Authors: Brian Lumley
—Pero habría crecido con nosotros —dijo Harry, quien lo había pensado muchísimas veces—. Habría quedado marcado. Quizá lo sabía y por esto prefirió la libertad, ¿no crees?
Clarke se estremeció, como si quisiera sacudirse de encima lo que el otro estaba tratando de imponerle. Había hecho una parte de lo que había venido a hacer: conseguir que Harry Keogh le hablara de tus problemas. Ahora tenía que conseguir que hablara y pensara en problemas mucho más importantes, especialmente uno en particular.
—Harry —dijo, hablando con cierto énfasis—, hace seis años que dejamos de buscar a Brenda y al niño. Lo habríamos dejado incluso antes, pero considerábamos que teníamos un deber contigo… a pesar de que tú habías dejado bien claro que no considerabas que lo tuvieras con nosotros. El hecho es que nosotros creíamos de verdad que habían muerto, ya que de otro modo los habríamos localizado. Pero esto era entonces y ahora estamos en otra época y las cosas han cambiado…
¿Habían cambiado las cosas? Lentamente, las palabras de Clarke habían penetrado en él y Harry sintió como si su rostro sudara sangre. Sentía una especie de comezón en el cuero cabelludo. Ellos habían creído que estaban muertos, pero las cosas habían cambiado. Harry se inclinó sobre la mesa, casi como luchando para acercarse a Clarke, al que miraba con ojos asombrados.
—¿Es que habéis encontrado… alguna pista?
Clarke levantó unas manos que imponían calma, que imploraban comedimiento, y, medio encogiéndose de hombros, prosiguió:
—Puede ser que hayamos tropezado con un caso paralelo o algo enteramente diferente, no lo sé. Ya ves que no tenemos medios para comprobarlo. Tú eres el único que puede hacer la comprobación, Harry.
Los ojos de Harry se entornaron. Le pareció sentirse conducido, se sintió como un asno al que le muestran una zanahoria, pero no quería dejarse engatusar. Si la Rama-E contaba con algo…, hasta una zanahoria era mejor que las hierbas que lo habían obligado a masticar. Se levantó, dio la vuelta al escritorio y se acercó lentamente a Clarke, que seguía sentado, y lo miró fijamente.
—Entonces lo mejor es que me lo cuentes —dijo—. No prometo nada, sin embargo.
Clarke negó con la cabeza y dijo:
—Yo tampoco.
Después, mirando con desaprobación la sala, dijo:
—¿No podrías poner un poco más de luz aquí? ¿Y un poco más de aire? Tengo la impresión de que me encuentro en medio de la niebla.
Harry volvió a fruncir el entrecejo. ¿Siempre tenía que dominar la situación Clarke, conseguir las cosas con tanta facilidad? Pese a todo, abrió las puertas de cristal, pero corrió las cortinas. Después, volviendo a sentarse silenciosamente detrás de la mesa, dijo:
—Habla.
Ahora la habitación estaba más clara y Clarke tenía la sensación de poder respirar. Se llenó los pulmones, se irguió echando el cuerpo para atrás y descansó las manos en las rodillas.
—Hay un sitio en los Urales que se llama Perchorsk —dijo—. Fue allí donde empezó todo…
¡Los turistas de Möbius!
Darcy Clarke había llegado hasta Pill —el misterioso objeto de naturaleza desconocida abatido sobre la bahía de Hudson— cuando Harry lo interrumpió.
—De todos modos —se quejó el necroscopio—, pese a que todo esto es muy interesante, no veo qué relación tiene conmigo ni con Brenda ni con Harry hijo.
Clarke dijo:
—Pero lo verás. Como puedes comprender, no es una cosa de la que sólo te pueda contar una parte o fragmentos que puedan interesarte. Si no ves el cuadro en su totalidad, todo el resto te será mucho más difícil de entender. De todos modos, si decides seguir adelante, tienes que saberlo todo. Ya llegaré posteriormente a las cosas que pueden interesarte.
Harry asintió con la cabeza.
—De acuerdo…, pero vayamos a la cocina. ¿Te apetece un café? Me temo que tendrá que ser café soluble, porque yo no tengo paciencia para preparar cafés tradicionales.
—Sí, el café me va —dijo Clarke—, aunque sea soluble. Cualquier tipo de café será mejor que el que acostumbro a tomar en la máquina del cuartel general.
Y siguiendo a Harry a lo largo de los lóbregos corredores de la vieja casa, sonrió. Pese a la respuesta aparentemente negativa del necroscopio, Clarke se daba cuenta de que empezaba a serenarse.
Ya en la cocina, Clarke esperó a que Harry preparara el café en la gran mesa de madera de la cocina y, tras sentarse, se dispuso a volver a reanudar la historia en el sitio donde la había dejado.
—Como te decía, abatieron esta cosa de que te hablaba sobre la bahía de Hudson. Ahora bien…
—Espera un momento —dijo Harry—. Acepto que cuentes las cosas a tu manera, pero ya que es así, mejor que conozca todos los detalles. Como, por ejemplo, ¿cómo te interesaste por Perchorsk?
—Pues fue por casualidad —respondió Clarke—. No nos informan automáticamente de todo, ¿comprendes? Seguimos siendo sobre todo el «personaje silencioso», para decirlo de algún modo, cuando se trata de la seguridad del país. No hay más de media docena de tipos dedicados al servicio de Su Majestad en Whitehall…, uno de ellos una mujer, dicho sea de paso, que tenga noticias de nuestra existencia. Y así es como queremos que sea. Como siempre, esto dificulta la financiación, por no hablar además de la adquisición de instrumentos de nuevas tecnologías, pero seguimos adelante. Artilugios y fantasmas, éste es el ambiente en el que siempre nos hemos movido. Nos encontramos en el punto medio, más o menos, entre la super-ciencia y lo que se califica como sobrenatural, y aquí es donde seguiremos todavía un cierto tiempo.
»Pero desde el caso Bodescu las cosas se han mantenido relativamente tranquilas. A menudo se solicita a nuestros físicos para que ayuden a la policía; de hecho, cada vez confían más en nosotros. Encontramos oro robado, como también tesoros artísticos y escondrijos de armamento; incluso les avisamos cuando todo el jaleo de Brighton y había un par de los nuestros que ya se habían puesto en camino cuando se produjo el atentado. Pero en general todavía estamos en mantillas. Ni lo decimos todo, ni tampoco nos lo dicen todo. Incluso los que saben cosas de nosotros tienen dificultades para ver de qué modo los esquemas de probabilidad computerizada pueden actuar junto con la precognición. Hemos recorrido un largo camino, pero hay que reconocer que la telepatía no es tan fiable como el teléfono.
—¿Ah, no?
El contacto de Harry con los muertos era exacto en un ciento por ciento.
—No, si el otro lado sabe que estás escuchando.
—Pero es más secreto —señaló Harry con tono molesto, que Clarke no dejó de detectar—. ¿Cómo fue, pues, que por azar te enteraste de lo de Perchorsk?
—Nos tuvimos que enterar por fuerza, debido a que nuestros «camaradas» de Perchorsk no querían que nos enterásemos. Te explicaré: ¿recuerdas a Ken Layard?
—¿El detector? Por supuesto que me acuerdo —respondió Harry.
—Pues bien, la cosa fue así de sencilla. Ken estaba comprobando la actividad militar rusa en los Urales…, movimientos encubiertos de tropas y todo ese tipo de cosas… cuando se encontró con una resistencia. Una resistencia mental por parte de algunos «espers» soviéticos, que estaban recubriendo todo aquello de niebla mental.
En este punto se produjo una cierta animación en el pálido semblante de Harry y le brillaron los ojos, que parecieron excitarse de un modo especial. Eso quería decir que sus viejos amigos, los «espers» soviéticos, se habían reagrupado, ¿no era eso?
—La Rama-E soviética vuelve a estar en funcionamiento, ¿no?
—Por supuesto que sí —replicó Clarke—. Nosotros ya hace tiempo que estamos enterados. Pero después de lo que hiciste en el
château
Bronnitsy no se arriesgan demasiado. Todavía actúan más moderadamente que nosotros. Ahora cuentan con dos centros: uno en Moscú, al lado mismo de los laboratorios de biología de Protze Prospekt, y otro en Mogocha, cerca de la frontera china. Así pueden mantener un ojo vigilante sobre el peligro amarillo.
—Y también están esos de Perchorsk —le recordó Harry.
—Ésos constituyen un grupo pequeño —repuso Clarke— y están allí para evitar que vayamos nosotros. Por lo menos eso es lo que nos figuramos. Pero ¿qué demonios pueden estar haciendo los soviéticos en ese lugar que cuenta tanto para ellos en su lista de seguridad? Después del asunto Pill, decidimos averiguarlo.
»Las ramas militares nos deben favores. Nos enteramos de que estaban tratando de poner allí a uno de sus agentes…, un tal Michael J. Simmons… y bueno, decidimos hacer una prospección.
—¿Llegasteis hasta él? —dijo Harry enarcando las cejas—. ¿Cómo? Y para ser más preciso te diré que, puesto que es uno de los nuestros, no le veo la necesidad…
—Lo hicimos simplemente porque no queríamos que se enterara.
Clarke pareció sorprenderse de ver que Harry no lo hubiera desentrañado por su cuenta.
—¿Cómo? Con todos los «espers» soviéticos rondando a su alrededor, ¿qué teníamos que hacer? ¿Conectar con él telepáticamente? No, no era posible, porque sus psíquicos hubieran dado con él en un santiamén. Así es que decidimos pincharlo directamente, pero como no estaba al corriente del asunto, decidimos que tampoco diríamos nada a sus jefes del MI5. Las cosas claras: no hay quien pueda hablar de una cosa que ignora, ¿no te parece?
Harry soltó una risita.
—¡No, por supuesto que no! —dijo—. Aparte de que no veo por qué la mano izquierda tiene que decir qué hace a la derecha.
—De todos modos, ellos tampoco se habrían creído lo que les dijéramos —dijo Clarke, desentendiéndose del sarcasmo del otro—. Ellos no entienden más que un tipo de espionaje y lo más probable es que no hubieran captado el nuestro. Nos hicimos con una cosa que pertenecía a Simmons y se la dimos a uno de los nuevos, a David Chung, para que trabajara con ella.
—¿Un chino? —dijo volviendo a enarcar las cejas.
—Sí, es chino, pero en realidad es un cockney —dijo Clarke riéndose con disimulo—. Nacido y educado en Londres. Es detector y vidente a través de cristal… y de primera clase, además. Así que dimos a Chung una cruz que lleva Simmons. Éste se figuró que la había perdido y arreglamos las cosas de manera que la volviera a encontrar. David Chung, entretanto, había establecido un «enlace simpático» con la cruz, al objeto de saber en un momento dado dónde estaba e incluso de ver o de mirar a través de ella, como si se tratara de una bola de vidrio. La cosa dio resultado, por lo menos durante un cierto tiempo.
—¿Ah, sí?
El interés de Harry volvía a bajar. No había tenido nunca un concepto muy elevado del espionaje y consideraba que, de las muchas formas que adoptaba, el tipo llamado espionaje era el más insignificante. Ésta era otra de las razones que lo habían inducido a dejar la Rama-E. En el fondo estaba convencido de que los que practicaban esta modalidad, los «espers», se servían de sus facultades de igual manera que los videntes psíquicos. Sabía, por otra parte, que era mejor que trabajasen para el bien común que contra él. En cuanto a sus propias facultades, eso ya era otro cantar. Los muertos no lo tenían por un mirón vulgar sino por un amigo, y lo respetaban como tal.
—La otra cosa que hicimos fue la siguiente —prosiguió Clarke—: convencimos a sus jefes de que no le pusieran una D-cap.
—¿Una qué? —dijo Harry frunciendo la nariz—. Esto me suena a una especie de complot familiar.
—¡Ay, perdona! —explicó Clarke—. No estuviste bastante tiempo con nosotros para saber de qué se trata, ¿verdad? La cápsula D o D-cap es una manera rápida de sacarse los problemas de encima. A veces uno se encuentra metido en una situación que más le valdría estar muerto. Cuando lo someten a tortura, por ejemplo, o cuando sabe que una respuesta errónea (o una respuesta acertada) puede comprometer a una gran cantidad de buenos amigos. La misión de Simmons era de este tipo. Como sabes, nosotros tenemos agentes que se hacen el dormido en Redland, de la misma manera que ellos también tienen aquí los suyos. Tu padrastro era uno, por ejemplo. Pues bien, Simmons estaría trabajando con un grupito de dormilones que habían sido activados; si lo pescaban… a lo mejor él no quería ponerlos en un aprieto. La iniciativa para servirse de la cápsula letal tenía que partir del propio Simmons, como es lógico. La cápsula está metida en una muela y todo lo que hay que hacer es morder con fuerza y…
Harry puso cara de contrariedad.
—¡Como si no hubiera bastantes muertos!
Clarke se dio cuenta de que estaba perdiendo a Harry, de que lo estaba llevando demasiado lejos del redil. Entonces se dio prisa:
—De todos modos, logramos convencer a sus jefes de que le dieran una D-cap de mentirijillas, es decir, una cápsula que contuviera sustancias químicas complejas pero inofensivas y que como máximo lo atontasen un poco y nada más.
Harry frunció el entrecejo:
—Entonces ¿qué necesidad había de darle una cápsula?
—Le iba a servir de incentivo —dijo Clarke—. Como él no sabría que era inofensiva, le serviría de recordatorio para ir con pies de plomo.
—¡Madre mía! ¡Se os ocurre cada cosa! —dijo Harry con asco.
Clarke estuvo de acuerdo con él y asintió con aire de contrariedad.
—Todavía no sabes lo peor. Le dijimos que nuestros pronosticadores le adjudicaban un elevado índice de éxitos, es decir, que volvería con la mercancía, si bien…
—¿Qué? —dijo Harry entornando los párpados.
—Bueno, el hecho es que no tenía ninguna oportunidad, porque sabíamos que lo cogerían.
Harry pegó un salto y descargó con tal fuerza el puño sobre la mesa que la hizo temblar.
—En ese caso, dejar que lo mandaran allí es un acto criminal —gritó—. Lo pescarían, cuando lo sometieran a presión tendría que irse de la lengua, perjudicaría a los que lo habían ayudado… por no hablar de lo que podía pasarle a él. Pero ¿qué ha estado ocurriendo en la Rama-E durante estos últimos ocho años? Estoy seguro de que sir Keenan Gormley no habría tolerado ninguna de estas cosas.
Clarke estaba pálido como un muerto y se limitó a torcer ligeramente la comisura de los labios, pero sin moverse de su sitio.
—Naturalmente que lo habría tolerado, Harry. Ahora sí.
Clarke hizo un esfuerzo para relajarse y dijo:
—De todos modos, las cosas no están tan negras como yo las he pintado. Mira, Chung es tan bueno que, así que cogieran a Simmons, se iba a enterar al momento. Y así fue, por lo que tan pronto como nos lo comunicó, nosotros pasamos la noticia. Sabemos que el MI5 alertó a todos los contactos que tenía allí y que éstos hicieron lo necesario para cubrirse las espaldas o incluso para salir bien parados del asunto.