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Authors: Montesquieu

Tags: #Clásico, #Filosofía, #Política

El espíritu de las leyes (42 page)

Las regiones más templadas de Persia, de Turquía, de Moscovia y de Polonia, se resienten aún de las devastaciones de los Tártaros.

CAPÍTULO IV
Otros efectos de la fertilidad o esterilidad de las tierras

La esterilidad de un país hace a los habitantes industriosos, trabajadores, sufridos, sobrios, valientes, aptos para la guerra, porque necesitan ingeniarse para buscar lo que el país les niega. La fertilidad produce un efecto completamente contrario: tienen con la abundancia la desidia, la inactividad y más apego a la vida.

Se ha reparado que las tropas de Alemania reclutadas en Sajonia y otras comarcas ricas, no son tan buenas como las procedentes de otros parajes. Inconveniente que remediarán las leyes militares con una disciplina más severa.

CAPÍTULO V
De los pueblos insulares

Los pueblos de las islas son más liberales que los del continente. Suele ser pequeño el territorio insular
[5]
, siendo por lo tanto más difícil que una parte del pueblo quiera oprimir a la otra; lo defiende el mar, que separa las islas de los grandes imperios invasores y es un obstáculo para la conquista. Con limites bien marcados por la naturaleza, tienen más vivo el sentimiento de su personalidad y conservan más fácilmente sus leyes y costumbres.

CAPÍTULO VI
De los paises formados por la industria de los hombres

Los países que la industria humana ha hecho habitables y que necesitan de la misma industria para poder existir, se inclinan desde luego al gobierno moderado. Tres son, principalmente, los países que están en dicho caso: las dos hermosas provincias de Kiangnan y Tche-kiang en el imperio chino, Egipto y Holanda.

Los antiguos emperadores de China no eran conquistadores. Lo primero que hicieron para engrandecerse da testimonio de su sabiduría: se vió salir de las aguas a las dos mejores provincias de su imperio, creadas por los hombres. La fertilidad imponderable de las dos provincias es lo que ha dado a Europa una idea de la felicidad de aquella vasta región. Pero el cuidado continuo indispensable para preservar de la destrucción una parte tan considerable del imperio, requería un pueblo trabajador y de buenas costumbres y un monarca legítimo, no un pueblo vicioso y gobernado por un déspota. El gobierno tenía que ser moderado, como antes lo fue en Egipto, como lo es hoy en Holanda, países formados en la lucha contra la naturaleza y en los que no caben el abandono y la incuria.

Por eso, aunque el clima de China es favorable a una servil obediencia, y a pesar de los horrores que acompañan a la extensión excesiva de un imperio, los primeros legisladores chinos tuvieron que dictar inmejorables leyes, a las que los gobiernos han tenido que atenerse con posterioridad.

CAPÍTULO VII
De las obras de los hombres

Los hombres con su trabajo, sus cuidados y sus buenas leyes, han transformado la tierra mejorando sus condiciones de habitabilidad. Hoy vemos ríos que corren por donde antes se estancaban formando pantanos y lagunas; es un beneficio que no lo produjo la naturaleza, pero la naturaleza lo conserva. Cuando los Persas eran dueños de Asia, concedieron a los que llevasen agua a sitios que no se hubieran regado en ningún tiempo, la propiedad de aquellos sitios por cinco generaciones, y como en el monte Tauro nacen multitud de arroyos, no ahorraron gastos para encauzarlos y aprovecharlos bien
[6]
. Hoy tienen agua abundante en sus campos y sus huertas.

Así como las naciones destructoras ocasionan males que duran más que ellas, también hay naciones industriosas productoras de bienes que les sobreviven.

CAPÍTULO VIII
Relación general de las leyes

Todas las leyes están relacionadas con la manera que tienen de vivir los respectivos pueblos. El pueblo que viva del comercio y la navegación, necesita un código más extenso que el dedicado a las labores agrícolas. El que viva de la agricultura, necesita más que el dedicado al pastoreo. Y aun necesita menos leyes el que deba la subsistencia a la caza.

CAPÍTULO IX
Del terreno de América

La causa de que haya tantos pueblos salvajes en América es que allí la tierra produce, sin cultivo, muchos frutos que sirven para la alimentación. Con escaso cultivo, obtienen las mujeres su cosecha de maíz en torno de su cabaña. La caza y la pesca son el principal recurso de los hombres. Además, abundan en América los animales que pacen, como bueyes, búfalos, etc., no existiendo casi los carnívoros, que siempre han tenido el imperio de Africa.

No tendríamos esas ventajas en Europa dejando inculta la tierra, pues no se criarían espontáneamente más que selvas de encinas y otros árboles estériles.

CAPÍTULO X
Del número de hombres en relación con la manera de vivir

Veamos la proporción en que están los hombres en las naciones que no cultivan la tierra. El producto de una tierra inculta es al producto de una tierra cultivada, como el número de salvajes en la primera es al de labradores en la segunda. Cuando los habitantes son cultivadores de la tierra y cultivan a la vez las artes, la población sigue una ley proporciónal que no podemos detallar aquí.

Los pueblos que no labran la tierra no pueden formar una gran nación, porque si son pastores necesitan moverse en extensos territorios para poder subsistir en cierto número, y si son cazadores aun ha de ser su número más escaso. El terreno estará, ordinariamente, lleno de selvas tupidas, y como los hombres no habrán pensado siquiera en encauzar y canalizar las aguas, abundarán en el país los pantanos y marismas que obligarán a las gentes a dividirse en grupos.

CAPÍTULO XI
De los pueblos salvajes y de los pueblos bárbaros

La diferencia entre los pueblos salvajes y los pueblos bárbaros es que los primeros son pequeñas naciones dispersas, imposibilitadas de reunirse por unas u otras razones, y los segundos son también pequeñas naciones que pueden reunirse. Los pueblos salvajes son generalmente cazadores, los pueblos bárbaros suelen ser pastores. Esto se ve muy bien en el Norte de Asia: los pueblos de Siberia no pueden aglomerarse, porque si se juntaran no tendrían qué comer; los de Tartaria pueden reunirse periódicamente, porque sus rebaños pueden estar reunidos en algunas épocas. Si los rebaños se juntan, pueden formar un cuerpo todas las hordas de bárbaros; y sucede así cuando un jefe se impone a los demás. Entonces no puede ocurrir más que una de estas dos cosas: o vuelven a separarse, o emprenden la conquista de algún imperio del Sur.

CAPÍTULO XII
Del derecho de gentes en los pueblos que cultivan la tierra

Estos pueblos, no viviendo en un territorio demarcado, se disputarán los terrenos incultos, como entre nosotros hay disputas por las lindes y las heredades; les sobrarán motivos de querella. Así tendrán ocasiones de guerra, harto frecuentes, por la caza, por la pesca, por los pastos, por el rapto de esclavos; y como carecen de territorio, arreglarán las cosas por el derecho de gentes, rara vez por el derecho civil.

CAPÍTULO XIII
De las leyes civiles en los pueblos que no cultivan la tierra

La división de las tierras es lo que aumenta el volumen del código civil. Pocas leyes civiles necesitarán las naciones donde no exista la división de tierras.

Las instituciones de estos pueblos deben llamarse costumbres más bien que leyes.

Son gentes entre las cuales no hay mejor autoridad que la de los viejos, que recuerdan las cosas pasadas; entre ellas no se distingue nadie por los bienes, sino por el consejo o por el brazo.

Son pueblos que andan errantes por los bosques y praderas. El matrimonio en ellos es cosa accidental, por no tener una morada fija; pueden cambiar de mujer con suma facilidad, o viven mezclados indistintamente como los brutos.

Los pueblos pastores no pueden separarse de sus rebaños, que los mantienen, como tampoco de sus mujeres, que los cuidan. En su vida trashumante van todos juntos, pues viviendo en extensas llanuras, donde hay pocos sitios a propósito para defenderse, podrían ser presa de los enemigos sus mujeres, sus hijos y sus rebaños.

Sus leyes regularán el reparto del botín y atenderán particularmente a los robos, como nuestras leyes sálicas.

CAPÍTULO XIV
Del estado político de los pueblos que no cultivan la tierra

Estos pueblos gozan de la mayor libertad, pues no siendo labradores no se encuentran atados a la tierra; son vagabundos, viven errantes; y si un jefe intentara mermar su libertad, o buscarían otro, o se refugiarían en las selvas para vivir con sus familias en cabal independencia. Entre ellos es tan grande la libertad del hombre, que lleva consigo la del ciudadano.

CAPÍTULO XV
De los pueblos que conocen el uso de la moneda

Aristipo naufragó, y al ganar la orilla a nado, vió trazadas en la arena de la playa unas figuras geométricas; al verlas se estremeció de alegría, juzgando que había puesto los pies en tierra griega, y no en un país extraño.

De igual manera si, por casualidad, llegáis solos a un país desconocido y veis una moneda, tened por cierto que es un país civilizado.

El cultivo de la tierra trae consigo el uso de la moneda, porque la agricultura supone muchas artes y conocimientos; las artes y los conocimientos caminan al mismo paso que las necesidades. Todo esto conduce al establecimiento de un signo de los valores.

Los torrentes y los incendios revelaron a los hombres que la tierra contenía metales
[7]
. Descubiertos los metales, y una vez separados de la tierra, fácil ha sido utilizarlos.

CAPÍTULO XVI
De las leyes civiles en los pueblos que no conocen el uso de la moneda

El pueblo que no conozca el uso de la moneda, no conocerá tampoco otras industirias que las derivadas de la violencia, y de ésta se defiende la debilidad por medio de la unión, que hace la fuerza. Tampoco habrá en ese pueblo ninguna legislación civil; convenciones políticas es todo lo que habrá.

Pero en un pueblo donde la moneda existe, se está expuesto, además de estarlo a la violencia, a todas las injusticias del engaño que se ejercen en infinitas formas. Se necesitan, pues, buenas leyes civiles que nacen de las nuevas maneras de portarse mal, de los mil ardides que discurre la astucia de los hombres.

En los países donde no hay moneda, el ladrón puede llevarse las cosas, y las cosas no se parecen nunca; donde la moneda existe se lleva signos, y los signos siempre se parecen. En los primeros no puede ocultarse el robo, porque el ladrón se lleva consigo lo robado, un objeto que no se parece a otro, esto es, la prueba de su delito; no sucede lo mismo en los países donde existe moneda circulante.

CAPÍTULO XVII
De las leyes políticas en los pueblos que no conocen la moneda

Lo que más asegura la libertad en los pueblos que no cultivan la tierra, es que la moneda les es desconocida. Los frutos de la caza, de la pesca o de los rebaños, no pueden reunirse en cantidad suficiente ni guardarse el tiempo necesario para que un hombre pueda corromper a los demás; pero donde se dispone de signos de riqueza, puede hacerse un acopio de los mismos, distribuirlos y pervertir a muchos. En los pueblos donde no hay moneda son muy pocas las necesidades y las satisfacen todos fácil e igualmente, de donde resulta la igualdad; los jefes, por consiguiente, no son despóticos.

CAPÍTULO XVIII
Fuerza de la superstición

Si es que los relatos son verídicos, la constitución de un pueblo de Luisiana, llamado
los Natche
, desmiente lo que hemos dicho. Su jefe dispone de los bienes de todos los vasallos, les hace trabajar a su capricho, y ellos no pueden negarle nada que a él se le antoje, ni aun la cabeza
[8]
: es como el gran señor. Nace el presunto heredero, y se le dan todos los niños de pecho para que le sirvan durante toda la vida, como si el recién nacido fuese el gran Sesostris. Al jefe se le trata en su cabaña con las mismas ceremonias que si fuere el monarca del Japón o el emperador de China.

Las preocupaciones de la superstición pueden más que todas las preocupaciones. Aunque los pueblos salvajes no conocen naturalmente el despotismo, éste los conoce. Los
Natchez
adoran el sol; y si su jefe no hubiera imaginado y hecho creer que era hermano del sol, todos le habrían tenido por un cualquiera.

CAPÍTULO XIX
De la libertad de los Arabes y de la servidumbre de los Tártaros

Los Árabes y los Tártaros son pueblos pastores.

Los primeros se hallan comprendidos en el caso general de que hemos hablado; los últimos (el pueblo más singular de la tierra) viven en la esclavitud política
[9]
. Ya he dado algunas razones de este último hecho
[10]
y he de añadir otras.

Los Tártaros no tienen ciudades ni bosques, sus ríos están helados casi siempre; viven en una inmensa llanada, no son pobres, puesto que poseen pastos y rebaños, pero no tienen retirada posible ni puntos de defensa. Cuando el Kan es vencido le cortan la cabeza
[11]
y hacen lo propio con sus hijos; todos sus vasallos pertenecen al vencedor; y como no se les sujeta a la esclavitud civil, porque no hay tierras que cultivar ni necesidad de servidumbre doméstica, aumenta la nación. Pero en lugar de la esclavitud civil, que resultaría gravosa, introducen o mantienen la esclavitud política.

Y esto se comprende, porque donde las hordas están en guerra continua, conquistándose incesantemente las unas a las otras; donde a la muerte del jefe es irremisiblemente destruída cada horda, la nación en general no es libre ni puede serlo, porque no hay una sola parte de ella que no haya sido subyugada repetidas veces.

Los pueblos vencidos pueden conservar alguna libertad, cuando por la fuerza de su situación pueden ajustar convenios después de sus derrotas; pero los Tártaros, cuyo territorio no tiene defensa, mal pueden pactar condiciones cuando son vencidos.

He dicho en el
capítulo II
que los habitantes de llanuras cultivadas no son libres; por ciertas circunstancias se encuentran en igual caso los Tártaros que no cultivan sus tierras.

CAPÍTULO XX
Del derecho de gentes de los Tártaros

Los Tártaros parecen dulces y humanos entre sí, pero son conquistadores crueles: pasan a cuchillo a los habitantes de los poblados que toman, y creen hacerles gracia cuando los venden o los distribuyen entre sus soldados. Han desolado el Asia desde la India hasta el Mediterráneo, y convertido en un desierto la parte central de Persia.

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