cambio, que hay alguien, de hecho tres personas ya, que han hecho este viaje.
Jazz movió la cabeza.
—No acabo de entenderlo —tuvo que admitir.
—La primera fue un ladrón y un asesino, uno de la localidad. Se le dio a elegir: ejecución o Puerta. No tenía mucho donde elegir, diría yo. Fue provisto de lo necesario, al igual que lo será usted, y emprendió el viaje. Tenía una radio, pero no la llegó a utilizar y, si quiso servirse de ella, la Puerta actuó como barrera. De todos modos, valía la pena intentarlo, porque habría sido una novedad eso de recibir transmisiones desde otro universo, ¿no le parece? Llevaba también alimentos concentrados, armas, una brújula y, lo más importante de todo, muchas ganas de vivir. El equipo que transportaba era de la más alta calidad y era abundante…, muchas más cosas de las que he mencionado. Usted no llevará menos; al contrario, dispondrá de más. Todo es cuestión de lo que puede llevar o de lo que esté dispuesto a llevar. En cualquier caso, transcurridos quince días, decidimos suprimirlo de la lista. Si es que había un camino de vuelta, él no lo encontró… o quizás hubo algo que lo encontró a él primero. Aunque he dicho que lo tachamos, en realidad puede estar vivo, pero al otro lado. Después de todo, no sabemos qué ocurre al otro lado.
»A continuación probamos con un "esper". Uno de los mejores de entre los más distinguidos. Se llamaba… quizá siga llamándose, Ernst Kopeler, un hombre dotado de la extraordinaria facultad de ver el futuro. Seguramente usted piensa que fue un despilfarro enviar un hombre de esas condiciones a través de la Puerta. Pero la verdad es que Kopeler no llegó nunca a acomodarse a nuestra manera de ver la vida y que por dos veces intentó… ¿cómo lo llaman ustedes? ¿Desertar? Sí, ustedes pueden llamarlo así, pero nosotros lo consideramos una traición de lo más ruin. ¡Qué estúpido! Con un talento como el suyo y encima se figuraba que iba a gozar de libertad. Las razones que lo movieron al final fueron de lo más irónico. Parece que vio su futuro y descubrió que era monstruoso, ¡insoportable!
Después de meditar un momento, Jazz dijo:
—Sí, descubrió que atravesaría la Puerta.
Khuv se encogió de hombros.
—Es posible. ¿Cómo se dice? Creo que es «qué será, será». Los hombres no pueden evitar lo que los espera, Michael. El sol se pone y vuelve después a levantarse para todos.
—Salvo para mí, ¿verdad? —dijo Jazz con una risita irónica—. Y en cuanto al tercer «voluntario», ¿qué? ¿También era un traidor?
Khuv asintió con un gesto de la cabeza.
—Es posible que lo fuera, en realidad no estamos seguros de que fuera verdaderamente una traidora.
—¿Una traidora? —dijo Jazz, incrédulo—. ¿Quiere decir que la tercera persona fue una mujer?
—Sí, es exactamente lo que estoy diciendo —respondió Khuv—, y muy bonita además. ¡Fue una verdadera lástima! Se llamaba o se llama Zek Föener. Zek es el diminutivo de Zekintha. Su padre era alemán, de Alemania Oriental, y su madre griega. Había sido una de las «espers» más competentes pero… ocurrió algo. No sabemos exactamente qué fue lo que la cambió, pero el hecho es que perdió facultades… o eso era lo que ella decía por lo menos. Y lo que siguió diciendo durante los seis años que estuvo encerrada en una institución mental, donde su conducta fue juzgada excesivamente problemática. Después pasó otros dos años en un campo de trabajos forzados de Siberia, donde los «espers» no la perdieron de vista ni un momento. Éstos juraban que seguía conservando sus dotes telepáticas, pero ella lo negaba a machamartillo. En conjunto, un caso muy enojoso y una terrible pérdida de tiempo. Había sido una persona dotada de extraordinarias dotes telepáticas y se había convertido, en cambio, en una disidente, en alguien que se negaba a colaborar, que exigía derecho a emigrar a Grecia. En resumen, que se convirtió en un problema en muchísimos aspectos. Así es que…
—Así es que decidieron desembarazarse de ella, ¿verdad? —dijo Jazz con enorme desdén.
Khuv hizo como que no advertía el desprecio que reflejaban los ojos de su interlocutor.
—Lo que le dijimos fue esto: atraviesa la Puerta, sírvete de tus dotes telepáticas para decirnos qué ocurre al otro lado, porque aquí tenemos gente que captará lo que tú les transmitas, de esto puedes estar segura, y si tienes suerte y haces las cosas a nuestra entera satisfacción, te devolveremos aquí.