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Authors: Deborah Harkness

Tags: #Fantástico

El descubrimiento de las brujas (39 page)

BOOK: El descubrimiento de las brujas
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—Una bruja con talento hechizó el Ashmole 782 y sospecho que ese hechizo es casi imposible de romper. Ninguno de los que han tratado de conseguir el manuscrito hasta ahora ha satisfecho las condiciones que impone el hechizo, por mucho que supieran de las artes de la brujería y sin importar en qué época del año lo intentaran. —Fijó la mirada en las profundidades de su té—. Tú lo lograste. La cuestión es cómo y por qué.

—La idea de que yo pudiera reunir las condiciones necesarias para deshacer un hechizo realizado antes de que yo hubiera nacido es más difícil de creer que pensar que todo se debió a una anomalía de aniversario. Y si reuní las condiciones una vez, ¿por qué no más veces? —Matthew abrió la boca, y yo sacudí la cabeza—. No. No es por tu causa.

—Knox sabe de brujería y los hechizos son complicados. Supongo que es posible que, de vez en cuando, el paso del tiempo los deforme. —Parecía poco convencido de lo que decía.

—Ojalá pudiera ver el patrón de todo eso. —Apareció otra vez mi mesa blanca, con las piezas del rompecabezas sobre ella. Aunque moviera alguna de ellas (Knox, el manuscrito, mis padres) se negaban a formar una imagen. La voz de Matthew se abrió paso entre mis ensoñaciones.

—¿Diana?

—¿Hummm?

—¿Qué estás haciendo?

—Nada —respondí demasiado rápidamente.

—Estás usando magia —dijo, dejando su té—. Puedo olerlo. Y verlo también. Estás empezando a brillar.

—Es lo que hago cuando no puedo solucionar un enigma…, como ahora. —Yo tenía la cabeza inclinada para ocultar lo difícil que me resultaba hablar de ello—. Veo una mesa blanca e imagino todas las piezas diferentes. Tienen formas y colores, y se mueven hasta que forman un patrón. Cuando el patrón se forma, dejan de moverse para mostrarme que estoy en el buen camino.

Matthew dejó pasar un buen rato antes de preguntar:

—¿Juegas muy a menudo a ese juego?

—Constantemente —respondí de mala gana—. Mientras tú estabas en Escocia, me di cuenta de que era todavía más mágico, como saber quién me está mirando sin girar la cabeza.

—Hay un patrón, y tú lo sabes —dijo—. Usas tu magia cuando no estás pensando.

—¿Qué quieres decir? —Las piezas del rompecabezas empezaron a bailar sobre la mesa blanca.

—Cuando estás en movimiento, no piensas…, por lo menos no con la parte racional de tu mente. Cuando remas, corres o haces yoga estás totalmente en otra parte. Cuando tu mente no está atenta manteniendo bajo control tus dones, éstos aparecen.

—Pero yo estaba pensando antes —señalé—, y el viento de brujos apareció de todos modos.

—Ah, pero entonces estabas experimentando una fuerte emoción —explicó, inclinándose hacia delante para apoyar los codos en las rodillas—. Eso siempre pone límites al intelecto. Es lo que te ocurrió cuando tus dedos se pusieron azules con Miriam y luego conmigo. Esa mesa blanca que imaginas es una excepción a la regla general.

—¿Los estados de ánimo y el movimiento son suficientes para desatar esas fuerzas? ¿Quién querría ser una bruja si algo tan simple puede provocar tanto descalabro?

—Muchísima gente, supongo. —Matthew apartó la mirada—. Quiero pedirte que hagas algo por mí —dijo. El sofá chirrió cuando me miró a la cara otra vez—. Y quiero que lo pienses antes de responder. ¿Lo harás?

—Por supuesto. —Asentí con la cabeza.

—Quiero llevarte a casa.

—No pienso regresar a Estados Unidos. —Había tardado cinco segundos en hacer exactamente lo que él me había pedido que no hiciera.

Matthew sacudió la cabeza.

—No a tu hogar. A mi hogar. Tienes que salir de Oxford.

—Ya te dije que iría a Woodstock.

—El Viejo Pabellón es mi residencia, Diana —explicó Matthew pacientemente—. Quiero llevarte a mi hogar…, a Francia.

—¿A Francia? —Me aparté el pelo de la cara para poder verlo mejor.

—Las brujas y los brujos están decididos a conseguir el Ashmole 782 y mantenerlo lejos de las demás criaturas. Su teoría es que rompiste el hechizo y la importancia de tu familia es lo único que los ha mantenido a distancia. Cuando Knox y los demás descubran que no usaste brujería para conseguir el manuscrito, que el hechizo estaba preparado para abrirse ante ti, querrán saber cómo y por qué.

Cerré los ojos ante la súbita y nítida imagen de mis padres.

—Y no van a preguntar de manera delicada.

—Probablemente no. —Matthew respiró hondo, y latió la vena en su frente—. Vi la foto, Diana. Quiero que estés lejos de Peter Knox y de la biblioteca. Quiero tenerte bajo mi techo durante un tiempo.

—Gillian dijo que fueron las brujas. —Cuando mis ojos se encontraron con los suyos, me sorprendió que sus pupilas se hubieran vuelto tan pequeñas. Generalmente eran negras y enormes, pero había algo diferente en Matthew esa noche. Su piel era menos fantasmal, y había un poco más de color en sus labios normalmente pálidos—. ¿Tenía razón?

—No puedo saberlo con seguridad, Diana. La gente de la etnia hausa de Nigeria cree que el origen del poder de una bruja está contenido en piedras dentro del estómago. Alguien fue a buscarlas dentro de tu padre —explicó con voz lastimera—. Lo más posible es que se trate de otro brujo o bruja.

Hubo un clic suave y la luz del contestador automático empezó a parpadear. Gruñí.

—Ésta es la quinta vez que llaman tus tías —observó Matthew.

Aunque el volumen estuviera bajo, el vampiro podría escuchar el mensaje. Me dirigí a la mesa que estaba a su lado y cogí el auricular.

—Aquí estoy, aquí estoy —empecé, hablando por encima de la voz nerviosa de mi tía.

—Creíamos que te habías muerto —dijo Sarah. Sentí una fuerte impresión al darme cuenta de que ella y yo éramos las últimas Bishop que quedaban. Podía imaginármela sentada en la cocina, con el teléfono en la oreja y el pelo alborotado alrededor de su cara. Se estaba haciendo vieja, y a pesar de su vivacidad, el hecho de que yo estuviera lejos y en peligro la había alterado.

—No estoy muerta. Estoy en mis habitaciones, y Matthew está conmigo. —Le sonreí débilmente a él, pero no me devolvió la sonrisa.

—¿Qué está ocurriendo? —preguntó Em en el supletorio. Después de la muerte de mis padres, el cabello de Em se había vuelto blanco en el espacio de pocos meses. En aquel momento era todavía una mujer joven —aún no había cumplido treinta años—, pero a partir de entonces Em se había convertido en una mujer frágil, como si pudiera salir volando con la próxima ráfaga de viento. Como mi tía, estaba evidentemente alterada por lo que su sexto sentido le decía que estaba ocurriendo en Oxford.

—Volví a pedir sin éxito el manuscrito, eso es todo —dije con ligereza, haciendo un esfuerzo para no preocuparlas más. Matthew me miró con gesto de desaprobación, y me di la vuelta. No sirvió de nada. Su mirada glacial me atravesó el hombro—. Pero esta vez no apareció en el depósito.

—¿Tú crees que estamos llamando a causa de ese libro? —preguntó Sarah.

Unos dedos largos, fríos, agarraron el teléfono y lo apartaron de mi oreja.

—Señora Bishop, soy Matthew Clairmont —dijo resueltamente. Cuando extendí la mano para quitarle el auricular, Matthew me agarró de la muñeca y sacudió la cabeza, sólo una vez, como una advertencia—. Diana ha sido amenazada. Por otros brujos. Uno de ellos es Peter Knox.

Aunque yo no era un vampiro, pude escuchar la exclamación en el otro lado de la línea. Me soltó la muñeca y me pasó el teléfono.

—¡Peter Knox! —gritó Sarah. Matthew cerró los ojos como si el sonido le lastimara los tímpanos—. ¿Cuánto tiempo hace que anda por ahí?

—Desde el principio —respondí con voz vacilante—. Él era el mago vestido de
tweed
que trató de abrirse camino en mi cabeza.

—No le habrás permitido que avanzara demasiado, ¿verdad? —Sarah parecía asustada.

—Hice lo que pude, Sarah. No sé exactamente qué estoy haciendo, en lo que a magia se refiere.

—Querida mía —intervino Em—, muchos de nosotros tenemos problemas con Peter Knox. Y lo que es más importante, tu padre no confiaba en él… en absoluto.

—¿Mi padre? —El suelo se movió bajo mis pies, y el brazo de Matthew me envolvió la cintura, manteniéndome en equilibrio. Me enjugué los ojos, pero no pude apartar la imagen de la cabeza deformada y el torso abierto de mi padre.

—Diana, ¿qué más ha ocurrido? —dijo Sarah con voz suave—. Peter Knox debe de haberte asustado muchísimo, pero tiene que haber algo más.

Mi mano libre se aferró al brazo de Matthew.

—Alguien me ha enviado una fotografía de mi madre y mi padre.

En el otro lado de la línea sólo hubo silencio.

—¡Oh, Diana! —murmuró Em.

—¿Aquella fotografía? —preguntó Sarah sombríamente.

—Sí —susurré.

Sarah soltó una imprecación.

—Dale otra vez el teléfono a él.

—Puede escucharte perfectamente desde donde está ahora —señalé—. Además, cualquier cosa que tengas que decirle a él puedes decírmela a mí también.

Matthew desplazó su mano de mi cintura a la región lumbar de mi espalda. Empezó a frotarla con la muñeca, presionando los músculos rígidos hasta que empezaron a relajarse.

—Entonces escuchadme los dos: alejaos lo más que podáis de Peter Knox. Y será mejor que ese vampiro se asegure de que tú te alejes, si no tendrá que vérselas conmigo. Stephen Proctor era el hombre más tolerante del mundo. Se necesitaba mucho para que alguien no le gustara…, y él detestaba a ese brujo. Diana, debes volver a casa inmediatamente.

—¡No voy a volver, Sarah! Voy a Francia con Matthew. —La alternativa mucho menos atractiva de Sarah acababa de convencerme.

Se produjo un silencio.

—¿Francia? —repitió Em débilmente.

Matthew estiró la mano.

—Matthew quiere hablar contigo. —Le pasé el teléfono antes de que Sarah pudiera protestar.

—Señora Bishop, ¿tiene usted un identificador de llamadas?

Resoplé. El teléfono marrón colgado en la pared de la cocina en Madison tenía un dial y un cordón de un kilómetro de largo para que Sarah pudiera caminar por toda la casa mientras hablaba. Se necesitaba una eternidad para marcar un simple número local. ¿Identificador de llamadas? Ni de broma.

—¿No? Apunte estos números, entonces. —Matthew le dio lentamente el número de su móvil y otro que presumiblemente era el de la casa, junto con instrucciones detalladas sobre códigos internacionales—. Puede llamar cuando quiera.

Sarah dijo algo mordaz, a juzgar por la expresión de sorpresa de Matthew.

—Me ocuparé de que esté segura. —Me pasó el teléfono.

—Voy a cortar ahora. Os quiero mucho. No os preocupéis.

—Deja de decirnos que no nos preocupemos —me regañó Sarah—. Eres nuestra sobrina y estamos preocupadas, Diana, y seguramente eso no va a cambiar.

Suspiré.

—¿Qué puedo hacer para convenceros de que estoy bien?

—Contesta al teléfono más a menudo, para empezar —recomendó en tono lúgubre.

Después de despedirnos, permanecí junto a Matthew, sin querer mirarlo a los ojos.

—Todo esto es culpa mía, como dijo Sarah. He estado actuando como cualquier humano despistado.

Él se dio la vuelta y se dirigió a un extremo del sofá, lo más lejos de mí que podía en la pequeña habitación, para dejarse caer entre los cojines.

—Esa decisión acerca de la magia y el lugar que iba a ocupar en tu vida la tomaste cuando eras una niña sola y asustada. Ahora, cada vez que das un paso es como si tu futuro dependiera de si puedes arreglártelas para poner el pie en el lugar adecuado.

Matthew se sobresaltó cuando me senté a su lado y le cogí las manos sin decir nada, resistiéndome al impulso de asegurarle que todo iba a ir bien.

—En Francia tal vez puedas ser tú misma durante varios días… sin forzarte a nada, sin preocuparte por cometer errores —continuó—. Tal vez puedas descansar, aunque nunca he visto que dejes de moverte durante demasiado tiempo. Te sigues moviendo hasta cuando duermes, ¿lo sabías?

—No tengo tiempo de descansar, Matthew. —Ya estaba empezando a arrepentirme de mi decisión de salir de Oxford—. Faltan menos de seis semanas para el congreso sobre alquimia. Se supone que yo voy a dar la conferencia inaugural. Apenas he empezado a prepararla, y sin acceso a la Bodleiana me resultará imposible terminarla a tiempo.

Matthew entrecerró los ojos, pensativo.

—Imagino que tu trabajo es sobre ilustraciones alquímicas, ¿no?

—Sí, sobre la tradición de la imagen alegórica en Inglaterra.

—Entonces supongo que no te interesará consultar mi ejemplar del siglo XIV de
Aurora Consurgens
. Es francés, lamentablemente.

Abrí los ojos desmesuradamente.
Aurora Consurgens
era un desconcertante manuscrito sobre las fuerzas opuestas de la transformación alquímica: plata y oro, femenino y masculino, oscuro y luminoso. Sus ilustraciones eran igualmente complejas y desconcertantes.

—El ejemplar más antiguo que se conoce de
Aurora
es de 1420.

—El mío es de 1356.

—Pero un manuscrito de una fecha tan temprana no estará ilustrado —señalé. Encontrar un manuscrito miniado de alquimia de antes del 1400 era tan poco probable como descubrir un Ford Modelo T aparcado en el campo de batalla en Gettysburg.

—Éste está ilustrado.

—¿Tiene las treinta y ocho imágenes?

—No. Tiene cuarenta. —Sonrió—. Parece que los historiadores anteriores estaban equivocados respecto a algunos detalles.

Descubrimientos de esta categoría e importancia eran poco frecuentes. Poder ser la primera persona en tener acceso a un ejemplar ilustrado y desconocido de
Aurora Consurgens
del siglo XIV era una oportunidad única para un historiador de la alquimia.

—¿Qué muestran las ilustraciones adicionales? ¿Es el mismo texto?

—Tendrás que venir a Francia para enterarte.

—Vámonos, entonces —respondí de inmediato. Después de semanas de frustraciones, escribir mi discurso de apertura de pronto parecía posible.

—¿No querías ir por tu propia seguridad, pero si hay un manuscrito de por medio sí estás dispuesta? —Apesadumbrado, sacudió la cabeza—. ¡Vaya con tu sentido común!

—Nunca me he distinguido por mi sentido común —confesé—. ¿Cuándo nos vamos?

—¿Dentro de una hora?

—Dentro de una hora.

Aquélla no era una decisión improvisada. Lo había estado planeando todo desde que me quedé dormida la noche anterior.

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