Sean, desde el mostrador de préstamos, levantó la vista alarmado. El brazo de Matthew vibró y su gruñido se apagó hasta convertirse en un ronroneo de algún modo más amenazador.
—¿Quién ha atraído la atención humana ahora? —le susurré al mago a la vez que le apretaba el brazo a Matthew para hacerle saber que no necesitaba su ayuda.
Knox sonrió de manera desagradable.
—Usted ha atraído la atención de algo más que seres humanos esta mañana, doctora Bishop. Antes del anochecer todas las brujas en Oxford sabrán que es una traidora.
Los músculos de Matthew se encogieron y se llevó la mano hacia el ataúd que llevaba alrededor del cuello.
«Oh, Dios mío —pensé—, va a matar a un brujo en la Bodleiana». Me coloqué abiertamente entre ambos.
—Basta —le dije a Knox en voz baja—. Si no se retira, le diré a Sean que usted me está acosando y haré que llame al guardia de seguridad.
—La luz en el ala Selden es demasiado brillante hoy —dijo Knox finalmente, evitando el enfrentamiento—. Creo que me trasladaré a otra parte de la biblioteca. —Se alejó.
Matthew retiró mi mano de su brazo y empezó a recoger sus pertenencias.
—Nos vamos.
—De eso nada. No nos iremos hasta que tengamos ese manuscrito.
—¿No has oído? —dijo Matthew en tono feroz—. ¡Te ha amenazado! Puedo prescindir de ese manuscrito, pero no de… —Se detuvo bruscamente.
Empujé a Matthew de vuelta a su asiento. Sean seguía mirando hacia donde estábamos nosotros, con la mano preparada para coger el teléfono. Con una sonrisa sacudí la cabeza mirándolo antes de volver a ocuparme del vampiro.
—Es culpa mía. No debía haberte tocado estando él delante —murmuré, bajando mi mirada a su hombro, donde todavía estaba apoyada mi mano.
Los fríos dedos de Matthew me levantaron la barbilla.
—Lamentas haberme tocado… o el hecho de que el mago te haya visto?
—Ninguna de las dos cosas —susurré. Sus ojos grises pasaron de la tristeza a la sorpresa en un instante—. Pero a ti no te gusta que sea imprudente.
Cuando Knox se acercó otra vez, la presión de Matthew sobre mi barbilla aumentó, con todos sus sentidos dirigidos al mago. Knox se detuvo a unas cuantas mesas de distancia, y entonces el vampiro volvió a prestarme atención a mí.
—Una palabra suya más y nos vamos…, esté o no esté el manuscrito. Lo digo en serio, Diana.
Pensar en ilustraciones de alquimia me resultó imposible después de eso. La advertencia de Gillian sobre lo que les ocurría a las brujas que tenían secretos con otras brujas y la firme declaración de Knox de que yo era una traidora resonaban en mi cabeza. Cuando Matthew trató de hacer una pausa para comer, me negué. El manuscrito todavía no había aparecido, y no podíamos estar en Blackwell’s cuando llegara…, y menos con Knox rondando tan cerca.
—¿Has visto todo lo que he desayunado? —le pregunté a Matthew cuando insistió—. No tengo hambre.
Mi daimón amante del café apareció por allí un rato después, haciendo girar sus auriculares con el cordón.
—Hola —nos saludó con un gesto a Matthew y a mí.
Matthew levantó bruscamente la vista.
—Me alegra veros a los dos otra vez. ¿Os parece bien si miro mi correo electrónico aquí, ya que el brujo está con vosotros?
—¿Cómo te llamas? —le pregunté, conteniendo una sonrisa.
—Timothy —contestó, balanceándose sobre los talones. Tenía puesto un par de botas desiguales, una roja y otra negra. Sus ojos eran también de diferente color…, uno era azul y el otro verde.
—Por supuesto que puedes ver tu correo electrónico, Timothy.
—Eres un encanto. —Me apuntó con los dedos, giró sobre el tacón de la bota roja, y se alejó.
Al cabo de una hora me puse de pie, sin poder controlar ya mi impaciencia.
—El manuscrito ya debería haber llegado.
El vampiro me siguió con la mirada a lo largo de los dos metros de espacio libre hasta el mostrador de préstamos. Sentí sus ojos duros y penetrantes como el hielo, en lugar de suaves como una nevada, que se afirmaban en mis omóplatos.
—Hola, Sean. ¿Puedes averiguar si el manuscrito que pedí esta mañana ya ha sido entregado?
—Debe de tenerlo otra persona —explicó Sean—. No ha llegado nada para ti.
—¿Estás seguro? —Nadie lo tenía.
Sean revisó los formularios y encontró mi pedido. Había una nota de papel adherida a él.
—Está perdido.
—No está perdido. Lo vi hace algunas semanas.
—Veamos. —Dio la vuelta al mostrador y se dirigió a la oficina del supervisor. Matthew levantó la vista de sus papeles y observó a Sean cuando golpeaba la puerta abierta.
—La doctora Bishop quiere este manuscrito y hay una nota que dice que está perdido — explicó Sean. Le alcanzó el formulario.
El señor Johnson consultó un libro sobre su escritorio, deslizando sus dedos sobre líneas y líneas escritas por generaciones de supervisores de la sala de lectura.
—Ah, sí, el Ashmole 782. Ése ha estado perdido desde 1859. No tenemos microfilm. —El sillón de Matthew hizo ruido al apartarse del escritorio.
—Pero lo vi hace sólo unas semanas.
—Eso es imposible, doctora Bishop. Nadie ha visto este manuscrito en ciento cincuenta años. —El señor Johnson parpadeó detrás de sus gafas de gruesa montura.
—Doctora Bishop, ¿puedo mostrarle algo cuando tenga un momento? —La voz de Matthew me sobresaltó.
—Sí, por supuesto. —Me volví hacia él sin mirarlo—. Gracias —le susurré al señor Johnson.
—Nos vamos. Ahora —dijo Matthew entre dientes. En el pasillo, distintas criaturas nos observaban atentamente. Vi a Knox, a Timothy, a las hermanas Scary, a Gillian… y algunas otras caras desconocidas. Por encima de las altas estanterías, los antiguos retratos de reyes, reinas y otros personajes ilustres que decoraban las paredes de la sala de lectura Duke Humphrey nos miraban también, con la misma intensidad de amarga desaprobación.
—No puede haberse perdido. Yo lo vi —repetí aturdida—. Deberíamos hacer que lo comprobaran.
—No hables de eso ahora… , ni siquiera pienses en ello. —Recogió mis cosas con la velocidad de un rayo. Sus manos eran apenas una mancha cuando guardó mi trabajo y apagó el ordenador.
Empecé a recitar obedientemente la lista de monarcas ingleses en mi cabeza, empezando por Guillermo el Conquistador, para limpiar mi mente de todo pensamiento acerca del manuscrito desaparecido.
Knox pasó cerca, escribiendo afanosamente un texto en su teléfono móvil. Lo seguían las hermanas Scary, que tenían un aspecto más sombrío que de costumbre.
—¿Por qué se van todos? —le pregunté a Matthew.
—No retiraste el Ashmole 782. Se están reagrupando. —Me entregó bruscamente mi bolso y mi ordenador y cogió mis dos manuscritos. Con su mano libre me agarró por el codo y nos dirigimos hacia el mostrador de préstamos. Timothy saludó tristemente con la mano desde el ala Selden antes de hacer un signo de la paz y darse la vuelta.
—Sean, la doctora Bishop regresa a la residencia conmigo para ayudarme a solucionar un problema que he encontrado en las obras Needham. No va a necesitar éstos durante el resto del día. Yo tampoco voy a volver hoy. —Matthew le entregó a Sean los manuscritos en sus cajas. Éste le dirigió una sombría mirada al vampiro antes de colocarlos en una pila más ordenada y se dirigió a donde se guardaban con llave los manuscritos.
No intercambiamos ni una palabra al bajar las escaleras, y cuando empujamos las puertas de cristal para salir al patio, yo estaba a punto de estallar con un torrente de preguntas.
Peter Knox estaba apoyado contra las barandillas de hierro que rodeaban la estatua de bronce de William Herbert. Matthew se detuvo bruscamente para colocarse delante de mí y con un rápido paso y un movimiento de sus hombros quedé detrás de su considerable volumen.
—Ah, doctora Bishop, así que no ha vuelto a conseguirlo —dijo Knox lleno de malicia—. Le dije que había sido pura casualidad. Ni siquiera una Bishop podría romper ese hechizo sin un adecuado entrenamiento en brujería. Su madre podría haberlo logrado, pero usted no parece compartir su talento.
Matthew apretó los labios, pero no dijo nada. Estaba tratando de no interferir entre un brujo y una bruja, pero no iba a poder resistirse indefinidamente al deseo de estrangular a Knox.
—Está perdido. Mi madre tenía un gran talento, pero no era un sabueso. —Me encolericé, y Matthew alzó la mano ligeramente para serenarme.
—Ha estado perdido —replicó Knox—. Y usted lo encontró de todos modos. Pero es bueno que no haya podido romper el hechizo una segunda vez.
—¿Y por qué? —pregunté con impaciencia.
—Porque no podemos dejar que nuestra historia caiga en las manos de animales como él. Brujos y vampiros no se mezclan, doctora Bishop. Hay excelentes razones para ello. Recuerde quién es usted. Si no lo hace, lo va a lamentar.
«Una bruja no debe mantener secretos con otras brujas. Algo malo sucede cuando eso ocurre». La voz de Gillian resonó en mi cabeza, y las paredes de la Bodleiana se aproximaron. Luché por contener el pánico que comenzaba a salir a la superficie.
—Amenácela otra vez y lo mataré aquí mismo. —La voz de Matthew era serena, pero la expresión petrificada de un turista que pasaba por allí indicó que su cara expresaba emociones más fuertes.
—Matthew —dije en voz baja—, aquí no.
—¿Ahora se dedica a matar brujos, Clairmont? —Knox lo miró desdeñosamente—. ¿Se ha quedado sin vampiros y sin humanos para atacar?
—Déjela tranquila. —Matthew utilizó un tono inexpresivo, pero su cuerpo estaba listo para atacar si Knox movía un solo músculo en dirección a mí.
El mago frunció el ceño.
—Eso es imposible. Ella nos pertenece a nosotros, no a usted. Igual que el manuscrito.
—¡Matthew! —repetí con más urgencia. En ese momento, un muchacho humano de trece años con un aro en la nariz y rostro preocupado lo observaba con interés—. Los humanos nos están mirando.
Estiró la mano hacia atrás y agarró mi mano con la suya. La impresión de la piel fría sobre algo cálido y la sensación de que estaba atada a él fueron simultáneas. Me arrastró hacia delante, metiéndome debajo de su hombro.
Knox se rió con desdén.
—Se va a necesitar más que eso para mantenerla a salvo, Clairmont. Ella conseguirá el manuscrito para nosotros. Nos aseguraremos de que así sea.
Sin decir una palabra más, Matthew me llevó a través del patio interior para seguir por el amplio camino adoquinado que daba la vuelta alrededor de la Cámara Radcliffe. Miró los cerrados portones de hierro de All Souls, lanzó una imprecación rápidamente y, con entusiasmo, siguió conduciéndome hacia High Street.
—No falta mucho —dijo, apretando mi mano con un poco más de fuerza.
Matthew no me soltó al llegar a la portería y le hizo una leve y seca inclinación de cabeza al portero al pasar rumbo a sus habitaciones. Subimos hasta la buhardilla, que estaba tan cálida y cómoda como la noche del sábado.
Matthew lanzó sus llaves sobre el aparador y me dejó sin ceremonia sobre el sofá. Desapareció en la cocina y regresó con un vaso de agua. Me lo dio, y lo sostuve sin beber hasta que él frunció el ceño de manera tan misteriosa que tomé un sorbo y casi me ahogo.
—¿Por qué no pude conseguir el manuscrito la segunda vez? —Estaba molesta por el hecho de que Knox tuviera razón.
—Tenía que haber seguido mis instintos. —Matthew estaba de pie junto a la ventana, abriendo y cerrando el puño de su mano derecha sin prestarme la menor atención—. No comprendemos tu conexión con el hechizo. Estás en grave peligro desde que viste el Ashmole 782.
—Knox puede amenazar, Matthew, pero no va a hacer ninguna estupidez delante de tantos testigos.
—Vas a quedarte unos días en Woodstock. Te quiero lejos de Knox… Basta de encuentros casuales en la universidad; nada de pasar cerca de él en la Bodleiana.
—Knox tenía razón. No puedo conseguir otra vez el manuscrito. Ya no me hará ningún caso.
—Eso es una fantasía, Diana. Knox quiere comprender los secretos del Ashmole 782 tanto como tú o como yo. —El aspecto normalmente impecable de Matthew estaba empezando a verse afectado. Se pasó los dedos por el cabello hasta que se le quedó apelmazado en unas partes y levantado en otras, como un espantapájaros.
—¿Cómo podéis estar tan seguros de que hay secretos en el texto escondido? —pregunté, y me dirigí hacia la chimenea—. Es un libro de alquimia. Tal vez no sea más que eso.
—La alquimia es la historia de la creación contada desde la química. Las criaturas son química plasmada en la biología.
—Pero cuando el Ashmole 782 fue escrito, ellos no sabían nada de biología ni compartían tu visión de la química.
Matthew entrecerró los ojos hasta convertirlos en pequeñas rendijas.
—Diana Bishop, me sorprende tu estrechez de pensamiento. —Y realmente lo decía en serio— . Las criaturas que elaboraron el manuscrito podían no saber nada del ADN, pero ¿qué pruebas tienes de que no se estaban haciendo las mismas preguntas acerca de la creación que un científico moderno?
—Los textos de alquimia son alegorías, no manuales de instrucciones. —Desvié el miedo y la frustración que había sentido hacia él en los días anteriores—. Pueden sugerir verdades más grandes, pero no se puede desarrollar un experimento fiable a partir de ellas.
—Nunca dije que se pudiese —respondió, con los ojos todavía ensombrecidos por el enfado disimulado—. Pero estamos hablando de lectores potenciales que son brujas, daimones y vampiros. Un poco de lectura sobrenatural, una pizca de creatividad de otro mundo y algunos recuerdos para llenar los espacios en blanco pueden darles a las criaturas la información que no queremos que ellas tengan.
—¡La información que tú no quieres que ellas tengan! —Recordé mi promesa a Agatha Wilson, y alcé la voz—: Eres tan perverso como Knox. Quieres tener el Ashmole 782 para satisfacer tu propia curiosidad. —Me picaban las manos cuando cogí mis cosas.
—Cálmate. —Había un tono en su voz que no me gustó.
—Deja de decirme qué debo hacer. —La sensación de picazón se hizo más intensa.
Mis dedos se volvieron de color azul brillante y lanzaban pequeños arcos de fuego que en los bordes destellaban como las bengalas de los pasteles de cumpleaños. Dejé caer mi ordenador y levanté las manos.
Matthew tenía que haberse quedado horrorizado; sin embargo se mostraba intrigado.