Authors: Brian Lumley
Frunció el entrecejo y se restregó la frente con aire cansado.
—¿Sabes una cosa, mamá? Es que no me cabe en la cabeza. Si tiene que encontrarlo alguien, ése soy yo. ¡Y no tengo ni el más mínimo indicio siquiera! Cuando desaparecieron, hice que esa gente de la Rama-E se ocupara del caso, pero ni rastro… Hubo incluso quien avanzó la idea de que quizá Brenda y el niño habían muerto, aun cuando me lo dijeron con las debidas precauciones. Y cuando, seis meses más tarde, pasé el trabajo a Darcy Clarke, parecía que todo el mundo estaba plenamente convencido de que los dos estaban muertos.
»Actualmente, los de la Rama-E tienen gente capaz de encontrar a quien sea y donde sea, gente que capta las emanaciones psíquicas que vienen del otro extremo del mundo…, pero ni siquiera esas personas han sido capaces de localizar a mi hijo. Y hay que admitir que el pequeño Harry me superaba de largo en lo que a talento se refiere. En cambio, tu gente (estaba hablando de la Gran Mayoría, de los incontables muertos) dice que están vivos, que tienen que estar vivos puesto que no figuran entre los muertos. Y yo sé que ninguno de los tuyos me ha mentido nunca. Así es que forzosamente tengo que preguntarme: si no están muertos ni están en ningún sitio donde yo pueda encontrarlos, ¿dónde demonios están? Esto es lo que me atormenta.
Se daba cuenta de que su madre se sentía contrariada, que estaba triste.
Te comprendo, hijo, te comprendo
.
Él continuó, como si no la hubiera oído:
—En cuanto a lo que se dice buscarlos físicamente, ¿hay algún sitio de este mundo donde no haya buscado? Pero si los de la Rama-E no han podido encontrarlos, ¿qué probabilidades tengo de encontrarlos yo?
La madre de Harry ya había oído todo esto muchísimas veces. Era la obsesión de su hijo, la pasión de su vida. Era como el jugador que está enganchado a la ruleta, cuyo único sueño es encontrar la clave de algo que no tiene clave alguna. Se había pasado casi cinco años buscando y casi tres más planeando los diferentes estadios de la búsqueda. Lo cual no le había servido de nada. Ella había tratado de ayudarlo en todas las fases del recorrido, pero hasta ahora había sido un camino largo y amargo.
Harry se levantó, y se sacudió el polvo de los pantalones.
—Vuelvo a casa, mamá. Me siento muy cansado. Me parece como si hiciera mucho tiempo que estuviera cansado. Creo que tendría que concederme un buen descanso. A veces pienso que me convendría dejar de pensar… o, cuando menos, dejar de pensar en ellos.
Su madre sabía qué quería decir: que había llegado al final del trayecto y que ya no tenía dónde mirar.
—Eso es —dijo, apartándose de la orilla—, no tengo dónde mirar y, en cualquier caso, de nada me va a servir. Me parece que ya no hay nada que me pueda servir.
Se marchó cabizbajo y tropezó con alguien que lo cogió por el brazo para detenerlo. De pronto Harry no lo reconoció, pero sólo al primer momento.
—¿Darcy? ¡Darcy Clarke!
Harry esbozó una sonrisa, pero la sonrisa se transformó enseguida en una mueca.
—¡Ah, sí! Darcy Clarke —dijo, esta vez más pausadamente—. Y no estarías aquí si no quisieras alguna cosa. Me parece que ya dije una vez a tu gente que no quería saber nada de vosotros.
Clarke estudió su cara, una cara que conocía desde muy antiguo, cuando pertenecía a otra persona. En ella había ahora más arrugas que antes y algo más de carácter. No es que a Alec Kyle le faltara carácter, pero en aquella cara se había ido grabando el de Harry. En aquella cara, además, había cansancio y huellas de dolor.
—Harry —dijo Clarke—, dime si es verdad lo que acabo de oír, que no hay nada que te pueda servir. ¿Eso piensas?
Harry lo miró con dureza.
—¿Cuánto rato hace que me espías?
Clarke se quedó desconcertado.
—Estaba aquí junto al muro —dijo—, pero no te estaba espiando, Harry. Lo que pasa es que no quería molestarte. Nada más.
Después, indicando con una señal el río, dijo:
—Aquí es donde está tu madre, ¿verdad?
Harry se puso a la defensiva. Dejó vagar un momento la mirada y volvió a mirarlo y asintió. Después de todo, de aquel hombre no tenía nada que temer.
—Sí —dijo—, ahí está. Era con mi madre con quien hablaba.
Sin pararse a pensar, Clarke echó una ojeada en derredor.
—¿Que estabas hablando con tu…?
Y de nuevo volvió a contemplar las aguas tranquilas del rio y cambió de expresión. Bajando la voz, dijo:
—¡Ah, claro! Casi lo había olvidado.
—¿En serio?
Harry se puso rápidamente en marcha.
—¿Quieres decir que no viniste por esto?
Y aminorando un poco el paso, añadió:
—Muy bien, vamos a casa. De camino podemos charlar.
Mientras caminaban entre tojos quebradizos y zarzas silvestres, Clarke se dedicó a estudiar al necroscopio a placer. No era sólo que Harry pareciera un poco ausente y abstraído, sino que daba la impresión de que todo su porte en general había experimentado un cambio. Llevaba una camisa con el botón de arriba desabrochado debajo de un holgado jersey gris, unos pantalones finos también grises e iba calzado con unas chancletas. Era la indumentaria propia de una persona que no da ninguna importancia a la vestimenta.
—Vas a coger un resfriado de padre y muy señor mío —le dijo Clarke, sinceramente preocupado, y el jefe de la Rama-E añadió con una sonrisa forzada—: ¿Todavía no te has enterado de que pronto estaremos en noviembre…?
Caminaron a lo largo de la orilla del río en dirección a la gran casa victoriana que se levantaba detrás de la imponente tapia del jardín. La casa había pertenecido en otro tiempo a la madre de Harry, a continuación a su padrastro y ahora, por ley natural, había pasado a sus manos.
—Si quieres que te diga la verdad, el tiempo no me preocupa demasiado —acabó por contestar Harry—. Cuando note que hace frío, me pondré más ropa.
—Ya, pero esto importa poco, ¿verdad? —dijo Clarke—. La cosa no tiene ninguna importancia. Ni esto ni nada, en realidad. Lo cual quiere decir que todavía no los has encontrado. Lo siento, Harry.
Ahora le tocaba a Harry estudiar a Clarke.
El jefe de la Rama-E había sido elegido para este puesto porque, según Harry, era el candidato adecuado. El talento de Clarke era garantía de continuidad. Era lo que se llamaba un «desviador», es decir, lo contrario de una persona propensa a los accidentes. Podía pasar por un campo sembrado de minas y salir de él sin un rasguño. Y, si hubiera pisado una, seguro que habría sido de las que no estallan. Su talento lo protegía y lo utilizaba para eso. Servía para asegurar que siempre estaría allí, que nada ni nadie lo sacaría de en medio, cosa que les había ocurrido, en cambio, a los dos jefes precedentes. Darcy Clarke tenía que morir algún día, puesto que tarde o temprano le toca morir a todo el mundo, pero moriría de viejo.
Sin embargo, de no saber quién era Clarke, nadie habría sospechado que pudiera ocuparse de nada y mucho menos de la rama más secreta del Servicio Secreto. Harry pensó que probablemente era el hombre más inclasificable de este mundo. Estatura mediana (alrededor de un metro setenta y cinco), cabello de ratón, un caminar ligeramente encorvado y un poco de barriga, pero tampoco un excesivo sobrepeso. Formaba parte del término medio en todos los aspectos. Y dentro de unos cuatro o cinco años más se convertiría en un hombre de mediana edad.
Unos ojos de color avellana claro volvieron a fijarse en Harry. Unos ojos clavados en una cara muy dada a la risa, aunque Harry tenía motivos para sospechar que hacía mucho tiempo que no se entregaba a ese tipo de expansiones. Pese a que Clarke iba muy abrigado, que llevaba Un
duffle-coat
y un echarpe, producía una impresión de frialdad, aunque no tanto en el aspecto físico como en el espiritual.
—Estás en lo cierto —respondió finalmente el necroscopio—, no los he encontrado y eso me ha cortado las alas. ¿Es por eso por lo que estás aquí, Darcy? ¿Para fijarme un nuevo objetivo, para darme una nueva orientación?
—Más o menos —dijo Clarke asintiendo con la cabeza—. Eso es lo que espero, por lo menos.
Por una puerta abierta en la tapia que rodeaba la casa, entraron en el descuidado jardín que Harry tenía en la parte de atrás de su casa, en aquellos momentos un lugar de lúgubre aspecto, sumido como estaba en las sombras proyectadas por los gabletes y cornisas, una casa con la pintura descascarillada y las altas ventanas igual que ojos adustos en un rostro adusto. Desde hacía años aquel jardín iba cobrando de día en día un aire más salvaje: zarzas y ortigas crecían sin orden ni concierto e invadían el camino, por lo que los dos hombres tuvieron que recorrerlo con cuidado, pisando las desordenadas losas, hasta llegar a la zona del patio, cubierta de cantos rodados, al otro lado del cual se encontraban las puertas correderas de vidrio que conducían al estudio de Harry, que en este momento se encontraban abiertas. La habitación estaba en sombras y cubierta de polvo; no era nada acogedora. Clarke, sin darse cuenta, titubeó unos momentos en el umbral antes de decidirse a entrar.
—Entra por propia voluntad, Darcy —le dijo Harry, a lo que Clarke contestó dirigiéndole una mirada incisiva.
El talento de Clarke, sin embargo, le advertía que todo estaba bien, que no había nada que impidiese entrar en aquel aposento, que no era urgente rehuirlo. El necroscopio sonrió, aunque casi sin ganas.
—Es un chiste —dijo—. Los gestos son como las actitudes y, si la perspectiva es diferente, cambian.
Clarke penetró en el interior.
—¡Mi hogar! —dijo Harry siguiéndole y deslizando las puertas para cerrarlas—. ¿No encuentras que esta casa me va?
Clarke no respondió, pero se quedó pensando que los gustos de Harry no habían sido nunca exagerados y que era indudable que el lugar se acomodaba a su talento.
Harry indicó a Clarke con un gesto una silla de mimbre para que tomara asiento, mientras él se acomodaba detrás de una imponente mesa de roble cuya coloración se había oscurecido con los años. Clarke echó una ojeada a su alrededor como tratando de penetrar la oscuridad tan poco natural en la que estaba sumida la habitación. Parecía que aquella habitación estaba concebida para ser un cuarto ventilado, pero Harry había puesto cortinas en ella como para impedir la entrada de luz, que únicamente se filtraba por las puertas de vidrio. Clarke, incapaz de contenerse por más tiempo, dijo:
—Un poco funerario, ¿no te parece?
Harry le indicó con un gesto de la cabeza que estaba de acuerdo con él.
—Era el estudio de mi padrastro —dijo—. Shukshin…, aquel asesino hijo de puta. Intentó matarme, ¿lo sabías? Hacía de observador, pero era diferente de los demás, porque no se limitaba a detectar espías, sino que además los odiaba. No quería ni olerlos, porque le ponían la piel de gallina, le sacaban de quicio. Esto hizo que acabara matando a mi madre y que se hubiera propuesto liquidarme también a mí.
Clarke asintió con la cabeza.
—Estoy enterado de todo, como todo el mundo, Harry. Está en el río, ¿verdad? ¿Shukshin? Oye, si es que te molesta, ¿por qué demonios sigues viviendo aquí?
Harry dejó vagar la mirada a lo lejos un momento.
—Sí, está en el río —dijo—, que es donde él quería que estuviese yo. Ojo por ojo. El que él viviera aquí me importa un comino. ¿No recuerdas que mi madre también está aquí? Sólo tengo un puñado de enemigos entre los muertos, el resto son amigos míos y son buenos amigos. Los muertos no piden nada…
Se quedó callado un momento y después siguió:
—De todos modos, Shukshin consiguió lo que quería. De no haber sido por él, es muy posible que yo nunca hubiera ido a la Rama-E… y ahora tampoco estaría aquí hablando contigo. Estaría en cualquier parte, escribiendo historias sobre los muertos.
Clarke, como la madre de Harry, se sintió turbado por aquella tétrica introspección.
—¿Ya no escribes?
—Las historias no eran mías. Como todo lo demás, eran un medio para llegar a un fin. No, ahora ya no escribo. Hago poca cosa. —Bruscamente, cambió de tema—: No la quiero, ¿sabes?
—¿Cómo?
—A Brenda —dijo Harry encogiéndose de hombros—. Quizás amo al pequeño, pero no a su madre. Mira, me acuerdo de qué ocurría cuando la quería…, bueno, claro que la quiero, porque yo no he cambiado…, pero yo, físicamente, soy diferente. Químicamente soy diferente. Brenda y yo no nos habríamos llevado nunca bien. Lo que me preocupa no es esto, que me tiene sin cuidado. Lo que me preocupa es no saber dónde están. Saber que están en algún sitio, pero no saber dónde. Esto es lo que me preocupa. Ya hubo bastantes cambios en mi vida para que, encima, se tuvieran que marchar. Y de manera especial él. ¿Sabes una cosa? Hubo un tiempo en que yo formaba parte de aquel personajillo. Sin comerlo ni beberlo, de una manera inconsciente… porque fui yo quien le enseñó gran parte de todo lo que sabe. Me lo sacó de mi cabeza… y me gustaría saber qué uso le ha dado. Pero al mismo tiempo me doy cuenta de que, si no se hubieran marchado, ella y yo haría mucho tiempo que habríamos terminado… aunque ella se hubiera recuperado del todo. A veces pienso que quizá fue mejor que se fueran, y no sólo para ella, sino también para él.
Harry iba hablando sin parar, sin hacer ninguna pausa. Clarke estaba complacido, le parecía entrever una grieta en la pared; quizás Harry estaba descubriendo que a veces también convenía hablar con los vivos.
—Si no sabes dónde ha ido a parar, ¿cómo puedes decir que es mejor para él? ¿Por qué lo dices?
Harry se puso más derecho y, al volver a hablar, su voz había recuperado toda su frialdad.
—¿Cómo sería su vida en la Rama-E? —dijo—. ¿Qué haría ahora, un niño de nueve años? El pequeño Harry Keogh hijo…, ¿sería acaso necroscopio y explorador del continuo de Möbius?
—¿De veras lo crees? —dijo Clarke con voz monocorde—. ¿Eso es lo que piensas de nosotros?
A lo mejor Harry tenía razón, pero a Clarke le gustaba ver las colas de manera diferente.
—Él habría podido llevar la vida que hubiera querido —dijo—. Esto no es la URSS, Harry. Nadie le habría obligado a hacer nada. ¿Hemos intentado atarte, acaso? ¿Te hemos forzado a algo, te hemos amenazado, te hemos impuesto que trabajaras para nosotros? No hay duda de que tú eres uno de nuestros elementos más valiosos, pero hace ocho años, cuando dijiste que ya bastaba…, ¿te obligamos a algo? Lo único que te pedimos fue que te quedaras y ya está. No hubo nadie que te presionara para nada.