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Authors: Montesquieu

Tags: #Clásico, #Filosofía, #Política

El espíritu de las leyes (32 page)

CAPÍTULO XII
De las palabras indiscretas

Nada hace más difícil la calificación del crimen de
lesa majestad
, que el fundar la acusación en palabras. Las palabras están sujetas a interpretación; y hay tanta diferencia entre la indiscreción y la malicia, y tan poca entre las expresiones que la una y la otra emplean, que la ley no puede someter las palabras a una pena capital; a no ser que declare expresamente qué palabras son las que a tal pena quedan sometidas
[26]
.

Las palabras no forman un cuerpo de delito, no quedan más que en la idea. Generalmente no son delictuosas por sí mismas, ni significan nada por sí mismas, sino por el tono en que se digan. Suele suceder que, repitiendo las mismas palabras, no encierran siempre igual sentido. El sentido depende, no solamente del tono, sino también de la relación que tengan con otras cosas distintas de las expresadas. Algunas veces dice más el silencio que todos los discursos. No hay nada tan equívoco como las palabras. ¿Y ha de incurrirse con ellas en un crimen de
lesa majestad
? Dondequiera que se entiende así, no existe la libertad, ni siquiera su sombra.

En el manifiesto de la difunta zarina contra la familia de Olguruki
[27]
, uno de estos príncipes fue condenado a muerte por haber proferido palabras indecorosas que se referían a ella; otro, por haber interpretado maliciosamente sus disposiciones imperiales ofendiendo a su sagrada persona con palabras poco respetuosas.

No pretendo disminuir la indignación que deben inspirar los que quieran empañar la gloria de su príncipe; pero sí sostengo que, para moderar el despotismo, sin dejar impune aquella incorrección, basta una pena correccional sin que una acusación de
lesa majestad
, siempre terrible para la inocencia misma, agrave excesivamente la situación del culpable
[28]
.

Las acciones, como bien puede observarse, no son de todos los días; una acusación falsa, relativa a hechos, puede aclararse fácilmente. Las palabras, unidas a una acción, toman el carácter de la misma acción. Pongamos un ejemplo; va un hombre a la plaza pública y exhorta al pueblo a rebelarse; por excitación a la revuelta se hace culpable de
lesa majestad
: pues sus palabras se juntan a la acción y forman parte de ella. Es el acto lo que se castiga, no las palabras. Éstas no son criminales, sino cuando preparan, acompañan o secundan un acto criminal. Se trastornó todo, si se hace de las palabras un crimen capital en vez de mirarlas como el signo de un crimen capital.

Los emperadores Teodosio, Arcadio y Honorio escriben a Rufino, prefecto del pretorio:
Si alguno hablase mal de nuestra persona o de nuestro gobierno, que no se le castigue: si habló por ligereza, es menester despreciarlo; si por imbecilidad, compadecerlo; si por ofendernos, perdonarlo. Así, pues, dejando las cosas en toda su integridad, nos daréis conocimiento de ellas para que juzguemos de las palabras según las personas que las digan y pensemos bien si deben ser juzgadas o desdeñadas
.

CAPÍTULO XIII
De los escritos

Los escritos contienen algo más permanente que las palabras; pero cuando no preparan, no predisponen al crimen de
lesa majestad
, no son materia de crimen de
lesa majestad
.

Augusto y Tiberio, sin embargo, les imponían la pena correspondiente a dicho crimen
[29]
. Augusto lo hizo con ocasión de ciertos escritos contra personas ilustres (hombres y mujeres); Tiberio, porque algunos escritos los creyó dirigidos contra él. Nada más fatal para la libertad romana. Cremucio Cordo fue acusado, porque en sus anales, había llamado a Casio
el último de los Romanos
[30]
.

Los escritos satíricos son casi desconocidos en los Estados despóticos; el abatimiento por un lado, y la ignorancia por otro, quitan la voluntad de hacerlos y aun la capacidad. En la democracia son permitidos y abundan, por la misma razón que los prohibe el gobierno personal. Como es lo más general que se dirijan contra gentes poderosas, en la democracia halagan a la malignidad del pueblo que gobierna. En las monarquías templadas se los prohíbe, pero es más bien cuestión de policía que de delincuencia. Hasta es de buena política el tolerarlos, porque entretienen al público, satisfacen a los descontentos, disminuyen el deseo de figurar y hacen que el pueblo se ría de sus propios sufrimientos.

El gobierno aristocrático es el que menos consiente obras satíricas, si no las proscribe en absoluto. Es un régimen en el cual los magistrados son reyezuelos, sin bastante grandeza para despreciar insultos. Si en la monarquía va algún dardo contra el monarca, está demasiado alto para llegar a él; a un aristócrata lo atraviesa de parte en parte. Así los decenviros castigaron con la muerte los escritos satíricos
[31]
.

CAPÍTULO XIV
Violación del pudor en los castigos

Hay reglas de pudor observadas en casi todos los países del mundo. Absurdo sería el violarlas al castigar delitos, puesto que el castigo debe tener por objeto restablecer el orden.

Los Orientales, que han expuesto mujeres a elefantes amaestrados para un abominable género de suplicio, ¿querían violar la ley por la ley?

Una antigua costumbre de los Romanos prohibía matar a las jóvenes que no eran núbiles, Tiberio se valió del expediente de hacer que las violara el verdugo antes de enviarlas al suplicio
[32]
; sutil y cruel tirano, que destruía las costumbres por conservar las costumbres.

Cuando la magistratura japonesa ha hecho exponer en las plazas públicas mujeres desnudas, haciéndolas andar como animales, hacía que el pudor se estremeciera
[33]
; y cuando obligaba a una madre… cuando obligaba a un hijo… no puedo acabar; son cosas que estremecían a la misma naturaleza.

CAPÍTULO XV
De la manumisión del esclavo por acusar al amo

Augusto mandó que los esclavos de quienes hubieran conspirado contra él fueran vendidos en subasta pública, para que pudieran deponer contra sus amos
[34]
. No debe desdeñarse nada que conduzca al descubrimiento o esclarecimiento de un gran crimen. Es natural, por consiguiente, que en un Estado en que haya esclavitud puedan ser indicadores los esclavos; indicadores, pero no testigos.

Vindex indicó la conspiración fraguada en favor de Tarquino: pero no fue testigo contra los hijos de Bruto. Era justo dar la libertad a quien había hecho a su patria un servicio tal.

El emperador ordenó que los esclavos no fueran testigos contra sus amos en el crimen de
lesa majestad
[35]
; ley que no está incluida en la compilación de Justiniano.

CAPÍTULO XVI
Calumnia en el crimen de
lesa majestad

Es necesario hacer justicia a los Césares: no imaginaban ellos las tristes leyes que hacían. Fue Sila el primero en enseñarles que no se debía penar a los calumniadores; no se tardó en hacer más: en recompensarlos
[36]
.

CAPÍTULO XVII
De la revelación de las conspiraciones

Cuando tu hermano, o tu hijo, o tu hija, o tu mujer amada, o tu amigo, que es como tu alma, te digan en secreto vamos a otros dioses, los lapidarás; primero por tu mano, en seguida por la de todo el pueblo
. Esta ley del Deuteronomio
[37]
no puede ser ley civil en la mayor parte de los pueblos que conocemos, porque abriría la puerta a numerosos crímenes.

La ley que ordena en varios Estados, so pena de la vida, revelar todas las conspiraciones, aun aquellas en que no se haya tomado parte, no es menos dura. Si la adopta un Estado monárquico, es muy conveniente restringirla.

Solamente debe aplicarse con severidad cuando se trata del crimen de
lesa majestad
bien definido, bien calificado. Es muy importante no confundir los diferentes grados de culpabilidad.

En el Japón, donde las leyes trastornan todas las ideas de la razón humana, la denuncia es obligatoria en los casos más comunes; no revelar un crimen es uno de los mayores crímenes.

Según el relato de un viajero
[38]
dos señoritas fueron encerradas hasta la muerte en un cofre erizado de puntas; la una por cierta intriga amorosa, la otra por no haberla denunciado.

CAPÍTULO XVIII
De lo peligroso que es en las Repúblicas, el castigar con exceso el crimen de
lesa majestad

Cuando una República ha logrado destruir a los que intentaban derribarla, es menester apresurarse a poner término a las venganzas, a los castigos y aun a las recompensas.

No es posible imponer grandes castigos y hacer, por consiguiente, grandes cambios, sin sentar la mano a algunos grandes personajes influyentes. En este caso, más vale perdonar mucho que castigar mucho, desterrar poco que desterrar con exceso, respetar los bienes que excederse en las confiscaciones. Con pretexto de la venganza pública, se extendería demasiado la tiranía de los vengadores. Es preciso volver lo más pronto posible a la normalidad, en la que las leyes protegen a todos porque no se han hecho contra nadie.

Los Griegos no pusieron límites a las venganzas que tomaron contra los tiranos o contra los que sospechaban que lo eran. Mataban a sus hijos y a sus parientes más próximos
[39]
. Expulsaron infinidad de familias. Estos rigores quebrantaron sus Repúblicas. Los destierros y la vuelta de los desterrados, siempre fueron épocas marcadas por el cambio de la constitución.

Los Romanos fueron más prudentes. Condenado Casto por haber aspirado a la tiranía, se habló de matar hasta sus hijos; no fueron condenados a ninguna pena.
Los que quisieron
, dice Dionisio de Halicarnaso
[40]
,
cambiar esta ley al acabarse la guerra civil, y excluír de los empleos a los hijos de los proscrÍptos de Sila, son bien criminales
.

En las guerras de Mario y Sila se ve hasta qué punto se habían depravado poco a poco las almas de los Romanos. Cosas tan funestas, pudo creerse que no se verían más. Pero en tiempo de los triunviros se quiso extremar la crueldad y parecer menos crueles; es triste ver los sofismas que empleó la crueldad. Puede leerse en Apiano
[41]
la fórmula de las proscripciones. Se diría que su único objeto era el bien de la República, según lo que se habla en ella de serenidad y de imparcialidad, de las ventajas de la misma proscripción, de la seguridad que se promete a los ricos, de la tranquilidad que van a tener los pobres, del interés que merecen la vida y el sosiego de todos los ciudadanos, de que se quiere apaciguar a la tropa, en una palabra, de que todos van a ser felices
[42]
.

Roma estaba inundada de sangre cuando Lépido triunfó en España; sin embargo, por un absurdo sin ejemplo se ordenó regocijarse bajo pena de ser proscripto
[43]
.

CAPÍTULO XIX
Cómo se suspende el uso de la libertad en la República

En los Estados en que más se cuida de la libertad, hay leyes que la violan contra uno solo por conservar la de todos. Es lo que ocurre en Inglaterra con los
bill de excepción
, correspondientes a las leyes de ostracismo que se dictaban en Atenas contra un particular; pero en Atenas se habían de hacer por el sufragio de seis mil ciudadanos. Corresponden también a las leyes que se llamaban en Roma
privilegios
[44]
y que no podían hacerse más que en las grandes asambleas del pueblo. Aun así, quería Cicerón que se las aboliera, porque la fuerza de la ley está en que sea aplicable a todo el mundo
[45]
. Confieso que los usos de los pueblos más libres que han existido en la tierra, me inclinan a creer que hay casos en que es preciso echar un velo, por un momento, sobre la libertad, como se hacía con las estatuas de los dioses.

CAPÍTULO XX
De las leyes favorables a la libertad del ciudadano, en la República

Sucede a menudo en los Estados populares que las acusaciones sean públicas, pudiendo cualquiera acusar a otro. Por lo mismo se han hecho leyes a propósito para defender la inocencia de los ciudadanos. En Atenas, el denunciador que no tenia en su favor la quinta parte de los votos, pagaba una multa de mil dracmas. Esquines fue condenado a pagarla por haber acusado a Tesifonte
[46]
. En Roma era descalificado e infamado el acusador injusto
[47]
, imprimiéndole una
K
en la frente
[48]
. Se rodeaba de guardias al acusador, para que no pudiera corromper a los jueces ni a los testigos.

Ya he hablado de la ley ateniense y romana que facultaba al acusado para retirarse antes del juicio.

CAPÍTULO XXI
De la crueldad de las leyes respecto a los deudores en la República

Ya es bastante superioridad la que tiene un ciudadano sobre otro, si le ha prestado dinero, que el segundo tomó por deshacerse de él y por consiguiente no lo tiene ya. ¿Qué será si agravan la servidumbre las leyes de la República, sujetándolo más todavía a la voluntad de su acreedor?

En Atenas y en Roma se permitía en los primeros tiempos que los acusadores tomaran por esclavos a sus deudores, o como tales esclavos, los vendieran, si no podían pagar
[49]
. Solón corrigió en Atenas esta costumbre
[50]
, ordenando que nadie estaría obligado a pagar con su persona sus deudas civiles. Pero los decenviros no lo corrigieron en Roma; aunque tenían a la vista lo hecho por Solón, no quisieron imitarlo. Y no es el único pasaje de la
ley de las Doce Tablas
en que se ve el propósito de los decenviros de bastardear el espíritu de la democracia
[51]
.

Estas leyes, tan duras contra los deudores, pusieron en peligro muchas veces la República romana. Se presentó una vez en la plaza pública un hombre cubierto de heridas, escapado de la vivienda de su acreedor
[52]
. El pueblo se conmovió al ver aquel espectáculo. Otros ciudadanos, que sus acreedores no se atrevieron a conservar cautivos, salieron de los calabozos en que estaban. El pueblo entonces, no pudiendo ya contener su indignación, se retiró al Monte Sacro. No obtuvo la abrogación de aquellas leyes, pero encontró un magistrado que lo defendiera. Se salió de la anarquía para caer en la tiranía. Manlio, para hacerse popular, quiso librar de sus acreedores a los ciudadanos que habían sido reducidos a la esclavitud por deudas
[53]
; pero el mal persistía. Leyes particulares dieron facilidad de pago a los deudores
[54]
; y el año 428 de Roma los cónsules dieron una ley que les quitaba a los acreedores el derecho de tener a los deudores en sus casas y en la servidumbre
[55]
. Un usurero, llamado Papirio quiso atentar contra el pudor de un mozo que se llamaba Publilio, a quien tenía aherrojado. -El crimen de Sexto le dió a Roma la libertad política; el de Papirio le dió la libertad civil.

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