—¡Edwin! ¿Eres tú?
Se produjo entonces un grito amortiguado al otro lado y la puerta se estremeció ligeramente. Descorrí el pestillo, y retrocedí con un grito ahogado ante la criatura ennegrecida y encorvada que salió de allí, elevando el farol con una mano ensangrentada… Entonces que vi que era Edwin.
—¡Constance…! ¡Gracias a Dios! ¿Qué ha ocurrido? ¡Parecía el día del Juicio Final…!
—La chimenea grande se derrumbó… ¿Le viste?
—¿A quién?
—A Magnus… Debe de haber sido él quien te encerró ahí.
—Constance, has estado soñando… Nadie me ha encerrado aquí. Pensé que había dejado la puerta bien trabada, para que no se cerrara, pero se deslizó y se cerró, y no podía romperla.
—No —dije—. Estaba en la galería: salió de la tumba y quería matarme. Yo lancé la carga de pólvora y magnesio en la armadura y estalló, y debe de haberlo matado…
—Constance… —dijo, mirándome fijamente con absoluta incredulidad—. Has sufrido una terrible conmoción… En todo caso, no podemos quedarnos aquí: el resto de la casa puede venirse abajo en cualquier momento.
Lo guié por el pasadizo hasta el recibidor de la entrada principal. Abrió las puertas abiertas del salón y permaneció allí boquiabierto ante el caos que había en el interior.
—No sé qué será mejor… —dijo finalmente—. No podemos pasar la noche a la intemperie; te morirías de frío. Creo que debemos arriesgarnos a sufrir otro derrumbe. Tu habitación está en el otro extremo de la casa… creo que sería un lugar suficientemente seguro. Romperé algunas sillas para hacer fuego…
Volvimos a subir la escalinata para ir a mi habitación, y nos lavamos un poco en agua helada. Intenté contarle una vez más lo que había ocurrido, pero no quiso oírme hasta que tuvo bien encendido el fuego y yo hube tomado un poco de vino y mordisqueado una galleta. Mientras, el olor del barniz ardiendo comenzó a apoderarse de la habitación.
—Entonces —dijo—, ¿estabas dormida cuando se cayó el muro?
—No. Estaba completamente despierta. Fui a la galería para coger el farol y vi que la cubierta de la tumba comenzaba a abrirse…
—Imposible. Te lo aseguro: esos cierres se habían convertido en óxido sólido…
—Los cierres no se movieron —fue como un destello en mi memoria—. Sólo se abrió la parte superior de la cubierta, donde estaba esa franja de adorno… Oí sus pasos; traía un farol. Yo cogí el cilindro de la caja de latón que había en la galería y lo prendí, y lo arrojé al interior de la armadura… Mira, ¿ves…? Rasgué este trozo de mi vestido para hacerle creer que yo estaba dentro. Y después… dijo que era el doctor Davenant… que venía a rescatarme…
Me detuve de inmediato cuando vi el cambio de expresión en el rostro de Edwin. Estaba mirando con tanta fijeza mi vestido desgarrado que parecía que no hubiera visto un vestido jamás. Nuestras miradas se encontraron y sus ojos mostraron, aterrorizados, que comprendía perfectamente lo que había ocurrido.
—¿Davenant? —dijo casi tartamudeando—. ¿Has… has volado por los aires a James Davenant?
—Sí, pero era Magnus. Quería matarme… ¿Por qué me miras así?
—¿No lo entiendes? Si la policía investiga, podrías ser acusada de asesinato o, como mínimo, de homicidio involuntario…
—¡Pero él salió de la tumba…! ¿Quién más…?
—Tú creíste que salió de la tumba. Pero estabas aterrorizada… había poca luz… Es infinitamente más posible que sólo hayas imaginado que la cubierta del sarcófago se movía… y que Davenant entrara por la puerta principal. Recuerda que la dejamos abierta para que pudiera entrar el cochero que viniera a buscarnos…
—¡No lo creo! Esta mañana, en la habitación de Nell… le seguí hasta allí… en la habitación… ¡intentó mesmerizarme! No tiene nada en los ojos… ¡y eran los ojos de Magnus! Ha estado intentando averiguar qué prueba tengo contra él. Además, ¿cómo es posible que encontrara el camino de regreso a la mansión en medio de esa niebla? ¡Ha estado aquí todo este tiempo! Esperó hasta que los otros se marcharan y volvió antes de que cayera la niebla. ¿No lo recuerdas? Le oímos… en la biblioteca.
—Ya veo qué quieres decir… —dijo lentamente—. El problema es que, incluso aunque estés en lo cierto, nadie te creerá. Si le cuentas esto a la policía, acabarás en la cárcel… o en un manicomio. En cambio, si dices simplemente que estabas en la biblioteca y hubo una explosión… Si encuentran por casualidad a Davenant, pensarán que fue él quien provocó la explosión.
—Pero si Nell estuviera viva… —comencé.
—¡Nell, Nell, Nell! —gritó cansado y desesperado—. ¿No ves los estragos que ha causado tu obsesión? ¿Y si Davenant fuera perfectamente inocente? ¡Te estás poniendo una soga al cuello! Y, además, ¡no hay ni el más mínimo indicio de que Nell pueda estar aún con vida! ¿Por qué estás tan segura de ello?
—¡Porque yo soy Clara Wraxford!
Edwin permaneció en silencio, asombrado, durante largo rato.
—¿Tienes pruebas de ello? —dijo al fin—. ¿Te lo ha dicho ella?
—No, pero John Montague estaba convencido de ello… por mi parecido con Nell.
—¿Y… tus padres? ¿Te dijeron…?
—No, no me dijeron nada. Pero me lo dice mi corazón, como se lo dijo su corazón al señor Montague.
—Muy bien, Constance… Esto es simplemente absurdo. Los parecidos no prueban nada: tú y Nell erais familiares, y el parecido puede reaparecer después de varias generaciones. Y John Montague, si tú recuerdas, pensaba al principio que Nell era idéntica a su esposa muerta. Puede que fuera tu parecido con Phoebe lo que le sorprendiera, no lo sé…
—Piensas que estoy loca… —dije con amargura.
—No… loca, no… pero has estado sometida a una gran tensión…
—Es una forma muy cortés de decir lo mismo.
—¡No, no…! Es sólo que me importa mucho que tú…
—Si yo te importara sólo un poco, me creerías —dije, y me di perfecta cuenta de que me estaba comportando de un modo muy poco razonable, pero no fui capaz de callarme.
—¡Me importas lo suficiente como para arriesgarme a que me cuelguen como cómplice de asesinato!
Aquellas palabras resonaron de un modo extraño, como si ya las hubiera escuchado antes.
—¿Es que no lo ves? —grité—. ¡Eso es exactamente lo que le ocurrió a Nell! ¡He caído en la misma trampa…! Todo el mundo pensará que lo hemos matado dos veces…
Me interrumpí, apretando los puños hasta que las uñas se me clavaron en las palmas de las manos.
—Debes olvidarte de todo esto… —insistió Edwin— e intentar descansar. Sólo necesitas recordar lo siguiente: estabas en la biblioteca cuando oíste una explosión, y eso es todo lo que sabes. Y si guardas silencio en lo demás, estarás perfectamente a salvo.
Se levantó y atizó el fuego. Me daba vueltas la cabeza del cansancio y me dolía todo el cuerpo; y a pesar del temor de que se me congelara la sangre en las venas, caí en un vacío oscuro y sin sueños.
Aún crepitaba el fuego cuando me desperté, y por un momento pensé que simplemente había estado dormitando, hasta que vi la luz de la mañana en la ventana. La niebla se había levantado. Edwin no estaba en la habitación. Me levanté y eché el pestillo de la puerta, y me lavé como pude, intentando ahogar la voz que me susurraba: «¡Has asesinado a un hombre inocente! ».
Encontré a Edwin abajo, en el desastre ruinoso del salón, investigando entre los escombros. Estaba de espaldas a la puerta y no me oyó llegar, así que lo observé desde las sombras mientras iba de acá para allá. Los escombros alcanzaban varios pies de altura, sobre todo en el extremo más alejado, esparcidos por todo el suelo, en medio de los restos aplastados y destrozados de sillas y muebles. Edwin se encontraba aproximadamente en mitad de la sala, cogiendo y lanzando por los aires los pequeños cascotes que encontraba, apartando los trozos más grandes y colocándolos cuidadosamente a un lado. Su respiración formaba pequeñas nubes, mezclándose con el polvo que se arremolinaba a su alrededor. Alcanzó un travesaño destrozado y se subió a él. Se produjo un deslizamiento y un temblor, y apareció una especie de grueso cilindro negro, y luego un brazo de metal y un hombro. Edwin se arrodilló junto a aquellos restos y vi que su rostro palidecía mortalmente. Un segundo después me vio.
—¡Quédate ahí fuera…! Sí… me temo que sí es Davenant. Está… quemado, pero aún es perfectamente reconocible. Aún esperaba que realmente pudieras haberlo soñado. Apártate… No podemos hacer nada por él… El coche estará aquí inmediatamente…
Y mientras subíamos la gran escalinata por última vez, añadió:
—Debemos ser claros en todo esto: lo mejor, creo, será decirles… a la policía, quiero decir… lo mejor será decirles que tú estabas en la biblioteca, esperando a que yo regresara con el carbón… lo cual es perfectamente cierto; entonces, creíste que habías oído unos pasos en la galería que está al lado. Un instante después hubo una terrible explosión. Luego, bajaste las escaleras y me encontraste. Esta mañana, yo pensé que tendría que ver si había quedado alguien atrapado en el derrumbamiento, y fue entonces cuando lo encontré. Tú no sabes cómo llegó ese hombre ahí ni qué estaba haciendo ni cómo se produjo la explosión.
—Pero eso… te convertiría en cómplice, como me dijiste anoche.
—No. Estaba equivocado acerca de eso: yo estaba atrapado en la carbonera, después de todo, así que yo no cuento como testigo; yo sólo sé lo que tú me contaste… es decir, que oíste pasos y luego una explosión, y eso es todo lo que sabes.
—Pero si no… si no les decimos que era Magnus, será enterrado como Davenant, y Nell nunca quedará libre de…
—¡Constance, por el amor de Dios! ¿Es que quieres que te encierren en un manicomio? Si le dices a la policía una sola palabra sobre Magnus, yo les diré que estás delirando por la conmoción… ¿y a quién piensas que creerán?
—Entonces, no te importa en absoluto que estemos haciendo algo malo…
—Lo único que me importa es protegerte de ti misma —dijo— y de la horca, probablemente.
Caía una lluvia fina cuando me volví para mirar la mansión por última vez, y vi la dentada hendidura del muro lateral, y el rígido cable que se retorcía como una serpiente sobre los montículos de la mampostería derruida… Después, la oscuridad de Monks Wood se cerró sobre nosotros. El viaje hasta Woodbridge transcurrió en el más absoluto silencio, mientras el frío se me metía en los huesos. Subí las escaleras de la oficina de la policía sintiéndome aturdida e indiferente ante mi destino, pero en vez de llevarme detenida, me hicieron pasar a una sala privada, me ofrecieron una silla junto al fuego y me agasajaron con un refrigerio mientras Edwin hablaba con el sargento, que aceptó su versión de los hechos sin hacer más preguntas. Una hora después ya estábamos en el tren hacia Londres, pero fue un viaje triste y sombrío. Ni siquiera nos atrevíamos a hablar de lo que decididamente ocupaba nuestros pensamientos, y nuestros esfuerzos por iniciar una breve conversación se apagaron entre las palabras que proferían los traqueteos interminablemente repetidos de las ruedas sobre los raíles: «Has asesinado a un hombre inocente… Has asesinado a un hombre inocente». Me pareció que la despedida de Edwin representó un alivio para ambos en aquel momento.
La reacción de mi tío, una vez que superó su asombro al verme tan sucia y desarreglada, en el recibidor de Elsworthy Walk, fue incluso peor de lo que me había temido.
—¡Quedarte sola con el señor Rhys! —dijo con frialdad—. Has puesto en peligro tu vida y has arruinado tu reputación… ¿Qué crees que estará diciendo de ti el resto de la gente que fue con vosotros? Y, para rematarlo, te has involucrado en la muerte de ese hombre llamado Davenant… No me cabe la menor duda de que pronto tendremos a los periodistas aporreando la puerta. Y, respecto al señor Rhys, puedes decirle que es
persona non grata
en esta casa. Francamente, creí que tenías conciencia moral, pero ya veo que estaba gravemente equivocado.
Sólo podía estar de acuerdo con él. Me retiré a mi habitación como una niña castigada, allí permanecí tumbada y despierta durante largas horas, con los ojos abiertos en la oscuridad, hasta que me levanté y encendí la vela, y comencé a pasear por la habitación con una angustia peor que cualquier cosa que hubiera tenido que soportar desde la muerte de mi madre. Pensé que si al menos pudiera estar completamente segura de que era Magnus a quien había matado… Si fuera Magnus, al menos me podría dormir… De lo contrario, debería entregarme a la policía… pero no podía hacerlo sin implicar a Edwin. Una y otra vez reviví aquellos aterradores instantes en la mansión, pero las dudas se mantenían vivas: quizá él había temido realmente por mi seguridad; podría haber encontrado el camino de la casa incluso a pesar de la niebla; y tal vez había descubierto el túnel por casualidad; y acaso no supiera que yo estaba allí hasta que no vio el jirón de tela en la armadura… No. Mi única esperanza era encontrar a alguien que pudiera identificar a Davenant como Magnus y, puesto que él había engañado a todo el mundo durante veinte años, tendría que ser alguien que lo hubiera conocido muy bien. «Si John Montague no se hubiera ahogado», pensé con amargura, «podría haberme salvado…».
Había otra persona que podía reconocerlo… aparte de la propia Nell: Ada Woodward, que nunca me había contestado, aunque aquello no resultaba muy sorprendente: la noticia de que Nell era sospechosa de haber asesinado a su propia hija y a su marido debía de haber resultado un verdadero espanto. Y, desde luego, se habían ido distanciando incluso desde antes de que aquello sucediera. ¿Qué había dicho Nell en su diario al respecto…? «Incluso aunque Ada y yo siguiéramos siendo amigas, ella y George no podrían acogernos: Clara y yo somos legalmente posesiones de Magnus, y él podría reclamarnos inmediatamente».
Pero el diario fue escrito para que Magnus lo encontrara
… Mis pensamientos estaban tan turbios por el cansancio y el dolor que al principio no me di cuenta y permanecí con la mirada absorta en aquella página durante unos instantes de perfecta incomprensión… hasta que pude verlo con claridad, y finalmente comprendí por qué Ada Woodward no había contestado mi carta.
Pude oír los sonidos del puerto mientras esperaba en lo alto de Church Lane: hombres gritando, velas batiéndose, rodadas de carromatos, y sobre todos esos ruidos, el incesante graznido de las gaviotas, penetrante y desolador. Más allá de los muelles, el mar aparecía tranquilo, gris y acerado; el salitre del aire se cargaba con las ahumadas pestilencias del alquitrán, del pescado y del carbón, y con los olores pútridos del barro y las algas. Los escalones de piedra continuaban hasta la colina, hacia la iglesia de St Mary y las ruinas de la abadía de Whitby.