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Authors: Brian Lumley

El origen del mal (9 page)

—¡Descanso! —dijo Khuv—. Necesitamos gafas.

El soldado apoyó el rifle en la pared y hurgó en un talego que llevaba colgado del hombro. Sacó tres pares de gafas de celofán de color con montura de cartón, parecidas a las gafas que Jazz había usado en alguna ocasión hacía mucho tiempo para contemplar las películas en tres dimensiones.

—Es por la luz —explicó Khuv, pese a que no había necesidad de explicación— te podría dejar ciego cuando no estás acostumbrado.

Se puso las gafas.

Jazz lo imitó y siguió a Khuv por las escaleras construidas a lo largo del tronco cilindrico, fino como el cristal. Desde atrás llegó el estrépito del rifle al caer cuando el soldado se disponía a cogerlo, a lo que la voz ronca y amenazadora de Karl Vyotsky reaccionó espetándole con voz sibilante:

—¡Idiota! ¡Imbécil! ¿Tienes ganas de pasarte todas las noches de un mes haciendo guardias?

—¡No, señor! —dijo el soldado con voz jadeante—. Lo siento, señor. Ha resbalado.

—Tienes motivos sobrados para sentirlo —le gritó Vyotsky con aspereza—, y no sólo por el rifle. ¿Para qué demonios te crees que estás aquí? Pues te lo diré: para revisar pases. ¡Para eso! ¿Conoces a ese hombre de ahí delante, me conoces a mí, conoces al hombre que viene con nosotros?

—¡Oh, sí, señor! —dijo el soldado temblando—. El hombre de ahí delante es el camarada comandante Khuv, señor, y usted es un agente de la KGB. El otro hombre es…, es…, un amigo de ustedes, señor.

—¡Payaso! —le espetó Vyotsky—. Ese hombre no es amigo mío. Ni tuyo tampoco. Ni de nadie de este condenado sitio.

—Señor, yo…

—Y ahora sostén bien el rifle delante de ti —le ordenó Vyotsky—. Con el brazo estirado, un dedo en el guardamonte, un dedo debajo del alza. ¡Qué demonios…! ¡Con el brazo estirado, he dicho! Y ahora quédate así y cuenta despacio hasta doscientos. Después vuelve a prestar atención. Y como vuelva a cogerte pensando en las musarañas, vas listo, porque te voy a meter en ese infierno blanco que hay abajo y con la polla por delante, ¿me entiendes bien?

—¡Sí, señor!

Mientras seguía a Khuv en dirección al blanco fulgor del final del tubo, Jazz murmuró con ironía:

—Un amante de la disciplina, nuestro Karl.

Khuv se volvió a mirar para atrás y negó con la cabeza.

—No, la disciplina no es su fuerte. Lo suyo es el sadismo. Me repugna tener que admitirlo, pero tiene su utilidad…

Al final del cilindro había un rellano provisto de barandilla donde terminaban las escaleras y giraban a la izquierda. Khuv se detuvo en el rellano con Jazz a su lado. Mientras miraba a Vyotsky, los dos contemplaron una fantástica escena.

Era como estar en una cueva, si bien no era posible confundirla con una cueva ordinaria. Jazz observó que la roca había sido horadada en forma de esfera perfecta, una gigantesca burbuja en la base de la montaña, si bien era una burbuja como mínimo de unos treinta y cinco metros de diámetro. La pared curvada, negra y brillante que la rodeaba era fina como el cristal, salvo que tenía también aquellas galerías que la perforaban por todas partes, incluso el techo abovedado. La boca del cilindro, junto a la cual estaban de pie Jazz y Khuv, apuntaba hacia abajo, en ángulo de noventa grados, directamente hacia el centro del espacio, que era el lugar de donde surgía también el foco de luz, cosa que resultaba verdaderamente fantástica.

Aquella zona central era una bola de luz de nueve metros de diámetro, aparentemente suspendida en aquel lugar, a medio camino entre el techo abovedado y el suelo curvado hacia arriba. Una esfera deslumbrante que colgaba, inmóvil, dentro de otra esfera de aire, las dos enterradas en el pie de una montaña.

Entornando los ojos para evitar el deslumbramiento, que era muy intenso incluso a pesar del celofán oscuro de las gafas, Jazz comenzó a advertir que aquella cueva esférica en realidad contenía otras cosas. A media altura de la pared y alrededor de aquel fuego vivo que pendía en el centro había andamios construidos con una especie de telarañas. Dichos andamios sostenían una plataforma de madera que rodeaba la fantasmagórica fuente luminosa que recordó vagamente a Jazz el anillo que rodea a Saturno. Desde el anillo y en dirección hacia el interior salía un camino que conducía directamente al borde de la esfera de luz.

Por la parte exterior, apoyados contra las negras paredes recorridas por galerías y colocados a intervalos regulares a lo largo de todo el perímetro y sostenidos por toda una estructura de soportes, había tres cañones Katushev cuyas bocas apuntaban directamente al centro incandescente. Había también varias personas colocadas en posición de alerta, situadas de cara a la esfera, con los rostros blancos y porte de seres extraterrestres, con antenas en la cabeza y ojos saltones como los de los insectos, preparados para observar un blanco tan deslumbrante como aquél.

Entre las armas y la esfera se levantaba una valla electrificada de treinta metros de altura, provista de una puerta donde la madera cubría la abertura que se extendía entre el anillo de Saturno y el centro. Allí se notaba cierto ajetreo, nerviosismo e inquietud, aunque no demasiado. El hedor provocado por el miedo era tan intenso en aquel lugar, pese al supuesto aire acondicionado, que Jazz casi lo percibía en su piel como si tuviera cieno pegado en ella.

Se agarró a la barandilla de madera y, dejando que aquella escena se grabara de forma indeleble en su memoria, dijo:

—¿Se puede saber qué diablos es…?

Y volviendo la cabeza para mirar a Khuv, continuó:

—La noche en que ustedes me cogieron pude presenciar la entrada de todas estas armas y de la valla electrificada. Me figuraba que su destino era defender Perchorsk contra ataques del exterior, cosa que me pareció de lo más descabellado. Pero ¿para defenderse de dentro? Esto todavía tiene menos sentido… ¿Qué es esto? ¿Y por qué están tan desesperadamente aterrados todos estos hombres?

Y de pronto, sin que mediara aviso alguno, conoció la respuesta antes de que tuvieran tiempo de dársela… aunque no toda. De pronto parecía que todo encajaba: lo que había visto y lo que Khuv le había contado. Y de manera especial aquella monstruosidad voladora que los aviones de combate americanos habían ametrallado de lo lindo y habían derribado envuelta en una bola de fuego y sumergido desde lo alto en la costa oeste de la bahía de Hudson. Y hablando de llamas, ¿no era aquel escuadrón de cuatro hombres un equipo de especialistas lanzallamas, apostados en la plataforma del anillo de Saturno? Sí, esto es lo que era.

Vyotsky se había acercado sin hacer ruido y se había colocado detrás de Jazz y de Khuv, que seguían de pie junto a la barandilla. Puso una mano sobre el hombro de Jazz, provocando su sobresalto, y dijo:

—En cuanto a qué es esto, británico —dijo—, te diré que es una especie de puerta. Y por tanto, a nosotros no nos asusta.

Jazz notó, sin embargo, que el tono de voz de Vyotsky había cambiado e incluso le pareció advertir un poco de miedo.

—Karl tiene razón —dijo Khuv—: no, nosotros no estamos asustados por la puerta propiamente dicha… pero yo desafío a cualquiera que esté en su sano juicio a no tener miedo de las cosas que a veces salen por ella.

Capítulo 4

Una puerta abierta… ¿a qué?

Comenzaron a bajar el último tramo de escaleras hasta el anillo de Saturno o plataforma de tela de araña, después giraron en derredor de la esfera central hasta acercarse al camino que conducía a su corazón, un corazón fríamente incandescente. Cuando estaban a tres metros de distancia de la valla eléctrica, Khuv se detuvo, se volvió a Jazz y dijo:

—Bueno, ¿qué le parece?

Sólo podía estar hablando del globo tan deslumbrador como enigmático que se encontraba al otro lado de la puerta, tal vez a siete pasos de distancia. Estaba totalmente inmóvil, no emitía sonido alguno y, pese a todo, su aspecto era amenazador.

—Dijo usted que aquí es donde estaba el reactor atómico, ¿verdad? —intervino Jazz—. ¿Cómo, suspendido en el aire? No, estoy bromeando. Lo que quiere usted decir es que después de la expansión de retroceso todo lo que había a veinte metros aproximadamente de distancia del centro de esto…, esto… sea lo que sea…, quedó esfumado, ¿no es eso?

—Ésa habría sido también mi explicación —dijo Khuv asintiendo con la cabeza—, pero no habría sido exacto. Como ya he señalado anteriormente, la palabra es conversión. Según Viktor Luchov, la energía del haz que quedó atrapado se sintió atraída por la energía latente, es decir, por la energía activa del reactor. Podría hacer la comparación con el clavo atraído por un imán. En la fusión final no hubo explosión. Lo que quizás hubo fue implosión. Ni el propio Luchov sabe del asunto más que yo, pero el material que formaba el pavimento de este lugar y el propio reactor con su combustible…, sí… y toda la maquinaria que llenaba esta zona…, todas estas cosas, aparte del centro y de la pared esférica que usted puede contemplar, todo quedó comido, transformado, convertido. Y también los hombres: diecisiete físicos nucleares y técnicos murieron instantáneamente: no quedó ni rastro de ellos.

Jazz estaba impresionado, si no por la manera de cómo Khuv le contaba la historia, cuando menos por su contenido.

—¿Y la radiación? —dijo—. Debió de haber una descarga masiva de…

Khuv negó con la cabeza, cosa que hizo que Jazz se quedara parado.

—Respecto a lo que se pudo detectar, se escapó muy poca radiación. Algunos de los extremos de estas galerías, que se adentran en la roca entre cuatro metros y medio y seis metros, eran puntos calientes. Hicimos lo que pudimos y los tapamos. En los niveles superiores todavía quedan sitios peligrosos, pero la mayoría también han quedado clausurados. Y en algún caso estos niveles ya no se utilizan ni volverán a utilizarse nunca más. Usted ha visto una parte del magma, pero no lo ha visto todo. En aquella explosión de misteriosa energía, el metal, el plástico y la roca no fueron los únicos materiales que se amalgamaron de forma inseparable, Michael. Pero la roca, el metal y el plástico no se pudren y, cuando digo lo que digo, estoy seguro de que sabe a qué me refiero…

Jazz dijo con una mueca:

—¿Y cómo…, cómo limpiaron el lugar? Tenía que ser una pesadilla…

—Y sigue siéndolo —replicó Khuv—. Por eso está atenuada la iluminación de la zona. Se empleó ácido. Fue la única manera. Pero en el magma quedaron restos realmente repugnantes de ver. Lo de Pompeya debió de ser parecido, pero allí las figuras humanas eran, por lo menos, reconocibles. No quedaron alargadas, retorcidas o… vueltas del revés.

Jazz se quedó pensando, pero no hizo ninguna pregunta acerca del significado exacto de las palabras de Khuv.

Vyotsky se había puesto nervioso durante unos momentos.

—¿Tenemos que quedarnos aquí? —refunfuñó de pronto—. ¿Por qué hemos de estar aquí haciendo de blanco de todo el armamento?

A Jazz aquel hombre le disgustaba profundamente, se diría casi que lo odiaba. Sí, lo había odiado desde el primer momento en que le puso los ojos encima y no podía resistirse a darle un chasco siempre que tenía ocasión de ello. Ahora dijo despectivamente al ruso:

—¿Se figura que les van a resbalar los dedos? —e hizo un ademán en dirección al personal encargado del Katushev más próximo—. ¿O es que éstos también tienen algo contra usted?

—Británico —dijo Vyotsky, dando un paso amenazador en dirección hacia él— como me pase por la cabeza, te echo contra esa valla y te dejo frito. Ya te han dicho que mucho cuidadito con la boca. Espero que vayas siguiendo con la racha de suerte hasta que tú mismo decidas echarte de cabeza por la borda…

—¡Cálmate un poco, Karl! —le dijo Khuv—. Está tratando de calarte, esto es todo. —Y dirigiéndose a Jazz, continuó—: No se está refiriendo al tipo de blanco que usted cree. O quizá sí, pero no de la manera que usted piensa. Lo que pasa es que, si de esa bola de luz que hay aquí sale algo…, algo que se aparte de lo común…, esos hombres tienen orden de abrir fuego inmediatamente y destruirlo todo o de tratar de destruirlo. Y estas órdenes no tienen absolutamente en cuenta el hecho de que nosotros nos encontremos aquí mirando, precisamente a tiro de los cañones.

—Si ocurriera —añadió Vyotsky—, si saliera por aquí lo que puede salir, yo personalmente estaría encantado de convertirme en blanco de algún proyectil.

Después de un ligero estremecimiento, Khuv precisó:

—Vayámonos de aquí. Karl tiene razón. Es una tontería que nos quedemos aquí tentando a la suerte. Ya ha ocurrido cinco veces y no hay ninguna garantía de que no vuelva a ocurrir.

Al volverse y dirigirse a las escaleras, Jazz preguntó:

—¿Lo tienen filmado? Me refiero a si el hecho es habitual…

—No, habitual no lo es —puntualizó Khuv—. Cinco… llamémosles «sucesos» en dos años no puede decirse que sea cosa frecuente. Pero entiendo lo que quiere usted decir, Michael. Sí, aprendimos muy pronto la lección. Después de los dos primeros encuentros, preparamos cámaras y ahora las tenemos también montadas en los cañones, que se disparan automáticamente. Lo que ven los que disparan es lo que captan las cámaras… por lo menos en la película. En cuanto al hecho en sí, los de su bando lo codificaron con el nombre de «Pill». Fue la primera vez. Nadie se lo esperaba. La segunda vez fue de menores proporciones, pero tampoco nos lo esperábamos. Después fue cuando se instalaron las cámaras.

—¿Hay alguna posibilidad de ver alguna de las cosas de las que estamos hablando? —dijo Jazz, como jugándoselo todo a una carta.

Había pocas posibilidades o quizá ninguna de salir de allí, pero a pesar de todo trataría de averiguar todo lo que pudiera y de sacar en limpio algo de aquel caos.

—Ciertamente —dijo Khuv sin dudar un momento—, pero si lo prefiere puedo enseñarle algo mucho más interesante que unas simples películas.

Había algo en el tono de voz que avisaba a Jazz de que tuviera cuidado, pero a pesar de todo contestó:

—Bien, aunque sólo sea para que no decaiga el interés…

La risita sardónica de Vyotsky, al resonar sarcásticamente detrás de él, hizo que Jazz se preguntara si había optado adecuadamente…

Retrocedieron y subieron por los niveles de magma, inquietantes pese a su tranquilidad, hasta llegar al perímetro y, siguiendo el curso del mismo, se dirigieron a la zona de seguridad donde se albergaban los laboratorios del Projekt. Pasando por dos puertas de seguridad, llegaron finalmente a una puerta de acero en la que aparecía dibujada una calavera escarlata y esta terrible advertencia:

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