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Authors: John Harwood

Tags: #Intriga

El misterio de Wraxford Hall (38 page)

BOOK: El misterio de Wraxford Hall
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»Con la activa cooperación de su tío, Magnus había construido lo que se podría considerar una trampa mortal y que se ajustaba perfectamente a la siniestra reputación de la mansión. La muerte del joven Felix Wraxford en 1795, y la subsiguiente desaparición de Thomas en 1821 (doy por seguro que ambas fueron accidentales, pero eso nunca lo sabremos), se entretejieron también en la historia que Magnus se estaba inventando, sin duda con la mirada puesta en su utilidad una vez que la mansión pasara a sus manos.

»Pero había una grave dificultad: los rayos podrían caer sobre la mansión a la semana siguiente o bien podrían no caer durante los siguientes diez años, y nada garantizaría que Cornelius quisiera ocupar la armadura en ese caso. Y Magnus, habiendo preparado a John Montague para la inminente muerte de Cornelius, ahora tenía que asegurarse de que ocurriría. Yo estoy seguro de que su plan era abandonar su casa de Londres y trasladarse a una parte remota del país… digamos… a Devon, por ejemplo, adoptar un disfraz adecuado y venir a la mansión. Una vez en las dependencias de su tío (y les recuerdo una vez más que sólo conocemos las relaciones que había entre ellos por lo que decía el propio Magnus), podría haber acabado con la vida del anciano fácilmente, habría colocado el cuerpo en la armadura y podría haber descargado "un rayo" desde la seguridad de los bosques circundantes.

»Arriesgado, dirán ustedes, y estoy de acuerdo. Pero, como un verdadero artista, estaba preparado para correr cualquier riesgo si ello le permitía alcanzar el objetivo que perseguía. Y entonces la fortuna vino en su ayuda con un increíble golpe de suerte: John Montague estaba tan nervioso por la tormenta que se aproximaba que le envió un telegrama a Magnus para contárselo, dándole así algunas horas para prepararlo todo.

»Ahora ya no había necesidad de ningún rayo artificial. Magnus sólo tenía que colocar el cuerpo de su tío en la armadura y huir sin que nadie lo viera. Pero… ¿por qué no pudo encontrarse el cuerpo? Incluso suponiendo que un rayo verdaderamente cayera sobre la mansión, no creo que Cornelius se hubiera vaporizado en el aire: el propio destino desgraciado de Magnus es la prueba de ello. Y me niego a creer que su desaparición en el momento justo fuera una mera coincidencia. Sin embargo, no es evidente que la desaparición de Cornelius favoreciera los intereses de Magnus: el hecho cierto es que se vería obligado a soportar un retraso de dos años antes de poder tomar posesión de la propiedad, además de un enojoso y caro proceso en los tribunales.

Levantó la mano para adelantarse a una pregunta del profesor Charnell.

—Con su permiso, me gustaría completar mi tesis antes de entrar a debatirla. Durante ese intervalo de dos años, Magnus Wraxford se casó con una joven que supuestamente poseía poderes psíquicos: un cómplice ideal para el fraude que pensaba perpetrar.

Yo había escuchado, hasta ese momento, con arrebatada atención, pero la última observación me dejó helada. Estaba a punto de protestar cuando me di cuenta de que no podía hacerlo sin desvelar la existencia del diario.

—Aunque las pruebas de Godwin Rhys, John Montague y el mayordomo Bolton condujeron al tribunal a creer que los Wraxford habían estado distanciados durante algún tiempo, es posible que el distanciamiento entre ellos fuera fingido, inicialmente, para favorecer la seducción de la señora Bryant por parte de Magnus, y quizá también para acrecentar el efecto de los poderes de Eleanor Wraxford: si la vieran como una médium que actúa incluso contra su deseo, la ilusión sería aún más convincente. Magnus hizo el primer acercamiento, y tuvo éxito al conseguir sacarle las diez mil libras iniciales antes de que Eleanor Wraxford entrara en escena. Ese dinero, como ustedes saben, se convirtió en una gargantilla de diamantes: un bien fácilmente transportable y canjeable.

»La intención de Magnus, estoy seguro de ello, era poner en escena una sesión de espiritismo que se parecería mucho a la demostración de esta noche. El don de Eleanor Wraxford habría entrado en acción y probablemente el marido fallecido de la señora Bryant habría aparecido, animándola a dedicar su fortuna completa al sanatorio de Magnus Wraxford. Pero para cuando el grupo llegó a la mansión, Eleanor Wraxford se había rebelado contra su marido. Quizá estaba celosa de la señora Bryant, o quizá, como alguien ha sugerido, tenía pensado fugarse con su amante. Su condición mental, en cualquier caso, era ciertamente inestable. Había sido despreciada por su propia familia, y su novio anterior había muerto aquí mismo, en la mansión, en misteriosas circunstancias. Y, según Magnus, tal y como dejó dicho Godwin Rhys, ella había previsto su muerte en una visión. Magnus la había enviado aquí con su bebé, de quien ella no se podía separar, para preparar su parte en el engaño.

De nuevo abrí la boca para protestar, y de nuevo me lo pensé mejor.

—Magnus debió de tener una confianza casi absoluta en su poder sobre ella. Pero luego su plan se fue al traste con la muerte de la señora Bryant la misma noche de su llegada.

»Tal vez recuerden ustedes que se encontró una nota, con la caligrafía de Eleanor Wraxford, invitando a la señora Bryant a encontrarse con ella aquí, en la galería, a medianoche. Aquí se ofrecen varias posibilidades. Puede ser que Eleanor hubiera pensado traicionar el plan de Magnus, o simplemente arruinarlo aterrorizando a la señora Bryant. Ustedes han podido ver cuán fácil resulta aterrorizar a una dama de corazón sensible utilizando este entramado; a una dama de corazón sensible se le puede dar un susto de muerte, literalmente. Desde luego, Magnus corría el riesgo de fracasar con su demostración y, así, matar la gallina de los huevos de oro, pero se trataba de un riesgo que tenía que correr. Además, la señora Bryant habría asistido a la sesión con la esperanza de ser testigo de algo verdaderamente asombroso. Por el contrario, en esta cita previa, fue cogida completamente por sorpresa y su corazón no lo resistió.

»El resto ya es bien conocido: Eleanor Wraxford se las arregló para volver a la seguridad de su habitación mientras aún se estaba dando la señal de alarma. Apenas es necesario que les recuerde —añadió con una reverencia al doctor Davenant— que el conocimiento popular de la locura está bastante desencaminado. Un hombre… o, como aquí, una mujer, en un ataque de locura puede cometer los crímenes más monstruosos y, aun así, parecer perfectamente lúcida y aparentemente racional.

»En algún momento, durante la noche, Eleanor Wraxford puso en escena su desaparición. Ocultó a su hija, o la mató… Siento causarle angustia, señorita Langton, pero lo último parece también lo más probable. Una mujer sola habría tenido más posibilidades de ocultarse y hacer fracasar la búsqueda que se llevó a cabo después; una mujer con un bebé, prácticamente no tendría ninguna. A menos que hubiera acordado entregar a la niña a un cómplice, lo cual habría tenido que planear con anterioridad… y entonces, ¿por qué traer a la niña aquí?

Yo no había pensado en esta objeción cuando ideé mi propia teoría, pero comprendí, con una terrible sensación de ansiedad, la fuerza de la misma.

—Cualquiera que fuera el destino de la niña, Eleanor Wraxford se las arregló para ocultarse hasta que Magnus se quedó solo en la mansión. Ella se enfrentó a él con una pistola, cogió los diamantes, le obligó a entrar en la armadura y trabó el mecanismo… todo esto resulta evidente a partir de las pruebas aportadas por el abogado Montague. Eleanor tal vez sólo quiso mantenerlo atrapado el tiempo suficiente para poder huir; pero puede que los nervios le jugaran una mala pasada en última instancia, como testifican la pistola abandonada y la pieza rasgada de su vestido que apareció prendida en la armadura.

»Y, finalmente, la ironía definitiva: un rayo cayó realmente sobre la mansión aproximadamente un día después. Quizá Magnus Wraxford ya estaba muerto… Espero que fuera así. No le desearía un destino semejante ni a mi peor enemigo. No creo que fuera reducido a cenizas instantáneamente, como concluyó el médico forense; muchos hombres han sido golpeados por un rayo en campo abierto y, aun así, han sobrevivido. Es más probable que la energía del rayo incendiara las ropas y el cuerpo se fuera quemando lentamente, como ocurre en las combustiones espontáneas, tan vívidamente descritas por Dickens
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, excepto que en este caso la combustión tuvo lugar en el interior de un espacio cerrado, y por esa razón fue más completa.

»Y he aquí lo que sucedió, damas y caballeros. Nunca sabremos qué fue de Eleanor Wraxford y su niña; sospecho que ambas yacen en alguna sima oculta y aún no descubierta de los bosques de Monks Wood.

Hizo entonces una reverencia y los caballeros respondieron con un breve aplauso, al cual yo no me uní. El fuego había ardido débilmente mientras Vernon Raphael había estado hablando; mis pies estaban entumecidos de frío. Para mí, la revelación prometida había quedado en nada. Su admiración por Magnus había quedado patente, mientras que había despreciado a Nell como a una loca que había desbaratado un plan maravilloso y elegante. Se me ocurrió pensar, de hecho, que Vernon Raphael y Magnus Wraxford tenían mucho en común…

Miré a los demás y me encontré a los caballeros esperando que me levantase. La idea de asistir a su debate me resultó repentinamente insoportable. No es que tuviera hambre o sed; simplemente estaba muerta de frío.

—Me gustaría retirarme —le dije a Edwin—. No necesito nada, sólo un farol. Así pues, caballeros, si me disculpan…

Me levanté casi tambaleando y la habitación pareció girar alrededor de mí, de modo que me vi obligada a cogerme del brazo de Edwin. Acompañada por murmullos de preocupación, hicimos el largo camino de la galería y entramos en el frío aún más gélido del rellano, donde Edwin inmediatamente comenzó a disculparse por la desagradable experiencia de la noche.

—Yo elegí venir —contesté—, así que no hablemos más de ello.

Sentí su anhelo… Esperaba una mirada, una sonrisa o un gesto de complicidad, pero fui incapaz de corresponderle.

Alguien se había ocupado de encender el fuego en mi habitación, y tan pronto como hube cerrado la puerta ante Edwin, encendí las dos velas polvorientas que había sobre la repisa de la chimenea. Arrastré la cama portátil tan cerca del hogar como me fue posible y me tumbé completamente vestida, con el quinqué encendido en una silla, junto a mí. El olor a aceite y metal caliente me resultó vagamente reconfortante, así como la seguridad de que Edwin estaría en la habitación contigua, entre el rellano y mis aposentos.

Cuando el calor comenzó a calentarme los huesos, lentamente, me percaté de que lo que verdaderamente me había desanimado, aparte del tono general de Vernon Raphael, era el temor de que aquel investigador pudiera estar en lo cierto respecto a Nell. Después de todo, él sólo había deducido (a partir de lo que yo le había mostrado) que Magnus había asesinado a su tío, o al menos había planeado asesinarlo. Nunca había considerado esa posibilidad y, sin embargo, todo tenía sentido… Por lo que tocaba a su explicación del misterio, en todo, salvo en pequeños detalles, Vernon Raphael simplemente se había hecho eco de las deducciones del médico forense.

Pero si yo le hubiera mostrado el resto de los documentos del señor Montague y de Eleanor Wraxford, éstos sólo habrían reforzado su convicción en la culpabilidad de Nell.

Sin embargo, Vernon Raphael había dicho algo… algo que me había tocado una fibra sensible, casi como si hubiera derramado un cubo de agua fría sobre mi propia teoría… Sí: la hipótesis de que si Nell había decidido entregarle a Clara a un cómplice, ¿por qué la trajo a la mansión?

¿Y por qué, entre todas las habitaciones que podría haber escogido, eligió para Clara la alcoba más oscura y cerrada?

Porque con la puerta cerrada, nadie podría decir si allí había una niña o no.

Cogí el diario de Nell y el informe de la investigación según John Montague y fui pasando distraídamente las hojas a la luz del quinqué.

Nadie había dicho que hubiera visto a Clara en la mansión…

Volví a la primera página del diario, el diario que ella decía que no se atrevía a comenzar en Londres, por temor a que Magnus pudiera encontrarlo. Y, sin embargo, lo había dejado abierto sobre la mesa…

Ella había
querido
que él lo encontrara. Yo había caído en la trampa: el diario era una ficción y nada de lo que hubiera en él podía creerse.

No… no exactamente. Todo aquello sobre el fracaso de su matrimonio, su odio hacia él, la señora Bryant, todo lo que Magnus sabía o podía controlar, todo aquello podía ser verdad y tendría como objetivo herir a su esposo o dañarlo en lo más profundo, de tal modo que no tuviera duda sobre el resto.

¡Clara nunca había estado en la mansión! Alguien (¿la criada Lucy, tal vez?) se había llevado a la niña a un lugar seguro, mientras Nell había venido a la mansión sola. La parte más peligrosa del engaño habría sido llevar a la niña (una muñeca arropada con mantillas y pañales, quizá) del carruaje a la habitación. No resultaba extraño que quisiera hacerlo ella todo…

Pero… ¿por qué? ¿Cuál era el objetivo del engaño?

Que pareciera que la maldición de Wraxford Hall había vuelto a repetirse, que a Clara y a ella se las habían llevado los poderes de la oscuridad. Había inventado la última «visita» para «predecir» su destino.

Pero el engaño no había resultado del todo exitoso. Magnus había visto el diario e inmediatamente ordenó la búsqueda.

¿Sería posible que Nell hubiera llegado a pensar que realmente Magnus Wraxford creía en los espíritus, a pesar de todo el escepticismo que decía profesar? ¿O acaso pensaba Nell que otros creerían aquel embuste de su aparición, aunque su marido no lo hiciera? ¿O la muerte de la señora Bryant trastocó todos sus planes?

¿Y cómo pensaría escapar? Sin Clara, podría haber huido a pie. Y puesto que había dejado el diario en la mesa precisamente para que Magnus lo encontrara, Nell tenía buenas razones para escapar temprano, en cuanto hubiera luz suficiente para poder ver el camino a través de los bosques de Monks Wood.

¿Qué había dicho Vernon Raphael sobre Magnus…? Que «poseía un genio excelente para la improvisación». Nell había estado tan ocupada en crear su propia ilusión que no se había percatado de cómo podía usarse el diario contra ella. La carta de Magnus —la única que había encontrado John Montague, dirigida al señor Veitch también estaba repleta de mentiras, y también era falso el pedazo del vestido de Nell prendido en la armadura. Nell nunca había vuelto a la mansión, y Magnus no había muerto en Wraxford Hall.

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