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Authors: John Harwood

Tags: #Intriga

El misterio de Wraxford Hall (45 page)

Con el corazón latiéndome violentamente, bajé las escaleras y salí por la puerta del jardín, y caminé por la hierba húmeda, con las gotas de rocío brillando como diamantes al sol, hasta que alcancé la cumbre de la colina y vi a una mujer vestida con un traje azul oscuro, con una capa de viaje cubriendo el banco en el que estaba sentada: aquella mujer, demacrada y aterradora, era la que me había abierto la puerta en casa de Ada Woodward. Se levantó y se acercó a mí, y entonces vi que estaba muy pálida.

—Señorita Langton… nos encontramos de nuevo. Mi nombre es… o era, hasta ayer por la noche, Helen Northcote, pero creo que usted me reconocerá mejor como Eleanor Wraxford.

La miré, incapaz de articular palabra, observando cada detalle de su apariencia. Vi que sus ojos tenían reflejos avellanados, veteados en verde. Y había un algo diferente en su voz, que sonaba más grave y más educada de lo que yo recordaba: el acento de Yorkshire había desaparecido.

—Cuando Ada me contó lo que usted le había dicho, y especialmente después de que viéramos las noticias en los periódicos, supe que no podíamos abandonarla a usted, aunque tuviéramos que pagar un alto precio. Vinimos a Londres ayer, pero la policía no le permitió ver el cadáver hasta por la tarde. Ella insistió en ir sola a Scotland Yard. Sólo pudo verlo cuando el inspector Garret regresó de su entrevista con usted. Y, con todo, aún tuvo que esperar varias horas más hasta que consiguieron encontrar a un caballero muy anciano llamado Veitch, que había sido antaño el abogado de Magnus, para confirmar la identificación. Será suficiente añadir que el inspector ha deducido, o eso le dijo a Ada, que Magnus intentó volar la mansión y murió cuando la carga explotó antes de tiempo…

No pude evitar sonreír: el inspector había acabado apropiándose de una teoría que él mismo había despreciado y considerado como una locura sólo unas pocas horas antes.

—Y por entonces, señorita Langton —continuó—, ya era demasiado tarde para avisarla a usted. Ada lamenta no poder estar aquí: le era imprescindible coger el primer tren de regreso a casa.

—Por favor, llámeme Constance… ¿Entiende la policía ahora que usted es completamente inocente?

—La orden de detención sobre Eleanor Wraxford se retirará, sí. Es un sentimiento muy extraño, después de prepararme durante veinte años para lo peor… Pero antes de decirle nada, tiene que contarme su propia historia, ahora que ya lo sabe todo sobre la mía…

Y así, comenzando con la muerte de Alma, reviví para ella el largo camino que me había traído hasta donde me encontraba, con la ciudad a nuestros pies y el brillante hilo del río corriendo a través de la urbe, hasta que cerré el círculo con la visita del día anterior a Hertford Street, mi noviazgo con Edwin y los terrores de la noche previa, todos ellos disipados en ese momento.

—Ahora comprendo… —dijo finalmente— por qué pensaba usted que podría ser mi hija, y por qué deseaba que así fuera… Y si yo me hubiera desprendido de Clara, como usted suponía, yo también lo creería; y no sólo porque usted me recuerda mucho a mí misma cuando era joven, sino por la simpatía que ha sentido hacia mí. Pero… mi querida Constance, no es usted mi hija. Ella está viva y está bien; creo que pudo usted verla un instante justo antes de que cerrara la puerta… Es lo que tenía que hacer, por su bien. Su nombre es Laura Woodward, y ella cree que Ada es su madre… y que perdió a su adorado padre, George, hace diez años.

Las lágrimas anegaron mis ojos, aunque intentaba apartarlas parpadeando. Me cogió la mano, acariciando amablemente los dedos.

—Ya ves: no tenía otra posibilidad. Todo… o casi todo… ocurrió como tú imaginaste. Cuando Lucy y yo salimos de Munster Square por última vez con Clara, Lucy no vino conmigo a Shoreditch, como escribí en aquel diario; la dejé en otro coche que la llevaría a la estación de Paddington, mientras yo iba con Clara a St Pancras, donde Ada me estaba esperando. Todo estaba preparado: ella solía escribirme a un apartado de correos, a una pequeña y triste oficina que hay en Marylebone, adonde yo estaba segura de que Magnus jamás iría a indagar. George no estaba en Whitby por entonces; tenía un trabajo temporal en Helmsley, a treinta millas, y allí fue donde Ada se llevó a Clara, mientras yo iba a Wraxford Hall.

»La noche en la que la señora Bryant murió, yo no fui a la galería. Quería ir, pero me faltó valor al final. Todos estos años me he estado preguntando cómo moriría… y ahora lo sé.

La miré con gesto inquisitivo.

—Magnus debió de haber falsificado aquellas notas que a ella y a mí nos sugerían encontrarnos en la galería. Y yo estuve a punto de hacer lo que él quería que yo hiciera: esconderme en algún lugar cercano. Y entonces… La señora Bryant estaba encaprichada de él, y él con frecuencia la sometía a sesiones de mesmerismo. Ella ni siquiera había leído la nota que se encontró en su habitación; esa nota se dejó allí después, simplemente para incriminarme a mí. Puede que él le propusiera a la señora Bryant una cita secreta, o que le inculcara una sugestión en estado de trance: creo que el doctor Rhys dijo que parecía como si la señora estuviera caminando sonámbula. Y así fue como ella acudió a la galería a medianoche. Si yo
hubiera
estado observando, con toda seguridad jamás habría dejado que me viera. Entonces probablemente la tapa de la tumba comenzó a abrirse, tal y como usted comprobó la otra noche. El susto, al ver aquello, pudo ser suficiente para matarla, o quizá algo la aterrorizó…

—El fantasma del monje —dije, recordando la historia de aquel obrero que contó John Montague—. Así era como se disfrazaba Magnus… pero no entiendo… ¿Por qué quería Magnus que usted estuviera allí? Usted podría denunciarlo…

—Sí. ¿Y quién me hubiera creído? Para cuando llegara alguien, Magnus habría cerrado la tumba y habría desaparecido en el túnel… Recuerde que había ido a dar un paseo a la luz de la luna, o eso había dicho, un poco antes de medianoche… ¿Y qué habría encontrado quien llegara allí en aquel momento? A la señora Bryant muerta y a mí junto a su cadáver, gritando como una loca que había visto el fantasma de un monje. Me habrían llevado con una camisa de fuerza, y Magnus habría interpretado a la perfección su papel de esposo apesadumbrado…

Se detuvo y suspiró profundamente.

—¿Por qué se casó con él?

No tenía la intención de preguntar de un modo tan áspero, y cuando vi que no me contestaba inmediatamente, deseé no haber hecho la pregunta: había parecido casi una acusación.

—Creo… —dijo finalmente—, creo que en la única ocasión en la que tuvo éxito en sus sesiones de mesmerismo conmigo, obtuvo alguna preponderancia sobre mi pensamiento; siempre que intentaba reunir el valor para decirle que no podía casarme con él, un coro de voces surgía en mi cabeza: «Pero es tan amable… es tan atento, tan inteligente, tan encantador… ¿Cómo no vas a amar a un hombre como él? ¿Y qué será de ti si no te casas con él? ¡Estarás absolutamente sola en el mundo!». Y fue muy tarde, en el viaje de novios —añadió con un leve temblor—, cuando se me cayó la venda de los ojos.

Permaneció en silencio durante unos instantes, mirando impasible el horizonte.

—Intenté convencerme a mí misma —continuó—, cuando ya era demasiado tarde, de que se había casado conmigo por mi «don», como él lo llamaba. Pero, ya ve usted, yo pensé que su escepticismo era simplemente otra de sus máscaras; pensé que él realmente creía en… poderes sobrenaturales, y probablemente sólo quería utilizar los míos para alcanzar sus propios fines. Cuando, en realidad… él se veía a sí mismo como un dios.

»No, no… —dijo, como si estuviera respondiendo a una objeción imaginaria—. Estoy segura de que mis «visitas» le intrigaban; pero creo que lo que le atrajo fundamental mente de mí fue mi resistencia a sus sesiones de hipnotismo; porque había fracasado en dos ocasiones a la hora de practicar el mesmerismo conmigo, y, me temo, también porque me deseaba… Y por esa razón me odió mucho más cuando descubrió cuánto lo detestaba.

—¿Y… las «visitas»? —pregunté dubitativamente—. ¿Aquélla en que se vio a usted misma y a Clara fue la única que usted se inventó para aprovecharse de la credulidad de Magnus?

—Sí. Ésa fue la única.

—¿Y volvieron a suceder…?

—No —dijo con ironía—, y tampoco volvieron aquellos insoportables dolores de cabeza que solían acompañarlas. Aquella caída en las escaleras… Recuerdo que creía que aquello había producido una fisura en mi mente, lo suficientemente ancha para poder atisbar el mundo del más allá… un mundo que jamás habría querido ver. Pero esa grieta volvió a cerrarse… Algunas veces pienso que se debió a la conmoción por la muerte de Edward. Y siempre me preguntaré si debería haberle dicho algo sobre aquella visión, y si él habría sido más precavido si lo hubiera hecho.

—¿Cree usted que Magnus tuvo algo que ver en la muerte de Edward? —me atreví a preguntar, más dubitativa aún.

—No lo sé. Edward era lo suficientemente atrevido como para haber escalado aquel cable por su propia voluntad, pero Magnus pudo perfectamente haberle animado a hacerlo, o incluso… en fin, procuro no pensar en ello.

—Lo siento —dije—. No debería haberle preguntado…

—No importa: siempre lo tengo en el pensamiento.

—¿Cómo escapó usted de la mansión? —pregunté, tras unos momentos de silencio.

—De un modo muy parecido al que usted imaginó: salí de la mansión al amanecer de la mañana siguiente, con un traje y un sombrero de Lucy. El disfraz era suficiente para pasar como la criada de una dama. Habría sido demasiado peligroso ir directamente a Yorkshire, de modo que había reservado una habitación, bajo el nombre de Helen Northcote, en un hotel barato de Lincoln. Aún estaba allí cuando empezaron a aparecer las primeras noticias en los periódicos, y entonces me di cuenta de que todo el tiempo que yo había estado planeando mi huida de Magnus, él lo había empleado en tejer una horca para mí.

—Sí —dije—, pero… ¿por qué mató a la señora Bryant la noche anterior a la sesión de espiritismo? Había hecho todos aquellos preparativos, y había llevado a la gente a la mansión…

—Porque… —y se detuvo, como si estuviera buscando las palabras— porque todos aquellos preparativos estaban destinados a hacer creer a todo el mundo que él efectivamente había desaparecido en el interior de la armadura. Ahora que sé que estaba viviendo una doble vida como Davenant, todo tiene sentido finalmente. La mansión estaba cargada con muchas deudas; él ya había convertido las diez mil libras de la señora Bryant en diamantes: aquel cheque fue su condena a muerte. Otro hombre podría haber intentado seguir sacándole dinero a la señora, pero creo que para Magnus el dinero era más un medio que un fin; sólo deseaba el poder: poder y venganza. Si me hubieran arrastrado a un manicomio aquella misma noche, estoy segura de que habría insistido en intentar el experimento de todos modos. Me lo imagino diciendo: «Se lo debemos a la memoria de la señora Bryant». Y Magnus Wraxford habría desaparecido, sin dejar nada detrás, salvo cenizas. Pero cuando su plan original se torció, vio que podía utilizar la muerte de Magnus Wraxford para desatar una venganza aún más terrible contra mí.

—Y, durante todo este tiempo, ¿creía usted que él estaba todavía vivo?

—Sí… vivo y buscándome. Solía tener una pesadilla horrible, una de tantas, en la que yo me encontraba en un cadalso, con la soga rodeando ya mi cuello, y veía a Magnus sonriéndome desde las sombras. Nunca pensé que podría escapar de él, pero estaba decidida a conseguir que Clara se salvara. Y así fue como Ada y George, por mi insistencia, llegaron a ser padres. Dejaron que los criados de Helmsley pensaran que Laura (así la llamamos ahora) era una huérfana a quien habían acogido, pero cuando a George le ofrecieron un puesto en Whitby un año más tarde, ellos comenzaron a hablar de Laura como si fuera su propia hija, y nadie lo puso en duda. Ada le dio referencias a Helen Northcote, y después de tres años como ama de llaves en Chester (los años más largos de mi vida), regresé a Whitby como dama de compañía de Ada.

—Debe de haber sido terriblemente duro para usted —dije—. Quiero decir… saber que la podían detener en cualquier momento…

—Sí —dijo simplemente—. Laura sabe que la quiero, pero siempre he ocultado algo de mí. Prepararse para lo peor, cada vez que un extraño llama a la puerta, deja huellas en una… como puede usted ver…

»Es extraño… o quizá no… que Laura haya crecido pareciéndose tanto a Ada, con su carácter dulce y tranquilo, sin parecerse en nada a mí, e incluso con un don natural para la música, el cual ciertamente yo no poseo. Nadie dudaría jamás de que son madre e hija. Y ahora… gracias a usted, todos esos nubarrones se han alejado de nuestras vidas…

»Ha arriesgado usted su vida por mí —dijo, cogiéndome la mano una vez más—; y ha estado a punto de ir a la cárcel por mí. Nunca la olvidaré. Vine a Londres dispuesta a revelarme como Eleanor Wraxford, si no había otro medio de protegerla a usted. Pero, gracias a Dios, eso no ha sido necesario. La policía ha considerado que no es necesario que el nombre de Ada aparezca para nada en el caso, y Laura no tiene por qué saber nada.

—Pero —dije— usted querrá que todo el mundo sepa quién es usted realmente… ¿De qué otro modo puede limpiarse su nombre?

Se mantuvo en silencio durante unos instantes, observando con la mirada perdida la ciudad.

—Magnus adoraba el poder —dijo finalmente—: el poder de engañar a quien quisiera, de hacerles creer, sentir e incluso ver lo que él quería que todos creyeran, sintieran o vieran. Si ellos no sucumbían a su poder, a ojos de Magnus merecían morir. Y de todo ese terror y toda esa crueldad nació Laura. No hay nada de Magnus en ella. La herencia de los padres no siempre se manifiesta; algunas veces la sangre nace limpia o no se tiñe nunca con los males de sus ancestros.

»Pero el mundo, Constance, no ve las cosas así. La visión de Magnus y la del mundo tienen más en común de lo que nos gustaría admitir. Podría gritar mi inocencia desde cada uno de esos tejados, y la gente aún me creería culpable de algo. No: Eleanor Wraxford será siempre "aquella mujer que mató a su marido"… o a su hija. ¿Y qué podría decir de Clara? Si Laura llegara a saber cómo me llamo realmente, con seguridad acabaría averiguando la verdad.

—Pero… ahora no hay ninguna razón para ocultarle nada… ¿no preferiría saberlo? Eso significaría tener dos madres que la adorarían, en vez de una.

—Sí, pero, en vez de recordar a su padre como un hombre amable y cariñoso, tendría que aceptar que es la hija de un monstruo que se deleitaba en la crueldad, que acabó con la vida de no sabemos cuántas personas y que nunca le importó nada en absoluto. ¿Realmente cree que le gustaría saber eso?

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