Read El espíritu de las leyes Online

Authors: Montesquieu

Tags: #Clásico, #Filosofía, #Política

El espíritu de las leyes (36 page)

En tierras meridionales, una máquina delicada, físicamente débil, pero muy sensible, se entrega a un amor que se excita y se calma sin cesar; bien en un serrallo, bien permitiendo a las mujeres más independencia, que expone a contratiempos el amor. En las tierras del Norte, una máquina fuerte, sana y bien constituída, pero pesada, encuentra sus placeres en todo lo que sacude los espíritus, como la caza, los viajes, la guerra, el vino. Hay en los climas del Norte pueblos de pocos vicios, bastantes virtudes y mucha sinceridad y franqueza. Aproximaos a los países del Sur, y creeréis que cada paso os aleja de la moralidad: las pasiones más vivas, multiplicarán la delincuencia. Ya en la zona templada son los pueblos inconstantes en sus usos, en sus vicios, hasta en sus virtudes, porque el clima tampoco tiene fijeza.

El calor del clima puede ser tan extremado, que el cuerpo del hombre desfallezca. Perdida la fuerza física, el abatimiento se comunicará insensiblemente al ánimo; nada interesará, no se pensará en empresas nobles, no habrá sentimientos generosos; todas las inclinaciones serán pasivas, no habrá felicidad fuera de la pereza y la inacción, los castigos causarán menos dolor que el trabajo, la servidumbre será menos insoportable que la fuerza de voluntad necesaria para manejarse uno por sí mismo.

CAPÍTULO III
Contradicción en los caracteres de ciertos pueblos meridionales

Los Indios están naturalmente desprovistos de valor
[4]
, y aun los hijos de Europeos nacidos en la India pierden allí el vigor de su raza
[5]
. Pero ¿cómo puede conciliarse esto con sus actos brutales, sus bárbaras costumbres, sus atroces penitencias? Los hombres se someten a torturas increíbles y las mujeres se queman vivas por su voluntad; es demasiada energía para un pueblo tan flojo.

La naturaleza, que ha dado a aquellos pueblos una debilidad que los hace tímidos, los ha dotado a la vez de una imaginación tan viva que todo les impresiona íntimamente. La misma delicadeza de órganos que les hace temer la muerte, sirve para hacerles temer otras cosas más que la muerte. La misma sensibiiidad que les hace huir de los peligros, los impulsa a veces a arrostrarlos.

Así como la educación es más necesaria a los niños que a las personas mayores, así también los pueblos de aquellos climas necesitan, más que los del nuestro, de un sabio legislador. Cuanto más impresionable se es, tanto más importa ser bien impresionado y no someterse a preocupaciones contrarias a la razón.

En tiempo de los Romanos, los pueblos del Norte vivían sin educación, sin artes, casi sin leyes; sin embargo, les bastó el buen sentido inherente a las fibras groseras de estos pueblos para gobernarse con la mayor cordura y mantenerse contra el poder de Roma, hasta que llegó la hora de abandonar sus selvas para destruirlo.

CAPÍTULO IV
Causa de la inmutabilidad de la religión, usos, costumbres y leyes en los países de Oriente

Si a la debilidad de los órganos, causa de que los pueblos orientales reciban más fuertes impresiones, se añade cierta pereza espiritual, naturalmente ligada con la del cuerpo, que incapacite el alma para toda acción y toda iniciativa, se comprenderá que las impresiones recibidas sean inmutables. Esta es la razón de que las leyes, los usos y las costumbres, aun las que parecen las más indiferentes, como la manera de vestirse, no hayan cambiado en aquellos paises al cabo de mil años
[6]
.

CAPÍTULO V
Los malos legisladores han favorecido los vicios propios del clima; se han opuesto a ellos los buenos legisladores

Los Indios creen que el reposo y la nada son el principio y el fin de todas las cosas. Consideran, pues, que la inacción es el estado más perfecto y más apetecible. Dan al Ser supremo el sobrenombre de inmóvil
[7]
. Los Siameses creen que la felicidad suprema consiste en no verse obligados a animar una máquina y hacer obrar a un cuerpo
[8]
.

En aquellos países donde el excesivo calor enerva y aniquila, es tan deliciosa la quietud y tan penoso el movimiento, que semejante sistema de metafísica parece natural; y Foe, legislador de los Indios, tomó por guía sus impulsos naturales al reducir a los hombres a un estado completamente pasivo; pero su doctrina, hija de la pereza engendrada por el clima, la favorece y ha sido perniciosa
[9]
.

Más sensatos los legisladores de China, consideraron a los hombres en la actividad propia de la vida, la quietud para ellos era un ideal de perfección al que habían de llegar un día; así dieron a su religión, a sus leyes y a su filosofía un carácter eminentemente práctico. Tanto como impulsen al reposo las causas físicas, deben apartar de él las morales.

CAPÍTULO VI
Del cultivo de las tierras en los climas cálidos

El cultivo de las tierras es el mayor trabajo de los hombres. Cuanto más les incline el clima a huir de ese trabajo, más deben fomentarlo la religión y las leyes. Por eso las leyes de la India, que dan al soberano la propiedad de las tierras y se la quitan a los particulares, agravan los malos efectos del clima; sin el sentimiento de la propiedad aumenta la pereza.

CAPÍTULO VII
Del monaquismo

El monaquismo en climas calurosos es de pésimos efectos; de los mismos que hemos señalado. Nacido en los países cálidos de Oriente, donde se propende menos a la acción que a la especulación, trae consigo la ignavia y aumenta la causada por el clima.

Parece que en Asia, con el calor, crece el número de monjes; en la India, donde el calor es extremado, son numerosísimos. En Europa se observa la misma diferencia; a más calor, más frailes.

Para vencer la desidia que el calor produce, debieran quitarse todos los medios de vivir sin trabajar; pero en el sur de Europa se hace todo lo contrario: se favorece a los que quieren vivir en la contemplación, esto es, en la ociosidad, pues la vida contemplativa supone grandes riquezas. Unos hombres que viven en la abundancia, dan a la plebe una parte de lo que les sobra; y si esa plebe ha perdido la propiedad de sus bienes, se consuela con la sopa de los frailes que les permite vivir sin trabajar; ama su propia miseria.

CAPÍTULO VIII
Buena usanza de China

Los relatos referentes a China
[10]
contienen la ceremonia de iniciar las labores de la tierra, practicada anualmente por el emperador. Con este acto solemne se quiere excitar al pueblo a la labranza
[11]
.

Además de iniciar él mismo las labores de la agricultura para dar ejemplo a sus vasallos, el emperador los estimula con premios: al que más se distingue como labrador, le nombra mandarín de octava clase
[12]
.

Entre los antiguos Persas, los reyes se desprendían de su fausto el octavo día de cada mes para comer familiarmente con los labradores
[13]
. Instituciones admirables para fomentar la agricultura.

CAPÍTULO IX
Medios de fomentar la industria

Demostraré en el libro XIX que las naciones indolentes suelen ser orgullosas. Podría emplearse el efecto contra la causa, valerse del orgullo para combatir la indolencia. En el sur de Europa, donde los pueblos tienen tanto pundonor, sería bueno premiar a los labradores que mejor cultivaran sus terrenos y a los artesanos que perfeccionaran sus respectivas industrias. Es un proceder que en cualquier país dará buenos resultados. En nuestros días ha servido en Irlanda para establecer una de las más importantes manufacturas de hilo que hay en Europa.

CAPÍTULO X
De las leyes que tienen relación con la sobriedad de los pueblos

En los países cálidos la parte acuosa de la sangre se disipa mucho con la transpiración
[14]
; es necesario, pues, suplirla con otro líquido. El mejor para este efecto es el agua; las bebidas fuertes coagularían los glóbulos de la sangre después de disipada la parte acuosa de la misma.

En los países fríos, la parte acuosa de la sangre se exhala poco por la transpiración; queda abundancia de ella, por lo que puede hacerse uso de licores espirituosos sin que la sangre se coagule. Como abundan los humores, las bebidas fuertes pueden convenir, porque dan movimiento a la sangre.

La
ley de Mahoma
, que prohibe tomar vino, es una ley conveniente para el clima de Arabia; aun antes de Mahoma, el agua era la bebida común de los Árabes. La ley que prohibía el uso del vino a los Cartagineses
[15]
era otra ley concorde con el clima, pues entre los climas de ambos países hay poca diferencia.

No sería buena semejante ley en los países fríos, donde el clima parece obligar a una especie de embriaguez nacional muy distinta de la de las personas. La embriaguez se encuentra en todas partes, siendo en todas proporcional al frío y a la humedad del clima. Si se pasa del Ecuador a nuestros climas, se verá que la embriaguez aumenta con los grados de latitud; y yendo del mismo Ecuador al polo sur, aumentará igualmente, como antes caminando con rumbo al polo norte.

Es natural que donde el vino dañe a la salud, se castigue el abuso en la bebida con más severidad que en los países donde la embriaguez perjudica poco a la sociedad y menos a la persona; donde no vuelve a los hombres furiosos, aunque los embrutece. Las leyes que castigan a los borrachos, tanto por las faltas que cometan embriagados como por la embriaguez, sólo son aplicables al individuo, no a la embriaguez nacional
[16]
. Un alemán bebe por hábito; un español por gusto.

En los países cálidos, la relajación de las fibras es lo que produce tan grande transpiración de los líquidos; pero las partes sólidas se disipan menos. Las fibras, que ejercen una acción muy débil y que son de poca elasticidad, se gastan poco, no hace falta mucho jugo nutritivo para restaurarlas y, por consecuencia, se come poquísimo en dichos países.

Las distintas necesidades en los diversos climas han formado las diferentes maneras de vivir; y estas diferentes maneras de vivir han originado diversidad de leyes; no pueden éstas ser las mismas para la nación en que los hombres se comuniquen mucho, que para un pueblo en que no se comuniquen.

CAPÍTULO XI
De las leyes en su relación con las enfermedades del clima

Dice Herodoto
[17]
que las leyes de los Judíos acerca de la lepra se tomaron de las costumbres de Egipto. En efecto, las mismas enfermedades pedían iguales remedios. Estos remedios fueron desconocidos entre los Griegos y los primeros Romanos, porque ni en Roma ni en Grecia había leprosos. Claro está que no había de legislarse para remediar un mal que no existía. Pero el clima de Egipto y palestina hizo necesarias dichas leyes; y la facilidad con que la tal dolencia se propaga, nos hace comprender la sabiduría de aquellas leyes, la previsión de quien las hizo.

Los occidentales mismos hemos experimentado los efectos de esa terrible enfermedad; nos la trajeron los Cruzados. Pero con medidas previsoras, se atajó en lo posible su propagación
[18]
.

Una ley de los Lombardos nos prueba que la lepra existía ya en Italia antes de las Cruzadas, puesto que se legisló acerca de ella. Rotaris ordenó que se aislara a los leprosos, que se les echara de sus casas, que no entraran en poblado, que se les privara de la libre disposición de sus bienes, que se les diera por muertos. Se les despojaba de sus derechos civiles, para impedir todo trato y comunicación con los sanos.

Pienso que esta plaga vino a Italia durante las conquistas de los emperadores griegos, en cuyos ejércitos habría quizás militares de Palestina o de Egipto. De todos modos, los progresos del mal se contuvieron hasta la época de las Cruzadas.

Se dice que los soldados de Pompeyo, al regresar de Siria, trajeron una enfermedad muy parecida a la lepra. No ha llegado a nosotros ningún reglamento que se hiciera entonces, pero es muy probable que se tomara alguna disposición, pues el mal estuvo contenido hasta el tiempo de los Lombardos.

Hace dos siglos que pasó del
Nuevo Mundo
a Europa una enfermedad que no conocían nuestros ascendientes, enfermedad que ataca a la naturaleza humana en la fuente de la vida y de los placeres. Gran número de familias principales del mediodía de Europa sucumbieron víctimas de una dolencia que a fuerza de ser común dejó de ser afrentosa. La sed de oro perpetuó el mal, pues los que iban y venían de América traían nuevos fermentos.

Razones piadosas hicieron decir que el mal era castigo de la culpa. Sin embargo, aquella calamidad se había introducido en el seno del santo matrimonio e inficionado a la inocencia.

Como incumbe a la sabiduría de los legisladores velar por la salud pública, lo acertado hubiera sido contener el contagio por medio de leyes semejantes a las mosaicas.

Todavía más rápidos son los estragos de la peste. Su asiento principal está en Egipto, de donde se propaga a todo el mundo. En la mayor parte de los Estados de Europa existen reglamentos para impedir su invasión, y en nuestros días se ha imaginado un buen medio de cortarle el paso: acordonar con tropas lugares infectados para hacer imposible toda comunicación
[19]
.

Los Turcos no tienen aprensión ni toman medida alguna contra las epidemias; compran los vestidos de los apestados y se los ponen
[20]
. Como son fatalistas, el magistrado se convierte en pasivo espectador de lo que él no puede remediar; es la creencia en un destino inflexible.

CAPÍTULO XII
De las leyes contra los suicidas

No vemos en la historia que ningún Romano se diese la muerte sin motivo; pero los Ingleses de nuestros días se matan algunas veces por ignoradas causas, hasta en el seno de la felicidad.

El suicidio era entre los Romanos un efecto de la educación y las costumbres; entre los Ingleses es efecto de una enfermedad, consecuencia de un estado físico y sin ninguna otra causa
[21]
.

Se puede pensar que esto provenga de falta de filtración del jugo nervioso; la máquina cuyos motores se paralizan a cada momento, se cansa de sí misma. El alma no siente el dolor, sino dificultad para existir. El dolor es una molestia local, a la que quisiéramos ponerle término; el peso de la vida no tiene asiento fijo y nos hace desear el término de ella.

Es claro que las leyes de algunos países han tenido razones para castigar el suicidio con la infamia; pero en Inglaterra no es posible castigarlo, sino como se castigan los efectos de la demencia.

Other books

Little Man, What Now? by Fallada, Hans
Wake the Dead by Vanucci, Gary F.
The Marriage Bargain by Michelle McMaster
The Dog Who Knew Too Much by Carol Lea Benjamin
Nobody's Angel by Karen Robards


readsbookonline.com Copyright 2016 - 2024