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Authors: Brian Lumley

El origen del mal (52 page)

BOOK: El origen del mal
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Sobre el hombro de Harry cayó una mano y oyó gritos que procedían de la amplia escalera de madera que emergía del pozo del magma. Alguien que tenía una voz estridente gritaba a todo pulmón.

—¡Está aquí! ¡Está aquí!

Cuando el sargento que había puesto la mano en el hombro de Harry lo obligó a darse la vuelta, dirigió la mirada a las escaleras y vio a Chingiz Khuv y a otro hombre que bajaban por el pozo, lo que hizo que pensara: «¡Vaya por Dios! ¿Es que este hijo de puta no duerme nunca o qué?»

Khuv parecía sostener a su compañero, como si quisiera evitar que cayera cuan largo era. El hombre al que ayudaba era uno de los «espers» que Harry había golpeado cuando formaba su cortina de humo. Y era también el que gritaba. Después apuntó con el dedo directamente a Harry y gritó por última vez:

—¡Es él!

Y la oscura mirada de Khuv siguió su mano temblorosa.

Los ojos de Khuv echaron chispas al instante.

—¡Abran fuego! —gritó al momento, apuntando también a Harry y gritando igualmente—: ¡Disparen contra él! ¡Mátenlo! ¡Es un intruso!

El sargento que había puesto la mano sobre Harry lo soltó al punto, dio un paso atrás y fue a coger la pistola que llevaba sujeta en la cadera, pero Harry se le adelantó y de un puntapié lo envió volando fuera de la pasarela. Al cruzar los tableros, Harry quedaba a un nivel más bajo, fuera de la línea de fuego de los Katushevs. Harry conjuró una puerta de Möbius situada al mismo nivel que la pasarela, suspendida sobre el espacio vacío. Sabía que debía echarse de cabeza en ella, pero la puerta oscilaba y se combaba, ascendía y se dirigía hacia la esfera de luz.

Harry podía oír que el soldado que estaba al mando del Katushev gritaba:

—¡Apunten al frente!

Y sabía que la orden siguiente iba a ser:

—¡Fuego!

Tenía que desaparecer cuando se diera aquella orden. Antes de que la puerta de límites desdibujados, que se estaba desintegrando lentamente, pudiera desaparecer por completo, saltó dentro de ella. Aun cuando parecía impresa sobre la misma superficie de la esfera, seguía siendo la única oportunidad que le quedaba.

Atravesó, pues, la puerta… y entró en un infierno de agonía mental y física.

Cuando Harry recuperó el conocimiento se encontró arrastrado a través del continuo de Möbius, aparentemente moviéndose por una región del mismo que era nueva para él. Sentía que tanto su cuerpo como su espíritu estaban muy maltrechos y que aquel sexto sentido que normalmente poseía, cortante como una navaja de afeitar, ahora estaba romo y obtuso. No sin extraordinarios esfuerzos, formuló sus ecuaciones mentales y conjuró una puerta que se abría hacia huecas profundidades del espacio tachonadas de estrellas de extrañas constelaciones. La cerró inmediatamente y buscó otras a tientas.

Encontró una que se abría al futuro y atisbó por ella. Aquí no se tendían hacia el futuro los hilos azules de la vida, sino únicamente los suyos, que se doblaban violentamente más allá de la puerta para desaparecer en ángulo recto de su vista. El pasado era igualmente hostil; en realidad, parecía que en ese lugar no había pasado, sino únicamente un océano de estrellas interminable e impersonal. La ausencia de actividad humana, incluso de cualquier otra actividad, reforzaba la opinión de Harry de haber sido echado del camino y haber dejado muy atrás el mundo de los hombres.

Comenzando a sentirse presa del pánico, intentó una última puerta… y ante sus ojos se ofreció la superficie de una estrella que rugía como una caldera. Cerró también aquella puerta y se forzó a adoptar un estado de calma, situación en la que podía aplicar por lo menos un cierto razonamiento al problema. Estaba perdido, en efecto, pero sabía que lo que se pierde puede encontrarse. No sabía dónde estaba ni cómo había llegado a aquel sitio, pero, si había llegado hasta allí, quería decir que tenía que haber un camino de retorno. Sin embargo, el espacio es un lugar muy grande y Harry Keogh se sentía como una mota minúscula en el ojo del infinito.

Después…

¿Harry?
, lo llamó una voz en un murmullo, una voz familiar y distante que le hablaba dentro de la cabeza.
¡Me ha parecido reconocerte!

La voz ahora sonaba más cerca y rápidamente iba haciéndose más potente.

Pero ¿qué pasa aquí? ¿Has violado los límites?

—¡Ah, Möbius! ¡Gracias a Dios! —dijo Harry.

¿Dios has dicho? Dios está fuera del campo de mis investigaciones, Harry
, dijo Möbius.
Prefiero dar las gracias a mis ecuaciones, si no te importa. Aunque supongo que también podría argumentarse que se trata de lo mismo
.

—¿Cómo es que está aquí? —dijo Harry, ahora más calmado—. ¿Dónde estamos?

Esto es la constelación de Orion
, respondió Möbius.
Y lo que quería preguntarte precisamente era esto: ¿qué estás haciendo aquí?

Harry se lo explicó.

¡Vaya, vaya!
, dijo Möbius en tono reflexivo.
Volvamos primero a casa y después veremos si podemos encontrar una explicación a lo que ha ocurrido. Si quieres seguirme

Harry se quedó con Möbius y se dirigió con él rápidamente a casa, materializada en la tumba de Leipzig. Era de noche, lo que pareció indicarle que se había pasado un día entero (¿o habían sido dos?) en el continuo de Möbius. Ante la luz gris e invernal del cementerio, Harry parpadeó, se tambaleó, pues sus piernas no le sostenían, y se sentó en la grava, junto a la lápida de Möbius.

Necesitas un buen descanso, hijo mío
, le dijo Möbius.

—Tiene razón —admitió Harry—, pero primero querría saber si podrías explicarme lo que me ha ocurrido.

Creo que puedo
, dijo el matemático.
Tú mismo has igualado mi dimensión lineal de un plano paralelo y esta puerta a Perchorsk conduce a otra; las dos son puertas entre planos de la existencia. Ambas son condiciones negativas, manchas en la superficie perfecta del espacio-tiempo normal. Ahora bien, coge dos imanes y junta sus polos negativos, ¿qué ocurre?

—Pues que se repelen —dijo Harry encogiéndose de hombros.

Exactamente, pues esto es lo que ocurre con la Puerta y las puertas que tú creas mentalmente. Sin embargo, la Puerta de Perchorsk es más fuerte, por lo que la repulsión es mucho más violenta. Cuando tú te servías de la puerta junto a la Puerta de la esfera, eras propulsado al continuo de Möbius como el proyectil que sale del arma. Tus ecuaciones estaban desenfocadas, tu cuerpo experimentaba tensiones que no habrías imaginado nunca que podías soportar en el mundo físico. En el espacio tridimensional habrías muerto instantáneamente. El continuo te ha salvado porque es infinitamente flexible. Aprende la lección: no puedes imponer tu ser metafísico a la Puerta. Crúzala como un hombre, por el medio que sea, si tienes que hacerlo, pero no quieras intentar nunca servirte del continuo de Möbius para conseguirlo
.

Harry frunció el entrecejo y asintió lentamente con la cabeza.

—Tiene razón —dijo—, he sido un loco, pero no ha sido totalmente culpa mía. Yo no quería utilizar el continuo en conjunción con la Puerta. Lo que pasó es que funcionó de esa manera. Sin embargo, mi curiosidad ha actuado contra mí. Tenía que ver cómo era esa Puerta, verlo con mis propios ojos. Y ahora, en todo el Perchorsk Projekt no hay ni un solo hombre que no me conozca. La próxima vez que asome la nariz en ese lugar, tenga por seguro que me vuelan la cara.

¿Qué vas a hacer ahora?

Harry se apoyó en la lápida y lanzó un suspiro.

—No lo sé. Lo único que sé es que estoy cansado.

Ve a casa
, dijo Möbius,
duerme y descansa. Cuando despiertes, todo estará mucho más claro
.

Harry le dio las gracias, se despidió e hizo lo que Möbius acababa de aconsejarle. Apareció en el piso de Jazz Simmons, a cinco centímetros por encima de la cama y tumbado boca abajo. Después fue bajando lentamente… Antes de que su cabeza tocara la almohada había caído dormido.

Capítulo 18

Zek prosigue su relato

Estaba haciéndose de noche. Los pajarillos piaban dulcemente o emitían sus gorjeos entre la hierba de la llanura; las montañas desfilaban ordenadamente por el flanco derecho, oscuras en las raíces cubiertas de bosque y doradas en las cumbres coronadas de nieve; la tribu de Lardis el Viajero se movía en silencio, sin pronunciar palabra, acompañada únicamente de su cascabeleo natural, del crujir de sus carromatos y del chirriar de las narrias, como para anunciar que seguían su camino amparados en las sombras de los bosques que bordeaban las montañas que actuaban como una barrera.

Ahora hacía más frío y la luna se iba levantando lentamente como una moneda pálida lanzada a lo alto, atrayendo a los lobos salvajes que merodeaban en las cumbres, cuyos aullidos levantaban ecos de misteriosos presentimientos. El sol era una tajada de oro que resplandecía en el sur, brillando débilmente mucho más allá de la llanura y cubriendo de plata los meandros de los ríos serpenteantes.

Sólo Michael J. Simmons y Zekintha Föener seguían hablando, porque ellos eran habitantes de los infiernos y no sabían qué otra cosa habrían podido hacer. Pero también hablaban con voz contenida, ya que el sol no tardaría mucho en desaparecer y no era momento para armar ruido. Aun siendo extranjeros, lo sabían.

Jazz había construido una narria ligera; transportaba todas sus pertenencias envueltas en pieles y lo único que llevaba a la espalda era su metralleta, colgada del correaje. Zek le echaba una mano cuando el camino era duro, pero por lo general Jazz sabía arreglárselas solo. En el curso de unos pocos días sus condiciones físicas habían alcanzado niveles más altos de fuerza y resistencia.

Unos cuantos kilómetros atrás recogieron al grupo principal de los Viajeros y ahora la tribu de Lardis estaba al completo. Aquel afloramiento que utilizaban como refugio ya estaba a poca distancia; ya se divisaba su cúpula, resplandeciente por el sol que la revelaba como un cráneo enorme y amarillento, despojado de carne, que se perfilase a media distancia. De aquí en adelante los gitanos cubrirían su pista y no dejarían señal alguna que revelara que habían seguido este camino. Los wamphyri conocían perfectamente bien sus escondrijos, pero ellos no tenían intención de pregonar a los cuatro vientos su presencia en aquel paraje.

Hacía unos minutos que Lardis se había movido trabajosamente hasta el lugar donde se encontraban Jazz y Zek para decirles:

—Jazz, cuando la tribu esté instalada, ven a buscarme a la entrada principal. Yo y tres o cuatro de los míos podemos aprender a usar estas armas tuyas. El lanzallamas y los revólveres.

—¿Y las granadas?

Jazz hizo una pausa y se secó el sudor que le cubría la frente.

—¿Cómo? ¡Ah, sí! —dijo Lardis con una mueca.

—Pero la próxima vez, que los pescados sean más grandes, ¿eh?.

La media sonrisa desapareció instantáneamente del rostro de Lardis.

—Esperemos que no tengamos que servirnos de ellas, de ninguna de ellas. Pero si lo hacemos… las saetas con puntas de plata de nuestras ballestas, las afiladas estacas que tenemos escondidas en nuestras cuevas, las espadas de plata que también tenemos ocultas… todo combinado con tus armas… Si nos toca luchar, lucharemos.

Entonces Zek habló:

—Esto es hablar por hablar, Lardis Lidesci. ¿Hay algo que te importune? Nos espera una nueva puesta de sol y antes de que llegue la próxima nos encontraremos con el Habitante. Esto es lo que tú prometiste a tu gente. Es evidente que hasta ahora las cosas han funcionado bien.

Lardis asintió.

—Hasta ahora, sí. Pero lord Shaithis tiene que ajustar cuentas. Antes de ahora no hubo sangre. Era el viejo juego del zorro y la gallina, como siempre. Pero resulta que ahora la gallina ha arañado el hocico del lobo. Él ya no siente curiosidad ni voracidad, lo que le pasa ahora es que está enfadado. Además…

Pero cerró la boca y se encogió de hombros.

—Dinos lo peor, Lardis —lo instó Jazz—. ¿Qué estás pensando?

Lardis se volvió a encoger de hombros.

—No sé, quizá no es nada… o quizás es un conjunto de cosas pequeñas. Pero detrás ha quedado una niebla y esto es algo que no me gusta para empezar.

Indicó con el dedo el camino que habían recorrido. A distancia, por la parte de levante, había un muro de niebla gris que bajaba rodando de las montañas y que quedaba suspendida, muy baja, sobre los bosques. Se arremolinaba en un movimiento de avance y retroceso, lamiendo las montañas igual que una lenta marea.

—Los wamphyri siguen los caminos de niebla —prosiguió Lardis—. Nosotros no somos los únicos que disimulamos los caminos que recorremos…

—¡Todavía hay sol! —protestó Jazz.

—Dentro de muy poco ya no lo habrá —intervino Lardis—. Y el gran desfiladero hace ya mucho tiempo que está a oscuras. Aquí, al socaire de estos bosques, abunda la sombra.

Zek se cubrió la boca con la mano.

—¿Crees que Shaithis se acerca? Yo no he notado nada. No he dejado un momento de explorar, pero no he detectado pensamientos extraños.

Lardis respiró profundamente, más bien había sido un suspiro.

—Eso es bastante tranquilizador. Si viene, lo recibiremos en igualdad de condiciones.

Echó una ojeada a las montañas.

—Antes los lobos aullaban, pero ahora han callado. Y nuestros animales también están tranquilos. Mira, no tienes más que mirar a Lobo.

El gran lobo de Zek corría a medio galope a una cierta distancia; tenía las orejas bajas y con el rabo iba barriendo la tierra. De vez en cuando se detenía, miraba para atrás y gemía un poco.

Jazz y Zek se miraron mutuamente y después miraron a Lardis.

—Pero quizás esto no quiere decir nada —dijo refunfuñando el jefe de los gitanos.

Y volviendo a encogerse de hombros, siguió adelante.

—¿Qué deduces de todo esto? —preguntó ahora Jazz a Zek en voz baja.

—No sé. Tal vez sea tal como él dice. De todos modos, cuanto más nos acercamos a la puesta de sol, más nervioso está todo el mundo. En esto no hay nada nuevo. A los Viajeros no les gusta la niebla y quieren que sus animales estén retozones. Todo lo que no se acomode a esto es mala señal. Pero es lo de siempre: una combinación de cosas diferentes.

A pesar de sus alentadoras explicaciones, se cruzó de brazos y se estremeció.

—¿Siempre optimista? —dijo Jazz con una sonrisa indecisa.

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