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Authors: Brian Lumley

El origen del mal (51 page)

BOOK: El origen del mal
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Apareció en una sala militar situada en el interior de los compartimentos oficiales del Projekt, colocó el cañón de su pistola en la oreja del sargento de guardia, que en aquel momento estaba sentado ante su escritorio, y le ordenó que le indicara el camino hacia los aposentos del director Luchov. El sargento, aterrado, le indicó lo que quería saber en un plano de pared, un diagrama del complejo de Perchorsk, y Harry lo recompensó propinándole un golpe seco en el cuello que lo dejaría fuera de circulación por lo menos durante media hora. A continuación volvió a ponerse en marcha.

La cortina de humo de Harry ya estaba formada. Eran exactamente las 5.22, hora local, al materializarse en el conjunto de habitaciones que pertenecían a Viktor Luchov. Éste se encontraba hablando por teléfono, inquiriendo qué era todo aquel clamor de alarmas, en el momento en que llegó Harry. Estaba de espaldas a él; le dejó que terminara la conversación y colgara el teléfono antes de dirigirle la palabra.

—¿Director Luchov? Estas alarmas están sonando por mí. —Y apuntando su pistola automática directamente al corazón de Luchov añadió—: Mejor será que te sientes.

Luchov, girándose después de haber colgado el teléfono, vio a Harry, después el arma que llevaba y a continuación el sitio al que apuntaba, por este orden. Lo que hizo que se tambaleara como si acabara de recibir un balazo en la sien.

—¿Cómo? ¿Quién?

—¿A quién le importa eso? —le dijo Harry—. Y menos aún lo que vengo a buscar aquí.

—¡El intruso de Khuv! —pudo articular finalmente Luchov—. ¡Y yo que me figuraba que todo esto formaba parte de algún elaborado esquema de los suyos!

—¡Siéntate! —volvió a ordenarle Harry, indicándole una silla con un movimiento del arma.

Luchov hizo lo que Harry le ordenaba, mientras sus venas amarillentas latían atropelladamente bajo la piel cubierta de cicatrices de aquel cráneo que parecía cauterizado. Harry observó la deformidad de Luchov y se dio cuenta de que el daño era reciente.

—¿Un accidente?

Luchov, con los labios muy apretados y con la respiración todavía entrecortada, no respondió. El y Harry saltaron simultáneamente al teléfono cuando sonó el timbre discordante y repetido. Harry frunció el entrecejo. Allí debían de trabajar personas realmente inteligentes, pues daba la impresión de que lo habían localizado. Así pues, no tendría tiempo de interrogar a Luchov… por lo menos en su despacho.

—¡Levántate! —le ordenó, acercándose a Luchov y haciéndolo obedecer de un empujón.

Y mientras seguía teniéndolo asido, conjuró una Puerta y lo arrastró a través de ella.

Sólo un instante después estaban en la rampa del barranco; la nieve se clavaba en sus ojos y un viento helado soplaba a lo largo del cañón. Harry levantó los ojos para contemplar las desoladas montañas que asomaban sus crestas entre la nieve. Luchov, dándose cuenta del lugar en que se encontraba, un lugar donde según todas las leyes de la ciencia no tenía ningún derecho a estar, apenas si tuvo voz suficiente para formular una petición inarticulada antes de que… Harry lo arrastrara berreando a través de otra Puerta, pasara a través del continuo de Möbius y saliera en un reborde situado en lo alto del barranco de Perchorsk. Luchov, al ver la profundidad que se abría bajo sus pies, a punto estuvo de desmayarse, pero se limitó a soltar un grito estridente y a apretarse contra la cara del acantilado que tenía detrás de él. Y Harry volvió a ordenarle:

—Siéntate… si no quieres caer.

Luchov se sentó con grandes precauciones, se arropó con la bata que llevaba puesta y comenzó a temblar, en parte de frío y en parte de terror, a consecuencia de la experiencia totalmente increíble y, pese a todo, ineludible. Harry hincó una rodilla y escondió el arma.

—Ahora —le dijo—, teniendo en cuenta cómo vamos vestidos, nos quedan entre diez y quince minutos antes de morir congelados. Así es que lo mejor que puedes hacer es hablar y aprisa. Hay varias cosas que quiero saber del Perchorsk Projekt, y tengo buenas razones para pensar que tú eres la persona más indicada para comunicármelas. Así es que yo haré las preguntas y tú darás las respuestas.

Luchov trató de poner orden en el torbellino de sus pensamientos lo mejor que pudo y de recuperar algo de su dignidad perdida.

—Sí…, si a mí me quedan quince minutos, lo mismo te ocurrirá a ti. Los dos nos quedaremos congelados.

Harry sonrió maliciosamente.

—No eres nada rápido en lo que se refiere a pensar, ¿verdad? Yo no tengo por qué quedarme aquí contigo. Puedo dejarte cuando se me antoje. Así…

Y de pronto desapareció, mientras unas ráfagas de nieve se arremolinaban en el espacio que ocupaba hacía unos momentos. Pero volvió y dijo:

—¿Qué pasará entonces? ¿Quieres hablar o te dejo aquí?

—¡Tú eres un enemigo de mi pueblo! —le soltó Luchov bruscamente, sintiendo que el frío comenzaba a dar un mordisco en sus carnes.

—Ese lugar que ocupáis —dijo Harry indicando con la cabeza el brillo de plomo que resplandecía a sus pies— es un enemigo del mundo…, por lo menos en potencia.

—Si yo te cuento algo del Projekt…, lo que sea…, me convertiré en traidor —protestó Luchov.

Esto no era decir nada a Harry, aparte de que ahora también él comenzaba a tener frío.

—Oye —dijo—, has visto qué puedo hacer, pero todavía no lo has visto todo. Yo también soy necroscopio y puedo hablar con los muertos. Es decir, puedo hablar contigo estando vivo o hablar contigo estando muerto. Si estuvieras muerto, estarías más que contento de poder hablar conmigo, Viktor, porque entonces yo sería el único contacto que mantendrías con el mundo.

—¿Hablar con los muertos? —dijo Luchov encogiéndose todavía más dentro de sí mismo—. ¡Estás loco!

Harry se encogió de hombros.

—Es evidente que sabes muy poco acerca de los «espers». Me doy cuenta de que tú y Khuv no os lleváis demasiado bien.

Los dientes de Luchov empezaron a castañetear.

—¿Qué dices de los «espers»? ¿Qué tiene que ver esto con los «espers»?

A Harry se le estaba agotando la paciencia y el tiempo de que disponía.

—Está bien —dijo, levantándose—, veo que necesitas que te convenza y por esto voy a dejarte. Me voy a otra parte, a un sitio donde haya mejor temperatura. Volveré dentro de cinco… o quizá de diez minutos. Entretanto puedes decidir: o hablas conmigo o te las arreglas para huir trepando. Si quieres que te diga lo que pienso, no creo que lo consigas. Creo que caerás en el fondo y que volveremos a hablar cuando encuentre tu cuerpo en lo más profundo del barranco.

Luchov se llevó la mano al tobillo. Todo aquello parecía una pesadilla… sí, forzosamente tenía que ser una pesadilla… parecía terriblemente real, tan real como el tobillo de carne y huesos que se agarraba con la mano.

—¡Espera, espera! Dime qué quieres saber.

—Así está mejor —dijo Harry.

Y arrastrando a Luchov por los pies, lo llevó a un lugar más confortable: una playa de Australia al anochecer. Luchov sintió la arena caliente bajo sus pies, vio un océano cubierto por el débil resplandor de las fulgurantes cabrillas que brillaban en la superficie y se sentó bruscamente al sentir que las piernas se le doblaban. Estaba sentado en la arena, con los ojos muy abiertos, temblando, agotado…

La playa estaba desierta. Harry miró a Luchov y le hizo una seña con la cabeza. Se quitó la ropa, se quedó en calzoncillos y se echó al agua para nadar un rato. Cuando salió del mar Luchov estaba preparado para hablar…

Así que Luchov terminó de hablar (lo que equivale a decir que Harry había terminado de hacer preguntas) ya estaba oscureciendo. Por la playa llegaron unos cuantos coches que, con los motores rugiendo, se apostaron a unos cuatrocientos metros de distancia y de ellos salieron jóvenes con mantas y artilugios para hacer una barbacoa. Las risas y la música de rock llegaban a oleadas con el viento que soplaba sobre la playa.

—En Perchorsk ahora es de día, es la mañana —dijo Harry—, pero todavía deben de estar dando vueltas y buscándote por todas partes. Si Khuv dispone de un especialista en localizaciones, sabrán aproximadamente dónde te encuentras. De todos modos, para estar seguros, primero recorrerán todo el Projekt con un peine de púas finas. Todos los que participen en la búsqueda estarán agotados. Pero una cosa es segura: Khuv ahora conoce algunas de las razones por las cuales estaba en contra.

»Y ahora escucha: tú has colaborado conmigo y quiero hacerte una advertencia. Es posible que yo tenga que destruir Perchorsk. No porque a mí me interese destruirlo, ni porque haya una nación o un grupo específico de gente que desee que lo destruya, sino porque interesa al mundo que ese lugar se destruya. En cualquier caso, aunque yo no lo hiciera, Perchorsk acabaría por ser destruido. Los Estados Unidos no van a quedarse sentados esperando que sigan saliendo monstruos de un sitio como éste.

—Por supuesto —respondió Luchov—, ya he previsto esa eventualidad. Hace unos meses que hice esta advertencia a gente autorizada y ofrecí mis recomendaciones. La advertencia fue atendida y las recomendaciones aceptadas. Esta misma semana, posiblemente mañana mismo…, hoy incluso…, comenzarán a llegar camiones a Perchorsk desde Sverdlovsk. Llevarán nuevos sistemas de seguridad. En este punto, ya que no en otros, estamos completamente de acuerdo. De Perchorsk ya no volverá a salir nunca más ningún ser extraterrestre…

Harry asintió con un gesto.

—Antes de que vuelva a trasladarte allí —le dijo— quisiera pedirte otra cosa. Teniendo como tenéis aquella Puerta espacio-tiempo en las entrañas de Perchorsk, ¿cómo es que me consideráis tan extraordinario? Me refiero a que es muy probable que los dos principios se encuentren muy cerca uno de otro. En Perchorsk tenéis un agujero gris… y yo hago uso de una dimensión o espacio-tiempo que es diferente de la mía propia.

Luchov se puso de pie y, muy envarado, se sacudió la arena que había quedado adherida a su ropa.

—Yo sé cómo nació la Puerta de Perchorsk y he estudiado gran parte de los cálculos matemáticos relacionados con ella. La Puerta es una realidad física que no tiene nada de pasajero o de insustancial. Es física, no metafísica. Ya sé que es resultado de un accidente, pero por lo menos yo sé cómo ocurrió este accidente. Tú, en cambio, eres un hombre y nada más que un hombre. Y la verdad es que no tengo ni la más mínima idea del sitio de donde has salido.

Harry se quedó reflexionando antes de contestar y asintió con la cabeza.

—De hecho, yo también llegué a figurarme que era un accidente —dijo—, el producto de una combinación basada en una probabilidad contra un millón. En cualquier caso, ya te he advertido con respecto a Perchorsk: si sigues allí, tu vida corre peligro.

—¿Crees que no lo sé? —dijo Luchov encogiéndose de hombros—. Pero se trata de mi trabajo y tengo que terminarlo. ¿Y tú? ¿Qué vas a hacer ahora?

—Quieres decir, después de que te haya devuelto a tu puesto. Tengo que saber qué ocurre al otro lado de la Puerta. Allí tiene que haber otras cosas aparte de las pesadillas que tú describes.

Tenía que ser así porque, de lo contrario, ¿cómo podían existir en aquel sitio su hijo Harry y su madre? Esto suponiendo que estuvieran allí, porque ¿y si hubiera otras dimensiones aparte de aquélla?, ¿y si su hijo Harry se hubiera llevado a su madre todavía más lejos?

Harry soltó a Luchov junto a las grandes puertas correderas del compartimento de servicios, abandonándolo en medio de la luz grisácea de la mañana y de la lobreguez de la nieve. Luchov aporreó la ventanilla de la puerta, bramando para que lo dejaran entrar. A continuación Harry se trasladó a las habitaciones de Luchov (que estaban vacías y cerradas desde fuera), donde se puso una bata blanca que había visto colgada allí en su última visita. La bata constituía el signo distintivo de todos los científicos y técnicos del Projekt. En el bolsillo de la prenda encontró unas gafas oscuras y se las puso.

Procurando actuar con la máxima naturalidad, se encaminó hacia el corazón del magma y se materializó en la circunferencia de los anillos de Saturno, a medio camino entre dos grupos de cañones Katushev que estaban en manos de soldados. Se quedó totalmente inmóvil, pero con una puerta de Möbius fija en la mente por si debía buscar cobijo rápidamente a través de ella… pero todo parecía funcionar a las mil maravillas. Un soldado que estaba perezosamente repantigado en la fina pared del magma advirtió su presencia y al primer momento lo miró con aire sorprendido, pero enseguida se puso en posición de firmes y le dedicó un desmayado saludo. Harry clavó en él los ojos, cosa que provocó una gran desazón en el pobre soldado, y a continuación se volvió y escrutó aquella enorme cueva tan poco natural en la que se encontraba. Observó especialmente la esfera de luz cegadora que era la Puerta…

Había otros técnicos alrededor. Todo el mundo tenía aspecto cansado después del turno de noche, hasta los artilleros, sentados en sus asientos acolchados en forma de cubo, desde los cuales mantenían los cañones apuntados hacia la Puerta. Dos científicos pasaron por el lado de Harry, hablando y caminando en dirección a la esfera. Uno de ellos le dirigió una mirada al pasar, le sonrió y le hizo un ademán familiar. Harry no pudo por menos de preguntarse por quién debía de haberlo tomado, pero le devolvió el saludo y se puso a seguir a la pareja. Cuando ya llegaba al nivel en que la pasarela cambiaba de dirección y se dirigía hacia el centro, directamente hacia la esfera de luz, oyó detrás de él a un soldado que gritaba:

—¡Eh! ¡No se ponga directamente en la línea de fuego, señor! ¡Son las normas!

Harry miró con naturalidad por encima del hombro y siguió caminando. Ya había dejado atrás la plataforma y ahora estaba moviéndose por la pasarela. Incluso cuando la puerta de la valla electrificada comenzaba a cerrarse, pasó a través de ella y llegó a los tablones calcinados. Detrás de él volvieron a abrirse las puertas y oyó pasos que se aproximaban corriendo. Harry percibía murmullo de voces indignadas, pero más bien estaba consciente de los Katushevs apuntados directamente contra él o quizá no directamente contra él sino contra la Puerta, lo que venía a ser lo mismo.

—¡Sir! —gritó una voz a su oído, directamente detrás de él.

Harry conjuró una puerta de Möbius… y con un desacostumbrado temblor que le producía el pánico advirtió que las cosas no funcionaban.

En la mente de Harry no quedaba perfectamente delimitado el perfil de la puerta, y sus bordes se le presentaban desdibujados, como los de un espejismo contemplado a través de un manto de niebla. Flotaba sobre él y se movía hacia la esfera como atraído por ella, pero quedaba detenido allí, diluyéndose gradualmente y temblando sobre la pasarela de madera. Harry no había visto nunca una cosa parecida. Conjuró una segunda puerta con el mismo resultado: la esfera las atraía y repelía al mismo tiempo, las hacía menos sustanciales, las inmovilizaba, las rompía, ¡las borraba!

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